Soldados del Ejército Sirio LIbre hacen la señal de la victoria delante de los cadáveres de combatientes leales al régimen de El-Assad en la ciudad de Homs.

Ahora es Siria, donde los casi cuatro años que dura la guerra han empujado a numerosos combatientes hacia las drogas para resistir la dureza de un frente que se hace eterno. El consumo del fármaco ‘Captagon’, una anfetamina, se ha disparado entre las facciones de este conflicto, entre ellas el denominado Ejército Islámico. Ekram Ahmet, un kurdo de Kobani, al norte del país, explicaba a ‘The Daily Mirror’ que ha visto a muchos de estos yihadistas «con grandes cantidades de pastillas que parecían volverlos aún más locos». El farmacéutico y experto en drogas José María Fuentes-Pila explica que el ‘Captagon’ (clorhidrato de fenetilina) es «una potente anfetamina experimentada en los años 60 para la hiperactividad, la narcolepsia y la depresión, con un alto poder adictivo. Consumida en tabletas, parece conferir capacidad para combatir varios días sin dormir, y limita el dolor incluso en personas que son torturadas».

 

 El empleo de narcóticos en conflictos bélicos no es nada nuevo, más bien al contrario. La revista ‘Cáñamo’ le dedicó en 2005 un especial al tema titulado ‘Guerras y drogas’. En él, el filólogo José Francisco Batiste Moreno recordaba que en 1969 localizaron en Sicilia una gran galera, «quizá hundida por los romanos en la batalla de las islas Egadi (241 a.C.), al final de la I Guerra Púnica. Dentro había dos cestos llenos de hojas de cannabis, aparentemente destinados a enardecer o insensibilizar a soldados antes del combate». En su artículo se hace eco también de los vikingos llamados ‘berserkers’, tan fieros y temidos que eran prácticamente invencibles. Su ‘ardor guerrero’ se basaba en mezclar alcohol con alguna planta estimulante.

Se trata de morir o matar y el miedo es, según el profesor Fuentes-Pila, «una emoción primaria, gestionada en la amígdala, que puede ser inútil para los que necesitan a los pueblos para hacer la guerra». Para eliminarlo, lo más efectivo son los estimulantes, y más concretamente las anfetas y sus derivados, que actúan «limitando la sensación de pánico, cansancio y apetito, y favoreciendo la euforia, la estimulación física, la alerta y la vigilia».

 

Colocados en el frente

 

El psiquiatra, forense y médico militar José Cabrera recuerda que las primeras sustancias usadas en la batalla «provenían de extractos de plantas. Tenemos conciencia histórica del uso del cannabis, adormidera (opio), khat, alcohol y otras sustancias en ejércitos muy antiguos como el egipcio, el romano, el árabe… Pero no buscaban aumentar el ‘ardor guerrero’, sino disminuir el dolor de las heridas y el miedo al enemigo». Solo como curiosidad, saca a colación una secta del siglo XI, los ‘Hashasines’ (que en árabe significa consumidor de hachís), a los que encargaban crímenes atroces y se les suministraba cannabis. De ahí proviene la actual palabra ‘asesino’.

Misiones suicidas

Los soldados siempre han tomado sustancias, aunque su uso se normalizó a partir de la Guerra de Crimea y más aún en la Primera Guerra Mundial. «Los alemanes sintetizaron la primera anfetamina a principios del siglo XX -añade Cabrera- para aguantar el dolor, el hambre, el sufrimiento y dar acometividad. Se convirtió desde 1914, hasta muy entrado el siglo XX, en una sustancia que figuraba en los botiquines de todos los ejércitos. En el Ejército Español los ‘Estimulantes FAS’ estuvieron en activo hasta los años 90. Hasta esa fecha incluso los medicamentos antigripales tenían anfetaminas».

