Las drogas psicodélicas, tras ser prohibidas, despuntan de nuevo como posibles tratamientos, después de varias décadas en el ostracismo
La prohibición de estas drogas “ha dificultado en gran medida los esfuerzos para demostrar su valor terapéutico”, asegura el investigador Andrew Kreugel
El consumo de LSD “en un entorno terapéutico puede ser beneficioso para pacientes con ansiedad asociada con enfermedad grave, depresión o adicción”, concluye una reciente revisión de estudios

Desde finales de los 60 las drogas alucinógenas han sido relacionadas con todo tipo de problemas mentales. Sin embargo, los datos obtenidos de estudios poblacionales a gran escala han desbancado esta idea y una amplia evidencia respalda la visión de que, administrados en un ambiente controlado, algunas de ellas son seguras. Además, en los últimos años ha resurgido el interés en el potencial terapéutico de estas sustancias y, a día de hoy, drogas ilegales como los hongos alucinógenos o el LSD inspiran posibles tratamientos para la ansiedad, la adicción o la depresión severa.

Una de las drogas psicodélicas más estudiada a mediados del siglo XX fue el LSD, descubierta accidentalmente por un químico del laboratorio farmacéutico Sandoz, Albert Hofmann, a principios de los años 40. Durante más de dos décadas, muchos científicos estudiaron esta nueva sustancia y la utilizaron para tratar problemas de adicción, de depresión o incluso de estrés postraumático.

En esa misma época, otros investigadores se volcaron con la psilocibina, la sustancia psicoactiva de los hongos alucinógenos que pertenecen al género Psilocybe. Este tipo de hongos han sido utilizados con fines curativos por distintas culturas, pero no fueron analizados por la ciencia moderna hasta finales de la década de 1950. Desde entonces, diversos estudios han apuntado al potencial de esta droga para tratar el alcoholismo, el trastorno obsesivo compulsivo, la depresión resistente al tratamiento o el tabaquismo.

La ‘guerra contra las drogas’ frenó la investigación

Sin embargo, las investigaciones se truncaron cuando estas sustancias se ilegalizaron apenas dos décadas después. Tras la llegada de Richard Nixon a la Casa Blanca, se inició la guerra contra las drogas y en 1970 se firmó la Ley de Sustancias Controladas, una norma que prohíbe el uso, la venta y el transporte de sustancias psicodélicas.

Desde entonces, tanto el LSD como la psilocibina están incluidas en la Clasificación I de sustancias prohibidas, algo que hace que sea muy complicado para los investigadores trabajar con ellas. “Las licencias y los requisitos logísticos para trabajar con sustancias de la Clasificación I son muy difíciles de cumplir”, explica a eldiario.es el investigador de la Universidad de Columbia Andrew Kreugel.

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Según este especialista, dedicado a analizar el potencial terapéutico de distintos tipos de sustancias, “cuando una droga está en la Clasificación I, la investigación se ve obstaculizada” y asegura que el hecho de que el LSD se encuentre en esta lista “ha dificultado en gran medida los esfuerzos para demostrar su valor terapéutico”, a pesar de que “no tiene ningún potencial adictivo y es extremadamente seguro en términos de toxicidad”.

El potencial terapéutico de los alucinógenos

Debido a todas estas trabas, gran parte de la investigación desarrollada a mediados del siglo pasado se abandonó y no se recuperó hasta bien entrados los años noventa. Desde entonces, varios laboratorios han seguido investigando, no sin dificultades, sobre esta sustancia y recientemente la revista Neuropsychopharmacology publicó una revisión de todos los estudios realizados durante los últimos 25 años.

La conclusión de su autor, el investigador de la Universidad de Basilea, Matthias Liechti, fue que la administración de “LSD, o sustancias relacionadas, dentro de un entorno terapéutico puede ser beneficiosa para pacientes con ansiedad asociada con enfermedad grave, depresión o adicción” y que este tipo de sustancias “pueden tener un potencial en Psiquiatría”.

Entre los estudios más recientes y avanzados analizados por Liechti, destacan dos ensayos en fase dos sobre el uso de psilocibina para tratar la ansiedad en pacientes con algún tipo de cáncer con mal pronóstico y en los que en torno a un 80% de los pacientes experimentaron una clara mejoría.

En uno de los ensayos los investigadores observaron que “una dosis única de psilocibina produjo efectos ansiolíticos y antidepresivos rápidos, robustos y duraderos en pacientes con angustia psicológica relacionada con el cáncer”. Mientras que en el otro, los investigadores concluyeron que “una dosis alta de psilocibina produjo grandes disminuciones en las medidas de ansiedad y estado de ánimo deprimido”, así como “una mejora en la calidad de vida y una disminución de la ansiedad ante la muerte”.

Prometedor en la lucha contra la adicción al tabaco

Los alucinógenos también están ofreciendo resultados prometedores para el tratamiento de ciertos tipos de adicción. En la década de los 50 se popularizó este tipo de tratamiento para las personas que sufrían una adicción al alcohol. Sin embargo, los estudios realizados entonces carecían de la metodología que se exige hoy en día a una investigación científica.

En la actualidad, varios equipos trabajan en esta perspectiva y, desde 2008, un grupo de investigadores de la Universidad Johns Hopkins ha evaluado el potencial de la psilocibina como tratamiento para la adicción a la nicotina. Según sus resultados iniciales, “la combinación de la terapia cognitivo-conductual y la administración controlada de psilocibina en el laboratorio es segura y factible para ayudar a las personas que intentaban dejar de fumar”. 

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Sin embargo, a pesar de los prometedores resultados observados, Liechti afirma que aún queda mucho camino por recorrer, especialmente con respecto a los posibles efectos terapéuticos a largo plazo, ya que aún “no está claro si estos efectos dependen de una acción farmacológica directa o de la respuesta psicológica”.

Para tratar de ahondar más en esta cuestión, Liechti apunta hacia los nuevos estudios de neuroimagen, ya que “pueden ayudar a determinar si los cambios a largo plazo en el estado de ánimo pueden estar relacionados con cambios en la actividad cerebral y cómo cambian esos patrones antes, durante y después de los efectos del LSD y otros alucinógenos”.

El LSD reorganiza el cerebro humano y reduce el ego

En este sentido, un reciente estudio publicado en la revista Scientific Reports y desarrollado por investigadores de Centro de Cognición y Cerebro de la Universitat Pompeu Fabra, ha mostrado el que el LSD provoca “la aparición de un nuevo tipo de orden en el cerebro”.

En declaraciones al portal PsyPost, la principal autora del estudio, la investigadora Selen Atasoy, ha asegurado que “la neurociencia hoy tiene herramientas muy poderosas, como la resonancia magnética funcional (fMRI) y la magnetoencefalografía, que nos permiten visualizar la actividad cerebral de una persona”.

Basándose en estas técnicas, otro estudio reciente ha mostrado cómo el LSD provoca que se atenúe la actividad cerebral que ayuda a las personas a distinguirse de los demás. Esta especie de disminución del ego, que difumina el límite entre el yo y el resto de los individuos, coincide con la experiencia de muchos consumidores de esta droga, que aseguran sentirse más conectados con la humanidad, con la naturaleza o con el universo.

El objetivo de la investigación es aprender cómo el cerebro crea la sensación de identificación uno mismo y, de esta forma, tratar de encontrar nuevos tratamientos para los síntomas de los trastornos psiquiátricos, como la depresión y la esquizofrenia, donde el sentido del yo a menudo se ve distorsionado.

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.