Verónica Garrido tiene 36 años, y hace 13 es madre de Joaquín
Cuando Joaquín tenía sólo 3 meses de vida, Verónica recibió un balde de agua fría: en un examen de rutina Joaquín fue diagnosticado con Neurofibromatosis, enfermedad genética producida por una falla del cromosoma 17, que produce la aparición de múltiples tumores en distintos órganos del cuerpo.

“Desde ahí, Joaquín siempre estuvo en constante monitoreo y estudios. Le han hecho miles de resonancias, scanner, controles y visitas periódicas a diversos especialistas”, comenta Garrido. Como los tumores pueden salir en cualquier parte del cuerpo, Joaquín debe visitar a médicos de varias especialidades. “Finalmente, hay que entender que a Joaquín, en cualquier momento, le puede salir un tumor en el pie, en la boca o en la cabeza”, sostiene su madre.

A partir del momento en que Verónica se enteró del problema de su hijo, comenzó una etapa de investigación y estudio. “Empecé a leer mucho sobre la Neurofibromatosis, porque me preocupé mucho”, asegura. Pero también, Verónica aprendió a tener otro estilo de vida: “ya mis planes no son a largo plazo, prefiero vivir el día a día, porque en cualquier momento a Joaquín le puede pasar algo y los planes cambiarían radicalmente”, indica.

Y no pasó nada hasta octubre de 2014, cuando Joaquín tenía 11 años. En uno de sus tantos exámenes de rutina, una resonancia magnética salió alterada. ¿El diagnóstico? Joaquín presentaba un glioma en el nervio óptico, y tenía que partir, cuanto antes, con quimioterapia.

Garrido llevó a Joaquín a diversos especialistas, como un oncólogo y un neurocirujano, y fue este último quien le señaló que no se podía operar. “Sacar el glioma significaba dejarlo ciego, igual que la radioterapia”, recuerda Verónica.
“Cambió todo”, asegura Garrido. A partir de ese momento, Joaquín abandonó el colegio mientras durara la quimioterapia. “Afortunadamente, nunca sintió dolor”, comenta. Pero el dolor fue para la madre: “empecé a vivir el miedo constante de que mi hijo muriera; fue el peor momento de mi vida”, sostiene Verónica.

La vida cambió, Verónica supo lo que era una quimioterapia, y preparó a Joaquín. En ese intertanto, Verónica leyó sobre una mujer que tenía a su hija con Neurofibromatosis, que tenía un tumor parecido a Joaquín. “La historia de la niña tenía mucho sufrimiento de por medio, y yo no quería que Joaquín sufriera como esa niña”, esgrime Verónica.

Primeros efectos

Fue a fines de 2014 que la quimioterapia de Joaquín comenzó. 18 meses de tratamiento con una sesión semanal en principio parecía agotador. Pero el problema llegó con la segunda sesión. “Joaquín quedó muy mal después de la segunda sesión. Mal de su guatita, y quedó con fecalomas, dolores neuropáticos, le dolían todas las extremidades, comenzó con vómitos, no comía; bajó 15 kilos”, cuenta, sosteniendo que tuvieron que suspenderle la terapia.

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Fecaloma es una acumulación de fecas endurecidas, que obstruyen el recto. “Debido a eso, pasaron cerca de 20 días en que Joaquín no pudo pasar al baño, lo que hacía que se sintiera pésimo y tuviera mucho dolor, lo que muchas veces hay que operar”, sostiene Verónica.

Búsqueda del alivio

“A Joaquín le di laxantes, le hicieron lavados estomacales y nada, seguía sin pasar al baño”, recuerda Garrido.

Cuando Verónica ya comenzaba a desesperarse porque sólo buscaba una manera de aliviarlo, una amiga le contó sobre el cannabis. “Estaba desesperada, en la fase en que uno intenta todo, por lo que no tuve ni tiempo de cuestionarme el hecho de tratar con cannabis a Joaquín”, sostiene Garrido.

Fue ahí cuando su amiga la contactó con una persona y llegó a tener el teléfono de la Directora Ejecutiva de Fundación Daya, Ana María Gazmuri.

