Juan de Cárdenas y Andrés Laguna. El Renacimiento y la brujería por © Isidro Marín Gutiérrez

Juan de Cárdenes fue uno de los médicos que más influyeron en la cultura médica de América durante el siglo XVI. Es el autor de la obra “Problemas y secretos maravillosos de las Indias” publicado en Méjico en 1591 por Pedro de Ochate.

Nació en Constantina, cerca de Sevilla, en 1563. Viajó a América en 1577 en busca de más amplios horizontes y mejores oportunidades; fue alumno de Antonio Rubio “Padre de la Compañía de Jesús”. Consiguió el grado de bachiller en artes en la Real y Pontificia Universidad de Méjico (entre 1578-1580).

Se inscribe en la facultad de medicina y consigue el título en 1584. Trabaja hasta 1588 en el hospital de San Miguel en Guadalajara (Méjico). Para 1590 es ya doctor en medicina.

Su obra

Juan dedicó su vida al estudio de la naturaleza indiana que se ofrecía a su vista. Su obra, Problemas y secretos maravillosos de las Indias, explica a sus compatriotas de la metrópoli todo cuanto en las Indias le parecía novedoso y digno de admiración: la flora, la fauna, el clima, los volcanes, la riqueza, los hombres con sus enfermedades y sus costumbres. El espíritu innovador de Juan de Cárdenas se refleja en este libro que concilia por vez primera gran número de cuestiones dispares, todas nuevas y maravillosas. El propósito de Juan de Cárdenas fue intentar una empresa original, «obligándose a hallar la explicación de tantos fenómenos y sucesos, antes poco o nada conocidos, en las enseñanzas dogmáticas de los sabios antiguos». El volumen se cierra con un glosario de términos indígenas.

La obra está dividida en tres partes, la primera parte son 18 capítulos sobre las propiedades de las tierras americanas; sobre todo la climatología. La segunda parte son 18 capítulos que tratan sobre minerales y plantas. La tercera parte consta de 15 capítulos que tratan de la población, su forma y características y las enfermedades que padecen. El último capítulo de la obra es el que trata sobre las hierbas que pueden producir hechizos. Este fue un tema importante y polémico ya que podía haber sido censurado.

Los médicos indígenas conquistados tuvieron el carácter de curanderos para los españoles, con toda la carga negativa. Sus dioses eran para los españoles demonios.Como ejemplo una mujer indígena en 1538 de Xochimilco, de nombre Ana, curandera, fue acusada de hechicería. Así que la hechicería constituía un delito grave. Cárdenas los llama “grandes ademaneros y alharaquientos” que engañan a pacientes haciéndoles creer que succionando sobre ciertos sitios de su cuerpo les podrían extraer la enfermedad bajo forma de gusano. Cárdenas tenía a la medicina indígena como falsa y “encaminada a embaucar a la gente”. Además afirma: “Acerca de esto oigo decir cada día dos mil cuentos y otras tantas historias, patrañas y vanidades acerca de que hechizaron a uno, y del otro que echó una bolsa de gusanos con el bebedizo o patle que le dieron… También os querrán hacer creyente de que hay hierbas, polvos y raíces que tienen tal propiedad, que con ellas puedan hacer que dos personas se quieran bien o que se aborrezcan; y otras que son bastantes a mudar la condición o a hacer un hombre dichoso o mal afortunado… También creen e imaginan que toman hierbas y bebedizos para adivinar el porvenir (negocio sólo reservado a Dios).

Cárdenas escribirá lo que sabe del tema. Existen hechizos que enferman a la gente manifestándose como bichos, sabandijas, etc… Si son expulsados, esto es el comienzo de la recuperación de la persona. Cárdenas afirma haber visto en una práctica médica a pacientes que expulsaron bolsas de gusanos, un cangrejo, cintas, agujas, etc… Pero no piensa que sea el resultado de un hechizo sino un proceso natural de nuestra alimentación. La comida podrida puede producir seres inferiores en el interior del cuerpo humano y sobre todo en el tuvo digestivo.

