La configuración del argot en el mundo de los porros es impredecible. Hay palabras que se transmiten de generación en generación; que se aferran al lenguaje como ventosas y sobreviven décadas. Otras palabras caen en desuso y cuando las escuchas rechinan como un trazo de tiza mal dado sobre una pizarra. Pese a su sonido carroza todavía conservan un atisbo del significante estupefaciente que antaño fueron, ayudadas por supuesto del contexto en el que se enuncian.

Hace unos meses subí con unos amigos a la Sierra de Guadarrama en Madrid para disfrutar del aire libre. Ascendimos el Peñalara. El cielo estaba despejado, hacía buena temperatura y el sol brillaba en nuestra cara. En la cima sacamos unos bocadillos y unas cervezas. Disfrutábamos de nuestros cigarrillos post comida cuando un hombre de mediana edad con pinta afable nos preguntó, “oyes, ¿tenéis freddys por ahí?” ¿Freddys? Qué lugar más impropio para que te pidan freddys. Nos reímos bastante de la terminología de aquel hombre y le dijimos que no. Yo no había escuchado esa palabra en mi vida pero por alguna razón sabía perfectamente a lo que se refería.

En el caso de freddy, el rechine viene por el emisor, que supera los 40 años, no porque el término haya caído en desuso. Dudo mucho que alguna vez tuviese un empleo generalizado. Es el típico término del argot de la marihuana que se utiliza en grupúsculos y que no trasciende. Otros ejemplos de estos términos minoritarios que denotan porro −al menos en mi grupúsculo− son johnblow, maicon, maki, hati, bob, etc. Extravagantes, ¿verdad? Y es que de todas las drogas, la marihuana probablemente genera el argot más rico.

Cuando le pregunté a mi padre como se decía porro en los ochenta me contestó con un lacónico porro. Ésta es una de esas que se ha perpetuado en el tiempo y que denota al cigarro liado de marihuana o hachís. Otras equivalentes son canuto y peta (de petardo). Él no conocía la palabra pei (derivado de peta) pero sí mai, que yo también he escuchado alguna vez. Luego empezó a enumerar otros términos como fliki, flikismikis y chiflo que más bien sonaban a palabras exclusivas de su grupúsculo.

España siempre ha sido más consumidora de hachís que de marihuana debido a nuestra vecindad con el mayor productor del mundo, Marruecos. Por ello quizás ha generado más palabrejas que la maría. Costo es una palabra transgeneracional, generalizada y genérica para hachís. Las antiguas generaciones también empleaban la palabra tate, de chocolate, y las nuevas han adoptado el término anglosajón hash. El hachís más arenoso se llama polen mientras que el aceitoso se llama paqui en referencia a su procedencia geográfica. Antiguamente a este hachís aceitoso se le denominaba goma o goma de Ocklahoma. Todavía si vas a Marruecos algún comerciante oxidado te gritará: “Amijo, tengo goma, goma de Ocklahoma”.  La china o la piedra son términos comúnmente utilizados para denotar el trozo de hachís arenoso o sólido mientras que el más aceitoso y maleable se llama hueva (por su forma de huevo que facilita su transporte en el ano por las fronteras). Otros términos extintos que significaban tanto maría o hachís son grifa y mandanga. Nadie hoy en día los utiliza, excepto los seguidores acérrimos de El Fari.

En los 80 el usuario no acudía a su camello en busca de una hueva o de media hueva. Tampoco a por 20 pavitos de polen. La mandanga se adquiría por talegos, el equivalente a mil pesetas. Te imaginas llamando a tu dealer para pedirle un talego de hierba… Osea tía, no. Las chustas –parte final de un porro− no eran chustas sino tobas y cuando te excedías no te daba un amarillo, sino un muermo. Si te metías en un lugar cerrado y pequeño con mucha gente a fumar no hacías un submarino sino un Londres. Y si mezclabas hati con hierba en un mismo cigarrillo no hacías un mariachi, simplemente no sabías lo que hacías.

Los porros son una droga eminentemente social. Se pasan, se rulan, circulan, se comparten. Para evitar las adjudicaciones arbitrarias, las comunidades de fumetas actuales han desarrollado métodos y fórmulas que estimulan la competitividad amistosa. Estos son algunos de los acertijos que lanza el fumador a la espera de la respuesta adecuada para pasarlo. ¿Qué fuma la cierva? Hierba. ¿Qué fuma el rey? Un pei. ¿4×4? Todoterreno (algún rookie siempre contesta 16). ¿Plato? Pum. Y así un sinfín de preguntas que estoy seguro que los lectores de multas por drogas compartirán. Antiguamente tampoco se toleraba con gracia que se te quedase la toba pegada al dedo. Cuando alguien talaba, el de su izquierda apuntaba rápidamente, “la mierda, siempre por la izquierda” a lo que el situado en el lado opuesto respondía, “sí, pero la derecha también aprovecha”.

La selección natural lingüística que conforma el argot del mundo del porro es impredecible. Unos términos se perpetúan mientras otros se extinguen para solo dejar sus fósiles.  Lo que sí está claro es la función de la jerga. Identificar a tu igual y generar un código clandestino que burle a la autoridad –padres, policías, G.I. Joes−. ¡Cuidado! La autoridad se está aplicando como los descifradores de códigos de la Guerra Fría. En Estados Unidos, los especialistas en adicción de la Clínica Menninger de Houston han creado un test de argot estupefaciente para actualizar a los padres de familia que deseen estar alerta.

Con información de webs.demasiado, cat-barcelona, terra.

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Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.