Un artículo de La Razón presenta como “punto final” un trabajo aún no revisado por pares que compara pacientes con diagnósticos relacionados con cannabis frente a un grupo de control excepcionalmente sano. Los propios autores admiten que no demuestra causalidad y el efecto absoluto es modesto.
¿El cannabis previene la diabetes o la causa? Lo que realmente dice el estudio
En los últimos días, La Razón publicó una pieza con titular contundente: “¿El cannabis previene la diabetes o la causa? Un nuevo ‘megaestudio’ quiere poner punto final al debate”. El texto se apoya casi por completo en un teletipo o nota de prensa y en ScienceDaily, y reproduce cifras llamativas —“cuadruplica el riesgo”— sin explicar con rigor qué midió el estudio, a quién comparó con quién ni cuáles son sus límites. Conviene desmontarlo con calma, porque la ciencia, cuando se usa a golpe de titular, se vuelve propaganda —y eso no ayuda ni a la salud pública ni a un debate adulto sobre la regulación del cannabis.
Qué es realmente ese “megaestudio”
La investigación no es un artículo revisado por pares; es un trabajo presentado en el congreso anual de la Asociación Europea para el Estudio de la Diabetes (EASD 2025, Viena). La propia cobertura especializada subraya que, de momento, es un análisis retrospectivo de historias clínicas y que no puede establecer causalidad, solo asociación. Eso significa que no demuestra que el cannabis “cause” diabetes; indica que, en el conjunto analizado, quienes tenían diagnóstico relacionado con cannabis presentaron más casos nuevos de diabetes tipo 2 a cinco años.
Los datos proceden de TriNetX, una gran red internacional de registros electrónicos de salud. Se identificó a 96.795 pacientes de 18–50 años con “diagnósticos relacionados con cannabis” (desde uso ocasional hasta dependencia, incluyendo intoxicación o síndrome de abstinencia) entre 2010 y 2018, y se les comparó con 4.160.998 “individuos sanos”. Seguimiento: cinco años.
El comparador importa… y aquí era inusualmente sano
Detalle clave que el artículo de La Razón pasa por alto: el grupo control se definió como personas sin registros de consumo de sustancias ni grandes patologías crónicas. En otras palabras, un control “sano” y sin otras adicciones documentadas. Comparar un grupo de pacientes donde hay, por definición, diagnósticos de uso de cannabis (que a menudo conviven con otros problemas de salud o sociales) con un grupo tan filtrado tiende a bajar artificialmente el riesgo basal del control y a agrandar el riesgo relativo. La propia síntesis de la EASD lo enuncia así: cohortes con diagnósticos por cannabis frente a adultos “saludables” sin uso de sustancias.
Riesgo relativo grande; riesgo absoluto pequeño
La cifra que circula es “casi x4” de riesgo. En términos absolutos, el estudio reporta 2,2% de incidencia de diabetes en el grupo con diagnóstico de cannabis frente a 0,6% en el control a cinco años. Eso es una diferencia absoluta de 1,6 puntos. Traducido a un indicador comprensible, el “número necesario para dañar” sería del orden de 1/0,016 ≈ 63: harían falta unos 63 sujetos expuestos “tipo estudio” para observar un caso extra en cinco años, si la diferencia se debiera al cannabis y no a factores de confusión (algo que el propio trabajo no puede asegurar). El riesgo relativo llama la atención; el riesgo absoluto obliga a matizar.
¿Qué entendió el estudio por “usuario de cannabis”?
No midió dosis, vía, potencia (THC/CBD) ni patrón de uso; agrupó desde personas con un registro aislado hasta trastorno por consumo. Esta imprecisión de la exposición —reconocida por los autores— limita cualquier inferencia mecanicista. Además, los propios investigadores admiten riesgo de sesgo por subregistro y posible clasificación errónea en historias clínicas, más aún en lugares donde el consumo era ilegal durante parte del periodo.
