A la hora de comenzar un cultivo de interior para autoconsumo hay que tener siempre en cuenta un factor básico del que dependerá su posterior desarrollo: el espacio del que vamos a disponer. Lo habitual es medir este espacio por su superficie en metros cuadrados, es decir, el ancho multiplicado por el largo, dejando la altura como un dato de menor importancia a partir del punto en que las plantas tengan un espacio de sesenta centímetros o más para florecer antes de alcanzar las “zonas calientes” bajo las bombillas. Sin embargo, algunos cannabicultores se dieron cuenta hace tiempo de que la altura disponible se puede utilizar también como espacio de cultivo.

 Fotos y Texto: Greenworld

Si bien el cerebro humano percibe la realidad y el espacio como un “todo” tridimensional, lo cierto es que desde la antigüedad, o más bien desde los comienzos de la agricultura, el “hombre” casi siempre ha realizado sus cultivos “domesticados” en horizontal, cosa por otra parte muy lógica ya que aparentemente en exterior y plantando en el suelo no cabe más que poner unas plantas al lado de otras, con la única precaución de preveer cuánto crecerán durante su ciclo vital al objeto de dejar suficiente espacio entre ellas al realizar la plantada para que después no se tapen y estorben unas a otras, ya que en general esto suele provocar que las plantas inviertan su energía en competir por la luz del Sol y los nutrientes de la tierra en vez de producir tallo, flor, fruto o semilla.

Por otra parte está la cuestión del regadío ya que, como todos sabemos, las plantas necesitan agua de manera indispensable para poder absorber los nutrientes de la tierra. Hoy en día disponemos de sistemas mecánicos y/o eléctricos que nos facilitan sobremanera el transporte del agua desde su origen (ríos, lagos, manantiales…) así como de la posibilidad de detectar y acceder a fuentes subterráneas de agua como acuíferos soterrados o directamente a las capas freáticas por donde circula el líquido elemento. Es cierto que la habilidad y creatividad del ser humano siempre ha estado ahí, y el agua ha sido guiada mediante acequias y canalizaciones e impulsada mediante estructuras que aprovechan la fuerza de la corriente de ríos, cascadas y manantiales para conseguir hacerla llegar a los cultivos, en ocasiones a muchos kilómetros de distancia.

Sin embargo, la mente humana es insondable e inconmensurable. Buena muestra de ello es que hace más de 2.000 años una de las civilizaciones más ricas en bagaje cultural y conocimientos científicos de la época llegó a imaginar un sistema de cultivo “hidropónico” y vertical que aprovechara la altura además de la superficie horizontal, llevándolo a la práctica con inmejorables resultados: Los “jardines colgantes” de Babilonia.

Vamos a exponer el concepto en el que se basaba aquella obra de ingeniería agrícola ya que, por increíble que parezca, los sistemas actuales de alto rendimiento para el cultivo urbano en interior que aprovechan la dimensión vertical como superficie útil y productiva tienen su origen en aquel prodigio de la humanidad.

Tecnología Babilónica

 Para situarnos, lo que entendemos por Babilonia era una ciudad situada en un área de Mesopotamia que abarcaba prácticamente todo el territorio de lo que hoy en día conocemos como Iraq y parte de Irán, y fue la ciudad conocida más grande de su época.

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En torno al año 600 antes de la era cristiana, el rey Nabucodonosor, gran promotor y amante de la cultura y la ciencia, deseaba adornar su palacio y residencia de manera espectacular y grandilocuente, propia de uno de los dirigentes más poderosos conocidos. Estas construcciones tenían forma de pirámide al estilo de los “Ziggurat”, similar a las pirámides construidas por la civilización azteca, y el rey deseaba que estuvieran cubiertas de vegetación en forma de flores y plantas, formando un gran jardín vertical. El gran problema al que se enfrentaba básicamente era nutrir de agua al jardín ya que ésta tendría que ser transportada de alguna manera desde el río Éufrates hasta el palacio real, y una vez allí moverla por todas las zonas de cultivo teniendo en cuenta que las más elevadas se encontraban a unos 25 metros de altura con respecto a las inferiores.

Bizancio en su obra “Siete maravillas de la Antigüedad” describía así el sistema de transporte de agua y riego automático: “…Las conducciones de agua, al venir de fuentes que están en lo alto a la derecha, unas corren rectas y en pendiente, otras son impulsadas hacia arriba en caracol,  obligadas a subir en espiral por medio de ingeniosas máquinas.  Recogidas arriba en sólidos y dilatados estanques, riegan todo el jardín, impregnan hasta lo hondo las raíces de las plantas y conservan húmeda la tierra, por lo que, naturalmente, el césped está siempre verde y las hojas de los árboles, que brotan de tiernas ramas, se cubren de rocío y se mueven al viento. La raíz, nunca sedienta, chupa el humor de las aguas que corren por doquier y, vagando bajo tierra en hilos que se entrelazan inextricablemente, asegura un crecimiento constante de los árboles. Es un capricho de arte, lujoso y regio, y casi del todo forzado, por el trabajo de cultivar plantas suspendidas sobre la cabeza de los espectadores“.