 

 A las puertas de la Segunda Guerra Mundial, en 1938, Alemania empezó a comercializar la metanfetamina, ampliamente utilizada, según Fuentes-Pila, por todas las tropas para suprimir la fatiga y aumentar el espíritu combativo. Pero no fueron solo los alemanes: «Se calcula que los británicos y los norteamericanos consumieron 72 y 180 millones de tabletas, respectivamente, durante la contienda. A su término, Japón sufrió una gravísima ‘epidemia’ de abuso de anfetaminas como consecuencia de la venta sin control de los excedentes almacenados, calculándose que en 1950 había un millón de adictos». A esta droga se atribuye que los pilotos kamikazes ejecutaran sus misiones suicidas sin vacilar.

Según el etnofarmacólogo y especialista en esta materia Markus Berger, en la Guerra del Golfo o en la de Afganistán los pilotos estadounidenses tomaban dexedrina en tabletas bajo el nombre de ‘go pills’ o ‘action pills’. Sus efectos secundarios, como la agresividad, confusión, miedo o paranoia, fueron los culpables de los casos de ‘fuego amigo’ (disparar contra civiles o los propios compañeros) en Afganistán e Irak.

Nuestra Guerra Civil no es ajena a este asunto. «Las anfetaminas se consumieron aquí a espuertas traídas de Alemania, en especial por parte de los aviadores, para disminuir el cansancio», asegura José Cabrera. Por su parte, el historiador y sociólogo Juan Carlos Usó recuerda «cómo las tropas sublevadas en África se estimulaban con kif y grifa (‘petardos’) y aguardiente cantinero, llamado ‘saltaparapetos’ o ‘saltatrincheras’, antes de entrar en combate. He escuchado varias fórmulas: una mezcla de vino y coñac, todo de garrafón, con especias (pimienta, canela)… y es posible que también alguien mencionara como ingrediente la pólvora de algún cartucho». Cabrera cree, sin embargo, que esto forma parte de la leyenda debido a la alta toxicidad de esta sustancia.

 

Soldado en Liberia (2003).

Pero si hay un conflicto al que se le relaciona rápidamente con las drogas es Vietnam, gracias en buena parte a la cantidad de películas rodadas sobre el tema. «Los soldados estadounidenses fumaban marihuana y opio, tomaban ácido y se metían heroína», precisa Usó. Debían soportar no solo una guerra fuera de sus fronteras, en un entorno demasiado hostil, sino que la participación de las tropas de EE UUera criticada incluso dentro de su propio país.

Demonizar la guerra

¿Es posible que haya ejércitos deseosos de eliminar la humanidad de sus tropas para hacerlas más ‘efectivas’? El médico militar José Cabrera considera que «no existen pastillas» para esto: «Las drogas se suministran para estimular, dar valor, disminuir el dolor y el sufrimiento y aumentar en todo caso la agresividad. Naturalmente, en cierta medida menguan el raciocinio e impiden o aminoran los sentimientos de piedad, sobre todo en la guerra. Al reducir la conciencia moral y los sentimientos, en grandes dosis también exacerban la agresividad hasta límites irracionales, por lo que no es extraño que bajo sus efectos muchos soldados hayan atravesado la línea roja del combate para atacar a todo ser humano y ejercer acciones impropias de un militar. Seguro».

Los niños soldado son con frecuencia forzados a guerrear bajo el influjo de estupefacientes. Además de los estimulantes, mezclados a veces con alcohol y otras sustancias psicodélicas, hay que tener en cuenta que se trata de personalidades en evolución, en las que los criterios de valores no están definidos: «Pueden actuar en la vida real como si de un cuento o fantasía se tratara. Así, vemos a niños matar, pero sin plena conciencia de lo que hacen».

A pesar de todo esto, los expertos insisten en demonizar las guerras, no las drogas. El historiador Juan Carlos Usó no cree que «una persona decapite a otra por el simple hecho de haber ingerido previamente determinada sustancia. La maldad anida en las personas, no en las sustancias, que al fin y al cabo son neutras. No digo inocuas, sino neutras, moralmente neutras». En similares términos se explica Fuentes-Pila: «La barbarie, el horror al que se somete a quienes son enviados a los campos de batalla, sofisticando la forma de matar masivamente, hace que se pueda extender el consumo de drogas, principalmente psicoestimulantes de gran potencia que limiten la percepción del pánico, la inminencia de la muerte como un hecho real».

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Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.