Uno de los principios fundamentales de la lucha antidroga mantiene que algunas sustancias deben permanecer prohibidas por los riesgos y problemas que conllevan tanto para los individuos como para la sociedad.

Esta supuesta peligrosidad es la que justifica todo un aparato ideológico, médico, político y policial que destina ingentes recursos económicos y humanos a proteger a la sociedad de los efectos nocivos de determinados psicoactivos.

La práctica ha demostrado la ineficacia de esta estrategia para conseguir un mundo libre de drogas. Adquirir cocaína o éxtasis a las cuatro de la mañana es mucho más sencillo que comprar un antibiótico. Pero, además, la idea de que las drogas ilegales lo son por ser peligrosas es un argumento que precisa de demostración.

The Lancet es una de las tres revistas científicas más prestigiosas del mundo. Esta publicación presentó a principios de noviembre un estudio en el que se pretendía medir de forma objetiva los riesgos asociados a cada una de las drogas legales e ilegales. Los autores elaboraron una serie de escalas para medir los daños físicos, psicológicos y sociales asociados al consumo de drogas, abarcando un amplio espectro: mortalidad específica y asociada, daños cerebrales, dependencia, pérdidas económicas, problemas familiares, riesgos para la salud, etc. Posteriormente pidieron a los miembros del Comité Científico Independiente sobre Drogas que evaluaran 20 drogas distintas en estas escalas.

El alcohol, la heroína y el crack son, según este estudio, las tres drogas que puntuaron más alto en las distintas escalas de daños. Su potencial para producir problemas (tanto individuales como sociales) resulta desproporcionadamente elevado con respecto a otras como el cannabis, el GHB o el LSD.

Los mismos autores publicaron en 2007 un estudio parecido, en el que un grupo de psiquiatras expertos en drogas, al utilizar escalas objetivas sobre daño, señalaban como más peligrosas la cocaína o el tabaco que los hongos alucinógenos o el éxtasis.

Los sistemas de fiscalización internacional de drogas sitúan en la categoría más restrictiva a drogas tan diferentes como la heroína, el cannabis o el LSD, mientras que establecen menos trabas para sustancias menos seguras como las benzodiacepinas (Valium, Tranxilium, Orfidal…) o los barbitúricos. El acceso a drogas más sencillo es para los carcinógenos, neurotóxicos y hepatotóxicos, como el alcohol o el tabaco.

Como tantas cosas en ciencia, las conclusiones de este tipo de estudios son discutibles e interpretables. Pero el objetivo de estas investigaciones no es elaborar un ránking de peligrosidad, sino mostrar que las clasificaciones internacionales que someten las drogas a fiscalización no están basadas en criterios objetivos de peligrosidad real, sino en criterios de tipo moral.

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