© Isidro Marín Gutiérrez | Ilustraciones: Laura Fernández Vadillo
Es una obra específica sobre su experiencia con el hachís, tenemos que recordad que una dosis de hachís era consumida por vía oral y eran 15 gramos como mínimo, y sobre lo que se sabía del hachís en el siglo XIX. En sus paraísos artificiales (1860) Baudelaire admite que mucha de su información había sido de amigos que habían tomado hachís durante mucho tiempo; también de los escritos de Silvestre de Sacy y de la Enciclopedia General de Farmacia Práctica y del Manual del Farmacéutico Durvault. Explica cómo del cáñamo francés no es posible hacer hachís pero sí el de Egipto o la India; también habla de los usos y costumbres tanto en Europa como en los países árabes y habla de un modo de preparación del hachís llamado dawamesk que se toman entre 15 y 30 gramos de una sola toma envuelto en una oblea o disuelto en una taza de café y hay que tomarlo en ayunas ya que si no los efectos no se producen (Baudelaire, 1994:249-250).
Los paraísos artificiales están divididos en dos partes. La primera parte son poemas del Baudelaire sobre el hachís y la segunda parte son traducciones sobre las confesiones de un comedor de opio de Quincey. La inclusión de estos dos trabajos en uno fue porque, para Baudelaire, los efectos de ambas drogas son similares. De hecho, a veces, es imposible saber si lo que está escribiendo en sus poemas al hachís se refiere al hachís o al opio. No obstante, aparte de las recriminaciones amargas expresadas al final del ensayo, los Paraísos Artificiales son excelentes en su descripción de las experiencias con el hachís (Gaultier, 1890:100-101).
La introducción
La introducción a El poema del haschisch se titula “El gusto por lo infinito”. Baudelaire piensa que, desde el principio de los tiempos y en todas las culturas, el hombre ha buscado huir del espacio fangoso y chato de lo cotidiano.
Baudelaire empieza su discurso refutando la noción de que el hachís transforma y cambia a las personas en otras completamente diferentes. Baudelaire afirma que uno encontrará en el hachís nada más que una exageración de la persona (si es lista, el hachís le hará más listo, si es gracioso más gracioso, si es un valiente más valiente y si es un cobarde más cobarde). El hachís hará que la persona se comporte fiel a si mismo (e intensifique así sus sentimientos). Nada produce el hachís que no estuviera en el sujeto que lo consume “el hachís no revela al individuo nada que no sea él mismo” (Baudelaire, 1994: 117) o “El hachís es impropio para la acción, no hace más que potenciar desmesuradamente la personalidad humana en la situación concreta en la que se encuentra” (Baudelaire, 1994:251). Estamos ante la misma persona pero elevada a su máxima potencia (Baudelaire, 1994:24).
Explica el modo de consumo: disolver el extracto en una taza de café y tomarlo con el estómago vacío. Es necesario estar ocioso total, no tener que cumplir ningún deber que exija puntualidad y exactitud. Tampoco hay que tener problemas familiares o mal de amores. Consumirlo en un lugar pintoresco (en una bella estancia o en bello paisaje) y con un poco de música (qué curioso que ya a mediados del siglo XIX se exprese ese gusto por la música de los consumidores de cannabis) (Baudelaire, 1994:78) y también es importante estar acompañado de “cómplices con facultades intelectuales similares a las vuestras” (Baudelaire, 1994:251).
Las fases del consumidor de hachís
El usuario de hachís pasa por tres fases sucesivas, según su consumo:
1º) Viene bastante despacio, casi imperceptible. Baudelaire aconseja a los consumidores novatos que no se impacienten ya que podría acabar en ansiedad (Baudelaire, 1994: 79). Una indicación de que el hachís comienza a surtir efecto es cuando el usuario tiene una risa ingobernable. Los comentarios triviales asumen un nuevo significado. Las palabras incongruentes, los juegos de palabras, las situaciones ridículas, etc… (Baudelaire, 1994:251). Todo es característico de la alegría provocada por el hachís: “Vuestras locuras y carcajadas parecen sumamente estúpidas a todo el que no se encuentra en vuestro mismo estado (Baudelaire, 1994:252). Una segunda indicación de que el hachís hace efecto es la incapacidad para mantener una única línea de pensamiento, se entrecruzan rápidamente las ideas, de forma desarticulada, fragmentada o aislada. Las conversaciones no se pueden mantener. Primero la risa incontenible, en la que empiezan a acelerarse las relaciones de ideas y uno establece cierta complicidad con sus compañeros de viaje, muchas veces ficticia, de la que se deriva un sentimiento de superioridad grupal. Aparece también otro de los rasgos comunes en esta fase, “una benevolencia blanda, perezosa, muda, que se deriva del reblandecimiento de los nervios”.