“Ana María apareció en el momento preciso en mi vida. Me comentó que tenía que tener cogollos de cannabis y que con eso ella me ayudaría, enseñándome a hacer macerado”, cuenta.

“En esos días, antes de conseguirme los cogollo, apareció una persona que me regaló un frasco de aceite de cannabis”, agrega.

El cambio

El mismo día que le regalaron el aceite a Verónica, le dio 10 gotas a Joaquín. “Por primera vez en 20 días, Joaquín durmió toda la noche”, recuerda.

Joaquín de tener su cara desfigurada por el dolor, después de recibir las gotas pasó 5 veces al baño y comenzó el alivio. “El cannabis para mí fue una bendición, la bendición más grande que me pudo pasar”, asegura.

Gracias al cannabis, Joaquín pudo seguir su quimioterapia. “Como a la segunda sesión mi hijo no aguantó, le habían suspendido la terapia, y gracias al cannabis pudo combatir los efectos secundarios”, sostiene.

Había sido la oncóloga la que decidió suspender la quimioterapia de Joaquín. “Cuando le hablé a la oncóloga del aceite de cannabis, me confesó que de no haberle dado, Joaquín no habría podido seguir con el tratamiento”, indica, y agrega que “el caso era tan grave que habían tres opciones: quimioterapia, ceguera o muerte. El cannabis hizo que mi hijo hoy por hoy esté vivo y bien y tenga la esperanza de recuperarse del glioma”, dice emocionada.

Además, Verónica no sólo usa el cannabis para seguir con la quimioterapia, “sino también por sus propiedades antitumorales”, cuenta.

El cannabis también tuvo un beneficio social: Joaquín ahora lleva una vida prácticamente normal, y volvió al colegio.

Reacción familiar

La mamá de Verónica y su actual pareja son ambos uniformados. Es más, el marido de su madre trabaja en el OS7 de Carabineros.

“Hubo un cambio de paradigma total en la familia. Vieron el cambio impresionante de Joaquín y no pudieron decirme nada en contra”, asegura Garrido.

Sin embargo, no fue fácil: “fue cambiando de a poco sus visiones acerca de la planta. Ahora los dos hablan bien del cannabis, tuvieron un cambio de mentalidad y ahora saben que hace bien para la salud”, sostiene.

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Activismo

A fines de enero de 2015, Joaquín tuvo un descanso de la quimioterapia y Verónica decidió ir a Punta Arenas a visitar a su familia.

Fue ahí donde conoció la realidad del Hospital de Punta Arenas, la que encontró muy buena y con una atención personalizada. Esto hizo que Verónica tomara la decisión de dejar su vida en la capital para erradicarse en Magallanes.

“Cuando decidí irme, pasé a despedirme de muchas personas en Santiago. Pasé a la Fundación Daya a despedirme de Ana María y a darle las gracias y ella me contó que mucha gente necesitaba ayuda e información en Punta Arenas, que sería bueno ayudar allá”, cuenta

Ahí nació Fundación Daya Punta Arenas, con Verónica como representante. “No le pude decir que no. La verdad es que era algo impensado para mí, pero me sirvió para ayudar al resto, así como también me empoderé en mi papel de mujer y mamá”, asegura, y agrega que “empoderé a otras personas; antes de llegar allá, nadie se hubiera atrevido siquiera a hablar públicamente a favor del cannabis, todo se hacía a escondidas, con miedo a dar la cara”.

La creación de la fundación en Magallanes sirvió para derribar muchos prejuicios y la gente comenzó a perder el miedo y a dar la cara, según Verónica.

“Hicimos un llamado a través de las redes sociales y llegaron muchos interesados, y ahora ya tenemos un equipo sólido con mucho trabajo de charlas, talleres, y otros”.

Mensaje

Ante toda la historia de Verónica y Joaquín, Garrido señala que “el miedo es lo peor, y hay que perderlo”.

“A los padres que están en situaciones similares que yo, les diría que estudien el tema, que se informen, que se empoderen, y así puedan decidir. En mi caso, Joaquín gracias al cannabis pudo seguir con la quimioterapia y quizás sin eso la historia hubiese sido diferente”, puntualiza.

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Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.