Cada vez que me preguntan cuál es la mejor marihuana que he probado, yo respondo que muchas.
por Germán Carrera
Me resulta imposible definir una, dos o tres flores como las mejores que han degustado mis sentidos. De hecho, creo que mucha gente se deja llevar por un recuerdo idealizado de alguna marihuana que probó, puesto que actualmente, y pese a los terribles derroteros de hibridación masiva que está sufriendo el cannabis, disponemos de las más potentes y productivas genéticas que se hayan ofertado en el mercado de semillas de marihuana (esto no quiere decir que sean las más diversas, las más puras, las más definidas o, en definitiva, “las mejores”).
Y es que esto de la “mejor” marihuana trae consigo un buen puñado de incógnitas. ¿Por qué es la mejor? ¿Qué criterios se han establecido para valorarla como tal? ¿Puede extrapolarse este juicio de forma generalizada? ¿Podemos equiparar el juicio del cannabis al de otros productos como, por ejemplo, el vino?
Pues claro que podemos (o, mejor, podremos), pero probablemente sea demasiado pronto para hacerlo. Hay que tener en cuenta que la valoración de vinos tiene un amplio margen de subjetividad depositada en expertos que se forman durante años para desempeñar esa labor de jueces; y, dentro de esta formación, se establecen muchas características estandarizadas para hacer del juicio de estos expertos algo lo más objetivo posible. Como en este mismo número podéis leer un artículo sobre los procederes de las copas cannábicas, que probablemente podrían compararse a los certámenes vinícolas, no me detendré tanto en este aspecto como en el juicio subjetivo que generamos hacia las flores.
Creo que, en base a la información de la que disponemos y la forma de valorar el cannabis que normalmente se lleva a la práctica, hay tantos pareceres como personas. Los habrá que hagan primar más el olor que cualquier otra característica, afectando esta cualidad al resto de percepciones sobre el cogollo; algunos no podrán evaluar adecuadamente el efecto porque ya han consumido otras flores y habrá efectos que gusten más por la propia predisposición del catador a un tipo concreto de sensación esperada (de hecho, ya existe una amplia cantidad de personas que prefieren no valorar el efecto por la subjetividad inherente en este juicio); e, incluso, el sabor será magnífico para unos y mediocre para otros..
Quizás la presencia de la flor es una de las partes más objetivas pero, incluso en lo que tiene que ver con este aspecto, no hay unidad. Hay quien penaliza duramente a un cogollo que tiene hoja mientras que otros valoran más la cantidad de tricomas que tienen esas hojas que la cantidad de las mismas. En algunos casos se juzga erróneamente lo compacto de la flor sin tener en cuenta que algunas variedades, pese a ser exquisitas, no compactan lo suficiente, ni siquiera con los mejores cuidados y una inmejorable iluminación.
Recuerdo con especial cariño una Neville’s Haze que probé en Ámsterdam hace unos quince o dieciséis años. Rememoro aquel high tan definido, aquellas interminables horas de risas y buen rollo, aquel sabor metálico que permanecía en mi paladar mucho después de exhalar una calada de puro humo cannábico… Pero luego también recuerdo que mi manera de juzgar el cannabis era muy diferente a la que practico en la actualidad. Me gustaría saber cómo valoraría esa marihuana hoy pero, por desgracia, es imposible.
Claro que ha habido genéticas magníficas que se han perdido en los derroteros que ha seguido la industria del cannabis y la enfermiza hibridación en busca de más potencia y producción, pero eso no quiere decir que no sigan existiendo variedades excelentes, probablemente más poderosas y trabajadas que nunca. Buen ejemplo de ello es la generalizada práctica de análisis que se está llevando a cabo para conocer los porcentajes de cannabinoides y la presencia de terpenos que tienen ciertas variedades, así como la relación que existe entre diferentes híbridos de la misma marca comercial.
La importancia que le da el consumidor a los cannabinoides, gracias a dios (o al diablo, quién sabe), ha ido en aumento hasta alcanzar, en la actualidad, un estatus de factor fundamental para la mayoría de consumidores sibaritas o usuarios paliativos (en este caso por las necesidades específicas de algunos enfermos). Está claro que esto se debe, en gran medida, a que hemos aprendido que no es lo mismo consumir una variedad con un nivel muy bajo de CBD y uno muy alto de THC, por ejemplo, que a la inversa. De hecho, las combinaciones son muchas y ofrecen muy diversos resultados.
Por supuesto que una variedad que tenga más cantidad de THC que ninguna otra no es, en absoluto, la mejor; es simplemente la más potente en relación a los efectos provocados por este cannabinoide, el valorado y psicoactivo THC. Los hay que piensan que este valor objetivo puede arrojar cierta imparcialidad a la hora de valorar una genética como la mejor, sin embargo, sólo puede ser la más potente, pues esa categoría absoluta de “mejor” tendrá que responder a otras muchas características (olor, sabor, presencia, curado, suavidad, retrogusto, efecto al margen de la potencia, terpenos que interactúan con el efecto…).
En definitiva, queridos lectores, creo que no existe una forma lo suficientemente estandarizada y fundamentada para valorar adecuadamente las flores y alcanzar cierta objetividad generalizada. Quizás alguien tenga que aventurarse y comenzar a definir nuevos caminos para valorar los frutos de nuestra planta preferida. Por lo pronto, yo me quedo con un amplio abanico de genéticas como “las mejores” marihuanas que he probado.
Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.