En esta fase se caen las caretas de las buenas formas sociales, aparecen las carcajadas hirientes, dirigidas contra quienes no han consumido hachís (Baudelaire, 1994:38). La diversión se constituye en la auténtica enemiga de la moral. Para Baudelaire la risa es: “satánica y por tanto profundamente humana. En el hombre es la consecuencia de la idea de su propia superioridad; y, en efecto, como la risa es esencialmente humana, es esencialmente contradictoria, es decir, signo a la vez de una grandeza infinita y de una infinita miseria, miseria infinita con relación al Ser Absoluto de quien posee el concepto, grandeza infinita con relación a los animales. La risa se origina en el perpetuo choque de esos dos infinitos” (Baudelaire, 1994:39). También puede producirse todo lo contrario, terror (Baudelaire, 1994:82).
2º) Fase de intoxicación caracterizado por un sentimiento de frialdad en las extremidades y gran debilidad física. Hay un momento de estupor y estupefacción. Percepción de boca reseca y una sed increíble. Se aumenta la percepción sensorial (“vuestros ojos se agrandan por un éxtasis implacable… vuestro rostro se inunda de palidez…de cuando en cuando, una sacudida os atraviesa… los labios se contraen y se hunden en la boca… el paladar se reseca y produce una sed”). Los sonidos tienen colores y los colores tienen sonidos (“los ojos atisban el infinito, el oído distingue sonidos casi imperceptibles en medio del mayor tumulto”) (Baudelaire, 1994:87,253). Es ahora cuando empiezan a verse (“empiezan las alucinaciones. Lenta y sucesivamente, los objetos externos adquieren singulares apariencias, deformándose y transformándose”) y oírse cosas que no están allí, es una alucinación progresiva gracias a la imaginación del consumidor (Baudelaire, 1994:84-85, 90).
La personalidad desaparece, a veces ocurre que en la contemplación alucinada de los objetos externos uno acaba olvidando la propia identidad (“primero prestáis al árbol vuestras pasiones (…) y pronto sois vosotros mismos el árbol”); también las pinturas cobran vida y el agua adquiere un encanto terrible en personas con temperamento artístico (los arroyos, las cascadas, el mar, las fuentes, etc…) (Baudelaire, 1994:89, 254).
Inevitablemente el tiempo lineal desaparece y sólo existe el psicológico (“ésta interminable fantasía sólo ha durado un minuto (…) diríase estar viviendo varias vidas humanas en el espacio de una hora”) (Baudelaire, 1994: 90) o “La eternidad dura un minuto” (Baudelaire, 1994:253). Baudelaire concluye que, en este momento, “No hay ya ecuación entre los órganos y los placeres; y es principalmente de esta consideración de donde surge la censura aplicable a ese peligroso ejercicio en el que la libertad desaparece”. En medio de todo se dan “calmas engañosas” (se siguen produciendo momentos de descanso y luego recaes nuevamente en ellas) (Baudelaire, 1994: 91) en las que sobreviene lo que hoy llaman hipoglucemia y que siempre ha sido un hambre voraz (Baudelaire, 1994:95). Aparece el apetito que: “se despierta con deseo voraz; también en ésas será preciso que apliquéis toda vuestra voluntad para mover una botella, un cuchillo o un tenedor” (Fuente del Pilar, 1999:75)
3º) Fase final marcada por un sentimiento de calma. El tiempo y el espacio no tienen ningún significado (Baudelaire, 1994: 94). Hay un sentimiento como que uno ha transcendido la materia. Llega entonces la alucinación moral “estado de beatitud sosegado e inmóvil, de una resignación gloriosa”. Sentimiento de deidad “El hombre ha ascendido hasta convertirse en un Dios” (Baudelaire, 1994: 95, 256). La “crisis definitiva” es un estado que los orientales llaman kief (la absoluta felicidad). Todos los problemas filosóficos están resueltos. Hace mucho que uno no es dueño de sí mismo, pero tampoco le importa. Continúan las espléndidas visiones pero no hay vértigo ni turbulencia ni miedos. Existe el miedo a apenar a alguien, tendencia a no preocupar a los demás (Baudelaire, 1994:256). Pero también se puede desencadenar el libertinaje más desenfrenado o puede ir unido a “un sentimiento paternal ardiente y afectuoso” (Baudelaire, 1994: 256).
