Hace 20 años, José Carlos Bouso intentó que España fuera pionera en el uso de éxtasis en tratamientos, pero el pánico se extendió y Sanidad se lo impidió. Ahora Australia ha tomado la delantera y EEUU está a punto de seguir el mismo camino
“Todo el mundo se cagó y el estudio se paró. Quienes perdieron fueron la ciencia y los pacientes que se podrían haber beneficiado”. Así resume José Carlos Bouso, sin rodeos, lo ocurrido con la investigación que dirigía y podía haber situado España como pionera en el mundo en el estudio de sustancias psicodélicas. Era el año 2002 y este psicólogo y doctor en Farmacología llevaba tiempo estudiando la incorporación del éxtasis —ahora más conocido como MDMA— a la terapia de mujeres que sufrían estrés postraumático por haber sido víctimas de una agresión sexual.
Su proyecto estaba autorizado por la Agencia Española del Medicamento pero, de la noche a la mañana, en la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid dieron carpetazo a sus pesquisas. El principio del fin llegó con la publicación de un par de reportajes en prensa sobre el estudio, algo que le dio una visibilidad que acabó siendo letal. “Me dijeron que no estaba bien visto por los superiores y que desde arriba les habían ordenado pararlo“, relata Bouso, ahora director científico de la Fundación Iceers (siglas en inglés de Centro Internacional de Enseñanza, Investigación y Servicios Etnobotánicos), donde estudia el potencial clínico de la ayahuasca y la ibogaína, entre otras sustancias.
Dos décadas después, Australia se acaba de convertir en el primer país en permitir que, bajo ciertas condiciones, los psiquiatras puedan utilizar MDMA y psilocibina —el compuesto alucinógeno de setas y hongos— para tratar a sus pacientes. Es el mismo camino que intentó abrir, antes de caer en saco roto, el estudio de Bouso en España y que muchos países están ahora a punto de seguir. Entre ellos, Estados Unidos, donde ha habido un boom de inversiones para indagar en los usos terapéuticos de las drogas psicodélicas. Es algo que se estima ocurrirá dentro de un par de años y que, además, allanará el camino para que suceda lo mismo en Europa.
PREGUNTA. ¿Qué pensó cuando vio que Australia había dado este paso?
RESPUESTA. Nosotros sabíamos que esto iba a ocurrir tarde o temprano. Cuando empezamos la investigación sobre MDMA, sabíamos que tenía un potencial terapéutico muy alto. No era por ciencia infusa o porque nos lo inventáramos, sino porque también había unos antecedentes, una serie de publicaciones y de profesionales que venían trabajando con MDMA antes de que fuera prohibido, aunque fueran pocas. Simplemente, era una cuestión de que si no era aquí el primer sitio, acabaría siendo otro.
No éramos los únicos que estábamos trabajando en esto, pero sí fuimos los primeros en conseguir permisos. Cuando se suspendieron los ensayos clínicos en España, luego se iniciaron en Israel, Canadá y Estados Unidos, que ya habían solicitado hacer ensayos clínicos. Es decir, hemos perdido 20 años por el camino, porque éramos pioneros. Cuando nos interrumpen el estudio, tenemos claro que eso no va a frenar esa línea de investigación. Podríamos haber finalizado la investigación mucho antes y haber tenido la MDMA disponible para uso clínico, pero fue cosa de los políticos y sus miedos de no perder el poder… Pero la ciencia no se puede frenar porque a un político le apetezca. En un par de años, vamos a ver cómo la MDMA estará disponible para el uso en psiquiatría.
P. ¿En qué consistía aquel estudio vetado?
R. Era un estudio preliminar con MDMA para reevaluar la seguridad y la eficacia preliminar para mujeres que tenían estrés postraumático después de haber sufrido una agresión sexual. El estudio iba muy bien hasta que apareció en los medios de comunicación, a pesar de todas nuestras reticencias, y eso generó una reacción de pánico entre una serie de cargos políticos, que decidieron pararlo.
Eran unos años en los que aparecían muchas noticias sobre el consumo de éxtasis entre la población juvenil como droga recreativa. Por ejemplo, unos meses antes, había habido un par de muertes. La cuestión es que, en lugar de venir a interesarse por el estudio y ver cómo se estaba desarrollando, simplemente decidieron cerrarlo sin más consideraciones, sin respaldo de los comités de ética y de la Agencia Española del Medicamento, que eran quienes lo había autorizado. Es decir, todo el mundo se cagó y se paró el estudio. Quienes perdieron fueron la ciencia y los pacientes que se podrían haber beneficiado.
