Ludlow es una especie de Dante Alighieri que una vez que ha consumido hachís comienza un viaje inverso al de La Divina Comedia: primero visita el paraíso y termina en el infierno. Sus visiones son cuadros de Salvador Dalí en los que se mezcla lo sublime y lo grotesco en un extraño surrealismo. Merece la pena ser leído en su integridad, y más con un peta en la mano.
© Isidro Marín Gutiérrez
Cuando Ludlow comenzó su interés por las drogas embriagadoras, el uso medicinal y recreativo de las drogas como el éter, láudano (opio) o el óxido nitroso ya eran un fenómeno social en Europa y en América, así como el alcohol, que había sido durante mucho tiempo parte de la cultura. Ludlow (y la sociedad americana en la que vivió) conocía el hachís de forma vaga gracias a los cuentos de las Mil y una noches, en donde aparece el cuento de los dos comedores de hachís. Ludlow conocía La secta de los Asesinos de los viajes de Marco Polo, que utilizaban una sustancia para que se les abriera temporalmente el paraíso. Otra referencia que tenía Ludlow era la novela de El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, donde el hachís se describe como un afrodisíaco. Y por último las visiones del hachís de Bayard Taylor en Damasco, en su obra “La visión del hachís”, publicada en la revista Putnam unos meses antes de que Ludlow consumiera hachís por primera vez.
Su obra cumbre, El comedor de hachís
Ludlow publicó en forma anónima el libro Hasheesh Eater: Being Pasajes from the Life of a Pythagorean (El comedor de Hachís: Pasajes de la vida de un pitagórico) (1857) cuando contaba veintiún años de edad. El libro fue todo un éxito editorial. Ludlow afirmaba que la lectura de Thomas de Quincey, Confesiones de un inglés comedor de opio, le dio fuerzas para hacer lo mismo con el hachís. Este intento ya lo había logrado Baudelaire con su obra Sobre el vino y el hachís en 1851. Ludlow, al igual que de Quincey, creía en una cierta adicción desconcertante al hachís. El hachís no es adictivo, como puede ser el opio, pero sí crea un hábito, de la misma forma que lo puede ser ver la televisión, jugar con la consola o comer pistachos. Sin embargo, Ludlow le dio una pincelada terrible que posteriormente utilizaron los prohibicionistas para proscribir esta planta. Ludlow escribía que no existían síntomas físicos en su abstinencia, pero afirmaba que tenía terribles pesadillas. Finalmente lo sustituyó por el tabaco, que le ayudaba a padecer menos su “sufrimiento”.
Ludlow escribe El comedor de hachís de una forma metafórica, con la que intenta explicar procedimientos para dejar de consumirlo, como de Quincey con el opio. Es evidente que Ludlow reconoció, con una visión notable, la mayoría de los efectos subjetivos característicos del cannabis. Los motivos iniciales de su consumo, incluso los rasgos de su propia personalidad y su temperamento, la racionalidad constante, el uso compulsivo a pesar de los efectos rebeldes obvios, la progresión a un estado de intoxicación casi continua, la incapacidad para reducir su dosis gradualmente, el intenso deseo y depresión después del retiro abrupto: todo ello se describe claramente. Ludlow también reconoció la falta de síntomas físicos durante la abstinencia y las diferencias con la desintoxicación del opio. Otras características son la euforia y las alucinaciones, similares a otras sustancias alucinógenas. A través del hachís había vislumbrado, por las rendijas, su prisión terrenal. El comedor de hachís estaba escrito como un libro de consejos médicos para dejar el hábito.
