Cannabis Magazine 236

112 A principios de la década de 1980, comenzaron a aparecer videoclubs, locales donde se podían alquilar películas para verlas en casa cuando te diera la gana. Esto último supuso la gran revolución en comparación con el cine y la televisión: Poder alquilar por un tiempo limitado una película y verla cuantas veces te diera la gana, pararla, darle hacia atrás y hacia delante… era una novedad inaudita. El fulminante e inmediato éxito de estos negocios acortó aún más la vida de los cines que, en su gran mayoría, cerraron o se reconvirtieron en multisalas para ofertar más variedad de géneros. Posteriormente, se fueron del centro de estos pueblos y ciudades hacia la periferia, al abrigo de los grandes centros comerciales. Yo fui uno de los últimos niños que creció con el cine y la televisión, y para los que la novedad del vídeo fue determinante. En mi pueblo había dos salas que ya funcionaban antes de que yo naciera y a las que, desde muy pequeño, iba a menudo. Lo asumía como una parte más de mi entretenimiento infantil y juvenil junto a los deportes, los juegos, los tebeos y la televisión. Pero en octubre de 1981 todo cambió. En el bajo de un estudio de fotografía se abría al público el primer videoclub de toda la comarca, inaugurándolo como se hacía de aquellas al iniciar un negocio: con pinchos variados, vinito español y bendición del párroco (no es coña). En esa era preinternet toda la información que la muchachada teníamos era de oídas y había que andar muy fino para que no te tragaras las bolas (ahora fake news) que solíamos inventarnos sobre el mundo fuera de nuestras limitadísimas paredes. Así, el patio de recreo del colegio era el mejor lugar para informarte de las novedades que ocurrían en el pueblo (y en el mundo). Ese día solo se hablaba del videoclub. Algunos de nosotros, pocos, ya habíamos oído cosas sobre ellos, pero la gran mayoría era ajena a su existencia y muy escéptica a que se pudiese montar un “cine en casa” con horarios a placer. Se entabló una discusión sobre la veracidad o no de cada una de las gratuitas afirmaciones de unos nerviosos e imberbes niñatos. Las había realistas: las películas venían en cajas y eran parecidas a un casete de música; poco formadas: las cintas ardían como las películas de celuloide; disparatadas: las películas de vídeo las rodaba todas Nardo Bernabé, el dueño del videoclub, con sus familiares y amigos, y surrealistas conspiranoicas: los aparatos de vídeo llevaban micrófonos y cámaras para espiarnos en nuestras casas. En medio de la discusión entre la chavaladaapareció la imponente figura de Kiko Rodríguez, repetidor permanente de 8.º de E. G. B. Alto, fumador de Ducados y abusón oficial del colegio que, con voz grave y pausada Aquellos tiempos “ “EL PATIO DE RECREO DEL COLEGIO ERA EL MEJOR LUGAR PARA INFORMARTE DE LAS NOVEDADES QUE OCURRÍAN EN EL PUEBLO Y EL MUNDO

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