Continuamos pasando revista a los fármacos antidepresivos, antes de entrar a fondo con las propiedades del triptófano. En esta entrega desvelamos algunos de los secretos ocultos del Prozac®.
Por J. C. Ruiz Franco
Los problemas del Prozac®
Son numerosos los efectos secundarios que puede producir el buque insignia de los antidepresivos modernos, y que de hecho ha producido en sus años de existencia. Ha habido casos realmente espectaculares, presuntamente imputables al fármaco, como por ejemplo el de Joseph Wesbecker, que en 1989 disparó a varias personas, mató a ocho, hirió a doce y después se suicidó. El aludido había estado tomando fluoxetina durante cuatro semanas, por lo que las familias de las víctimas tomaron acciones legales contra Eli Lilly, fabricante del Prozac®. Posteriormente ha habido otros sucesos que han sugerido una posible relación entre el consumo de fluoxetina (y otros antidepresivos) y determinados actos violentos. También se ha establecido cierta relación entre este tipo de productos y la tendencia al suicidio, especialmente durante las primeras semanas de uso.
En términos generales, sus efectos adversos son frecuentes, y pueden llegar a afectar hasta a un 30% de los pacientes, aunque suelen ser de carácter moderado. Se calcula que un 15% de los pacientes que lo toman se ven obligados a suspender el tratamiento debido a los problemas asociados a su uso. Según los prospectos farmacéuticos, los más frecuentes suelen ser cefalea, náuseas, ansiedad, insomnio, anorexia, pérdida de peso y diarrea. En algunos casos pueden aparecer temblor, mareos, sequedad de boca, manía o hipomanía, astenia, sedación, reducción de la libido, sudoración, dispepsia, estreñimiento, vómitos, dolor abdominal, prurito, síntomas gripales, tos, disnea, sofocos, palpitaciones, trastornos de la acomodación, congestión nasal, alteraciones del sueño e incontinencia urinaria. Raramente pueden aparecer convulsiones, acatisia, ataxia, alucinaciones, neuropatía, psicosis, estomatitis, gingivitis, rinitis, epistaxis, dermatitis de contacto, alopecia, sequedad de la piel, urticaria, edema, escalofríos, hipo, hipotensión ortostática, migraña, taquicardia, arritmia cardíaca, amenorrea, cistitis, disuria, impotencia sexual, tinnitus, conjuntivitis. Excepcionalmente pueden aparecer parestesia, distonía, hemorragia digestiva, hepatitis, ictericia, bradicardia, diplopia, fotofobia, púrpura.
Eficacia no demostrada
Además de sus efectos secundarios, algunos estudios han puesto en duda la eficacia del Prozac® en los sujetos diagnosticados con depresión leve o moderada, las más frecuentes. En un artículo publicado en el año 2005 por la revista PLoS Medicine, se concluye que la fluoxetina tiene el mismo efecto que la ingestión de placebos, ya que parece quedar demostrado que los diagnosticados con depresión leve o moderada obtendrían los mismos resultados con un placebo que con la toma de este antidepresivo. Lo mismo sucede, según el citado estudio, con otros dos antidepresivos muy populares, la venlafaxina y la paroxetina. Estos fármacos sólo serían útiles en depresiones severas, que son precisamente las únicas donde realmente puede haber alguna alteración biológica, y por tanto estaría más justificada la administración de una droga modificadora de la neurotransmisión.
Otra crítica procede del hecho de que, durante el proceso de investigación previo a la comercialización de un antidepresivo, los estudios con resultados negativos no llegan a publicarse. El doctor Erick Turner —médico y profesor de psiquiatría— y sus colaboradores llegaron a la conclusión de que existe un sesgo hacia la publicación de resultados positivos, y los que no lo son se presentan de forma que lo parezcan. Después de revisar numerosos ensayos, observaron que las conclusiones de casi todos eran positivas; sin embargo, el análisis efectuado por la FDA (Food and Drug Administration) demostró que apenas la mitad de las investigaciones arrojaba ese tipo de resultados. Many ads for SSRI antidepressants claim that the drugs boost brain serotonin levels. Lacasse and Leo argue there is little scientific evidence to support this claim.