El comienzo del libro
Cuenta que su amigo, el boticario Anderson, tenía en su farmacia un nuevo producto, en una fila de cilindros de cartón, llenos de frasquitos con varios extractos preparados por Tilden & Co. El producto era de color marrón-oliváceo, de la consistencia de la brea y con un fuerte olor aromático. Cuando fue a probarlo, su amigo Anderson se lo prohibió, ya que afirmaba que era una sustancia letal. Ludlow creía que Anderson estaba equivocado. Así que, cuando no le podía ver, tomó 0,64 gramos para probar su efecto. Al cabo de las dos horas no pasó nada. Así que al día siguiente consumió 1,03 gramos con la misma suerte. Hasta que un buen día consumió 1,94 gramos y se fue a casa de un amigo íntimo a escuchar música y charlar. Cuando estaba en mitad de la conversación tuvo un estremecimiento. Empezó a ver rostros de gente querida y a reírse. Su amigo debió quedarse de piedra al ver a Ludlow desvariar. Ludlow comienza a descubrir que la sensación consistía en que el tiempo se alargaba y que una frase podía durar años. También tiene la sensación como si alguien le estuviera observando. En mitad del tremendo colocón, abandona la casa de su amigo para no preocuparlo más. En el camino de vuelta a su casa vio a un ser fantasmal que tenía el pelo blanco y que le miraba fijamente con una maldad salvaje. Este ser se acercó a él y le tocó. Sintiendo un miedo atroz, se revuelve y sale corriendo. Cuando llega a casa tiene que saludar de manera cordial a un familiar que estaba de visita. A cuántos habrá ocurrido que, en mitad de un colocón, aparece en su casa un familiar o amigo, y uno tiene que aparentar que está normal. Suceden siempre situaciones hilarantes. Finalmente llega a su cuarto y descubre que el corazón le palpita tanto que tiene la sensación de que va a morir, y tiene la genial idea de salir de casa y buscar un doctor. Cuando llega a casa del doctor, le cuenta que ha tomado una dosis alta de hachís. El médico lo mira, lo ausculta y llega a la conclusión de que no tiene nada. Para que se tranquilice, le da unos polvos para que pueda dormir. Así que Ludlow vuelve a casa, se mete en la cama, comienza a dormir y sueña. Los efectos del colocón duraron varios días.
Los efectos del hachís
Además, indicó las dosis y cómo afectaban al cuerpo. También le llamó la atención la importancia de las condiciones psíquicas y cómo afecta el hachís a los sentimientos del usuario. La misma dosis en personas de igual peso, estatura, edad, sexo, etc. puede provocar efectos opuestos. En personas con temperamento nervioso, el hachís produce efectos más fuertes que en personas más tranquilas (Grinspoon, 1971:96): “El hachís tiene un efecto muy poderoso en las personas que tienen un temperamento nervioso y sanguíneo extremo; en aquellas de temperamento bilioso, su efecto es casi tan poderoso como el caso anterior; mientras que las constituciones linfáticas apenas se ven influidas, excepto de un modo físico, experimentando por ejemplo vértigos, náuseas, desmayos o la rigidez muscular”.
A Ludlow le llamó la atención un fenómeno conocido como la “tolerancia inversa”. Las características de esta condición son que, al consumir regularmente hachís, el usuario se vuelve más sensible a él, así que cada vez que toma cannabis necesita menos dosis para alcanzar el efecto deseado. El hachís, en lugar de exigir aumentar cada vez más la dosis (como ocurre con el resto de drogas), exige más bien una disminución. Ludlow ensalzó el consumo de esta sustancia como una forma de hacer aventuras mentales, aunque también advertía que su consumo nunca debería ser excesivo (Laurie, 1994:101): “La tendencia de la alucinación provocada por el hachís suele ser siempre hacia lo sobrenatural o las formas más sublimes de lo natural. Como el Cristo del milenio, he acabado con todas las discordancias de este mundo; mediante una palabra, he unido a toda la humanidad con las ligaduras eternas de la hermandad… Pero, aunque hallé en lo sobrenatural un agente de la felicidad, también fue muchas veces motivo del más amargo dolor. Si exulté en cierta ocasión pensando que era el Cristo del milenio, también, debido a una dilatada agonía, me he sentido como el crucificado”.
La estilográfica de Ludlow rebosa de imaginación. Es una bendición para su creatividad: “Rebota en aquel momento sobre el papel como un relámpago, esforzándose por correr pareja con mis ideas”. Ludlow llegó a un punto en que tuvo serias dificultades para encontrar palabras con las que describir sus experiencias: “el pensamiento acabó cobrando una velocidad tan increíble que ya no pude escribir más” (Plant, 2001: 173).
Ludlow exagera la acción del hachís cuando afirma que esta sustancia establecía en su mente los contenidos de las alucinaciones que tenía. Afirmaba que existía un nivel de experiencia alucinatoria básica independiente de las preconcepciones culturales y personales de quien la consumiera (Plant, 2001:249).
Actuaba Ludlow de forma extraña. Estaba viviendo en un mundo interior maravilloso. Aumentaba la respiración, jadeando, una energía eléctrica le giró adelante. Las vibraciones de su corazón golpeaban el cielo del cráneo. Aumentaban las pulsaciones de su corazón, comienza con sus pensamientos nefastos sobre su propia muerte. Multitud de pensamientos le vienen a la cabeza, como que es inmortal. No sentía ningún dolor. Existe una intensa susceptibilidad sensorial como producto del hachís. La intensidad de la emoción interior había afectado el extremo a través de la oreja interior. Escuchaba el sonido del mar movido con un esfuerzo maravilloso: “Yo me agobio en una marabunta insondable del tiempo, pero me apoyé en Dios y era inmortal a través de todos los cambios” (Ludlow, 2003).