Al día siguiente, cansancio de siglos, languidez y dispersión: “Habéis esparcido vuestra personalidad a los cuatro vientos del cielo y, ahora, ¡cuánto esfuerzo para reunirla y concentrarla!”.
Los efectos negativos del hachís son las ganas de llorar, la imposibilidad de realizar un trabajo continuado y la voluntad se pierde (Baudelaire, 1994: 113).
Segunda parte de Los paraísos artificiales
En la segunda parte de la obra, Un comedor de opio, es una glosa inteligente de la famosísima obra de Thomas De Quincey, Confesiones de un inglés comedor de opio. Se había publicado en 1822 con un éxito fulminante (no en vano los sábados por la tarde las farmacias de Manchester vendían cientos de dosis de laúdano). La obra refleja una actitud ambivalente hacia esta droga, “cadena inexorable, llave del Paraíso”. Lógico en un hombre que empezó a consumir para aliviar unos insufribles dolores de estómago y que estuvo enganchado veinte años. Lo suyo con el opio fue una auténtica pasión intelectual y física de la que nunca logró prescindir del todo. La literaturización de las visiones que le provocaba, llenas de imaginería oriental, cuajó en una prosa rítmica y retórica que fue el punto de partida que seguirían Gautier, Baudelaire y, ya en el siglo XX, Henry Michaux, entre otros. A Henry Michaux (1899-1984) el cannabis le indujo alucinaciones semejantes a los éxtasis religiosos de los santos.
Baudelaire concluye su ensayo con un capítulo “moral”; declara que no hay ninguna consecuencia física peligrosa por el consumo de hachís, aunque sí daña a la voluntad (Baudelaire, 1994:261). Aunque el hachís aumenta la creatividad y eleva la imaginación, el usuario que confía en el hachís para la inspiración puede hacerse su prisionero, incapaz de pensar de manera creadora a menos que esté bajo los efectos del hachís. Baudelaire afirma que “esta droga no produce ni ciudadanos ni guerreros. Si a un gobierno le interesa corromper a sus gobernados, les bastaría con fomentar el consumo de hachís” (Baudelaire, 1994:261).
Afirma Baudelaire que “el opiómano es un apacible seductor y el consumidor de hachís es un demonio desordenado. Con el hachís se reclutan y esclavizan a la deplorable humanidad, es una de sus encarnaciones (el mal)” (Baudelaire, 1994:100) “el hachís es más vehemente, más enemigo de la vida regular que el opio, mucho más perturbador” (Baudelaire, 1994:99).
Con respecto al sexo no da más potencia sexual sino emoción, sensualidad y susceptibilidad: “una ligera caricia, un apretón de manos puede considerarlo el consumidor en el sumun de la felicidad” (Baudelaire, 1994:106)
Prefiere el uso de opio (tomaba láudano) y en su obra Las flores del mal arremete contra el cáñamo realizando un alegato a favor del vino (Baudelaire, 1994:262):
“El vino exalta la voluntad, el hachís la aniquila: El vino es un soporte físico, el hachís es un arma para el suicidio. El vino convierte en bueno y sociable. El hachís es aislador. El uno, por así decirlo, es laborioso, el otro es esencialmente perezoso. En efecto, ¿Para qué trabajar, imaginar, escribir, fabricar lo que sea, cuando uno puede conseguir el paraíso de golpe? En fin, el vino es para el pueblo trabajador, que se merece beberlo. El hachís pertenece a esa clase de goces solitarios que están hechos para ociosos miserables. El vino es útil, pues produce resultados fructíferos. El hachís es inútil y peligroso”.
