Se dice, se cuenta, se comenta que el adrenocromo no existe, que existe; que produce efectos psicoactivos, que no los produce; que esto, que aquesto y lo de más allá; que ni lo uno, ni lo otro sino todo lo contrario…. ¿Qué será… será, pues, y qué hará o qué dejará de hacer esta sustancia? Sigan ustedes leyendo y, muy pronto, lo sabrán.

Por Eduardo Hidalgo

Último y definitivo artículo sobre el asunto. En él, retomamos el relato de la cata vía sublingual y vertemos nuestras últimas conclusiones al respecto de esta sustancia.

Llamo a Manuel: «Tronko, que estoy aquí. ¿Dónde quedamos? Hay un monolito enorme en medio de la plaza, ¿quieres que te espere ahí arriba, Manolito?»

Aparece Don Manuel. Lo veo venir de lejos. «¡Que pasa, nen!»; «Cuanto tiempo, capullo»; «Mersi, mi tron»; «Vamos a tomar unas birras…»

Vamos a tomar unas birras. Nos metemos en una cafetería cualquiera, la primera que se nos pone a tiro. Y empezamos a hablar –léase: me marco uno de esos monólogos tan insufribles como interminables que, incomprensible y abnegadamente, mis benditos colegas tienden a aguantar estoicamente (por lo común hasta las 10 de la noche, a lo sumo hasta las 5 y media de la madrugada) hasta que, en un arrebato de arrojo y valentía, salen escopetados como alma que lleva el diablo, bien a pata, bien en taxi, diciendo «bueno, tronco, yo me piro», y ¡chasssss!, desaparecen súbitamente, dejándome, por norma general, a merced de todo tipo de perroflautas, yonkis, inmigrantes, buscavidas, eskizos y vagabundos hasta bien entrada la mañana-.

Mientras le suelto a mi amigo la habitual sarta de soplapolleces, miro de soslayo a un grupo de señoras sentadas en una mesa y se me siguen antojando super-freakys, de modo que centro toda mi atención en Manuel, que me infunde confianza y no me genera sensaciones raras. Entonces, el tío, aprovechando que paro un instante de hablar para darle un sorbo a mi cerveza, va y me pregunta:

«¿Y cuándo te lo vas a tomar?»

«No tío, si ya me lo he tomao, antes de salir de casa».

«Ah, cojones, pues yo te veo tan normal, si es que eso se puede decir de ti». Bueno, esto último, es decir, lo que viene después de la tercera coma, es coña, vamos, que me lo he inventado, aunque… la verdad sea dicha, la historia también tiene sus matices, porque resulta que, más adelante, en un encuentro que tuve con el Doctor X Caudevilla, el Cabildo de Fuerteventura –uséase, el señor Don Raúl del Pino- y George (si, George, ¿o es que, acaso, necesita más presentaciones?), los dos primeros van y me sueltan que de lo mío con el adrenocromo no se creen nada de nada, que no tiene ninguna validez, porque, a su juicio y particular modo de entender la vida, aducen que mi organismo lleva tanto y tanto tiempo cargado de metabolitos derivados del abuso –si, abuso, ¡serán cabrones! ¿Y ellos qué? ¿Eh?- de las más variadas sustancias psicoactivas que, en palabras textuales, «sus posibles interacciones con cualquier otra droga que tome o que haya dejado de tomar invalidan todo lo que diga respecto a cualquier tema». Es decir, lo que se llama “una lógica aplastante”. Como para hacer el más mínimo intento de rebatir los argumentos de estos otros estimados y apreciados colegas…

Dicho esto, nos acabamos las birras y nos vamos a comprar más, a un supermercado o a los chinos, no me acuerdo, el caso es que también nos pillamos unas pizzas. Paga Manuel. Vamos, que además de puta pone la cama. Como siempre y como todos los que, de un tiempo a esta parte, quedan conmigo, que nunca tengo un pavo, porque siempre me lo acabo gastando con los perroflautas con los que, los muy capullos, me dejan tirao en mitad de la noche y de la gran ciudad.