El primer psiconauta estadounidense
Durante un tiempo parecía que nunca estaba libre de la influencia del hachís. Cuando cerraba los ojos se encontraba de pie en la puerta de color de plata de un lago translúcido, ilimitado por donde parecía simplemente haber sido transportado. También había una pequeña playa y un templo. Había personas con túnicas fluidas.
Ludlow enuncia dos leyes sobre el funcionamiento del hachís. La primera era que, después de la realización de cualquier fantasía, hay un cambio en la acción. En esta transición, el carácter general de la emoción puede permanecer inalterado. La segunda parte es la de la paz y relajación. Es cómo bajarse de las nubes.
Así que Ludlow se volvió un comedor de hachís a lo largo de sus años de universidad. Por seis centavos podía comprar cuatro gramos de hachís que le daban “un billete de excursión por toda la tierra”; pero concluyó:
“El hachís es, de hecho, una droga maldita, y el alma paga un precio más amargo, por fin, por todos sus éxtasis. Nosotros hemos llegado por una senda impropia al secreto de esa infinidad de belleza”.
Los efectos que consiguió Ludlow con el cannabis fueron despersonalización, alucinaciones, percepción del tiempo alterado, ansiedad y pánico. En relación con las alucinaciones, Ludlow escribió que las del cannabis eran mucho más impresionantes que las fantasías de su sobria imaginación. Cuando alcanzaba el punto más intenso, estas alucinaciones parecían tan reales o mucho más reales que los sucesos del mundo con los que el sujeto estaba familiarizado (Plant, 2001:241).
En cuanto al tiempo, escribe: “Lo recordé por primera vez ya que los ciclos que contemplaba en mi reloj para medir el tiempo transcurrido. El impulso me hizo volver a mirarlo. La minutera se hallaba a medio camino entre quince y dieciséis minutos pasadas las once. El reloj tenía que haberse parado; me lo acerqué al oído y no era así, continuaba funcionando. Había viajado por toda aquella cadena inconmensurable de sueños en treinta segundos, “¡Dios mío!”, exclamé, “¡es la eternidad!” (Plant, 2001: 178). Este mismo sentimiento lo describe también Walter Benjamin, quien tras consumir hachís afirmaba que “la eternidad no dura demasiado”.
También descubre la sensación de sinestesia (intercambio de los sentidos), como el olor de los colores o la visión de los sonidos; una risa ingobernable, un flujo rápido de las ideas, una sed inextinguible, se despierta la percepción y se magnifica las sensaciones. Su consumo lo llevó a depender psicológicamente del cannabis. Parte de su juventud lo derrochó bajo un estado de intoxicación cannábica perpetua, como muchos estudiantes hoy día. No obstante, el problema principal de Ludlow fue el opio, sobre el que siempre decía que lo iba a dejar, y sus breves etapas de abstinencia le causaban un sufrimiento enorme. Intentó ir reduciendo la cantidad gradualmente, pero esto no le ayudó (Abel, 1980: 172-175). También hay que señalar que consumía una cucharadita de morfina, en un vaso de whisky, todos los días hacia el final de su vida.
Ludlow escribió que en dosis moderadas el hachís produce una risa moderada del espíritu, o a lo sumo una tendencia a la risa inoportuna. Con dosis suficientes puede inducir a la fantasía; a esto le sigue un intenso sentimiento de felicidad que asiste a todos los funcionamientos de la mente. Cada movimiento es una fuente de goce.
Ludlow estuvo consumiendo regularmente durante tres o cuatro años, decidió renunciar al cannabis, y se dedicó a plasmar sus experiencias por escrito. Al dejar de consumir hachís, Ludlow describe los “horrores” del retiro. Tiene pesadillas y aumenta su consumo de tabaco. Escribe apesadumbrado:
“Odié las flores porque había visto los licores de aguamiel esmaltados del paraíso, maldije las piedras porque eran piedras mudas, el cielo porque se quedó sin música”.
BIBLIOGRAFÍA
- Abel, E. (1980) Marihuana: The first 12,000 years. Plenum Press, Nueva York
- Grinspoon, L. (1971) Marihuana reconsidered, Harvard University Press, Cambridge
- Ludlow F.H. (1957) The hasheesh eater: Being passages from the life of a Pythagorean, Harper & Bros., New York
- Plant, S. (2001) Escrito con drogas. Ediciones Destino S.A. Barcelona.
- Ludlow, F.H. (2003) El comedor de hachís. Tf. Editores. Madrid (traducción Cristina Pineda)
Acerca del autor
Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.