P. ¿No dieron ninguna explicación para tumbar una investigación que estaba aprobada?
R. El gerente del hospital me dijo que este estudio no estaba bien visto por los superiores y que desde arriba le habían ordenado pararlo. De hecho, hubo una inspección de la Consejería de Sanidad, de la Comunidad de Madrid, pero nunca emitieron un informe al respecto. No hubo ninguna razón técnica, ética, ni procedimental para pararlo. Simplemente, me dijeron eso.
P. Han pasado casi 20 años desde entonces. Aunque ha habido muchos avances, seguramente muchas personas se sigan escandalizando al escuchar que estas sustancias se van a utilizar en tratamientos médicos. ¿Cómo les explicaría qué efecto pueden tener la MDMA y psilocibina en pacientes?
R. Es algo que he tenido que estar explicando toda mi carrera. Recuerdo que la entonces directora de la Agencia Española del Medicamento me preguntó: “Si yo tengo dolor de cabeza y me tomo una aspirina, se me quita. Si yo tengo estrés postraumático y tomo éxtasis, ¿se me quita?”. No son fármacos que funcionen de manera sintomática, sino que se trata de psicoterapia asistida con MDMA o psilicibina. Estas sustancias permiten poner en marcha una serie de procesos psicológicos que, durante el curso de la terapia, permiten trabajar con ellos para avanzar en el tratamiento.
Por un lado, la MDMA permite poner a la persona en una situación en la que puede volver a recuperar los recuerdos relacionados con el estrés postraumático, ya que le lleva a una situación de ausencia de miedo. Básicamente, una persona con estrés postraumático está en una situación de miedo permanente, lo que hace que esté continuamente alerta, evitando lugares y personas que le puedan recordar el suceso traumático. Eso hace que vayan perdiendo confianza en otras personas y se vayan aislando, algo que también termina afectando a sus capacidades cognitivas. Cuando se elimina el miedo manteniendo el estado de conciencia lúcido, se puede narrar ese suceso traumático y que el control de las emociones pase de estar fuera de uno a dentro de la persona.
La psilocibina, por su parte, induce una experiencia del tipo místico o espiritual, en la que la persona entiende que la existencia es algo más que lo que le está pasando a ella misma, de modo que tiene una visión más completa de la realidad. Eso le permite poner distancia de sus problemas para trabajar sobre ellos.
En ambos casos, la experiencia es importante, pero también lo que pasa antes y lo que ocurre después. Las sesiones previas son clave para que una persona tenga una experiencia agradable, positiva y beneficiosa. Lo que ocurre luego es también relevante, porque hay que integrar lo ocurrido en la experiencia, de modo que se pueda extrapolar en su vida cotidiana.
P. Australia ahora ha sido la pionera en todo esto.
R. En realidad, no es el primer país, sino Suiza, que entre 1988 y 1993 tuvo permisos para utilizar MDMA, psilocibina, mescalina, LSD e ibogaína en tratamientos psiquiátricos, pero luego lo interrumpieron y no ha vuelto hasta hace unos pocos años. Albert Hofmann era de allí y siempre ha habido una tradición de utilizar psicodélicos en tratamientos de salud mental. Se realizó un ensayo clínico con LSD para el tratamiento de la depresión y la ansiedad en enfermos terminales. Tuvo resultados positivos y el Gobierno volvió a permitir la otorgación de permisos.
En lo que Australia ha ido por delante es en generar una condición especial para estas sustancias. En lugar de utilizar el mecanismo del uso compasivo, lo que han hecho es permitirlo a psiquiatras certificados y avalados tanto por un comité de ética como por el departamento de prescripción del Ministerio de Sanidad. En conceto, pueden utilizar psilocibina en el tratamiento de la depresión resistente al tratamiento y MDMA en el tratamiento del estrés postraumático.
De todos modos, este mecanismo es parecido al uso compasivo que se hace, además de en Suiza, en EEUU, Canadá o Israel, y se podría hacer también en España si algún psiquiatra lo solicitara. Es una figura que se permite cuando un paciente ha fracasado con tratamientos previos y hay medicamentos en fase de ensayo clínico. Es lo que está permitido en todo el mundo para cualquier medicamento. Dentro de unos años, no se van a necesitar esos mecanismos. Cualquier psiquiatra va a poder utilizarlos sin necesidad de que lo autorice un comité de ética.
