Historias de vida y debate abierto

Son más de cien y muchas de ellas ni siquiera fumaron jamás un cigarrillo. Pero, aunque es ilegal, producen el aceite de cannabis con el que tratan las enfermedades de sus chicos.

La vida para Roxana Peressut, su marido Elio y sus dos hijos se había vuelto tan desesperante que llegaron a pensar en matarse. Fue cuando los médicos les dijeron que ya no había medicamento que ayudara a Marco (14 años) con su autismo, mientras su otro niño, Luca (13), sufría una epilepsia tan difícil de controlar que lo mandaba cinco veces por mes al hospital. “Pensamos en serio en suicidarnos. No tenía sentido la vida. Estábamos alejados de la realidad”, cuenta a Clarín Roxana, de una época -hace seis años- donde la angustia había tomado todo. Pero prevaleció la pulsión de vida. Y la familia Peressut buscó hasta encontrar. Se informó sobre cannabis y en 2014 se animó a probar cuando una amiga le dio cogollos de marihuana con una sugerencia: hacer manteca para Marco.

Su hijo mayor era un torbellino de violencia centrífuga. Su tormenta interior lo llevaba a golpearse la cabeza contra la pared, a revolear cosas. Un día de berrinche llegó a sacarle tres dientes a su madre de un rodillazo en el maxilar. Tanto padeció por amor Roxana que no olvidará jamás el momento en que untó la manteca sobre una galletita de agua y se la dio. Media hora más tarde lo encontró mirando cómo giraba el lavarropas mientras comía un pan con mermelada. Hasta ese día nunca, en doce años, madre e hijo habían sostenido un diálogo. Roxana le preguntó si estaba bien. Y él respondió: “Sí, mamá, gracias”.

Desde ese momento en su casa crecen plantas de cannabis hembras cuyos cogollos ella transforma -con un método sencillo-en aceites para ensaladas o mantecas o licuados hiperconcentrados. Según la ciencia, lo que ayuda en enfermedades como autismo, epilepsia, cáncer, esclerosis son los componentes químicos (THC o CBD) de la flor (marihuana) y la relación que tienen éstas con unos receptores en el cerebro llamados endocannabinoides.

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Frente a escenarios como el de Roxana, cada vez más familias se convencen de que existe una relación natural entre el cuerpo humano y la planta. Eso aprenden las madres, antes de comenzar a cultivar cannabis en sus casas, algo que hoy es ilegal en la Argentina. El temor a ir presas les resulta insignificante al lado de la nueva chance de vida. A Peressut le fue bien con el autismo de Marco y también con la epilepsia y la dificultad cognitiva de Luca, quien ocho meses después de la experiencia de su hermano comenzó a usar cannabis. Sesenta días más tarde dejó de sufrir convulsiones: “Ahora nos mira a los ojos, entiende los chistes, interactúa”.

Son muchas las familias destrozadas cuyas vidas dan un giro desde que empiezan a cultivar. “No es sólo que mejora la salud de ellos. Todo el entorno se recompone”, reflexiona Valeria Salech, fundadora de la organización Mamá Cultiva, que nuclea a 50 familias con diversos dramas.

El objetivo de la organización es enseñar a cultivar de manera solidaria y fabricar la medicina de sus hijos. En muchos casos porque no tienen dinero para importar el aceite (actualmente permitido sólo para casos de epilepsia) y en otros porque no cualquier aceite les da resultado. Ellas, acompañadas por cultivadores expertos,saben qué tipo de semilla ayuda a cada enfermedad.

Pero tener cannabis es ilegal. La ley de drogas castiga a quien siembre o cultive plantas con entre cuatro y 15 años de prisión. Posiblemente esta semana, Diputados debata la legalización del uso medicinal de la marihuana. Pero el proyecto que obtuvo dictamen -de Cambiemos- no contempla permitir el autocultivo. “Les falta abrir los ojos”, dice Salech. Sus palabras durante la última audiencia pública en la Cámara baja fueron terminantes. “Si alguien entra a mi casa a robar o me viola no puedo denunciar porque tengo 30 plantas. Igual les digo algo. Las voy a seguir teniendo”, les dijo a los legisladores. “No tengo miedo que me allanen pero sí de ver a mis hijos mal. Prefiero ir presa, pero que no les quiten su medicina”, se endurece a tono Roxana.

Valeria es mamá de Ariadna (13) y de Emiliano (10), quien llegó a sufrir hasta 200 convulsiones por día. Tomaba un cocktail de medicamentos que, con el fin de parar su epilepsia, le provocó un retraso cognitivo y un autismo violento. “Lo doparon demasiado”, cuenta su mamá. Salech empezó a investigar las propiedades medicinales del cannabis . El aceite transformó la vida de Emiliano. “El primer cambio fue su risa. Se puso a mirar La Pantera Rosa y se reía. Y su conexión con nosotros, nos empezó a mirar a los ojos,me trae su vaso si tiene sed”, se emociona Valeria. Antes de la marihuana, Emiliano era violento.No controlaba su motricidad fina. “De pronto puede acariciarnos. Tenemos una vida agobiante, estresante, y el aceite nos da calidad. Voy a defender hasta el día que me muera a la planta”, avisa Salech, que sólo alguna vez fumó marihuana.

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Roxana aclara que nunca tuvo prejuicios pero jamás fumó: “Algunos dicen que el cannabis le quita el sentido a la vida, aleja de la realidad y acerca a otras drogas. ¡Pero así era como estaba mi familia antes de darle cannabis a mis hijos! Es una planta terapéutica, aun si la usás de forma recreativa. El tema es que hay casos donde una convulsión más y el chico muere. Y en eso los políticos, que muchos fuman, no pueden mirar para otro lado. La necesidad es urgente”.  

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Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.