El cannabis no es originario de África. La difusión de la planta en el África subsahariana se debe a las comunidades de inmigrantes musulmanes del norte y a comerciantes árabes que viajaban a través de la costa de África occidental.

© Isidro Marín Gutiérrez

Las evidencias más tempranas son del siglo XIV en Etiopía donde se descubrieron cuencos con restos de cannabis en una excavación arqueológica (Van der Merwe, 1975: 77-80). La planta era cultivada a lo largo de Kafaria por la tribu de los Kafirs, cerca del Cabo de Buena Esperanza, y lo llamaban bangue.

En este continente el cannabis es considerado un medicamento muy versátil, se utiliza para todo: insomnio, malaria, disentería, lepra, caspa, males de ojo, enfermedades venéreas, jaquecas, tosferina, oftalmia y hasta tuberculosis. También se considera un tónico cerebral, antihisterísmo, antidepresivo, potenciador de deseos sexuales sinceros, fuente de coraje y longevidad. Las mujeres lo utilizaban durante el parto y a los bebés se les alimentaba con cáñamo después de destetarlo (Abel, 1980). El Dagga significa “Cannabis” para los pigmeos, los zulúes y los hotentotes que creían que era la medicina indispensable para tratar la epilepsia, mordeduras de serpientes, los calambres, la gota y para levantar el ánimo. También lo utilizaban como sacramento religioso (Herer, 1999, 140). Se usó en bebidas o masticadas hasta que los holandeses coloniales y los indios que venían con ellos empezaron a fumarla.

La lucha contra los hotentotes

En 1658, el primer gobernador de la colonia holandesa del Cabo de Buena Esperanza describió el uso de cannabis por la tribu de los hotentotes. La leyenda cuenta que esta tribu es descendiente de una expedición de soldados egipcios en el 650 a. C. Los hotentotes fueron una tribu de guerreros pero cuando llegaron los holandeses era tranquilos ganaderos. También recogían en las playas los cadáveres de focas y de ballenas. Los holandeses trajeron su propio ganado y sus propios ganaderos, los bóers. Este fue el principio del fin de los hotentotes.

boersAl cabo de los años se desposeyeron las tierras a los hotentotes. Los bóers comenzaron a acumular más tierras y robaban el ganado a los hotentotes que no tenían medios para resistirse; las lanzas no podían hacer nada contra las armas de fuego. Finalmente fueron expulsados de sus tierras y los que se resistieron fueron eliminados o hechos prisioneros. Pero hubo algo que les atrajo a los holandeses de los hotentotes y éste era el consumo de dagga (cannabis) que era más estimado que el oro por los hotentotes (Morley y Bensusan, 1971: 409-412).

En 1661 los hotentotes consumían el dagga por vía oral hasta que descubrieron sobre 1705 el consumo fumado. Hotentotes y bosquimanos aprendieron a fumar gracias al hombre blanco (Abel, 1980). Una vez aprendido el arte de fumar tendrían que perfeccionar el arte de crear pipas, de madera, piedra, hueso o de alfarería, o fumaban en la tierra, sin pipas, en donde el cannabis era mezclado con estiércol ardiente y se hacían unos agujeros en la tierra por donde salía el humo, los fumadores se acercaban para fumarlo (esto era una práctica común entre hotentotes, bosquimanos y bantúes). Al fumarlo se convirtió en un acto social comunal; al inhalarlo les daban unos ataques de tos violenta que les producía un lagrimeo en los ojos. Cuando ya estaban intoxicados comenzaban a recitar o cantar, dando alabanzas a su jefe (Stowe, 1910: 52-53).

Hacia el siglo XVIII los nativos habían empezado a usar tabaco, pero lo encontraron demasiado suave de sabor y lo mezclaron con dagga como lo describió el explorador holandés Thunberg. También el explorador inglés G. Thompson en 1818 se dio cuenta de la mezcla de dagga con tabaco por los nativos, afirmaba que era sumamente pernicioso y daba apariencia de vejez por unos años a sus víctimas. Los hacendados blancos cultivaron cannabis para el consumo de sus sirvientes, los holandeses no lo consumían, estaba mal visto. Lo utilizaban para manejar y controlar a los nativos como si fueran críos (Thompson, 1967).