P. ¿Es este nuevo mecanismo el que están a punto de aprobar en EEUU?
R. No solo EEUU, sino también Europa, porque hay convenios entre la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) y la Agencia Europea de Medicamentos (EMA). Probablemente, tendremos la psilocibina para depresión resistente al tratamiento y personas con enfermedades terminales, y MDMA para estrés postraumático, tanto en EEUU como en España en un par de años.
P. ¿Qué tipo de patologías mentales se pueden tratar con estas sustancias?
R. Como son sustancias que favorecen el proceso terapéutico, se podrían utilizar para cualquier otra condición psicopatológica, excepto personas del espectro psicótico, como esquizofrenia o trastornos bipolares. Aun así, cuando se vaya avanzando, se empezará a incluir a estos pacientes en los protocolos, pero en principio serían las patologías más contraindicadas.
Los tratamientos con psilocibina y MDMA llegarán a EEUU y España en un par de años
Hoy en día, lo que está más avanzado es el uso de la MDMA para tratamiento de estrés postraumático, aunque también para tratar problemas de ansiedad social en el espectro autista, la anorexia e, incluso, enfermos terminales para reducir su ansiedad. En el caso del estrés postraumático, es algo que no tiene un fármaco específico, sino que se siguen utilizando antidepresivos y similares. En el caso de la psilocibina, lo más puntero es el tratamiento de la depresión resistente al tratamiento. Son las condiciones para las que se va a autorizar de manera inmediata y luego vendrán más a medida que avancen los ensayos clínicos. En cuanto aparezca algo que pueda ser un poco más útil a los tratamientos que hay, está claro que se va a permitir el uso compasivo antes de la autorización.
P. ¿Cuáles son los efectos adversos que se han documentado científicamente?
R. Estas sustancias, como los antidepresivos que se prescriben habitualmente o los antipsicóticos, no están exentas de efectos secundarios. Lo que ocurre es que, a diferencia de los tratamientos convencionales, se utilizan solamente dos o tres veces, como mucho, a lo largo de un tratamiento, por lo que las posibilidades de que aparezcan efectos adversos se minimizan. En el plano fisiológico, sabemos que son sustancias altamente seguras utilizadas en un contexto médico y teniendo un mínimo de rigor a la hora de seleccionar los pacientes.
En los ensayos clínicos, la frecuencia de efectos adversos ha sido mínima, y por eso se ha pasado ya a la fase 3. En las dos primeras, se evalúa la seguridad y, en esta, la eficacia. Si van a ser comercializados, es porque su seguridad y riesgos son aceptables.
P. La investigación de las drogas psicodélicas ha tenido una especie de efecto bumerán. ¿Por qué se fue y ahora ha vuelto?
R. Cuando más se utilizaron estas sustancias fue en los años cincuenta, porque se publicaron miles de artículos científicos sobre decenas de miles de pacientes. En 1962 entró en vigor una ley sobre regulación de ensayos clínicos que hacía muy difícil la investigación de doble ciego con LSD y psilocibina, que eran las más usadas, con las metodologías que existían entonces. A eso se sumó que la LSD fue acogida por la contracultura norteamericana y empezaron las prohibiciones, así que muchos científicos no quisieron seguir investigando.
Además, la farmacéútica Sandoz, que había elaborado la LSD, no quería ver perjudicada su reputación y no quiso ceder los datos de toxicidad animal a otros investigadores, algo que era esencial. En 1971, mediante el convenio de psicotrópicos de Naciones Unidas, quedó prohibido su uso, pero no su investigación y usos médicos, aunque sí los dificultaba.
Durante los años noventa, eso hizo que hubiera una serie de investigadores en Suiza, Alemania, Estados Unidos o España, donde estaban Jordi Riba, con ayahuasca, y Margi Farré y Jordi Camí, con MDMA. Hubo un resurgimiento del interés por investigar esta sustancia y tratar de recuperar toda esta investigación de los años cincuenta con metodologías sofisticadas. Ha sido una bola de nieve, porque entonces solo estábamos seis o siete grupos de investigación en los noventa, pero cada década ha ido aumentando y se han unido grupos de universidades de prestigio como Johns Hopkins, Imperial College, Yale, Berkley, Harvard… Todas tienen ya sus propios programas de investigación psicodélica, algo que hace que aumente también el número de conferencias, que se están multiplicando. Para la próxima conferencia de MAPS [Asociación Multidisciplinaria de Estudios Psicodélicos, una de las organizaciones de referencia] en Denver, se esperan unas 10.000 personas.