Subimos a su casa, bueno, ya saben, a la de su casera. Birra paquí, birra pallá… que si el Burning Man, que si el Facebook, que si su piba, que si el otro día acabé en el Metro con una pareja de yonis cantando flamenco, que si tal, que si cual… Ya están las pizzas. Ñam, ñam, ñam; glu, glu, glu; munch, munch, munch; y bla, bla, bla… veo el mundo bajo una ligera, muy ligera, pátina de irrealidad, como si, entremedias, hubiese una fina capa de film transparente para cocina (nada que ver con el muro de cristal del que hablara Osmond). Tan ligera y tan fina que, poco a poco, entre trago y trago, bocado y bocado, frase y frase, resulta que va y desaparece del todo. Llegado a un punto me siento tan normal. Absoluta y completamente normal. De modo que doy el experimento por concluido y pienso que bien podríamos pillar unos pollos de pitxu y corrernos una buena juerga. Don Manuel, ya saben, una persona de orden donde las haya, en su lugar, vuelve a invitarme a unas cervezas y se venga y se descarga conmigo soltándome un monólogo alucinante en el que va desgranando sus increíbles experiencias con un ser digno de figurar en la Antología de Grillaos y Anormales de la Historia Universal. Tras ello, damos por concluido el encuentro y nos encaminamos cada cual para su casa. Y así, aquí y de este modo, acaba el relato de mi segunda (o cuarta, según se mire) experiencia con el adrenocromo. De tal manera que, llegados a este punto, únicamente nos queda por aportar unas últimas, personales e intransferibles conclusiones y, con ello, dar el asunto por cerrado.

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1 – El adrenocromo semicarbazona es una soberana mierda, no vale para nada en términos psicoactivos. Al efecto, y en razón de sus efectos, resulta infinitamente más provechoso tomarse una taza de café.

2 – Nuevamente, en razón de mi experiencia, cabe descartar, de pleno, los arrolladores efectos psicodélicos del adrenocromo mencionados por Hunter S. Thompson, así como sus consabidos efectos secundarios de tipo fisiológico (parálisis, falta de respiración y bla, bla, bla). Lo cual, a fin de cuentas (y a pesar de la más que evidente alteración de la percepción sufrida por Osmond y otros sujetos en los experimentos de los años 50) viene a coincidir plenamente con las conclusiones generales que vino a arrojar el grueso te tales investigaciones. A saber: «Los cambios ocurren primariamente en el pensamiento y en el estado de ánimo. Los cambios perceptivos son sutiles y no obvios. Esto entra en marcado contraste con los cambios visuales que frecuentemente se suceden a la administración de LSD (Hoffer y Osmond)».

3 – En mi caso, como ya han tenido la oportunidad de saber, las “alteraciones perceptivas” fueron mínimas o inexistentes (lo de Pokemon y poco más). Sin embargo, a todas luces y –por mi parte- sin la menor de las dudas, se produjo una palpable modulación de estado de ánimo y de mi procesamiento mental. Al fin y al cabo, a la hora de realizar ambas tomas, me encontré inusualmente jocoso y jovial, cualquier estupidez me hacía una enorme gracia; al mismo tiempo que percibía la realidad con marcadas sensaciones de irrealidad (desrealización) y, como ya comenté en su momento, tuve ligeros y puntuales dejes paranoides. Lo cual, de nuevo, vuelve a coincidir con las mencionadas conclusiones de los estudios de los años cincuenta. Recordemos, una vez más: «Los autores, finalmente, concluyeron que los cambios en el pensamiento inducidos por el adrenocromo eran similares a los observados en la esquizofrenia (Grof. S. et al)». Por lo demás, el hecho de que la toma por vía endovenosa se viese enturbiada por el consumo de alcohol y tranquimazin tampoco invalida el bionesayo, en tanto en cuanto, alcohol y el tranquimazín (y quien sabe cuántas cosas más) los hemos tomado y los tomamos cada dos por tres, y aún cuando, no negamos que, en ocasiones, podamos tener resacas tontas y jocosas, las sensaciones de desrealización, los dejes paranoides y todas esas movidas hace más de veinte años que no las habíamos experimentado. Del mismo modo que, en lo que respecta a la toma vía sublingual, hemos de mencionar que el cómico y delirante deambular por la calle hasta la estación de tren lo realizamos, día sí, día también –resacosos, sobrios, abstinentes, colocados…- sin que, hasta el momento, nos hubiesen entrado jamás tales –y tremebundos- ataques de risa. Y ello, coincide, nuevamente, con las aseveraciones de Hoffer y Osmond: «La depresión era más frecuente que la euforia», es decir: la euforia, se daba, minoritariamente, pero se daba. Por último, el subidón, la activación, el acelere… asociados al ensayo endovenoso, a pesar de las variables contaminantes (consumo de alcohol, alprazolam y euforia derivada de haber logado culminar con éxito una “misión imposible”) coinciden, en buena medida, tanto con las apreciaciones de Samorini («los ngarrindjeri australianos… habían optimizado el descubrimiento de las propiedades estimulantes de la “grasa renal” potenciándolo con esta técnica, no sólo atroz sino también eficazmente») e incluso con las de Hoffer, que, recordemos, se volvió hiperactivo (mientras que su mujer entró en un estado depresivo).