El evangelista Hugo Hahn vio el consumo como un acto vil que impedía entrar las almas en el cielo. Así que entraba en las fincas de los boers y quemaba las plantaciones de cannabis. Otro que condenó el consumo de dagga fue el periodista americano Henry M. Stanley, más famoso por el encuentro con el misionero inglés David Livingstone en 1871 en Ujiji, junto al lago Tanganika, y por su famosa frase: “El Señor Livingstone, supongo…”. Stanley era un prejuicioso de los nativos. Pensaba que el consumo de dagga debilitaba los cuerpos de los nativos y que así no podrían llevar las cargas de mercancías que le impondrían a los hombros de los nativos (Stanley, 1879:71).

El reino de los zulúes

Al contrario pensaba el explorador A. T. Bryant que tuvo contacto con los zulúes, estos consumían dagga y los estimulaba a realizar hechos muy arriesgados. Se supone que estaban intoxicados de dagga cuando atacaron a los holandeses en la batalla del Río de Sangre en 1838 (Bryant, 1970: 575-580). Los zulúes no eran los únicos que consumían dagga antes de entrar en batalla. Los Sotos según David Livingstone fumaban dagga antes de realizar cualquier asalto (Livingstone, 1857: 540).

En 1879 los ingleses, al mando de Lord Chelmford, entran en Zululandia, pese a la primera derrota de 1.200 hombres y la defensa del territorio con tan sólo un regimiento de 139 soldados galeses, aniquilan los ejércitos zulúes del rey Cethswayo. Los ingleses necesitaban la destrucción del imperio zulú para poder expansionarse por la zona. Pese a que los zulúes se mantenían pacíficos con los ingleses los mandos británicos enviaban informes a la metrópoli afirmando que su rey era un tirano y que contaba con un ejército de enormes proporciones. Después de la destrucción de su imperio los zulúes se convirtieron en mano de obra semiesclava en las explotaciones británicas. En una fuente citada por Brian Du Toit, el explorador David Livingstones describe el uso del matokwane (cannabis) por parte del pueblo manolo:

“Tuvimos muchas oportunidades de observar los efectos de fumar este matokwane en nuestros hombres. Les hacía sentirse muy fuertes, pero producía exactamente el efecto contrario en la mente. Dos de nuestros mejores hombres se convirtieron en fumadores empedernidos, y parcialmente en idiotas. Los actos de un grupo de fumadores de matokwane eran algo grotesco; se les proporcionaban una calabaza de agua pura, una caña de bambú partida, de cinco pies de largo, la gran pipa, que poseía una gran calabaza de la trompa de cámara kurdu para contener agua, mediante la cual el humo se llevaba al modo narguile hacia la boca. Cada fumador tomaba unas pocas caladas, la última más larga, y pasaba la pipa a su vecino. Parecía que tragaba el humo, luchando con el acto compulsivo de los músculos del pecho y la garganta, tomaba un sorbo de agua de la calabaza, esperaba unos segundos, y luego vertía agua y humo de su boca en el surco del bambú. El humo producía una tos violenta en todos ellos, y en algunos una suerte de frenesí que desaparecía en una rápida parrafada sin sentido, o cortas sentencias como:”La hierba verde crece”, “el ganado gordo prospera”, “los peces nadan”.”

Pero también existían prohibiciones de dagga. Como la tribu de Ja-Lou de Uganda Oriental que prohibieron a sus guerreros que consumieran dagga (Hobby, 1902: 30). El dagga formaba parte del estilo de vida de los nativos africanos. Se cambiaba dagga por ganado, hierro o cobre y se podía pagar en dagga los tributos anuales (Vedder, 1966:175).

Los misterios de Sirdar y las primeras prohibiciones

Otro culto de cannabis se encuentra en Sudán. La fundación se atribuye a una mujer misteriosa llamada Sirdar. El propósito del culto no se conoce muy bien pero parece que los adeptos al culto compartieron sentimientos de oposición frente a los jefes locales. En la escala jerárquica debajo de Sirdar se encontraban los murdirs, su propósito era controlar a los que estaban por debajo de ellos. En la escala más baja se encontraban bandas que se promovían fumando dagga. La organización de Sirdar fue todo un éxito ya que los regalos entraban en el culto a raudales (Larkin, 1926:93).