“El hachís posee una naturaleza antisocial, mientras que el vino es profundamente humano y hasta diría que un personaje de acción” (Fuente del Pilar, 1999: 65)
Baudelaire planteó una condena del hachís que funcionaría como un foco magnético de atracción, intrigando a todos los disconformes con la idea del paraíso prohibido. Promocionó esa droga como nadie lo había hecho hasta entonces (Escohotado, 1999:588). Fue este el primer alegato que utilizaron los prohibicionistas del siglo XX y algunos contertulios y articulistas españoles del siglo XXI que jamás han leído realmente la obra magnífica de Baudelaire. El artículo de opinión de Eulalia Solé (socióloga y escritora) en La Vanguardia titulado “La inocencia del cannabis. Dar por sentada la inocuidad del cannabis es un error del que Baudelaire dejó constancia” del 27/07/2001 es un claro ejemplo de lo que digo. Ella escribe: “Dar por sentada la inocuidad del cannabis es un error del que Baudelaire, adicto al hachís, dejó constancia en su libro Los paraísos artificiales. El autor francés advierte que “es la voluntad la que es atacada, y éste es el órgano más precioso. Ante todo es necesario vivir y trabajar. El hachís es un arma para el suicidio. El hachís aísla, es inútil y peligroso”. Sacar palabras de su contexto sí que es peligroso Eulalia.
Bibliografía
· Baudelaire, C. (1981). Los paraísos artificiales, (Trad. Emilio Olcina), Fontamara, Barcelona
· Baudelaire, C. (1985). Un comedor de opio o los fantasmas de Thomas de Quincey, Tusquets Editores, Barcelona
· Baudelaire, C. (1994). Los paraísos artificiales- El vino y el hachís-La Fanfarlo. M. E. Editores S.L., Madrid
· Baudelaire, C. (1998). Las flores del mal. Edicomunicaciones, Barcelona
· Escohotado, A. (1999). Historia general de las drogas, Espasa Forum, Madrid
· Fuentes del Pilar, J.J. (1999). El club del hachís. Miraguano Ediciones. Madrid
La obra cumbre de Baudelaire: Los Paraísos artificiales
© Isidro Marín Gutiérrez
Ilustraciones: Laura Fernández Vadillo
Es una obra específica sobre su experiencia con el hachís, tenemos que recordad que una dosis de hachís era consumida por vía oral y eran 15 gramos como mínimo, y sobre lo que se sabía del hachís en el siglo XIX. En sus paraísos artificiales (1860) Baudelaire admite que mucha de su información había sido de amigos que habían tomado hachís durante mucho tiempo; también de los escritos de Silvestre de Sacy y de la Enciclopedia General de Farmacia Práctica y del Manual del Farmacéutico Durvault. Explica cómo del cáñamo francés no es posible hacer hachís pero sí el de Egipto o la India; también habla de los usos y costumbres tanto en Europa como en los países árabes y habla de un modo de preparación del hachís llamado dawamesk que se toman entre 15 y 30 gramos de una sola toma envuelto en una oblea o disuelto en una taza de café y hay que tomarlo en ayunas ya que si no los efectos no se producen (Baudelaire, 1994:249-250).
Los paraísos artificiales están divididos en dos partes. La primera parte son poemas del Baudelaire sobre el hachís y la segunda parte son traducciones sobre las confesiones de un comedor de opio de Quincey. La inclusión de estos dos trabajos en uno fue porque, para Baudelaire, los efectos de ambas drogas son similares. De hecho, a veces, es imposible saber si lo que está escribiendo en sus poemas al hachís se refiere al hachís o al opio. No obstante, aparte de las recriminaciones amargas expresadas al final del ensayo, los Paraísos Artificiales son excelentes en su descripción de las experiencias con el hachís (Gaultier, 1890:100-101).
La introducción
La introducción a El poema del haschisch se titula “El gusto por lo infinito”. Baudelaire piensa que, desde el principio de los tiempos y en todas las culturas, el hombre ha buscado huir del espacio fangoso y chato de lo cotidiano.
