Tenía problemas para conciliar el sueño. Me sentía cansado durante el día y por la noche no conseguía dormir. Y así constantemente. Y así durante semanas. Para terminar olvidando cuál fue la última velada que disfruté a pierna suelta.

El médico decía que se trataba de estrés, que intentara minimizar la carga de responsabilidad psicológica que implicaba mi trabajo. Que hiciera ejercicios de relajación y que fuese más estricto con mi alimentación.

Cuando todo esto falló, decidió prescribirme un ansiolítico y un antidepresivo “muy suaves”. Yo lo consulté con un buen amigo farmacéutico y me dijo que ni se me pasara por la cabeza recurrir a estos medicamentos a no ser que estuviera desesperado, básicamente debido a su capacidad de crear dependencia. Le dije que comenzaba a estar desesperado y me contestó que probara terapias alternativas. En cuanto escuché estas palabras, le dije alterado que estaba cansado de comer metódicamente, de tomar hierbas para dormir, de hacer ejercicios de relajación… y él me recomendó cannabis. Pero no cualquier tipo de marihuana, si no algunas en concreto que tienen un alto contenido en CBD.

Pese a que había sido autocultivador de marihuana en la universidad, hacía años que no me fumaba un porro y, sinceramente, no estaba por la labor. Mis últimas experiencias con cannabis no habían sido buenas: nerviosismo, paranoia, ansiedad, aumento del ritmo cardíaco, etc.  Sin embargo, mi amigo, llamémosle Eduardo, insistió en que le diera una oportunidad a este tipo de variedades.

Lo primero que hice fue informarme. Durante los últimos dos años habían aparecido decenas de variedades que decían ofrecer semillas que posteriormente se convertirían en ejemplares con grandes cantidades de CBD. Desde las variedades estables de ratios 1:1 (THC:CBD), con la misma cantidad de THC y CBD, aunque con diferentes porcentajes de cada uno; a otras variedades que no prometían un ratio en concreto y podían expresarse como 1:2, 1:3, 1:4 o 2:1, 3:1, 4:1, etc.

Escogí una variedad estable de ratio 1:1 con porcentajes bajos (sobre el 5% de cada cannabinoide) y otras variedades que se expresaban en diferentes ratios. Saqué mi pequeño armario de 60x60x140 cm del baúl de los recuerdos y me puse a montar un mini cultivo, poniendo cada semilla en macetas de 1,5 litros, dando poco crecimiento y poniendo a florecer los ejemplares de forma temprana.

Debo decir que el simple hecho de llevar a cabo el cultivo trabajó como terapia y me encontré moderadamente mejor durante el día. Eso sí, no era suficiente, y las noches seguían siendo igual de insufribles. 

A los tres meses aproximadamente ya tenía algunas flores secas para analizar. Entre mis 20 ejemplares, solo uno no mostraba rastro de CBD y el resto fluctuaba mayoritariamente entre el 1:2 (en algunos ejemplares casi 1:3) y el 2:1.

Descartado el ejemplar THC, me dispuse a catar el resto con resultados, cuanto menos, alentadores. Pese a que antiguamente relacionábamos el CBD con el efecto más físico del cannabis, estos ejemplares me proporcionaban un estado activo y dinámico durante el día, especialmente los ejemplares 1:2. En el caso de las variedades 2:1, notaba demasiado, para lo que son mis actuales preferencias, el efecto psicoactivo (aunque estaba bien controlado por el CBD y no llegaba a agobiarme). Las 1:1 que tenían un porcentaje bajo de cannabinoides me iban muy bien para el final del día laboral. Un pequeño canuto de estas variedades me permitía relajarme y desconectar. Unas horas después estaba durmiendo plácidamente.

Cabe resaltar que no, estas variedades no están destinadas para el consumo justo antes de dormir. Lo más probable es que si fumas un 1:3 justo antes de irte a la cama acabes haciendo la limpieza de toda la casa antes de poder conciliar el sueño.

Como me advirtió mi buen amigo Eduardo, cada persona es un mundo y la forma en la que interactúa su sistema cannabinoide con estos ratios y porcentajes es diferente para cada individuo.

No se trata de dar una receta mágica, no es que las variedades CBD-rich vayan a cambiar el mundo, curar el cáncer (al menos no a corto plazo), ni ser la clave para cualquier problema y cualquier persona. Pero la realidad es que desde mi experiencia, que no era la de un enfermo, sino la de una persona estresada y ligeramente deprimida por las exigencias que demanda la sociedad en la que vivimos, llevo cuatro meses disfrutando de una vida mucho más llevadera.

No fumo todos los días, a veces lo hago una o dos veces por semana, otras un poco más. Cuando fumo, no suelo hacerlo hasta la hora de comer, momento en el que me lío un fino porro de variedades 1:2 – 1:3, sin tabaco. Esto me permite reactivar sentidos y dinamizar el discurso interno, aligerando las horas restantes de trabajo. A veces ya no vuelvo a fumar en todo el día, pero cuando me apetece fumo un 1:1 (en ocasiones de distensión un 2:1), disfruto de unas horas de relajación y suelo dormir como un bebé.

Sigo haciendo una dieta equilibrada, hago deporte, he cambiado los ejercicios de relación por el yoga e intento ser positivo, claro, pero a veces necesitamos un pequeño empujón. No tengo la más mínima dependencia y existen días en los que no me apetece fumar. Cabe preguntarse si los ansiolíticos y antidepresivos que recetan, a mí parecer, muy a la ligera ciertos médicos de cabecera pueden aproximarse a los efectos que aquí describo.

Como os digo, no se trata de ofrecer una fórmula mágica, sino de facilitar alternativas y que cada cual mesure sus efectos, de forma responsable y teniendo en cuenta que probar no nos va a convertir en fumadores empedernidos, ni en yonquis de una droga legal.

De verdad espero que mi testimonio sirva para algo a personas que se encuentran en una situación similar.

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.