Artículo sobre la vuelta a la situación “normal” del cannabis, de donde nunca debió salir.

En noviembre, el estado de California votará si se aprueba la legalización de la venta y posesión de marihuana. Si la iniciativa sale adelante se habrá dado un paso fundamental para una de las reivindicaciones más lúcidas sobre los derechos civiles y, probablemente, desencadene un efecto dominó de procesos similares que lleve a muchos otros estados a lo largo del mundo a replantearse la nefasta política sobre drogas que hoy padecemos. Más que nada porque, si la padecemos, es sobre todo porque fue EEUU quien impuso desde mediados del siglo pasado el absurdo rigor prohibicionista que sólo ha traído desgracias.

Se huele, y no puede estar mejor dicho ya que hablamos de marihuana, el viento de cambio sobre la cuestión. Porque, donde sólo hace unos años, se concentraba un pequeño grupo de librepensadores y hippies que reivindicaba la legalización de la marihuana, hoy ya hay varios ex presidentes mexicanos y hasta uno español. No es extraño, que el cannabis regrese a la normalidad de donde nunca debió ser marginada, es –ya lo he dicho– en primer lugar una cuestión de derechos civiles que busca ampliar las libertades individuales; pero, además, ya a muy pocos se les escapa que resolvería muchos otros problemas de índole social y económica. Si hay tres ex mandatarios mexicanos que se han decidido a reclamar en voz alta esta medida es porque México está muy cerca de ser derrotado como estado por el gigantesco poder de la mafia del narcotráfico, grupos de delincuencia organizada a los que se ha cedido alegramente una fuente multimillonaria de ingresos con la que financiar sus instrumentos de extorsión y compra de armas, en ocasiones, superando a fuerzas policiales o militares. Es preciso que cambiemos nuestra política sobre las drogas para desarmar a estas mafias, para garantizar a los consumidores que obtendrán sustancias que hayan pasado los correspondientes controles sanitarios y, por último pero no menos importante, para que ese tremendo flujo de caudales pague impuestos y empiece a darnos beneficios a todos en vez de miseria.

No hay momento, además, más oportuno que éste para que comience a tomarse en serio esta iniciativa en España. En un país en crisis, en el que se calcula que una cuarta parte del Producto Interior Bruto se va al pozo de la economía sumergida, no estaría mal sacar a la luz algo del mercado negro; aunque sea para compensar, porque no parece que el Gobierno se vea con el ánimo suficiente para combatir el fraude fiscal y a la Seguridad Social con el que tan alegremente flota la iniciativa privada por aquí. El descaro con el que se nos roba a todos por medio de artilugios financieros o se paga en negro a trabajadores para no tener que cotizar; eso sí que es flipante. Y, dado que tampoco parece que ni desde las administraciones ni desde los muy emprendedores empresarios se vaya apostar por cambiar nuestro modelo productivo hacia la investigación y el desarrollo, por lo menos la legalización de la marihuana daría un buen impulso a la hostelería y al turismo, que deben ser los únicos sectores que se les ocurren.

Bueno, y a la agricultura, claro. Ya que en Asturias dan por cerrado el ciclo de la industria; y que a la minería se le ha puesto fecha de caducidad en el año 2014, volvamos a los orígenes. Sin garabatu, ni guadaña. Sin tener que cabruñar. Volvamos a ir a la yerba.

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