Baudelaire empieza su discurso refutando la noción de que el hachís transforma y cambia a las personas en otras completamente diferentes. Baudelaire afirma que uno encontrará en el hachís nada más que una exageración de la persona (si es lista, el hachís le hará más listo, si es gracioso más gracioso, si es un valiente más valiente y si es un cobarde más cobarde). El hachís hará que la persona se comporte fiel a si mismo (e intensifique así sus sentimientos). Nada produce el hachís que no estuviera en el sujeto que lo consume “el hachís no revela al individuo nada que no sea él mismo” (Baudelaire, 1994: 117) o “El hachís es impropio para la acción, no hace más que potenciar desmesuradamente la personalidad humana en la situación concreta en la que se encuentra” (Baudelaire, 1994:251). Estamos ante la misma persona pero elevada a su máxima potencia (Baudelaire, 1994:24).
Explica el modo de consumo: disolver el extracto en una taza de café y tomarlo con el estómago vacío. Es necesario estar ocioso total, no tener que cumplir ningún deber que exija puntualidad y exactitud. Tampoco hay que tener problemas familiares o mal de amores. Consumirlo en un lugar pintoresco (en una bella estancia o en bello paisaje) y con un poco de música (qué curioso que ya a mediados del siglo XIX se exprese ese gusto por la música de los consumidores de cannabis) (Baudelaire, 1994:78) y también es importante estar acompañado de “cómplices con facultades intelectuales similares a las vuestras” (Baudelaire, 1994:251).
Las fases del consumidor de hachís
El usuario de hachís pasa por tres fases sucesivas, según su consumo:
1º) Viene bastante despacio, casi imperceptible. Baudelaire aconseja a los consumidores novatos que no se impacienten ya que podría acabar en ansiedad (Baudelaire, 1994: 79). Una indicación de que el hachís comienza a surtir efecto es cuando el usuario tiene una risa ingobernable. Los comentarios triviales asumen un nuevo significado. Las palabras incongruentes, los juegos de palabras, las situaciones ridículas, etc… (Baudelaire, 1994:251). Todo es característico de la alegría provocada por el hachís: “Vuestras locuras y carcajadas parecen sumamente estúpidas a todo el que no se encuentra en vuestro mismo estado (Baudelaire, 1994:252). Una segunda indicación de que el hachís hace efecto es la incapacidad para mantener una única línea de pensamiento, se entrecruzan rápidamente las ideas, de forma desarticulada, fragmentada o aislada. Las conversaciones no se pueden mantener. Primero la risa incontenible, en la que empiezan a acelerarse las relaciones de ideas y uno establece cierta complicidad con sus compañeros de viaje, muchas veces ficticia, de la que se deriva un sentimiento de superioridad grupal. Aparece también otro de los rasgos comunes en esta fase, “una benevolencia blanda, perezosa, muda, que se deriva del reblandecimiento de los nervios”.
En esta fase se caen las caretas de las buenas formas sociales, aparecen las carcajadas hirientes, dirigidas contra quienes no han consumido hachís (Baudelaire, 1994:38). La diversión se constituye en la auténtica enemiga de la moral. Para Baudelaire la risa es: “satánica y por tanto profundamente humana. En el hombre es la consecuencia de la idea de su propia superioridad; y, en efecto, como la risa es esencialmente humana, es esencialmente contradictoria, es decir, signo a la vez de una grandeza infinita y de una infinita miseria, miseria infinita con relación al Ser Absoluto de quien posee el concepto, grandeza infinita con relación a los animales. La risa se origina en el perpetuo choque de esos dos infinitos” (Baudelaire, 1994:39). También puede producirse todo lo contrario, terror (Baudelaire, 1994:82).
2º) Fase de intoxicación caracterizado por un sentimiento de frialdad en las extremidades y gran debilidad física. Hay un momento de estupor y estupefacción. Percepción de boca reseca y una sed increíble. Se aumenta la percepción sensorial (“vuestros ojos se agrandan por un éxtasis implacable… vuestro rostro se inunda de palidez…de cuando en cuando, una sacudida os atraviesa… los labios se contraen y se hunden en la boca… el paladar se reseca y produce una sed”). Los sonidos tienen colores y los colores tienen sonidos (“los ojos atisban el infinito, el oído distingue sonidos casi imperceptibles en medio del mayor tumulto”) (Baudelaire, 1994:87,253). Es ahora cuando empiezan a verse (“empiezan las alucinaciones. Lenta y sucesivamente, los objetos externos adquieren singulares apariencias, deformándose y transformándose”) y oírse cosas que no están allí, es una alucinación progresiva gracias a la imaginación del consumidor (Baudelaire, 1994:84-85, 90).