No se puede decir que haya habido un corte, aunque ha habido hitos influyentes, como la publicación del libro de Michael Pollan, Cómo cambiar tu mente , o algunas series de Netflix. A nivel cultural y popular, el uso de psicodélicos ha ido creciendo en paralelo al científico. Estamos asistiendo a algo que hace 20 años hubiera sido impensable.
P. En su caso, ¿en qué líneas de investigación está trabajando ahora?
R. Principalmente, estamos haciendo seguimiento de pacientes de cannabis medicinal para ver en qué medida el cannabis les ayuda y mejora su calidad de vida. Además, tenemos una línea de investigación de ayahuasca junto a nuestros colegas de la Universidad Autónoma de Madrid y de la Universidad de São Paulo Ribeirão. Somos el grupo más prolífico en investigación con esta planta en el mundo. En Brasil, nuestros colegas la están estudiando para el tratamiento de la depresión y trastorno de estrés postraumático, mientras que en España estamos haciendo seguimiento a personas que acuden a ceremonias de ayahuasca para ver en qué medida les produce un beneficio personal, bien en su estado de salud, bien en su bienestar emocional y calidad de vida.
Estamos haciendo un ensayo clínico con ibogaína probablemente tan puntero como en aquel entonces era el que nos pararon con MDMA. En este caso, es para utilizarla en el tratamiento de la dependencia de los opiáceos, que son un problema de salud pública gigante a día de hoy en EEUU y Canadá. Allí mueren más de 200 personas al día y no hay ningún tratamiento. Se sabe que la ibogaína elimina el síndrome de absistencia y, utilizada en contexto médico, permite a las personas deshabituarse de los opiáceos.
P. A nivel burocrático, ¿es más fácil investigar estas sustancias hoy que hace 20 años?
R. Es más complicado ahora que en los noventa, porque se ha burocratizado aún más. Entonces, todavía era relativamente sencillo para un investigador independiente hacer ensayos clínicos. A día de hoy, la cosa es más complicada y hay mucha presión de la industria. Se han reducido considerablemente las ayudas y el apoyo a investigación independiente y todo se ha ido dejando en manos de la industria, desgraciadamente. Los investigadores independientes —es decir, no pagados por la industria— lo tenemos cada vez más complicado. Aun así, seguimos, pero no es fácil.
P. También ha habido un aluvión de dinero en estos últimos años, con multimillonarios como Peter Thiel haciendo inversiones en el sector.
R. Hay dinero privado porque han visto una oportunidad de negocio en estos tratamientos. Cuando se han empezado a desestigmatizar este tipo de sustancias, han venido nuevos inversores, y eso está muy bien, porque son tratamientos prometedores… Pero también estaría bien que desde los gobiernos se siguiera apoyando la investigación independiente, que es la que pone el contrapunto al sobreentusiasmo de la industria.
Los gobiernos tienen que seguir apoyando la investigación independiente, que pone el contrapunto al sobreentusiasmo de la industria
Soy un poco escéptico, porque creo que la salud mental no la puede curar solamente una pastilla, sino que tiene que venir acompañada de un tratamiento. Tampoco hay que olvidar todos los determinantes sociales, políticos y económicos que están influyendo. Por ejemplo, en España una de cada cuatro personas está en el límite de la pobreza. La prevalencia de problemas de salud mental es más del doble entre clases sociales bajas que en las medias y altas. Si no operamos en esos determinantes, no vamos a conseguir nada.
Si hay oportunidades de negocio para un tratamiento, ahí es cuando está la industria farmacéutica. Hasta ahora, había una crisis de la psicofarmacología y de los tratamientos de la psiquiatría biológica y de los tratamientos farmacológicos en salud mental. Muchas empresas habían dejado de invertir en salud mental porque hace 50 años que no se descubren nuevas moléculas. También se está empezando a ver que muchos tratamientos farmacológicos no se diferencian del placebo en los metanálisis, además de tener muchos efectos secundarios. Esa es una de las muchas razones en el entusiasmo de estos nuevos fármacos, que en realidad ya se encuentran entre la medicina tradicional de numerosos pueblos indígenas americanos y africanos, de cuyas formas de trabajo deberíamos también aprender.
Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.