Cannabis Magazine 236

dijo: “En esos sitios hay una habitación privada, oscura y para mayores, donde puedes alquilar una película con tíos y tías follando de verdad, se llaman porno y son la hostia”. A todos se nos paró el cerebro. ¿Follando? Nosotros conocíamos la existencia de películas “para adultos” que en el cine se distinguían por tener clasificación “S” y en televisión poner dos rombos en el lateral superior derecho de la pantalla. Pero eran advertencias de violencia o, en el mejor de los casos, algo de erotismo y destape, como mucho un par de tetas (que no estaba nada mal), pero ¿pornográficas? ¿Follando? ¿De verdad que existían películas de sexo explícito? Tendríamos que averiguarlo, ¡nos iba la vida en ello! De la pandilla de los siete amigos que solíamos quedar en el parque para jugar después de clase tan solo Ramón, el hijo del notario, tenía vídeo en casa y su padre era socio del videoclub. Como era un poco más pardillo que el resto, le convencimos para que se hiciera con el carné de su progenitor y nosotros nos encargaríamos de conseguir las cien pesetas para alquilar nuestra primera película porno. No fue fácil reunir el dinero: tardamos más de una semana ahorrando de nuestras exiguas pagas y, mientras tanto, fuimos trazando nuestro maquiavélico plan: le pedimos a Kiko Rodríguez, el abusón, que fuera quien se encargara de entrar en la parte oscura del videoclub y hacerse con la cinta en cuestión. Al fin y al cabo, tenía cuatro años más que nosotros y, en aquellos días, quince primaveras era ser mayor de edad de facto. Con la película en la mano, nos escaquearíamos los ocho chavales de ir al colegio un viernes por la mañana e iríamos todos a casa del notario a visionar ese documento sexual sobre las artes amatorias del género humano. Luego devolvería Kiko la cinta en cuestión y aquí paz y después gloria. El plan se torció desde el principio: de las cien pesetas que habíamos reunido entre todos, solo nos quedaban veinticinco pues Luis, el depositario de nuestro dinero, se había gastado casi todo en la nueva maquinita de marcianitos de la sala de juegos de su tío Paco. Lo solucionamos enseguida pidiéndole a Ramón que además del carné le robase a su padre cien pesetas: al fin y al cabo, todos sabíamos que era rico solo por firmar con su nombre y así nos sobrarían veinticinco pesetas más para jugar unos futbolines en la de Paco, el tío de Luis. Ya con el dinero y el carné, enviamos a Kiko a adentrarse en el videoclub mientras nosotros, apostados en la calle de enfrente, vigilábamos la realización de nuestro plan con gran excitación (de todo tipo). Al rato salió Kiko, se encendió un cigarrillo en la puerta en plan chulito y mirando hacia nosotros 113 “ ““EN ESOS SITIOS HAY UNA HABITACIÓN PRIVADA, OSCURA Y PARA MAYORES DONDE PUEDES ALQUILAR UNA PELÍCULA CON TÍOS Y TÍAS FOLLANDO”

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