Cárdenas afirma que muchos curanderos introducían gusanos en sus bocas y después de chupar al paciente se los enseñaba para hacerles creer que esos bichos eran la enfermedad y los habían echado fuera del cuerpo.

Las plantas

Sin embargo, existían ciertas plantas que si se consumían producían visiones muy reales.Cárdenas intentó comparar las plantas piscoactivas de Europa con las de América. Las europeas son las mencionadas por autores antiguos; las plantas asociadas a la práctica brujeril en América son la madrágora, el beleño, el peyote (lophophora cuiliamsii), el poyomate, el ololiuhqui (turbina corymbosa) y el “piciete” (nicotina rustica).

La idea de Cárdenas era que las plantas no podían llevar los hechizos al interior del cuerpo. Cárdenas lo niega y recalca con ironía que lo que él temería es que le dieran veneno y le despachasen para el otro mundo. Afirma que “ni las hierbas ni los medicamentos pueden hacer obra alguna que exceda y pase el límite de obrar naturalmente…”. Cárdenas afirma que existen medicamentos que dan ganas de comer, que dan “buen color, fuerza en los sentidos y virtud del cuerpo, aumento en toda sustancia, etc…”

Cárdenas afirma que las brujas sabían utilizar las plantas europeas de mil maneras, lo que les permitía abandonar sus cuerpos y recorrer libremente el mundo. Sin embargo, la toma de las plantas americanas hacía que los que las tomaban vieran al demonio y éste les decía entonces las cosas por venir.

A las plantas psicoactivas europeas Cárdenas las califica de “frías” mientras que a las americanas las tilda de “calidísimas y fuertes”. La frialdad de las europeas provoca un sueño profundo “en el cual se representan a la imaginación cien mil especies de cosas diferentes”. Mientras que las plantas americanas calientan el estómago y suben al cerebro “en forma de vapor” y “comienzan a escalentar, perturbar y desordenar los espíritus animales del cuerpo, sacando a un hombre de juicio, como lo hace el vino, el piciete (tabaco) y por concluir, toda hierba y aún bebida y mantenimiento fuerte y vaporoso…”. Cárdenas afirma que gracias a estas sustancias “se ven cosas espantables y horribles” y se puede ver la figura del demonio.

Andrés Laguna

Su interés por saber qué veían las brujas durante sus consumos era compartido por Andrés Laguna (1499-1559) 40 años antes. Andrés Laguna de Segovia (Segovia, 1499 – Guadalajara, 1559) fue médico, farmacólogo, botánico y humanista español. Fue hijo de un médico judeoconverso. Estudió dos años de artes en Salamanca y se trasladó en 1530 a París, donde se graduó en artes y estudió medicina. Se formó también en lenguas clásicas con helenistas y latinistas de prestigio para poder leer en lengua original a Dioscórides. Regresó a España en 1536 y viajó a Inglaterra, viviendo algunos años en los Países Bajos y haciendo herbolarios de todos los lugares a donde iba para comprobar las prescripciones de Dioscórides. Entre 1540 y 1545 residió en Metz, contratado como médico por la ciudad y desde 1545 a 1554 permaneció en Italia, donde la universidad de Bolonia le nombró doctor y le honraron los papas Pablo III y Julio III, alcanzando a ser médico de este último pontífice. Estuvo hospedado en Venecia por el embajador español Diego Hurtado de Mendoza, humanista excelente y propietario de una nutrida biblioteca. Regresó a España a finales de 1557, tras otra larga estancia en los Países Bajos durante tres años; fue médico de Carlos V y Felipe II. Logró de este último que creara el Jardín botánico de Aranjuez. Falleció, seguramente en Guadalajara, en 1559.

