A manera de frasco con calmantes, el siguiente texto incluye trece cápsulas informativas, útiles para salir de dudas, superar prejuicios y abrirse a la evidencia: la droga es veneno y antídoto, remedio y ponzoña que la voluntad, el mercado y la cultura convierten en una cosa, en la otra, o en algún término medio.
A principios del siglo pasado, más de 5 mil patentes farmacéuticas occidentales usaban extracto de coca como ingrediente básico; entre estos productos, destacaban los vinos y licores del doctor Marinari (condecorado por el Vaticano porque «apoyaban el ascético retiro de Su Santidad») y la Coca-Cola Co., que usaba tan sólo uno de sus alcaloides (cocaína) reforzado con extracto de cola. Factores extrafarmacológicos -identificables finalmente con la prohibición de la cocaína, que Estados Unidos decreta en 1914- someterán la planta a un proceso de satanización gradual.
El principio psicoactivo de la coca fue descubierto en 1859. Poco después, médicos y laboratorios recomendaban ya la cocaína como «buen alimento para los nervios», para combatir hábitos de alcohol, opio o morfina, e incluso para conceder «sempiterna vitalidad y hermosura» a las damas. No se había conocido nunca una campaña promocional como la orquestada por Merck, Parke Davis y otros fabricantes en todo el mundo; uno de los lemas comerciales decía: «no pierda tiempo, sea feliz; si se siente pesimista, abatido, solicite cocaína». Diversos escritos de Sigmund Freud, quien se administró la droga por más de una década, contribuyeron decisivamente a la popularidad del fármaco.
El auge del crack sólo se explica como ingeniosa respuesta del mercado negro a lo caro que resulta obtener su similar, la cocaína. Si ésta simboliza el lujo de los ricos y los triunfadores, la base bicarbonatada de coca simboliza el lujo de los miserables. El crack se ofrece, pues, muy barato como bálsamo para el desclasado infeliz. Si se comparan con los ambientes ligados a la cocaína, donde desahogo económico y metas lúdicas contribuyen a mejorar empleos abusivos, los del crack coinciden con los heroinómanos tipo, en un marcado elemento de autodestructividad.
Derivados de la urea, los barbitúricos fueron descubiertos a finales del siglo XIX. Mehring y Fischer, los primeros en constatar su psicoactividad, murieron de sobredosis cuando llevaban algún tiempo ya siendo adictos. No fue sino hasta 1971 que los barbitúricos fueron sometidos a un moderado control internacional, y hasta el día de hoy pueden comprarse en cualquier farmacia con (e incluso sin) receta médica común. Se trata de fármacos duros para el cerebro, el hígado y el riñón, que lesionan el cerebelo, producen erupciones cutáneas, dolores articulares, neuralgias, caídas de tensión, estreñimiento y tendencia al colapso cardíaco. Los barbitúricos crean tolerancia: al ir en aumento las tomas va reduciéndose el margen de seguridad para el usuario, que por lo mismo tiene una fuerte propensión a la sobredosis «accidental». Para completar el cuadro, son drogas prácticamente tan adictivas como la heroína, que crean dependencia física con cuatro semanas de dosis altas o seis semanas de dosis medias. Como en el caso del alcohólico, el síndrome de abstinencia posee tal dureza que exige siempre internamiento en una unidad de cuidados intensivos.
La ritalina es un estimulante que, al ser consumido por pacientes (en especial niños) con síntomas de hiperactividad, produce en ellos una sobreexcitación cerebral ocasionando, de rebote, un efecto sedante. La irresponsabilidad de algunos psiquiatras, sumada a su avidez de lucro, ha provocado que se la prescriba casi indiscriminadamente, habiendo sido probados sus impactos negativos en la presión arterial y sus efectos nocivos para corazón, cerebro e hígado, máxime si se trata de dosis mayores extendidas a lo largo de más de un año.
En 1912 los laboratorios Merck aislaron de modo accidental -bastante antes de descubrirse las anfetaminas- la MDMA, vulgarmente conocida hoy como éxtasis. El ancestro vegetal de la MDMA son aceites volátiles contenidos en la nuez moscada y en las semillas de cálamo, azafrán, perejil, eneldo y vainilla. El éxtasis no es un deshinibidor como los barbitúricos o el alcohol, que promueven temeridad y desafío, sino más bien algo que disuelve secretos y desconfianzas. Entrados los años ochenta del siglo pasado, la MDMA empezó a adquirir cierto prestigio entre varios terapeutas, y sin duda hubiera conseguido estatuto de respetabilidad si no hubiera sido por la prohibición de la DEA. Uno de los pocos profesionales que ha publicado sobre la sustancia, el psiquiatra G. Greer, definió la terapia con ella como «modo de explorar sentimientos sin alterar percepciones». Otros psiquiatras aseguran que la MDMA permite en ciertos casos hacer la terapia de un año en dos horas. Cierto monje benedictino declaró a la prensa que «los frailes se pasan toda la vida cultivando la conciencia despertada por esta sustancia», y un grupo de psicólogos californianos publicó un manifiesto donde se afirmaba que «tiene el increíble poder de lograr que las personas confíen unas en otras, desterrar los celos y romper las barreras que separan al amante del amante, el padre del hijo, el terapeuta del paciente».
