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El cannabis como fuente de placer y otros pecados

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Le llamamos de muchas formas: hambre, apetito, gana, gusa, gazuza, jala, gula… incluso hemos creado una palabra que designa de forma específica las ganas de comer que llegan después de consumir cannabis: munchies.

Pero ¿qué se esconde tras este efecto tan intenso y difícil de controlar? En este número tiraremos de hemeroteca y haremos un breve repaso a lo difundido en los medios de relevancia nacional durante el último decenio.

Allá por el año 2002, pese a que se sabía que el cannabis habría el apetito, aún no se había demostrado científicamente su efectividad. Investigadores de la Fundación Carlos Haya de Málaga, de la Universidad Complutense de Madrid y de la Universidad de California aunaron fuerzas para descubrir el mecanismo por el que la marihuana estimula las ganas de comer[1].

Nuestra planta amiga abre el apetito debido a uno de los cannabinoides más presentes en las genéticas comerciales, el tetrahidrocannabinol (THC). Este principio activo actúa de igual manera que una hormona que está presente en el cuerpo humano, la anandamida, una hormona que aumenta su presencia cuando el estómago está vacío, provoca apetito y desaparece cuando el estómago está lleno.

Los investigadores también descubrieron que esta hormona actúa en colaboración con otra, la oleiletanolamina (OEA), que se comporta de forma inversa: provoca la sensación de saciedad cuando ya se ha comido.

Después de tres años de arduo trabajo, los investigadores consiguieron descifrar este mecanismo del intestino y su paralelismo con los efectos del cannabis. Cabe destacar las palabras que pronunció por aquel entonces el director de la fundación malagueña: “No es el porro terapéutico. Quedarnos ahí sería una estupidez con la enorme potencialidad que tiene la marihuana como fuente de medicamentos”. Lo primero que se puede extraer de dicha aclaración es que los investigadores debía tener cierto temor a que sus esfuerzos fueran infravalorados por tener al cannabis como base de su estudio; y lo segundo es la prisa por prestigiar su trabajo y evitar cualquier relación con los consumidores de a pie, con los autocultivadores, para entregárselo a las farmacéuticas sin ningún miramiento.

No cabe duda de que las farmacéuticas pueden crear productos mucho más específicos y efectivos para ciertas dolencias, sin embargo, pensar que estas actividades no pueden ir de la mano de un autocultivo consciente y un uso adecuado de la planta, es un tanto sesgado.

Prosigamos con lo que aquí nos ocupa y dejemos a un lado la industria farmacológica. Esta investigación se publicó en la edición de noviembre de 2002 en The Journal of Neuroscience y tuvo un costo aproximado de 90.000€. La previsión fue que en cinco años podría desarrollarse un fármaco para regular los trastornos alimenticios, pero éste nunca llegó.

Hablemos de neuronas

Unos años después, en 2010, un estudio realizado por investigadores de la Universidad del País Vasco y la Universidad de Burdeos, desveló cuáles son las neuronas que provocan el aumento del apetito cuando tomamos cannabis[2].

A diferencia del estudio anterior, en éste se aseveró que el THC estimulaba el apetito a través del receptor cannabinoide CB1 y que, en función a la dosis de THC se podía provocar el efecto contrario: disminuir el apetito.

Para obtener estos resultados, los científicos utilizaron una combinación de técnicas genéticas, anatómicas y farmacológicas en ratones para demostrar que, a dosis bajas, el THC aumenta el apetito, mientras que a dosis altas lo disminuye.

Ello es debido a que el THC actúa sobre los receptores de cannabinoides ‘CB1’ expresados en dos tipos de neuronas, las neuronas glutamatérgicas, neuronas excitadoras de origen cortical localizadas en las partes superiores del cerebro, y las neuronas inhibidoras GABAérgicas del estriado ventral, ubicadas en zonas profundas del cerebro. 

Según los resultados del estudio, a dosis bajas -un miligramo por kilo- el THC aumenta el apetito, porque actúa sobre receptores ‘CB1’ distribuidos en neuronas excitadoras; mientras que a dosis altas -2,5 miligramos por kilo- el efecto es el opuesto: disminuye el apetito, ya que actúa sobre ‘CB1’ situados en neuronas inhibidoras.” 

Una vez más, el descubrimiento, publicado en la revista Nature Neurosciencie, prometía revolucionar el mundo de los desórdenes alimentarios, sin arrojar ningún resultado real o tratamiento farmacológico destinado a los enfermos hasta la fecha.

Investigaciones insuficientes

Un año después, en 2011, El Mundo publicó una noticia en la que afirmaba que hasta que no hubiera “investigaciones más amplias para ratificar resultados” todos estos estudios sólo podían considerarse anecdóticos[3].

