El estudio que encendió todas las alarmas sobre la marihuana y el corazón olvida el impacto real del COVID ¿Ciencia rigurosa o propaganda disfrazada?

Una vez más, el miedo vende. Esta vez, en forma de titulares alarmistas que aparecieron sincronizados en medios de todo el mundo: “La marihuana puede causar infartos, ictus y muerte cardíaca”. Fox News, CNN, cadenas sanitarias y sitios de salud replicaron casi al unísono una misma narrativa: el cannabis, nos dicen ahora, podría estar dañando silenciosamente nuestros corazones.

¿Pero qué hay detrás de esta historia? ¿Qué dice realmente la ciencia, y qué ha decidido no decir?

El origen del nuevo pánico tiene nombre y apellido: un meta-análisis publicado en la revista Heart, firmado por el investigador Storck y su equipo, que analizó 24 estudios sobre cannabis y enfermedades cardiovasculares entre 2016 y 2023. ¿El veredicto? Que consumir marihuana aumenta el riesgo de infarto en un 29%, de ictus en un 20% y de muerte por causas cardíacas en más del doble.

¿Escalofriante? Sin duda. ¿Rigoroso? No tanto.

Porque lo que este estudio ignora no es un detalle menor: es la pandemia global de COVID-19, el mayor suceso médico y cardiovascular del último siglo. Y lo ignora por completo.

El elefante en la sala: COVID, vacunas y un sesgo escandaloso

Entre 2020 y 2023, coincidiendo exactamente con los años que analiza el estudio, el COVID-19 y las vacunas contra el virus generaron una oleada de complicaciones cardíacas documentadas y reconocidas por la comunidad científica. Hablamos de miocarditis, pericarditis, trombos, daños vasculares persistentes y un repunte sin precedentes de muertes cardíacas en adultos jóvenes.

Un solo dato lo resume todo: la revista Nature Medicine publicó que los infectados por COVID tienen un 63% más de riesgo de infarto en el año siguiente al contagio. Otro estudio muestra que los hombres jóvenes vacunados con ARN mensajero tienen una incidencia de miocarditis de hasta 1 entre 5.000. Y sin embargo, el estudio de Storck no menciona nada de esto.

Analiza datos recogidos en plena pandemia, sin controlar si las personas habían pasado el COVID, si estaban vacunadas, ni en qué contexto ocurrió cada evento cardiovascular. Así, atribuye al cannabis lo que en realidad podría deberse —en buena medida— al virus y a su tratamiento.

Desde un punto de vista metodológico, esto no es una simple omisión. Es un error grave que invalida las conclusiones del estudio. Porque si el contexto epidemiológico está alterado por un fenómeno tan masivo como el COVID, cualquier correlación pierde fuerza si no se controla adecuadamente.

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Marihuana y corazón: ¿hay riesgos reales?

Sí, por supuesto. Negar que el cannabis tenga efectos sobre el sistema cardiovascular sería irresponsable. Especialmente en usuarios crónicos, en personas con predisposición genética o con problemas cardíacos previos, el consumo de marihuana —sobre todo fumada— puede tener implicaciones.

Pero decir que la marihuana “provoca infartos” sin distinguir tipo de uso, frecuencia, edad, contexto médico o forma de consumo es sensacionalismo, no ciencia.

De hecho, el propio estudio reconoce que solo 4 de los 24 trabajos analizados recopilaron datos sobre dosis, frecuencia o potencia del cannabis. La mayoría se basa en respuestas vagas como “uso actual” o “positivo en un test”, sin saber si se trata de alguien que fuma a diario o de quien dio una calada hace semanas.

Así, en la misma categoría de “usuarios” se incluyen consumidores ocasionales, terapéuticos, habituales, de cannabis fumado o ingerido, con productos de 5% o 90% de THC. Una amalgama imposible de interpretar con rigor científico.

Además, el estudio no distingue entre marihuana natural, extractos concentrados o cannabinoides sintéticos, cuya toxicidad y efectos son muy distintos. Y aún así, lanza conclusiones categóricas como si todo fuera lo mismo.