Confusión residual: lo que no controlas, te controla
La nota de prensa detalla algunos ajustes (colesterol HDL/LDL, hipertensión no controlada, enfermedad cardiovascular, alcohol o cocaína). Pero no especifica claramente el ajuste por tabaquismo, un factor masivo de riesgo cardiometabólico y muy correlacionado con el uso de otras sustancias. La literatura también asocia el uso problemático de cannabis con desigualdad socioeconómica, dieta peor y comorbilidades psiquiátricas: si no se miden bien, se cuelan por la puerta de atrás. Los autores, de hecho, advierten sobre factores no medidos que pueden explicar parte de la asociación. Prudencia.

El contexto que falta en la pieza de La Razón
No está revisado por pares. Reiterarlo no es una polémica: es metodología básica. El propio análisis que citan lo dice.
Cifra global obsoleta. El artículo usa el dato OMS de “147 millones” de usuarios mundiales de cannabis; es una estadística antigua. Las estimaciones más recientes de Naciones Unidas hablan de 219 millones (2021) y 228 millones (2022). Actualizar los datos no es detalle menor: mide la magnitud del fenómeno.
Estructura de plantilla. La pieza intercala bloques “Más noticias” sin relación, remite a ScienceDaily en lugar de al material técnico original y replica sin matices las hipótesis mecanicistas. Ese ensamblaje, con muletillas y transiciones genéricas, hace que el texto parezca producido con automatismos editoriales o IA (o, como mínimo, a base de copiar/pegar de un comunicado). En periodismo sanitario, explicar bien quién es el comparador, qué no mide el estudio y qué sesgos admite es tan importante como dar el titular.
La evidencia completa es más ambivalente
Asociaciones favorables previas. En el estudio NHANES (EE.UU.), los consumidores actuales presentaron insulina basal e HOMA-IR más bajos y menor perímetro de cintura, tras ajustar por varios factores. No prueba causalidad, pero muestra que el panorama no es unívoco.
Ensayo clínico con THCV (no psicoactivo). En 2016, un ensayo aleatorizado en pacientes con diabetes tipo 2 observó que la tetrahidrocannabivarina (THCV) mejoró glucosa en ayunas y función beta; el CBD no mostró beneficio por sí solo. No extrapola a fumar cannabis recreativo, pero sí sugiere que distintos cannabinoides tienen efectos metabólicos distintos.
Peso y metabolismo. Varias cohortes y metaanálisis han descrito menor IMC y menor prevalencia de obesidad entre usuarios, aun cuando tienden a consumir más calorías (“munchies”), un fenómeno paradójico que apunta a complejidades fisiológicas del sistema endocannabinoide. El propio informe de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU. ya recogía esta tendencia.
Nada de esto invalida la asociación hallada en el congreso de la EASD. Pero obliga a no presentar una foto fija como si fuera una sentencia. La relación entre cannabis y riesgo cardiometabólico probablemente depende del patrón de uso, del equilibrio THC/CBD/THCV, de la vía de administración y, sobre todo, del contexto social y conductual en que se consume.
Salud pública sin alarmismo ni ingenuidad
¿Conviene advertir a los pacientes de posibles riesgos metabólicos si consumen cannabis con frecuencia? Por supuesto. ¿Que este estudio obliga a vigilar peso, dieta y actividad física en quienes lo usan? También. Pero de aquí no se deduce un “punto final” al debate, ni un argumento para revertir regulaciones. Más bien al contrario: la regulación facilita medir, etiquetar potencias, separar mercado medicinal del recreativo, desincentivar combustión y promover reducción de daños. Criminalizar, además de injusto, nubla los datos.
En resumen
El trabajo presentado en la EASD observa más diabetes en personas con diagnósticos relacionados con cannabis que en un control muy sano, con una diferencia absoluta pequeña y múltiples límites que impiden hablar de causalidad.
La Razón amplifica el riesgo relativo y silencia el detalle del comparador y las limitaciones admitidas por los propios autores; además usa un dato global desactualizado. Un periodismo responsable habría explicado lo que el estudio no puede responder todavía.
Amante del cannabis y especializado en el mundo de las sustancias psicoactivas. Escritor y psiconauta.




