La personalidad desaparece, a veces ocurre que en la contemplación alucinada de los objetos externos uno acaba olvidando la propia identidad (“primero prestáis al árbol vuestras pasiones (…) y pronto sois vosotros mismos el árbol”); también las pinturas cobran vida y el agua adquiere un encanto terrible en personas con temperamento artístico (los arroyos, las cascadas, el mar, las fuentes, etc…) (Baudelaire, 1994:89, 254).
Inevitablemente el tiempo lineal desaparece y sólo existe el psicológico (“ésta interminable fantasía sólo ha durado un minuto (…) diríase estar viviendo varias vidas humanas en el espacio de una hora“) (Baudelaire, 1994: 90) o “La eternidad dura un minuto” (Baudelaire, 1994:253). Baudelaire concluye que, en este momento, “No hay ya ecuación entre los órganos y los placeres; y es principalmente de esta consideración de donde surge la censura aplicable a ese peligroso ejercicio en el que la libertad desaparece”. En medio de todo se dan “calmas engañosas” (se siguen produciendo momentos de descanso y luego recaes nuevamente en ellas) (Baudelaire, 1994: 91) en las que sobreviene lo que hoy llaman hipoglucemia y que siempre ha sido un hambre voraz (Baudelaire, 1994:95). Aparece el apetito que: “se despierta con deseo voraz; también en ésas será preciso que apliquéis toda vuestra voluntad para mover una botella, un cuchillo o un tenedor” (Fuente del Pilar, 1999:75)
3º) Fase final marcada por un sentimiento de calma. El tiempo y el espacio no tienen ningún significado (Baudelaire, 1994: 94). Hay un sentimiento como que uno ha transcendido la materia. Llega entonces la alucinación moral “estado de beatitud sosegado e inmóvil, de una resignación gloriosa”. Sentimiento de deidad “El hombre ha ascendido hasta convertirse en un Dios” (Baudelaire, 1994: 95, 256). La “crisis definitiva” es un estado que los orientales llaman kief (la absoluta felicidad). Todos los problemas filosóficos están resueltos. Hace mucho que uno no es dueño de sí mismo, pero tampoco le importa. Continúan las espléndidas visiones pero no hay vértigo ni turbulencia ni miedos. Existe el miedo a apenar a alguien, tendencia a no preocupar a los demás (Baudelaire, 1994:256). Pero también se puede desencadenar el libertinaje más desenfrenado o puede ir unido a “un sentimiento paternal ardiente y afectuoso” (Baudelaire, 1994: 256).
Al día siguiente, cansancio de siglos, languidez y dispersión: “Habéis esparcido vuestra personalidad a los cuatro vientos del cielo y, ahora, ¡cuánto esfuerzo para reunirla y concentrarla!”.
Los efectos negativos del hachís son las ganas de llorar, la imposibilidad de realizar un trabajo continuado y la voluntad se pierde (Baudelaire, 1994: 113).
Segunda parte de Los paraísos artificiales
En la segunda parte de la obra, Un comedor de opio, es una glosa inteligente de la famosísima obra de Thomas De Quincey, Confesiones de un inglés comedor de opio. Se había publicado en 1822 con un éxito fulminante (no en vano los sábados por la tarde las farmacias de Manchester vendían cientos de dosis de laúdano). La obra refleja una actitud ambivalente hacia esta droga, “cadena inexorable, llave del Paraíso”. Lógico en un hombre que empezó a consumir para aliviar unos insufribles dolores de estómago y que estuvo enganchado veinte años. Lo suyo con el opio fue una auténtica pasión intelectual y física de la que nunca logró prescindir del todo. La literaturización de las visiones que le provocaba, llenas de imaginería oriental, cuajó en una prosa rítmica y retórica que fue el punto de partida que seguirían Gautier, Baudelaire y, ya en el siglo XX, Henry Michaux, entre otros. A Henry Michaux (1899-1984) el cannabis le indujo alucinaciones semejantes a los éxtasis religiosos de los santos.
