El análisis de las cifras y los hechos demuestran que el prohibicionismo no ha funcionado y ha causado muchos daños. Debate sobre si ese es el camino para lograr una sociedad libre de drogas.

Para Estados Unidos, el objetivo fundamental de la prohibición del uso de sustancias psicoactivas es lograr la abstinencia, para crear una sociedad libre de drogas. Ello implica eliminar el cultivo, la producción, el procesamiento, el tráfico, la distribución, la comercialización, la financiación, la venta y el uso de un conjunto específico de sustancias psicoactivas declaradas ilegales.

La llamada “guerra contra las drogas” que subyace y sustenta la visión prohibicionista de Estados Unidos ha hecho énfasis, en particular, en el combate a los centros de oferta (cultivo, procesamiento y tráfico) de narcóticos. El principio que lo orienta sostiene que una política punitiva severa contra dichos centros reduce la disponibilidad de drogas en los principales polos de demanda (por medio de la destrucción y la interdicción), eleva el precio final (al hacer más costoso todo el proceso productivo) y evita un aumento en la pureza (al dificultar los procesos de transformación y exportación).

Eso lleva a que los consumidores recurran menos a las drogas o se sientan disuadidos de ingresar en ese mercado de bienes ilícitos caros, de escasa disponibilidad y de baja calidad.

¿Erradicar para qué?

Pues bien, si se analiza la evidencia que proviene del Departamento de Estado de Estados Unidos y de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, toda esa lógica ha probado una vez más ser falaz y estar basada en preconceptos ideológicos.

Un aspecto central de la política ha sido la erradicación de cultivos ilícitos, que en América Latina se ha convertido en una práctica rutinaria. Las estadísticas aquí adjuntas muestran la persistencia y la intensidad de esta política: en 1990, cuando llegaba a su ocaso la Guerra Fría, se erradicaron 23.080 hectáreas de coca, amapola y marihuana; en 2001 -el año de los trágicos ataques terroristas en Estados Unidos- el total fue de 148.401 hectáreas; en 2009 alcanzó a 209.460,8 hectáreas.

Hay que destacar que, ya sea por vía manual o por aspersión aérea, el uso de defoliantes ha sido la característica predominante de la destrucción de los cultivos. El área destruida (unos 28.811 kilómetros cuadrados) en 20 años de erradicación forzada, equivale a cinco veces y media el estado de Delaware en Estados Unidos, o a once veces Luxemburgo, en Europa.

Baja acá, sube allá

Cabe destacar, asimismo, que aunque la producción de cocaína descendió en Colombia durante el último bienio, en el mismo período creció en Bolivia y Perú. Entre estos tres países andinos se mantiene un área cultivada relativamente estable en los últimos años: en 2003 fue de 155.803 hectáreas y en 2009 de 160.809. A su vez, el total de cocaína producida en los Andes fue de 845 toneladas métricas en 1998 y osciló entre 842 y 1.111 toneladas métricas en 2009.

Por otro lado, mientras México pasó de producir 8 toneladas métricas de heroína en 2005 a 38 toneladas métricas en 2008, Estados Unidos se convirtió en el principal productor de marihuana en 2006. En los dos últimos años, las plantaciones de marihuana en Afganistán crecieron significativamente, hasta el punto de convertir a ese país -ya de por sí el más grande emporio global en heroína- en el mayor productor mundial de cannabis.

Más calidad a menor costo

Ahora bien, la disponibilidad de todo tipo de drogas no cambió en Estados Unidos. De hecho, respecto de hace tres lustros, en ese país se consigue hoy una mayor variedad de más pureza. Más aún, en lo que se refiere al precio, el gramo de cocaína pasó de 421 dólares en 1990 a 216 en 2008.

El círculo vicioso

En América Latina, los resultados de la destrucción de cultivos han sido negativos y nocivos.

Negativos, porque de ningún modo se ha afectado el poder de los traficantes ni se han mejorado las condiciones sociales, políticas y económicas en las áreas donde se aplica la erradicación.

Y nocivos, porque han creado un ciclo. Una conjunción particular de factores que incluye: Destrucción de bosques para establecer cultivos ilícitos; transformación de plantaciones tradicionales en otras para la producción de sustancias psicoactivas; presión para erradicación forzada; uso de técnicas de aspersión área y manual con químicos; desarticulación de la economía campesina de sustentación; persecución violenta de pobres rurales (campesinos e indígenas); ausencia de cultivos alternativos realizables en el mercado; presencia esporádica y generalmente represiva del Estado; traslado de plantaciones ilícitas a otras zonas; y reinicio del ciclo.

Todos estos elementos han terminado por generar una situación perversa en la cual, con cada paso y año tras año, se refuerzan los incentivos para continuar con las plantaciones ilícitas.

La eterna tragedia

Es el momento de impugnar con firmeza la “guerra contra las drogas” y concebir nuevas opciones realistas para superar la cuestión de los narcóticos. De lo contrario, el prohibicionismo seguirá adelante con su quimera equívoca de esperar que algún día se produzca en todo sitio y para siempre una sociedad libre de drogas.

Marx sostenía que la historia se repetía dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa. En esta perpetua cruzada contra los narcóticos, la historia resulta eternamente igual: es trágica.

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