A finales del siglo XIX, Bayer dejó de ser una pequeña fábrica de tintes para constituirse en gigante farmacéutico mundial gracias a la aspirina y a la heroína, que se anunciaron juntas durante décadas. Esta última se prescribía para combatir ataques de miedo, la tos crónica y la adicción a la morfina. Contrario a los rumores, se sabe: a) que las primeras dosis causan manifestaciones de fuerte desagrado, como neuralgias, náuseas y vómitos; b) que no empieza a causar adicción antes de pasar dos semanas usando un cuarto de gramo diario; c) que incluso entonces, la reacción de abstinencia no resulta más incómoda que una suave gripe durante un par de días; y d) que para volverse adicto se necesitan al menos dos meses de uso cotidiano.
Despreciable para buena parte de las religiones orientales, el vino logró un alto respeto en la religión judía. El cristianismo lo elevó a sangre de Cristo, bebida por el cura en la misa. La vid no existía en América antes del descubrimiento, y el alcohol (con los aguardientes) fue un hallazgo de los alquimistas europeos hacia el siglo once. La cultura occidental convirtió la elaboración de vinos y licores en un arte tan sutil como diversificado, y la larga experiencia con ellos ha permitido saber disfrutar sus virtudes eludiendo sus principales desgracias. No obstante, nuestra cultura paga un precio alto por los favores de estos fármacos, que se hace presente como violencia, embrutecimiento, graves males orgánicos e infinidad de accidentes ulteriores, derivados básicamente de esas tres cosas. Como siempre, la droga es veneno y cura, remedio y ponzoña que la voluntad, el mercado y la cultura convierten en una cosa, en la otra, o en algún término medio.
Más de 25 mil productos medicinales y textiles se producen con los derivados de la marihuana. El primer tejido conocido, con unos 7 mil años de antigüedad, estaba hecho con fibra de cannabis. Mil años antes de Cristo, era el cultivo agrícola más abundante de la humanidad, debido a sus derivados: fibras, telas, aceite para alumbrarse, papel e incienso, además de de proteína para humanos y animales. Como sustancia psicoactiva, dependiendo de las culturas, se emplea con fines profanos o religiosos para un número casi inacabable de cosas: medicina para tratar el reuma y la gripe, fármaco recreativo promotor de introspecciones, tónico cerebral, antihistérico, antidepresivo, potenciador de deseos sexuales sinceros, fuente de coraje y longevidad. Se la prescriben a los pacientes con cáncer para superar las náuseas de la quimioterapia y devolverles el apetito. También la recetan contra el glaucoma, la anemia, el asma, la epilepsia y para borrar el malestar de la resaca. Son reconocidas sus propiedades anticonvulsivas, analgésicas y puede favorecer la memoria, disminuir la ansiedad, mejorar el humor, combatir la osteoporosis, prevenir la acumulación de grasas en los huesos y estimular el crecimiento de nuevas células cerebrales.
Diseminados por América, Europa y Asia, hay unos 70 hongos alucinógenos. En América, abundantes datos arqueológicos apoyan su empleo como fármaco sacramental y terapéutico desde hace 3 mil años. No se conoce cantidad letal para humanos, ya que nadie se ha acercado siquiera a una intoxicación aguda por ingerir estas sustancias en forma vegetal o química.
La nicotina, que se utiliza ampliamente como insecticida, está clasificada entre los «supertóxicos», como el cianuro y la estricnina. Un cuarto de gramo es suficiente para matar a un adulto que no haya desarrollado tolerancia. Como un paquete de cigarrillos contiene aproximadamente 2 gramos, los grandes fumadores ingieren al día dosis capaces de matar a una docena de adultos o más. Y si a la larga enferman es sobre todo debido a los alquitranes derivados de la combustión del tabaco y el papel, pues la autoinmunización les defiende de la nicotina. Se sabe que el tabaco es apenas una quinta parte del contenido de cada cigarrillo. El resto, llamado «sopa», es una receta confidencial del fabricante, cuya discrecionalidad le permite novedades como añadir tenues filamentos de fósforo al papel para que éste se queme más rápido. Un cigarrillo común y corriente contiene acetaldehído, arsénico, acetona, nicotina, uretano, metanol, tolueno, pireno, cadmio, naftalina, monóxido de carbono, vinilo, DDT, plomo, mercurio y alquitrán. El tabaquismo es responsable del 90 por ciento de los casos de cáncer de pulmón en el mundo.