Baudelaire concluye su ensayo con un capítulo “moral”; declara que no hay ninguna consecuencia física peligrosa por el consumo de hachís, aunque sí daña a la voluntad (Baudelaire, 1994:261). Aunque el hachís aumenta la creatividad y eleva la imaginación, el usuario que confía en el hachís para la inspiración puede hacerse su prisionero, incapaz de pensar de manera creadora a menos que esté bajo los efectos del hachís. Baudelaire afirma que “esta droga no produce ni ciudadanos ni guerreros. Si a un gobierno le interesa corromper a sus gobernados, les bastaría con fomentar el consumo de hachís” (Baudelaire, 1994:261).
Afirma Baudelaire que “el opiómano es un apacible seductor y el consumidor de hachís es un demonio desordenado. Con el hachís se reclutan y esclavizan a la deplorable humanidad, es una de sus encarnaciones (el mal)” (Baudelaire, 1994:100) “el hachís es más vehemente, más enemigo de la vida regular que el opio, mucho más perturbador” (Baudelaire, 1994:99).
Con respecto al sexo no da más potencia sexual sino emoción, sensualidad y susceptibilidad: “una ligera caricia, un apretón de manos puede considerarlo el consumidor en el sumun de la felicidad” (Baudelaire, 1994:106)
Prefiere el uso de opio (tomaba láudano) y en su obra Las flores del mal arremete contra el cáñamo realizando un alegato a favor del vino (Baudelaire, 1994:262):
“El vino exalta la voluntad, el hachís la aniquila: El vino es un soporte físico, el hachís es un arma para el suicidio. El vino convierte en bueno y sociable. El hachís es aislador. El uno, por así decirlo, es laborioso, el otro es esencialmente perezoso. En efecto, ¿Para qué trabajar, imaginar, escribir, fabricar lo que sea, cuando uno puede conseguir el paraíso de golpe? En fin, el vino es para el pueblo trabajador, que se merece beberlo. El hachís pertenece a esa clase de goces solitarios que están hechos para ociosos miserables. El vino es útil, pues produce resultados fructíferos. El hachís es inútil y peligroso”.
“El hachís posee una naturaleza antisocial, mientras que el vino es profundamente humano y hasta diría que un personaje de acción” (Fuente del Pilar, 1999: 65)
Baudelaire planteó una condena del hachís que funcionaría como un foco magnético de atracción, intrigando a todos los disconformes con la idea del paraíso prohibido. Promocionó esa droga como nadie lo había hecho hasta entonces (Escohotado, 1999:588). Fue este el primer alegato que utilizaron los prohibicionistas del siglo XX y algunos contertulios y articulistas españoles del siglo XXI que jamás han leído realmente la obra magnífica de Baudelaire. El artículo de opinión de Eulalia Solé (socióloga y escritora) en La Vanguardia titulado “La inocencia del cannabis. Dar por sentada la inocuidad del cannabis es un error del que Baudelaire dejó constancia” del 27/07/2001 es un claro ejemplo de lo que digo. Ella escribe: “Dar por sentada la inocuidad del cannabis es un error del que Baudelaire, adicto al hachís, dejó constancia en su libro Los paraísos artificiales. El autor francés advierte que “es la voluntad la que es atacada, y éste es el órgano más precioso. Ante todo es necesario vivir y trabajar. El hachís es un arma para el suicidio. El hachís aísla, es inútil y peligroso”. Sacar palabras de su contexto sí que es peligroso Eulalia.
Bibliografía
· Baudelaire, C. (1981). Los paraísos artificiales, (Trad. Emilio Olcina), Fontamara, Barcelona
· Baudelaire, C. (1985). Un comedor de opio o los fantasmas de Thomas de Quincey, Tusquets Editores, Barcelona
· Baudelaire, C. (1994). Los paraísos artificiales- El vino y el hachís-La Fanfarlo. M. E. Editores S.L., Madrid
· Baudelaire, C. (1998). Las flores del mal. Edicomunicaciones, Barcelona
· Escohotado, A. (1999). Historia general de las drogas, Espasa Forum, Madrid
· Fuentes del Pilar, J.J. (1999). El club del hachís. Miraguano Ediciones. Madrid
Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.