Un artículo similar, publicado en el año 2003 en la prestigiosa revista British Medical Journal, concluía que hay cierta tendencia a favorecer a los fármacos producidos por las compañías farmacéuticas que financian las investigaciones, en detrimento de los ajenos a ellas.
Por último, del mismo modo que se investigan más los fármacos de las compañías que financian los estudios (normalmente las más poderosas y con mejor infraestructura), y éstos salen favorecidos en los resultados, prácticamente no existen investigaciones sobre productos alternativos que pueden ofrecer los mismos —o más— beneficios terapéuticos y menos efectos adversos. La razón es que en este caso no existen intereses comerciales. Es lo que sucede, por ejemplo, con el hipérico, una planta empleada desde hace siglos contra la melancolía (la denominación de esta dolencia a lo largo de la historia, hasta que la medicina moderna la rebautizó como “depresión” y la convirtió en un trastorno orgánico), y con el triptófano.
De todas formas, debemos ser honestos y reconocer que los antidepresivos actuales presentan menos efectos secundarios que los IMAOs y los tricíclicos, los únicos disponibles hasta finales de los ochenta, lo cual constituye todo un avance. También es cierto que estos productos mejoran enormemente la calidad de vida de miles de personas. Los psicofármacos modernos permiten que muchas personas —que antes sólo podían vivir recluidas en centros psiquiátricos para evitar autolesionarse o dañar a otros— puedan llevar una vida casi normal y con cierta independencia. Ahora bien, lo que resulta intolerable —y aquí reside el fundamento de nuestras críticas— es que parte del gremio médico —en especial los psiquiatras— considere a estas drogas verdaderas panaceas y que nos las presente de este modo, como si no tuvieran efectos adversos y como si curaran las dolencias para las que se prescriben, cuando lo cierto es que no curan nada, sino que se limitan a tapar los síntomas, y que en realidad no hay nada que curar.
El triptófano frente a los antidepresivos
Frente a los problemas propios del Prozac® y los demás fármacos antidepresivos, el triptófano conlleva menos posibles efectos secundarios. Los antidepresivos, al igual que los tranquilizantes —y también lo mismo que los analgésicos, los antibióticos, los productos hormonales y otras muchas sustancias—, son drogas en el sentido preciso e histórico del término. Entran en nuestro cuerpo y éste no los asimila, sino que producen ciertas alteraciones (unas beneficiosas, el efecto deseado; otras perjudiciales, los efectos adversos) y después las excretamos. Eso es lo que define a una droga, en contraste con un alimento, que es asimilado por el organismo e integrado en él en forma de glucógeno, proteína, grasa, etc.
Como bien dice Escohotado, “las cosas que entran en nuestro cuerpo por cualquier vía (…) pueden ser asimiladas y convertidas en materia para nuevas células, aunque pueden también resistir esa asimilación inmediata”. Las que podemos asimilar las denominamos alimentos. Las que no asimilamos pueden clasificarse en dos categorías: las que “son expulsadas intactas, sin ejercer ningún efecto sobre la masa muscular o el estado de ánimo” y las que “provocan una intensa reacción. Este segundo tipo de cosas comprende las drogas en general, que afectan de modo notable aunque absorbamos cantidades ínfimas, en comparación con las cantidades de alimentos ingeridas cada día”.
