El análisis de la marihuana medicinal encuentra aún varios problemas legales en Estados Unidos. Uno de los principales es que, pese a la legalización de la cannabis medicinal en al menos 29 estados, la Ley de Sustancias Controladas de 1970 considera a la marihuana aún tan peligrosa como la heroína o el éxtasis.

Con este tipo de trabas, cientos de empresas de la industria cannábica libran realmente una batalla para consolidar sus ventas. Y es que mantener un pie cuadrado de cultivo de marihuana en interiores utiliza cuatro veces más energía que el mismo espacio en un hospital, ocho veces más energía que un edificio comercial y 20 veces más energía que un centro religioso, según un estudio de Lewis y Clark College.

Entre los costos de pesticidas y distintos tipos de luz para las plantas de cannabis, las cosas se complican aún más. En palabras de Susan Goldberg, editora en jefe de Nacional Geographic, los gobiernos locales están metiéndole el pie involuntariamente a los empresarios de la cannabis y a los posibles consumidores.

“La desconexión entre la voluntad de algunos estados por regular y vender marihuana y la renuencia federal a permitir que la investigación progrese deja a un número creciente de personas sin el conocimiento necesario para tomar decisiones informadas basadas en la ciencia”, argumenta.

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Sin embargo, el ánimo persiste. Miembros de la Cámara de Representantes de Florida han propuesto que la marihuana baje de rango a Sustancia III, lo que la colocaría legalmente junto a fármacos como el Vicodin. Este cambio de regulación haría a la cannabis mucho más permisiva para investigación en laboratorios y permitiría emitir más controles de calidad sobre el cultivo de la planta.

La certificación se está creando de manera independiente

En estados como Colorado (que cuenta con más dispensarios de marihuana que Starbucks y McDonalds juntos), los esfuerzos continúan a paso lento pero no se detienen. Un ejemplo es el del dispensario L’Eagle Services, dirigido por un matrimonio de Denver.

Amy Andrle, fundadora de este proyecto, relata uno de los principales problemas que tienen para la certificación de su cannabis. “Como el cultivo no es legal en el ámbito federal, los productores no podemos aprovechar la certificación orgánica oficial del USDA (Departamento de Agricultura de los Estados Unidos), como sí lo hacen con las aves de corral o el maíz, por ejemplo”, comenta la también miembro del Organic Cannabis Association.

Y es precisamente esta certificación la que busca desarrollar dicha organización. Es decir, un sello nacional, real y confiable que les permita demostrar que sus cultivos de cannabis son 100% naturales.

Fuente: L’Eagle Services

“Queremos aplicar esta certificación a nivel nacional debido a que muchos estados se han atrevido a legalizar la cosecha de marihuana para uso medicinal. Pero al no existir una certificación orgánica oficial, no hay forma de mostrar al consumidor la diferencia entre una cannabis regular y una tratada con los mejores estándares de calidad”, agrega Amy.

Lo que se busca al final es lograr que la gente cambie la forma en la que compra marihuana, empezando con modificar la forma en cómo la percibe. Y es que la desinformación y los prejuicios han convertido a la cannabis en un estigma nacional. Algo que se fortalece día a día gracias a las trabas legales que no permiten investigar a fondo la planta y que continúan colocándola, pese a los avances en la legalización, como un ente dañino, al menos según la ley.

Si bien la gente va a comprar a un mercado, por ejemplo, un pescado, lo primero que analiza es si proviene de distribuidores confiables que lo mantengan fresco. Lo mismo pasa al comprar un corte de res, la gente espera un sello de calidad que avale todo el proceso hasta que llega a sus manos. Eso mismo es lo que se quiere lograr, señala Amy, “que la gente piense en la calidad de la cannabis cómo piensa en la calidad de sus vegetales”, es decir, que esté consciente y preocupada por el proceso de verificación que evaluó cada detalle del proceso, desde el cultivo de la planta hasta la compra final.

Otro paso importante es la creación del Cannabis Certification Council (CCC), una fusión entre la Organic Cannabis Association y la Ethical Cannabis Alliance. Este consejo recién creado tiene un objetivo bastante claro: certificar de forma independiente los productos cannábicos con sellos como “Cultivado Orgánicamente” y “Producido Equitativamente”.

Esto alteraría demasiadas cosas. En principio porque al no haber supervisión federal en la calidad de la cannabis la competencia se torna poco ética. “Hay casi una docena de organizaciones que han tratado de crear normas con fines de lucro”, señala Ashley Preece, directora de la recién creada CCC.

Con estos controles de calidad buscan implementar la frontera que separe a unas prácticas de otras, “los productores y procesadores tendrán una manera de diferenciarse de los competidores que no están tomando las medidas adicionales para la producción ética de cannabis”, agrega Preece. Esto, además, aseguraría a los consumidores que lo que están poniendo en sus cuerpos es sano, que ha sido verificado para garantizar su limpieza y efectividad, incluso “los consumidores tendrán todo para apoyar a sus productores locales”.

La pureza cuesta

Tan solo en California, el 2% del consumo total de energía en el estado le pertenece a la industria de la cannabis medicinal.

Muchos de los cultivadores que llevan décadas en esto optan por no utilizar fertilizantes sintéticos o pesticidas que puedan alterar la calidad de sus plantas. Aunque esto les ayudaría a reducir sus tiempos de producción, prefieren mantener la pureza orgánica de sus cultivos, lo que eleva demasiado sus costos y, obviamente, los tiempos de cosecha.

“Queremos mostrarle a la comunidad que la industria de la cannabis que está emergiendo contribuye a la sociedad”, dice Siobhan Darwish, una veterana en el cultivo de la cannabis que radica en Humboldt, un tranquilo condado al norte de California.

En un pueblo tan cálido y con mar abierto, las preferencias a lo orgánico resaltan por sobre la tecnología. Por eso Darwish y su marido decidieron, desde hace años, dejar que el sol cumpla con la tarea de asegurar el crecimiento de sus plantíos de marihuana. “Desde que la legalización llegó al estado ya no hay necesidad de esconderse en las montañas”, dice. Ahora, con los permisos adecuados, este tipo de dispensarios pueden establecerse como empresas legales y cambiar sus sistemas de iluminación natural por luces LED potentes que les ahorrarían un 70% en costos.

Pero esto solo hace que Darwish niegue con la cabeza. Prefiere todavía depender de elementos completamente naturales, desde la siembra hasta la cosecha.

La industria de la cannabis tiene poco menos de diez años legalizada, “el hecho de que hayamos llegado tan lejos es en realidad un testimonio de lo duro que la gente está trabajando”, declara.

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Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.