Laguna trató temas literarios, históricos, filosóficos, políticos y médicos, como un típico hombre del Renacimiento. Fue la más célebre de sus obras su traducción castellana, con interesantes comentarios y adiciones que doblan el texto original, de la Materia médica de Dioscórides. La obra salió con el título de Annotationes in Dioscoridem Anazarbeum (Lyon, 1554). Laguna comprobó en persona todas las prescripciones de Dioscórides y añadió sus propias observaciones, opiniones y experiencias como botánico y farmacólogo que había experimentado con hierbas recogidas en numerosas zonas de Europa y las costas mediterráneas. Su traducción es clara y precisa y los comentarios constituyen una fuente de primer orden, no sólo para la botánica médica de la época, sino para otras actividades científicas y técnicas. El texto se reimprimió en Amberes en 1555 y se reeditó veintidós veces hasta finales del siglo XVIII; fue mucho más influyente que otras ediciones de Galeno o Teofrasto en el Renacimiento europeo, ya que las prescripciones de Dioscórides tenían un carácter más práctico.

Laguna seguía considerando vigente la teoría de los cuatro humores, pero se mostró escéptico respecto a la alquimia, rechazando cualquier afirmación que no tuviera confirmación empírica. Pese a ello, incluyó información a veces no de primera mano sobre productos americanos, como el antisifilítico guayaco, a veces de forma muy confusa.

Obras originales son Discurso breve sobre la cura y preservación de la peste, donde afirma que “no hay instrumento más apto que el médico para introducir la pestilencia por todas partes” y propone la formación de un cuerpo de médicos especializado en esta enfermedad. Andrés Laguna había tratado a enfermos de peste en el Ducado de Lorena con una infusión realizada a base de Camaleón Blanco, aunque también recomendó el camaleón negro. Recomienda asimismo la aplicación de suero de leche en ayunas, agua con sal y vinagre y prohíbe los baños calientes; siguió practicando la incisión así como el uso de gemas y piedras preciosas.

Este médico de la corte real española se preguntaba sobre cuál era la realidad de la brujería y sobre si eran efectivos los ungüentos usados por las brujas para conferirles poderes sobrenaturales. El mismo Laguna realizó tales ungüentos y los probó untándoselos en las ingles y axilas.

Sus visiones eran la de vuelos. Laguna concluyó que el consumo de estas sustancias provocaba unos humores corporales provocados por la sustancia. Estas plantas provocaban delirios. Así la brujería era un delirio causado por el empleo de ciertas plantas o de sus derivados. La acción de los hechiceros y la intervención del demonio quedaron relegados por las causas naturales.

Michael Harner ha mostrado que las brujas europeas se asociaban popularmente con el empleo de ungüentos mágicos. Antes de viajar por el aire en sus escobas, las brujas “se untaban” con ellos. Uno de los típicos casos citados por Harner es el de una bruja en la Inglaterra del siglo XVII, quien confesó que “antes de ser transportada a las reuniones, untaron sus frentes y sus muñecas con un Aceite que les trae el Espíritu (que huele a crudo)”. Otras brujas inglesas relataban que el “Aceite” tenía un color verdoso y se aplicaba en la frente como una pluma. En los primeros relatos, se dice que la bruja aplica el ungüento a un bastón tras lo cual “galopaba contra viento y marea, cuando y en la forma que le apetecía”. Una fuente del siglo XV citada por Harner relata la unción tanto del palo como del cuerpo: “Untan un bastón y se montan sobre él o se untan bajo los brazos y en otros lugares vellosos”.

Andrés Laguna, cuando trabajaba en Lorraine, describió el descubrimiento del tarro de una bruja “lleno hasta la mitad de un ungüento verde… con el que se untaban […] que estaba compuesto de hierbas frías y soporíferas en grado sumo, que son la cicuta, la hierba mora, el beleño, y la mandrágora”. Laguna logró un bote lleno de este ungüento y lo utilizó para llevar a cabo un experimento con la mujer de un verdugo de Metz. Untó a esta mujer desde la cabeza hasta los pies, tras lo cual “ella se quedó dormida de repente con un sueño tan profundo, con sus ojos abiertos como un conejo […] que no podía imaginar cómo despertarla”. [Cuando fue despertada después de 36 horas, la mujer se quejó:] ¿Por qué me despiertas en este momento tan inoportuno? Estaba rodeada de todos los placeres y deleites del mundo. Entonces sonrió a su marido que estaba allí […] y le dijo: “bribón, sabes que te he puesto los cuernos, y con un amante más joven y mejor que tú”

Tan grande es la fuerza de la imaginación y de la apariencia de las imágenes, que la memoria está casi repleta de este tipo de cosas; y puesto que ellas mismas son muy propensas, por inclinación de la naturaleza, a la creencia, se aferran a las imágenes de tal modo que el mismo espíritu se altera y no piensan en otra cosa durante el día y la noche.