Los librepensadores no creemos en la interesada y manipuladora diferenciación entre droga y medicamento, por la cual ciertos sectores pretenden hacernos creer que las drogas son sustancias peligrosas con las que hay que tener cuidado, y que en cambio los medicamentos son productos beneficiosos que el doctor nos receta para cuidar de nuestra salud, y que compramos en la farmacia con todas las garantías. Los antidepresivos, los tranquilizantes, los antibióticos, los analgésicos… son drogas porque causan modificaciones somáticas, igual que el cannabis, la cocaína, los psiquedélicos y los opiáceos. Que unos sean de venta legal y otros estén prohibidos no conlleva ninguna modificación de sus propiedades intrínsecas, ni convierte a unos útiles y a otros en perjudiciales; más bien nos hace sospechar que a alguien le ha interesado prohibir unos y fomentar la venta de otros. Sus efectos positivos o negativos dependen del buen o mal uso que se haga de ellos. Por ejemplo, tomar un comprimido de ácido acetilsalicílico sirve para quitarnos un dolor de cabeza, pero si tragamos una caja entera debemos dirigirnos rápidamente hacia un hospital para que nos hagan un lavado de estómago, o de lo contrario nuestra vida correrá peligro. La administración puntual de un tranquilizante benzodiacepínico permite relajarse a quien sufre ansiedad o nerviosismo por algún motivo; en cambio, un consumo demasiado frecuente puede generar ciertos problemas e incluso una dependencia que es difícil superar. Lo mismo sucede con las demás drogas: una dosis adecuada de cannabis permite, a quienes padecen ciertas dolencias, tener una buena calidad de vida; y a quien no las tiene, disfrutar de un bonito día de esparcimiento. Una cantidad moderada de MDMA o de algún psiquedélico servirá como vehículo de autoconocimiento. Etc. En cambio, una dosis excesiva o un consumo demasiado frecuente pueden causar daños.
El motivo de esta digresión es poner de manifiesto que los antidepresivos son drogas —con todo lo que esto conlleva— y que como tales hay que manejarlos. Reconocemos que en algunas ocasiones criticamos demasiado los productos de uso psiquiátrico, pero el lector sabe muy bien que se debe a que queremos contrarrestar la manipulación y la hipocresía que tanto abundan. Por ejemplo, se recetan psicofármacos a discreción asegurando que no tienen efectos secundarios, cuando lo cierto es que son numerosos: más, en términos generales, que sustancias como el cannabis, el MDMA, la ketamina o ciertos psiquedélicos de fácil manejo, que serían más beneficiosas para las personas con problemas psíquicos. De hecho, últimamente se están publicando estudios que lo confirman.
En cambio, el triptófano no es una droga, sino un alimento o uno de los componentes de un alimento (uno de los aminoácidos de la proteína). Con esto no queremos decir que lo natural sea mejor o menos perjudicial que lo químico, pero lo importante es que puede ayudarnos en ciertas dolencias sin causar las alteraciones propias de una droga.
(Continuará)
Referencias
Ferrado, Mónica, L. “El Prozac es sólo placebo”, El País, 27-02-2008, (http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Prozac/solo/placebo/elpepisoc/20080227elpepisoc_4/Tes).
Mariño, Xurxo, “Depresión, Prozac y publicidad engañosa”, Tendencias21, 11-12-2005, (http://www.tendencias21.net/Depresion-Prozac-y-publicidad-enganosa_a809.html).
Lacasse, J.R. & Leo, J., “Serotonin and Depression: A Disconnect between the Advertisements and the Scientific Literature”, PLoS Med 2(12): e392, 8 noviembre 2005, (http://www.plosmedicine.org/article/info:doi/10.1371/journal.pmed.0020392).
Turner, Erich H. & col., “Selective Publication of Antidepressant Trials and Its Influence on Apparent Efficacy”, The New England Journal of Medicine, 17 enero 2008, (http://www.nejm.org/doi/full/10.1056/NEJMsa065779).
Lexchin, Joel & col., “Pharmaceutical industry sponsorship and research outcome and quality: systematic review”, BMJ 326:1167, 29 mayo 2003, (http://www.bmj.com/content/326/7400/1167.full).
Escohotado, Antonio, Aprendiendo de las drogas, Editorial Anagrama.
Advertencia: El propósito de este artículo es ofrecer información sobre sustancias legales y disponibles en establecimientos, sin recomendar su uso. Tan sólo citamos principios activos, no marcas concretas, para evitar hacer publicidad de fármacos. Antes de consumir cualquier medicamento, consulte a su médico.
Acerca del autor
Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.