Uno de estos estudios de, supuestamente, poca relevancia, se publicó en febrero de 2011, en la prestigiosa revista Annals of Oncology. Este estudio, realizado por las universidades canadienses de Edmonton y Alberta, sólo contó con 21 participantes, todos ellos con estadios avanzados de cáncer. Se siguió la metodología doble-ciego, administrándole a 11 de ellos cápsulas que contenían THC durante 18 días, mientras que los 10 restantes tomaron un placebo.

Partiendo de los cuestionarios facilitados a los participantes, concluyeron que el cannabis logró mejorar uno de los principales problemas sufridos por pacientes con cáncer: la ausencia de apetito. Este problema es causado en muchos casos por la propia enfermedad y acentuado por los tratamientos que modifican el sentido del gusto y pueden provocar anorexia y pérdida de peso.

El 73% de los pacientes tratados con THC se sentían más satisfechos al comer (aunque un 30% del grupo placebo también afirmó tener esta sensación) y un 55% de ellos aseguró haber notado una mejoría considerable en el sabor de la comida.

Últimos descubrimientos

En febrero de este mismo año, la Scientific American (SINC) se hizo eco de un nuevo estudio que desarrollaba la hipótesis arriba planteada sobre una posible explicación neuronal al aumento del apetito[4].

Una vez más, apetito y saciedad conviven en armonía en este estudio, puesto que los investigadores descubrieron que las mismas neuronas, conocidas como proopiomelanocortinas (POMC) se encargaban de ambas funciones.

Hasta la fecha, se creía (como comentamos un poco más arriba) que este fenómeno estaba directamente relacionado con la activación del receptor cannabinoide CB1R (llamado anteriormente CB1), un conjunto de proteínas que aumentan el apetito en presencia de cannabinoides.

El estudio, publicado en la revista Nature y llevado a cabo por científicos de Australia, Alemania y Estados Unidos, afirma con rotundidad que hay algo más: “Observamos que, en respuesta a la activación del receptor cannabinoide, las neuronas POMC se activaban, y se liberaban tanto anorexígenos (supresores del apetito) como orexigénicos (estimuladores). No nos lo esperábamos. Estábamos haciendo experimentos de control cuando descubrimos este resultado sorprendente”, explica Tamas L. Horvasth, investigador de la Universidad de Yale y jefe de proyecto.

Curiosamente, se creía que las neuronas POMC eran responsables de calmar la sensación de hambre (sin ningún tipo de acritud, cabe señalar que esto es algo que pasa constantemente en el ámbito científico). Este estudio demuestra que las POMC aumentan su actividad cuando entran en contacto con cannabinoides: “Encontramos que las células que reducen el apetito se activan de manera diferente al entrar en contacto con el receptor cannabinoide CB1R. La activación de las neuronas dirigida por el receptor hace que liberen sustancias químicas diferentes a las que normalmente se segregan cuando promueven la saciedad”, afirma Horvasth.

En este caso, he dado con el estudio completo en inglés que podéis consultar o descargar en .PDF aquí: Hypothalamic POMC neurons promote cannabinoid-induced feeding, http://goo.gl/9HtBUZ.

Un estudio publicado en 2014, de nuevo en Nature Nerosciencie, sobre las diversas causas que detonaban la sensación de hambre tras fumar marihuana. En este caso se sostenía que el THC influía en ciertos receptores del cerebro vinculados al olfato. Afirmaron que los ratones se volvían más sensibles al olor de la comida, lo que aumentaba su apetito. El THC activa el receptor cannabinoide en una región del cerebro conocida como bulbo olfatorio.

En el último párrafo de su artículo, SINC afirma que “conocer este inesperado mecanismo podría ser útil para tratar trastornos de la conducta alimentaria”. Esperamos que 13 años después de que se hiciera una afirmación similar en el ámbito científico, sí se puedan destinar fondos a investigaciones que podrían cambiar por completo la vida de millones de personas.

 

[1] Leonor García. (2002). Un grupo de investigadores descubre por qué la marihuana abre el apetito. 28/06/2015, de El País. Sitio web: http://goo.gl/YsJLWy.

[2] Europa Press. (2010). Un estudio desvela por qué el consumo de cannabis aumenta el apetito. 01/07/2015, de La Vanguardia. Sitio web: http://goo.gl/HF8FM5.

[3] María Valerio. (2011). Cannabis para abrir el apetito. 04/07/2015, de El Mundo. Sitio web: http://goo.gl/LuX1VV.

[4] SINC. (2015).  ¿Por qué la marihuana da hambre?. 21/06/2015, de Scientific American. Sitio web: http://goo.gl/Qpxwvr.

Acerca del autor

Xosé F. Barge se licenció en Periodismo en la UPSA. Posteriormente realizó el grado en Humanidades y se especializó en literatura distópica del s. XX. Es el Redactor jefe de Cannabis Magazine y El Cultivador.

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