Su corazón dejó de latir el 29 de abril de 2008, a los 102 años, pero en su kilometraje acumulaba milenios de conocimiento. Hofmann sintetizó el LSD y fue el primero en experimentar sus efectos. En vida gozó de cabal salud y el prestigio de un visionario en diversos ámbitos de las ciencias y las artes.

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LSD, la medicina del doctor Albert Hofmann

Hofmann fue psiconauta por motivos profesionales, su búsqueda de conocimiento lo llevó a explorar otras dimensiones de la realidad. “Desconozco espíritus distintos de los que alberga la naturaleza”, declaró en su centenario, al recordar que su objetivo era encontrar una “medicina para el alma. La vida y obra científica de Hofmann está marcada por la espiritualidad. El turismo psicodélico quizá no se imagina todo lo que hay detrás de ese alegre papelito, además de la pirotecnia sensorial. Su descubridor nació en una familia pobre y religiosa de Aargau, un cantón suizo cerca de Francia, y se quedó huérfano de padre a muy temprana edad. Tuvo que trabajar durante la adolescencia para mantener a su familia, pero creció fascinado por la belleza natural que le rodeaba. A los veinte años, sin dejar su trabajo en la fábrica, estudió Química en la Universidad de Zurich y presentó una tesis doctoral sobre la quitina. En 1935 ya era director de Investigación Farmacéutica de Productos Naturales del pequeño laboratorio Sandoz, en Basilea, donde se dedicaba a estudiar el potencial medicinal de las plantas. Tres años más tarde su trabajo lo llevó a encontrarse con los espíritus que habitan en la naturaleza.

En 1938 el doctor Hofmann estudiaba los alcaloides del cornezuelo, el hongo del centeno, ergot o claviceps purpurea, en busca de un estimulante circulatorio y respiratorio para aplicarlo en obstetricia. Sabía que durante siglos el cornezuelo fue usado por las comadronas para practicar los partos rápidamente y con menos dolor al provocar una contracción activa del útero, pero también era conocido por causar el Fuego de San Antonio, una terrible enfermedad que azotaba a los campesinos por comer el pan hecho con harina infectada. Por supuesto, se sabía que en pequeñas dosis producía cambios notables en el cerebro y en el sistema nervioso. Hofmann y su asistente W. A. Kroll no ignoraban nada de esto cuando encontraron la dietilamida tartriga, el derivado número 25 que sintetizaban del ácido lisérgico; la llamaron LSD-25 pero no le encontraron ninguna utilidad después de probarla con ratones…

Cinco años después Hofmann investigaba de nuevo el cornezuelo y se reencontró con la dietilamida de manera inesperada. Sin darse cuenta absorbió la sustancia por vía cutánea y no tardó en caer dormido, fue un largo y extraño sueño espiral de formas y colores. De vuelta en el laboratorio se sometió a una prueba con 25 miligramos de LSD y al empezar a sentirse un poco extraño decidió regresar a su casa, entonces sucedió el célebre episodio del viaje fantástico en bicicleta. “Sentí que el mundo había sido creado nuevamente”, escribió en su libro My Problem Child. Desde un principio vislumbró los alcances espirituales de su descubrimiento y evitó llamarlo alucinógeno, prefirió el término enteógeno o Dios dentro de nosotros. Así estableció la diferencia entre una alucinación y una visión, más allá de la primera él siempre estuvo en pos de la segunda. La alucinación es confusa y engañosa, la visión es clara. Fue el 19 de abril de 1943, fecha que se recuerda como El Día de la Bicicleta en su honor; 63 años más tarde, al cumplir el siglo de edad, el doctor continuaba siendo un hombre profundamente religioso y consideraba que su trabajo era aprender a leer La Creación, un libro escrito por el dedo de Dios con el lenguaje de la historia natural, donde todos los seres vivos están conectados a una base espiritual común.

El papel de la historia

Hofmann y su hallazgo han tenido un impacto considerable en la cultura: la medicina, la ciencia, la tecnología, la psiquiatría, el arte, la filosofía, la religión y la contracultura se han visto influidas por su descubrimiento. La sustancia impregnó el papel de la historia y logró seducir e inspirar a notables neurólogos, siquiatras, psicólogos, pensadores, militares, programadores, escritores, músicos, pintores y otros artistas. Antonio Escohotado señala que bajo los efectos del LSD “el pensamiento y los sentidos se potencian hasta lo inimaginable”. El autor de Historia general de las drogas emparienta la sustancia con la serotonina, un neurotransmisor que regula la temperatura del organismo, la percepción sensorial y el sueño. La considera una herramienta muy útil para acceder a pensamientos y sentimientos reprimidos u olvidados, gracias a quetiene “un potencial introspectivo inigualable”.

Por esta razón, los médicos de la mente utilizaron LSD durante los años cincuenta y sesenta para tratar casos de neurosis, alcoholismo, trastornos de la personalidad y enfermos terminales con resultados positivos. El Ejército de Estados Unidos no perdió la oportunidad de probarlo con sus soldados y luego experimentó en sus clínicas psiquiátricas, donde pagaba 75 dólares a los voluntarios que se sometieran a estas pruebas. Pero fue escupir al cielo. Como siempre, el gobierno estadounidense creyó tener un arma de poder insospechable que se volvió en su contra cuando el LSD se filtró a las calles y se popularizó causando descontrol social.

En los años sesenta pocos fueron los que no probaron el ácido, sobre todo en ciertos círculos universitarios de la sociedad donde germinó y floreció el movimiento contracultural de aquella época. Hubo dos fuentes principales a través de las cuales la sustancia de Hofmann llegó a las jóvenes mentes: una inspirada en la Costa Este por los psicólogos expulsados de Harvard, Timothy Leary, Ralph Metzner, Richard Alpert y su Liga para el Descubrimiento Espiritual (Turn on, turn in, drop out). La otra, la reventada de la Costa Oeste, por el escritor Ken Kesey, Neal Cassady, el músico Jerry Garcia y el clan de los Alegres Bromistas, los Merry Pranksters (Do it now!). Kesey fue uno de esos voluntarios que cobró en las clínicas de California por probar sustancias y conocer su potencial. Además era considerado el eslabón entre los beats y la generación de los sesenta, el último representante de aquel grupo artístico. Recorrió su país en  un camión destartalado, el Further, organizando las Pruebas de Ácido que relata Tom Wolfe en su libro The Electric Kool-Aid Acid Test, reventones lisérgicos multimedia. Sin embargo, Haight & Ashbury, las comunas, el rock psicodélico, la pintura glow, la literatura speed y el cine experimental de la época no hubieran sido posibles sin el mayor productor de ácido en aquellos días, el célebre millonario Augustus Owsley Stanley III, quien abrió una fábrica de ácido en San Francisco con la cual mantuvo aceitado al movimiento hippie y su revolución cultural. Por su parte, Hofmann lamentaba que la sustancia cayera en manos de gente irresponsable a la que más tarde aceptó con reservas. Tuvo un encuentro con Thimothy Leary, después del cual declaró que el psicólogo lisérgico era un payaso con buenas intenciones. Pero sucedió lo que más temía: el LSD fue declarado ilegal en 1967 y con la prohibición se le cerraba el paso a la investigación y a los usos terapéuticos.

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