Segunda parte del artículo dedicado a la metanfetamina. Leer primera parte.


Sudeste Asiático

En lo que respecta al advenimiento del dragón blanco en el sudeste asiático, cabe decir que, de nuevo, estuvo precedido por el endurecimiento de las políticas antidroga, que, progresivamente, fueron dificultando y encareciendo el tráfico y el consumo de opiáceos, hasta que ambas actividades terminaron por resultar excesivamente peligrosas y muy poco rentables. Tanto que, buena parte de los cultivadores, traficantes y usuarios optaron por tirar la toalla y abandonaron sus viejos vicios y dedicaciones, obrando así el milagro de que el Triangulo de Oro dejase de ser el centro neurálgico de la producción y del uso de opio y heroína.

Los miopes gestores y estrategas del prohibicionismo se apresuraron, entonces, a entender y adjudicarse este hecho como una incontestable y esperanzadora victoria. La cuestión es que olvidaban, una vez más, que las pulsiones drogófilas no se destruyen ni desaparecen sino que, como mucho y en caso de ser estrictamente necesario, tan sólo se transforman y cambian de una sustancia a otra. De tal manera que, quienes desean consumir una droga y ven impedido o gravemente dificultado el acceso a la misma, simplemente se decantan por una diferente. Olvidaban, también, que los mercaderes de la droga tratan de satisfacer una muy arraigada demanda y que, a cambio de hacerlo, obtienen unos beneficios astronómicos de los que, como reiteradamente ha demostrado la historia, difícilmente se van a privar por mucha mano dura que les deparen las leyes prohibicionistas. Olvidaban, por lo tanto, que los traficantes de drogas tampoco se eliminan ni desaparecen sino que, como mucho y si es estrictamente necesario, se transforman y cambian. El resultado de todo ello es que, si la cosa se pone fea, unos narcos sustituirán a otros, unas sustancias ocuparán el lugar de otras y unos métodos de consumo serán suplantados por otros. Únicamente en el caso de que la cosa se ponga demasiado fea y de que no existan alternativas de escape, las cosas se quedarán como están y los productores, vendedores y consumidores seguirán haciendo lo mismo que venían haciendo, sólo que expuestos a mayores riesgos.

Como ya habrán adivinado, cuando la cosa se puso fea, en el sudeste asiático supieron encontrar una alternativa más barata, segura y rentable que el tráfico y el consumo de opio y heroína. La hallaron en la metanfetamina, cuyo uso se extendería como la pólvora por toda la región en cuestión de unos pocos años. Los mismos que tardó el sudoeste asiático en convertirse en la actual Media Luna de Oro tras hacerse cargo del negocio opiáceo abandonado por sus vecinos.

Japón, Chequia, Lituania, Oceanía, África, China

Atendiendo, de nuevo, a las leyes del mercado negro y a las dinámicas del prohibicionismo en interacción con diversos factores geopolíticos, históricos y culturales, puede explicarse la implantación del tráfico y del uso de esta droga en los puntos más dispares del planeta. El ejemplo paradigmático es el de Japón, donde podría decirse que el elevado consumo de metanfetamina es, ante todo, una herencia histórica y una cuestión de idiosincrasia farmacófila. De hecho, a nadie se le escapa que, por ética y por estética, la meth encaja a la perfección con el temperamento nipón. No en vano, fueron los japos quienes la inventaron, y no en vano la utilizaron profusamente durante la Segunda Guerra Mundial, tanto que, al finalizar la contienda, el país del sol naciente contaba con, nada menos, que dos millones de adictos. De modo que no es de extrañar que, de aquellos polvos, gocen hoy en día de estos lodos.

Por su parte, en lugares como Chequia, Lituania o Nueva Zelanda, la metanfetamina fue la alternativa que encontró la afición drogófila para proveerse de estimulantes en países tradicionalmente excluidos de las rutas del tráfico internacional de cocaína. En África, hizo acto de presencia una vez que el Gran Narco decidió sacar partido del caótico continente y comenzó a transitar impunemente por él. Y, en China, el auge de esta droga vino de la mano del despertar al mundo del gigante rojo, que, en cuanto abrió los ojos, se encontró a sí mismo como el primer productor mundial de efedrina (principal precursor de la metanfetamina), y, viendo como estaba el mercado asiático, supo sacar provecho de ello.

Tomorrow the World…

A todo lo apuntado anteriormente, hemos de sumar el hecho de que hace lustros que la implacable lucha internacional contra el narcotráfico logró malherir a varios de los grandes viejos clanes mafiosos, haciendo que algunos sucumbieran del todo y que otros perdieran poder y capacidad operativa. Lo cual, una vez más, allanó el camino a la competencia y vino a ser una invitación para que nuevas bandas entrasen en el negocio. Hoy en día, por lo tanto, en lugar de cuatro grandes mafias monolíticas hay cuatro mil grupos, ágiles y dinámicos, que se dedican al crimen organizado. Cuatro mil grupos que, en el terreno local, compiten entre sí, dando lugar, con ello, al abaratamiento de los precios y al aumento de la pureza de las drogas. Cuatro mil grupos que, en el ámbito internacional, colaboran entre ellos abriendo nuevas rutas; ampliando mercados; incrementando la variedad de sustancias que se ponen a disposición del usuario; operando en países que no están preparados para ejercer un estricto control sobre los precursores químicos empleados en la síntesis de las distintas drogas; estableciendo alianzas con exóticas y novedosas bandas muy poco permeables a la infiltración policial…

En resumen, complicando hasta límites inauditos las labores de los cuerpos policiales encargados de desbaratar el mercado de sustancias psicoactivas ilegales. De tal manera que, ganando la batalla contra algunas de las mafias clásicas, el prohibicionismo ha terminado por perder, definitivamente, la Guerra Contra las Drogas, pues, a día de hoy, la desactivación del narcotráfico internacional se ha convertido, más que nunca, en una tarea irrealizable, ya que, la multiplicidad de grupos criminales que operan al mismo tiempo ha dado lugar a que las bajas que puedan sufrir unos u otros clanes apenas afecte a la capacidad de maniobra de los restantes. En última instancia, por lo tanto, el resultado final de la ecuación prohibicionista, en lugar de ser un Mundo Libre de Drogas, ha venido a ser un mercado global de las drogas prácticamente invulnerable del que sólo cabe esperar que siga creciendo y creciendo hasta el día, no muy lejano, en que sus tentáculos lleguen al último rincón del planeta para dispensar la más amplia variedad de sustancias psicoactivas prohibidas.

 

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