 El relato del griego es muy descriptivo y nos permite hacernos una idea muy clara de cómo funcionaba todo el “invento”. Aprovechando la estructura escalonada de la pirámide Ziggurat se construyeron una serie de terrazas de piedra sobre su superficie y sobre la más alta se ubicaba un depósito de agua desde él se regaban todas la plantas pasando el agua de unas terrazas a otras por efecto de la gravedad. Algunas de las flores que adornaban el jardín eran el jazmín (perfume de los reyes), la rosa (perfume de los amados) y el narciso (perfume de la juventud), pero también había árboles de gran porte cómo los álamos o toda clase de frutales.

Hacemos notar que aquellos jardines no eran realmente colgantes ni se encontraban suspendidos en el aire. Según diferentes filólogos y estudiosos de la cultura mesopotámica, el nombre viene de una mala traducción, siendo la correcta “jardín que sobresale”, mucho más descriptiva del sistema de terrazas que veíamos más arriba.

Así pues, resumiendo las características de aquella tecnología de cultivo nos encontramos con que tenemos una estructura tridimensional con forma de pirámide de cuatro caras cubierta de plantas en distintos niveles o alturas. El agua se transporta al nivel superior y desde allí cae por su propio peso inundando el nivel inmediatamente inferior y así sucesivamente hasta llegar a la base, desde donde es impulsada de nuevo hasta el nivel superior. Si imaginamos esa estructura con forma de cilindro en vez de pirámide, hueca por dentro y con una fuente de luz en su interior, estaremos delante de cualquiera de los sistemas de cultivo vertical disponibles actualmente en el mercado del cultivo urbano.

El Coliseo Vegetal

 Aunque este tipo de sistemas de cultivo vertical no son muy utilizados en nuestro país, quizá por su elevado precio, no sucede así en el resto de Europa, sobre todo en el Reino Unido, y también son de uso frecuente en EEUU y Canadá. En realidad, si tenemos en cuenta que hablamos de sistemas completamente integrados, de los denominados “llave en mano”, y que bien pueden llegar a cuadruplicar el rendimiento de un jardín, ya que, como los de Babilonia, aprovechan al máximo el espacio vertical a base de colocar las plantas en filas unas encima de otras con una fuente de luz en el centro. Algunos modelos como el que vamos a analizar en primer lugar proporcionan todo lo anterior en un entorno completamente cerrado, con lo que además se optimiza el rendimiento de la luz, que no se pierde fuera del espacio de cultivo.

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En la actualidad existen multitud de modelos: circulares, hexagonales, cuadrados… También se diseñan para medios concretos de cultivo como tierra, lana de roca, arlita o perlita. Quizá el primer modelo que llegó a España con el cambio de siglo fue el Coliseum, que más tarde evolucionó hacia el Arena y sus variantes. Este sistema de cultivo vertical se sigue comercializando en todo el mundo y es seguramente uno de los más eficientes y sobre todo, robusto y fácil de montar y mantener.

Está diseñado de manera modular a base de piezas que se encajan unas en otras de forma parecida a los juegos de construcción, por lo que su versatilidad es enorme al permitir alterar el diseño circular original tanto en tamaño como en altura e incluso en su forma. Como comentábamos más arriba, este sistema es cerrado y por ello el aprovechamiento de la luz emitida por las bombillas, que se montan en vertical en el centro del Coliseum, es cercano al 100%. Si tenemos en cuenta que un foco abierto de los estándar desperdicia alrededor de un 40% de la luz al reflejarla fuera del espacio ocupado por las plantas (paredes, suelo, techo…) y que los más profesionales del tipo Adjust–a-Wing también desaprovechan un mínimo del 20%, está claro que ya sólo con este factor las plantas van a producir más y más rápido.

Al ser modular, podemos jugar con la altura desde menos de un metro hasta más de dos. Eso sí, el fabricante recomienda de 1.500 a 2.000 Watios de potencia lumínica para obtener el máximo rendimiento del sistema, en el que se pueden llegar a cultivar unas 300 plantas de alrededor de 40 centímetros en una superficie de menos de dos metros cuadrados y aprovechando una altura también de dos metros. La cuestión de la potencia utilizada, que analizaremos en detalle más adelante, es de vital importancia y en este sistema de cultivo se requiere una ventilación especial ya que las bombillas se montan “al aire” colgadas unas encima de otras sin ningún tipo de aislante como los tubos de cristal con extracción directa.

En la próxima entrega explicaremos de forma clara y concisa todo lo referente al montaje, uso y mantenimiento del que posiblemente fue el primer sistema de cultivo vertical hidropónico, explicando la metodología de cultivo necesaria para obtener unos resultados que se podrían calificar de asombrosos. Hasta entonces, un saludo.

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.