“Lo único que hago es sobrevivir”. En las montañas de Kruje, Ilir es uno de los campesinos pobres que hacen de Albania el primer productor europeo de cannabis, y ahora son blanco de una intensa campaña policial.

País de tránsito de la cocaína sudamericana y de la heroína afgana, Albania tiene condiciones climáticas y geográficas ideales para el cultivo de cannabis. Sus montañas son además ciudadelas de difícil control para las fuerzas del orden y sus costas están a menos de 100 km de Italia y del mercado europeo.

Mientras el tráfico está controlado por bandas criminales, los agricultores se dedican al cultivo gracias a lo que un diplomático occidental describe como “una cultura de la desesperación”.

Para Ilir, el cálculo es rápido: dos kilos de cannabis se venden al precio de una tonelada de trigo, es decir, unos 600 euros.

Este campesino de 50 años plantó sus primeras plantas hace un año detrás de su casa, en una parcela rocosa a orillas de un riachuelo difícil de avistar desde los helicópteros de la Guarda di Finanza italiana, que ayuda a la policía albanesa.

“No cometo ningún crimen, la desesperación me hace plantar cannabis”, argumenta Ilir, que había emigrado a Grecia pero tuvo que volver por la crisis económica en el país heleno.

Las autoridades tratan de desalentar a los campesinos con destrucciones masivas y confiscaciones, respondiendo así a la presión internacional sobre este país candidato a ingresar a la Unión Europea (UE).

“Desde enero, la policía efectuó más de 1.252 operaciones”, y “destruyó más de 2,3 millones de plantas de cannabis”, resume el director general de Seguridad Pública, Altin Qato. Cerca de 250 personas fueron detenidas y se busca a un centenar. Unos 8.900 policías fueron movilizados y más de nueve toneladas fueron confiscadas.

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La campaña ha llevado a los cultivadores a retirarse a terrenos de “muy difícil acceso”, explica Qato. Y plantan además una variedad transgénica holandesa: aunque su rendimiento es aleatorio, tiene la ventaja de que su floración es corta, menos de dos meses antes de la cosecha.

Una vez detectan las parcelas, los policías caminan durante horas por terrenos empinados. Buscan indicios escondidos entre la vegetación espinosa. Las bombas y los tubos de irrigación los conducirán hasta las plantas.

Cerca de Kruje, desde un campo en la montaña de Onur, localizan una botella de agua abierta, pan y queso, que ponen en evidencia una partida precipitada.

Este terreno “no pertenece a nadie en los papeles”, explica bajo el anonimato un comandante a cargo de diez policías que acabarán arrancando y quemando 250 cepas. La investigación debería permitir saber “quién está detrás”, agrega.

“Vendemos la cosecha a quien la quiera y no faltan” interesados, explica el padre de Ilir, Xhafer, de 82 años. Prevé su próxima cosecha para dentro de dos semanas si antes no interviene la policía.

Los beneficios de los traficantes son incomparables con los 2.000-5.000 lekes diarios (15 a 35 euros) que cobra un cultivador. El kilo se vende a 200-300 euros en Albania, una suma que se multiplica por diez cuando llega a Grecia o Italia.

En 2014, la policía tomó el control de Lazarat (sur), “el reino del cannabis”. Según un informe italiano, cada año se producían 900 toneladas de cannabis con un valor mercantil por entonces de 4.500 millones de euros, un tercio del PIB albanés.

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La droga se vende sobre todo en Italia, con la participación de la Sacra Corona Unita, el crimen organizado de la región de Apulia, frente a Albania.

La envergadura de semejante tráfico necesita apoyos. Actualmente, una veintena de policías están inculpados y los responsables políticos se acusan entre ellos de connivencia con los traficantes.

La derecha acusa al gobierno socialista de haber hecho de Albania la “Colombia de Europa”, y el primer ministro, Edi Rama, replica que los conservadores nunca actuaron en Lazarat cuando estuvieron en el poder.

El embajador estadounidense, Donald Lu, criticó recientemente a los “políticos que se han beneficiado de sus vínculos con los traficantes”.

Una toma de conciencia parece estar teniendo lugar.

“Estamos determinados a tachar Albania del mapa de tráfico de droga hacia Europa”, afirmó a la AFP el ministro adjunto del Interior, Stefan Cipa.

En su informe anual de junio, los servicios antidroga italianos se felicitaron de un descenso de las confiscaciones en su país, saludando sobre todo “un admirable cambio de actitud de la policía albanesa”.

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Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.