El dagga comenzó a alarmar a la población blanca; este cambio de actitud comenzó poco después de 1843, cuando la República de Natalia, en la costa nordeste de África del Sur que se anexionó Inglaterra. Gran Bretaña empezó a desarrollar la industria del azúcar y necesitaba más mano de obra; comenzaron a llevar a 6.000 indios de castas bajas para trabajar en los campos. Son asalariados con contratos de tres años, son traídos desde la India para trabajar en las plantaciones. Fueron llamados “coolies” que más tarde buscaron otros trabajos como sirvientes, granjeros, tenderos, pescadores, etc… No formaron parte del grupo de blancos pero tampoco eran del grupo de negros. Tenían sus propias costumbres sociales, religiosas y de idioma; aparte ellos consumían cannabis. Los europeos creían que los volvían enfermos y perezosos, incapaces de trabajar y que les inducía a realizar actos delictivos.

En 1870 los colonos se alarmaron tanto que prohibieron el consumo, posesión y venta en los “coolies” de cannabis. Fue cuando comenzaron las leyes que prohibían el uso de cannabis en África del Sur. En 1877, la Comisión Wragg (nombre del juez del Tribunal Supremo Walter Wragg) concluyó que los “coolies” seguían consumiendo cannabis y que esto era una amenaza para los blancos. Así que se volvieron a tomar medidas para prohibir su venta, cultivo y posesión. Pero tales leyes no tuvieron más éxito que las leyes anteriores.

Los soldados sudafricanos fumaban cannabis en los barracones en tiempos de paz, las autoridades no podían permitirlo (Courtwright, 2002:204-205). Así que en 1911 en Sudáfrica se prohibía el cannabis; era una forma de detener a los “insolentes” negros; los sudafricanos “blancos” castigaban y obligaban a los “negros” a dejar de practicar sus cultos y religiones basados en la dagga (Herer, 1999, 177). En 1923, África del Sur prohibió el cannabis con la ayuda de la Liga de las Naciones. Pero no tuvo ningún efecto. Cinco años después realizó otra ley anticannábica con las mismas consecuencias.

En 1924 en un memorandum sobre el “dagga fumado y sus males” publicado por el departamento de Salud Pública de la Unión de África del Sur, afirma que hay una cantidad considerable de dagga fumada entre varones europeos blancos pobres y delincuentes, pero no se encuentra dicho consumo entre europeos “inteligentes y educados”. “Los fumadores europeos han adquirido el hábito durante la adolescencia, aunque la mayoría lo han dejado a lo largo del tiempo. Su consumo es debido a la asociación con nativos mientras trabajaban con la ganadería. El tipo de jóvenes que fuman dagga son, por norma general, de baja inteligencia. Son personas con vidas monótonas, en los cuarteles, en las prisiones, en los reformatorios, entre personas degeneradas y mentalmente inestables. Se observa en bandas juveniles (de 10 a 16 años) que fuman de tres a más cigarros que contiene dagga. Son jóvenes inestables emocionalmente, con la mirada ida” (Siler, 1933). Como vemos, los prejuicios en contra del cannabis no es una cosa de ayer. Permanece incrustado en la consciencia colectiva desde hace muchos años.

Bibliografía

  • Abel, E. Marihuana: The first 12,000 years. Plenum Press, Nueva York (1980)
  • Herer, J. El emperador está desnudo, Castellarte S.L., Castellar de la Fra. (1999)
  • Marín Gutiérrez, I. Historia conocida o desconocida del cannabis. Megamultimedia, Málaga (2003)
  • Thompson G. Travels and Aventures in Southern Africa ,Van Riebeeck Society, Capetown (1967)
  • Van der Merwe “Cannabis smoking in 13-14 th century Ethiopia” in Cannabis Culture, ed. V. Rubin, The Hague: Mouton (1975)

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.