Harner, que ha estudiado el empleo de alucinógenos por los chamanes entre los jíbaros del Perú, cree que el agente alucinógeno activo en los ungüentos de las brujas era la atropina, un poderoso alcaloide descubierto en plantas europeas tales como la mandrágora, el beleño y la belladona. El rasgo más sobresaliente de la atropina es el ser absorbible a través de la piel intacta […] Un grupo de Göttingen, Alemania, relata haber caído en un sueño de 24 horas […] con “viajes excitantes, danzas frenéticas y otras aventuras misteriosas de este tipo relacionadas con orgías medievales”. Otro experimentador que simplemente inhaló los humos del beleño habla de la “sensación loca de que mis pies se volvían más ligeros, se dilataban y se desprendían de mi cuerpo… al mismo tiempo experimenté una sensación embriagadora de volar”.

El empleo del bastón o escoba era indudablemente algo más que un acto simbólico freudiano; servía para aplicar la planta que contenía atropina a las membranas vaginales sensibles, así como para proporcionar la sugestión de cabalgar sobre un corcel, una ilusión típica del viaje de las brujas al aquelarre.

La explicación de la locura de la brujería consiste en que fue en gran parte creada y sostenida por las clases gobernantes como medio de suprimir esta ola de mesianismo cristiano.

No es accidental el que la brujería empezara a tomar un auge creciente junto con violentas protestas mesiánicas contra las injusticias sociales y económicas. El Papa autorizó el empleo de la tortura contra las brujas poco antes de la Reforma protestante, y la locura de la brujería alcanzó su apogeo durante las guerras y revoluciones de los siglos XVI y XVII que pusieron fin a la era de unidad cristiana.

Pero Cárdenassucumbe a la imaginería de la época. Achaca al demonio la capacidad de vuelo de las brujas en sus propias palabras “hay parte de esto en la hierba y parte que sólo se debe atribuir al demonio”. Cárdenas afirma que las propiedades de las plantas eran aprovechadas por el demonio para embriagar a los sujetos que las toman y así perdiesen estos el miedo que de otro modo les influiría con su presencia. La capacidad que tenían las brujas para volverse invisibles, para viajar por el aire, para penetrar en otros cuerpos se debía a las artes malignas del demonio. La hechicería debía ser perseguida, prohibida y castigada por la Iglesia ya que hay pacto con el demonio y no sólo el uso de estas sustancias.

Cárdenas afirma que estas sustancias también se pueden usar para otros motivos distintos a la brujería. También para curar de una enfermedad, pero si se usan para conectar con el diablo, se presentará el diablo.

A modo de conclusión

Cárdenas vivió en pleno siglo XVI entre los dogmatismos e ignorancia y los que estaban dispuestos a escudriñar la naturaleza. Cárdenas no busca ninguna innovación ni descubrir un nuevo orden. Intenta deslindar lo que es magia y ciencia; lo natural y lo sobrenatural. 

Bibliografía

□    “Problemas y secretos maravillosos de las indias” de Juan de Cárdenas. Con la introducción de Xavier Lozoya, México, Academia Nacional de Medicina (1980)

□    Cárdenas, Juan de. “Problemas y secretos maravillosos de la Indias”. Edición de Ángeles Durán. Madrid: Alianza Editorial, 1988.

□    Marvin Harris “Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura”, Alianza Editorial

□    Carlos Viesca Treviño “Hechizos y hierbas mágicas en la obra de Juan de Cárdenas”

http://www.ejournal.unam.mx/historia_novo/ehn09/EHN00904.pdf

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.