¿Casualidad o campaña?

El patrón se repite. Cada vez que crece el apoyo popular a la legalización, o cuando se acercan reformas políticas clave (como el acceso al sistema bancario legal en EE.UU. o nuevas regulaciones estatales), aparece algún estudio que reaviva el miedo.

Y no solo aparece. Es amplificado por medios generalistas, con titulares homogéneos, lenguaje dramático y ausencia casi total de análisis crítico. ¿Coincidencia? Lo dudamos.

La industria farmacéutica, que sigue viendo al cannabis como un competidor natural, invierte miles de millones al año en marketing médico, formación de profesionales sanitarios, publicaciones científicas y publicidad en medios. No es raro que, en este ecosistema, ciertos estudios consigan mayor visibilidad que otros más completos o críticos.

La salud cardiovascular: más allá del cannabis

La evidencia acumulada hasta ahora muestra que el cannabis, aunque no inocuo, tiene un perfil de riesgo mucho menor que otras sustancias legales como el tabaco o el alcohol.

El tabaco mata a más de 400.000 personas al año en EE.UU., la mayoría por enfermedades cardíacas. El alcohol se cobra otras 95.000 vidas anuales, también con una importante carga cardiovascular. ¿Y el cannabis? No se ha documentado ningún caso de muerte por sobredosis. Ni uno.

Entonces, ¿por qué tanto escándalo con el cannabis? La respuesta está en la política, no en la medicina.

El contexto histórico no cuadra

Según los propios datos de salud pública de EE.UU., las muertes por enfermedad cardíaca habían caído un 60% entre 1950 y 2010, y siguieron bajando hasta 2019. Todo esto ocurrió mientras el uso de cannabis crecía. ¿Cómo se explica entonces que el estudio atribuya a la marihuana un repunte que coincide, exactamente, con el inicio de la pandemia?

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Las cifras cantan: los ingresos por infarto en adultos jóvenes crecieron un 30% entre 2020 y 2023. Las tasas de ictus también aumentaron. Las compañías aseguradoras reportaron un exceso de mortalidad del 40% en adultos en edad laboral durante ese periodo. El cambio de tendencia no coincide con la legalización del cannabis, sino con el COVID.

Además, estados como Colorado o Washington, con años de legalización, no han registrado un aumento superior de eventos cardíacos respecto a otros estados sin acceso legal. Si la marihuana fuera la causa, esto debería verse reflejado territorialmente. No ocurre.

La conclusión pegajosa: más rigor, menos ruido

No se trata de negar los riesgos del cannabis. Ni de ocultar que, como toda sustancia con efectos fisiológicos, debe usarse con responsabilidad. Se trata de exigir que la ciencia sea rigurosa, que los estudios se contextualicen y que los medios no participen, consciente o inconscientemente, en campañas de miedo.

El meta-análisis de Storck no prueba que la marihuana cause infartos. Prueba que, si se ignoran los factores de confusión como el COVID y se agrupan usuarios de forma indiscriminada, se puede fabricar una alarma.

La verdadera ciencia pide matices, controles, explicaciones. Lo contrario es propaganda.

Los usuarios de cannabis deben cuidar su salud como cualquier ciudadano: evitar el consumo excesivo, mantenerse activos, controlar su presión arterial, consultar a médicos informados. Pero no deben dejarse llevar por campañas de terror mediático mal fundamentadas.

Hasta que los estudios incluyan adecuadamente el impacto del COVID y de sus vacunas, cualquier análisis que atribuya los eventos cardiovasculares de estos años al cannabis debe ser tomado con extrema cautela.

Porque si el elefante está en la habitación y nadie lo menciona, lo que tenemos delante no es ciencia. Es teatro.

Acerca del autor

Justin Vivero

Escritor especializado en cannabis  y residente en Miami, combina su pasión por la planta con la vibrante energía de la ciudad, ofreciendo perspectivas únicas y actualizadas en sus artículos.