“La sostenibilidad es el próximo digital”, tituló en un análisis la consultora Bain & Company para referirse a la nueva revolución que está ocupando a las empresas a nivel global. Conceptos como los de seguridad informática, ingeniería de datos, internet de las cosas o analítica siguen sin aplicarse en un buen porcentaje de las compañías del país y, pese a eso, ya es inminente la nueva transformación que se gesta en torno al bienestar del planeta.

Cifras del Harvard Business Review dan cuenta de la relevancia que ya está teniendo la sostenibilidad en la economía: 73% de los consumidores globales cambiarían sus hábitos de consumo para reducir el impacto ambiental, 78% de los inversionistas aseguran que le dan más énfasis a la sostenibilidad que hace cinco años y 16% es el incremento estimado en la productividad de los empleados en compañías con mayor responsabilidad social corporativa.
Ante este panorama, una industria naciente como la del cannabis medicinal, que se juega su viabilidad financiera en un mercado que hasta ahora empieza a crear demanda, tiene en la revolución sostenible una oportunidad para incrementar su competitividad, mantener su vigencia y, sobre todo, favorecer la salud humana con productos que no comprometen los recursos naturales en su producción.

Dicha oportunidad, dadas las condiciones de Colombia -que goza de 12 horas de luz solar a lo largo de todo el año, tiene todo tipo de microclimas y dispone de una gran abundancia de cuerpos hídricos- se materializa en la agricultura sostenible, una práctica que, según la FAO, “toma en cuenta los efectos a mediano y a largo plazo de las intervenciones agrícolas en el agroecosistema y asume un planteamiento activo en vez de afrontar los problemas conforme se presenten”.

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Este es el caso de los cultivos que tiene Avicanna en el corregimiento de Bonda, Magdalena, en donde, gracias a las condiciones de luz, los vientos constantes y la baja humedad relativa que posee la Sierra Nevada de Santa Marta en sus faldas, se tiene un ambiente óptimo para la agricultura orgánica de cannabis; con la que se garantizan materias primas de la mejor calidad para producir referencias farmacéuticas.

Aunque las características que otorga la geografía nacional facilitan la incursión del sector en dicha transformación, esta no deja de ser un reto mayor para las empresas. Siguiendo con el caso de los cultivos de cannabis, adicional a una inversión comparativamente más alta -por cuenta de emplear una mano de obra mejor calificada, proteger mejor las condiciones del entorno y monitorear permanentemente el ecosistema-, cuando se usa para fines medicinales, se necesita un mayor rigor en los controles de calidad para mitigar las plagas de hongos, que pueden comprometer toda la cadena productiva.

Dicho esto, si bien es cierto que la agricultura orgánica tiene complejidades técnicas implícitas, esta constituye una auténtica inversión, no solo porque se está elevando la pureza del medicamento que recibe cada paciente, sino porque se está protegiendo el patrimonio natural proactivamente. Los pocos años que tiene la industria nacional del cannabis no son excusa para no sumarse a la revolución sostenible, los beneficios van más allá de la competitividad industrial, son la protección de las condiciones del mañana.

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Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.