A su vez, la variación en la duración de los efectos en razón de la vía de administración (en mi caso mucho más prolongada con la vía intravenosa) tampoco contradice las tesis ni las conclusiones de los renombrados estudiosos de los años 50: «Todos los síntomas somáticos desaparecían a los 30 minutos. Los cambios psíquicos ocurrieron a partir de los 10 minutos. Variaban de persona en persona e, incluso, en la misma persona entre una administración y otra» (de nuevo, nada nuevo bajo el sol: al propio Osmond –vía endovenosa-, los efectos parecieron durarle dos días; mientras que al psiquiatra A. B. –empleando la vía sublingual- le afectaron durante semanas o meses; y al común de los sujetos experimentales apenas una hora, o media o poco más- aun cuando, en algunos casos, como indican los autores, los efectos fueron mucho más prolongados y, por lo general, desastrosos).

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4 – Dicho esto, desde mi experiencia personal, concluiría –en consonancia con lo que vinieron a decir la práctica totalidad de los investigadores de mediados del Siglo XX-, que el adrenocromo ejerce, sin lugar a dudas, unos evidentes, aunque sutiles, efectos sobre el Sistema Nervioso Central (aún cuando, como siempre, haya personas que reaccionen más, menos o nada en absoluto –la minoría, en este último caso). Efectos que, según mi opinión, casan y cuadran mejor con el calificativo de “psicotomiméticos” (semejantes a la psicosis) que al de psicodélicos (aunque, como ya he comentado, y como comentaron en su día los propios científicos, tales efectos pueden o acostumbran a ser suaves y sutiles, más que asemejarse a un puro y duro brote psicótico en toda regla; pero vamos, que sus toques y matices psicóticos si que los tienen).

5 – Por otra parte, en lo que se refiere a la falta de insight, creo que en mi caso no la hubo (en todo momento fui perfectamente consciente de que “algo raro estaba pasando”, lo cual entra en perfecta sintonía con los relatos de Osmond, al mismo tiempo que no contradice el hecho de que otros individuos carezcan o careciesen de dicho insight. Ya saben: cada persona reacciona diferente). De igual manera que, el hecho de que mis niñeras (Chema y Manuel) me viesen “normal” o casi, tampoco invalida ni contradice mi percepción de que, realmente, no lo estaba, pues, a fin de cuentas, en ambas ocasiones, cuando más “raro” me encontré fue cuando estaba en camino de encontrarme con ellos, es decir, justamente antes de verles

6 – Dicho lo dicho, mi impresión general del asunto –por si a alguien le interesa- vendría a resumirse en que el adrenocromo carece, básicamente, de interés alguno como droga recreativa: aparte de que la adquisición de la sustancia con plenas garantías de calidad resulta harto cara y complicada, sus efectos son muy suaves y sutiles (y en esto coincido plenamente con el redactor del trip report que aparece en Erowid –Killing the myth- que viene a decir que un porro o cualquier otra droga al uso te deja mucho más tocado, incluso en términos psicotomiméticos). Sin embargo, también coincido, por completo, con Giorgio Samorini, cuando dice que «es bastante probable que en la cadena metabólica adrenalina-adrenocromo-adrenovolutina realmente haya algo psicoactivo». Algo que, tal vez, no será de gran interés para los consumidores de drogas al uso, pero que, a mi juicio, debería serlo para los investigadores del ámbito de la psicología y de los mecanismos neurobiológicos subyacentes a las psicosis.

7 –Aquí acaba mi historia, mi particular experiencia y visión sobre el asunto. Punto pelota. Esperemos, no obstante, que otros tomen el testigo. Con todo, ya saben, en lo que a nosotros respecta -ya lo dijimos- a título personal, con esto, damos el caso por cerrado.

Clock-clock.

Acerca del autor

Eduardo Hidalgo
Yonki politoxicómano. Renunció forzosamente a la ominitoxicomanía a la tierna edad de 18 años, tras sufrir una psicosis cannábica. Psicólogo, Master en Drogodependencias, Coordinador durante 10 años de Energy Control en Madrid. Es autor de varios libros y de otras tantas desgracias que mejor ni contar.