El ex presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso (Río de Janeiro, 1931), defiende la despenalización del consumo de drogas. Junto con los ex presidentes de México y Colombia Ernesto Zedillo y César Gaviria, respectivamente, sostiene el proyecto de Declaración de Viena, que exige poner fin a la actual estrategia prohibicionista que está causando estragos sociales y fomentando la epidemia del sida.

La declaración se presentará este mes en el congreso internacional sobre sida, que se celebrará en la capital austriaca. Cardoso, integrante de la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, aboga, en una entrevista telefónica, por un cambio radical en la estrategia antidrogas.

Pregunta. Defiende la despenalización del consumo de estupefacientes. Podría haber defendido esta postura cuando fue jefe de Estado.

Respuesta. Yo no era tan consciente como hoy, pero sí tenía la sensación de que había que buscar otro camino. Sigue muriendo gente, el consumo está en expansión y la producción aumenta con ganancias enormes. De acuerdo con los demás signatarios de la declaración de 2009 de la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, estoy convencido de que con la represión no se está disminuyendo el daño, sino aumentándolo. Es el momento de plantear un nuevo enfoque. Es necesaria una estrategia más consistente para disminuir el consumo de estupefacientes.

P. Los defensores de la represión del consumo de drogas argumentan que sustancias legales como el tabaco y el alcohol son las que más víctimas causan. Y que donde el alcohol está prohibido, como en algunos países árabes, el porcentaje de alcohólicos es mínimo.

R. Es una cuestión cultural. Imagínese que en países occidentales se utilizaran métodos tan duros contra quienes beben alcohol, consumen drogas o cometen adulterio. Es inconcebible. Y hay otros países que tienen una noción de la libertad individual muy fuerte, como Holanda. Allí se acepta que el que quiera drogarse, que se drogue. En países como Brasil no sería posible. No podemos dar una receta, pero lo que se está haciendo, la guerra contra las drogas, tampoco funciona.

P. ¿Qué se puede hacer entonces?

R. Lo más importante es abrir un debate y no delegar este difícil asunto a la policía, cerrando los ojos a un problema que está contaminando toda la sociedad y que llega a poner en jaque la democracia. Hay que dar prioridad a disuadir al consumidor para quebrar la cadena. Invertir tanto en combatir la producción no conduce a nada. Fíjese en el caso de Afganistán, donde el cultivo de opio no hace más que expandirse.

P. ¿Aboga también por la legalización de la producción y el comercio de estupefacientes? Despenalizar solo un eslabón de la cadena es contradictorio.

R. Desde el punto de vista político o cultural no lo es. Si legalizamos la producción estamos indicando que es aceptable el uso de la droga, y yo no creo que lo sea. Uno podría preguntarse por qué se acepta la producción del alcohol. Estados Unidos tuvo la experiencia de la prohibición y no resultó. No es un tema sencillo.

P. ¿Qué países aplican modelos acertados?

R. Un modelo positivo se ve en Portugal, donde al drogadicto se le brindan oportunidades de recuperarse, en lugar de sancionarlo. En Brasil el usuario no está condenado a ir a la cárcel, pero la ley no ha sido bien definida y no se sabe bien dónde empieza el consumidor y termina el traficante. Ahora se ha puesto en práctica un sistema de policía pacificadora que en las zonas calientes están contribuyendo mucho a reconocer y proteger a los adictos. Brasil está avanzado. La gente del Gobierno actual, que no es de mi partido, tiene en este tema una posición mucho más acorde a la mía.

P. El contagio de sida por inyección de drogas ha disminuido en Europa Occidental. Tampoco es un tema crucial en el continente americano o africano. Solo está aumentando en Asia Central y Europa Oriental. ¿Por qué tiene tanto peso en el congreso internacional sobre el sida la Declaración de Viena, que reclama un enfoque científico en la estrategia antidrogas?

R. Hay una conexión entre estos dos grandes problemas de salud pública, que coinciden en ser tratados según una mentalidad demasiado autoritaria. No se puede encarcelar a los enfermos de sida, como se hace en EE UU, metiendo en la cárcel a los usuarios de drogas.

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