por Eduardo Hidalgo

La heroína, como otras drogas, ya era mencionado en algunas canciones de la música popular en los primerísimos inicios del siglo XX. Valgan como muestra estas estrofas tomadas del libro I Was a Drug Addict de Leroy Street:

 

Down at the coke Mo Isle,

Down at the Isle of H. M. and C.

Down at the coke’s jubilee.

H is for heroin, M is for Morph,

C for cocaine to blow your head off.

 

No obstante, la primera relación oficial de la heroína con un estilo musical data de mediados de los años cuarenta, cuando una nueva generación de compositores revolucionó los parámetros del jazz dando lugar al be-bop, un género basado en la improvisación, en los ritmos rápidos y en las melodías complejas que, más que regirse por el objetivo de entretener al público, pretendía, en primer lugar, autocomplacer a los propios artistas, dejándoles que dieran rienda suelta a su creatividad y virtuosismo y permitiéndoles disfrutar del acto de tocar en sí mismo, sin tener que responder a la necesidad y obligatoriedad de agradar a la audiencia. Evidentemente, antes del be-bop habían existido músicos aficionados a la heroína; no obstante, con el advenimiento de este género la situación llegó a tal punto que en los ámbitos jazzisticos se llegaba a comentar que la fórmula más eficaz para crear una buena banda era reclutar a sus componentes en las clínicas para adictos. Del mismo modo, resulta ilustrativo saber que, en el ámbito del tráfico de heroína, el señuelo que utilizaban los usuarios para llamar a sus proveedores (y viceversa) eran ni más ni menos que las primeras notas silbadas de la canción «Mood», de Charly Parker, uno de los padres del be-bop y un reconocido y recalcitrante adicto al caballo. La situación era tal que bien pronto toda la escena se vería afectada por el fenómeno y la dimensión del problema llegaría a alertar y preocupar a la comunidad del jazz al completo. La turbulenta relación de estos músicos con la heroína se prolongaría a lo largo de la década de los cincuenta y sesenta y se saldaría con numerosas muertes, incontables casos de adicción, detenciones, encarcelamientos y retiradas de los carnets necesarios para tocar en los locales más renombrados de Nueva York, fruto, esto último, de la implacable persecución que Anslinger ejerció sobre consumidores, adictos y traficantes.

En los años sesenta los chicos del rock no sólo no tardarían en tomar el relevo en lo que respecta al consumo de heroína, sino que, además, pasarían a hablar de él de forma clara, explícita y descarnada en lugar de servirse de las alusiones indirectas, ambiguas y metafóricas que habían utilizado sus predecesores. Éste sería el caso de la Velvet Underground y su tema «Heroin», después del cual se dice que la música habría perdido para siempre la inocencia. A pesar de su efímera existencia y del moderado éxito que cosecharon inicialmente, la Velvet terminó siendo un grupo que influyó notablemente en la evolución y surgimiento de posteriores estilos y géneros.

Sus más inmediatos sucesores fueron los New York Dolls, principales exponentes del glam norteamericano. Al igual que la Velvet, escenificarían en sus conciertos el ritual de chutarse caballo. Si los primeros lo hacían mientras sonaba «Heroin», éstos lo harían mientras tocaban «Looking for a Kiss», de modo que el mensaje críptico contenido en el título quedaba explicitado definitivamente por si alguien aún no lo había captado (looking for a fix, es decir, «buscando un chute»). Uno de los miembros de la banda, Johnny Thunders, terminaría siendo al mismo tiempo uno de los yonkis más celebres de la historia y uno de los guitarristas más influyentes del rock. En 1982 publicaría una compilación de actuaciones en directo y temas varios con el esclarecedor título de Too Much Junkie Business. Casi una década después moriría en extrañas circunstancias, que nadie se molestó en aclarar cuando podían ahorrarse el trabajo cerrando el caso como «muerte producida por drogas». Aun así, ya antes de su desaparición, el legado de la banda al completo y de Thunders en particular había sido retomado, tanto en lo que a orientaciones musicales como a hábitos drogófilos se refiere, por la incipiente escena punk británica y estadounidense de los años setenta, así como por distintas formaciones encuadradas en el heavy metal de ayer y de hoy, siendo el referente primigenio de grupos como Ramones, Sex Pistols, Motley Crue y Guns N’ Roses.

Los Ramones se formaron en Nueva York en 1974 y pasan por ser una de las primeras bandas punk. En el 76, uno de sus miembros, Dee Dee Ramone, compuso junto a Richard Hell, ex-miembro de los Dolls y miembro de los Heartbreakers (segunda formación de Johnny Thunders), otro inmortal himno yonkarra: «Chinese Rocks», en alusión a la heroína proveniente de Asia. Ese mismo año ambos músicos estuvieron de gira por el Reino Unido con sus respectivas bandas y su visita cambiaría para siempre la historia del punk inglés, que, si hasta entonces se había cimentado y mantenido gracias a grandes dosis de speed, desde ese momento en adelante entraría en un rápido declive ayudado por unas selectivas sobredosis de heroína. Sería, de hecho, Jerry Nolan, batería de los Heartbreakers, quien le metería su primer chute a Johnny Rotten, al cual, no obstante, sólo le bastó meterse otro más para concluir que «la heroína es una mierda». Sin embargo, no opinaría lo mismo el icono punk por excelencia, Sid Vicious, después de que Nolan le presentase a Nancy Spungen, una yonki que pronto pasaría a ser su compañera de polvos y de picos. Eso sí, por poco tiempo, pues apenas dos años después ella moriría asesinada en un hotel de Nueva York, supuestamente a manos del mismísimo Sid, que a su vez fallecería por una sobredosis de heroína tan sólo cuatro meses más tarde. Con ellos desaparecería también el esplendor del punk, como demuestra el hecho de que los adeptos al género abandonaran el lema inicial del No future («no hay futuro») y se vieran obligados a reafirmar su presencia con algo así como una versión underground del «Teruel existe» pero gritado en inglés y con aún más desesperación y mala leche: Punk’s not dead! («¡el punk no ha muerto!»).

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En cuanto al heavy metal, su relación con la heroína data de tan antiguo como la del punk y, de hecho, con él comparte algún nexo de unión, como la influencia de los ya mencionados New York Dolls, a los que Aerosmith acompañarían en alguna de sus giras en calidad de teloneros. Steven Tyler y Joe Perry, que con el tiempo se ganarían el sobrenombre de gemelos tóxicos, acostumbraban a decir que su relación con los Dolls les permitió ver por primera vez cómo las drogas destruían a una banda. La segunda ocasión en que pudieron contemplarlo era su propio grupo el que se venía abajo. Con el tiempo y una larga cura de desintoxicación, consiguieron, no obstante, remontar el vuelo y volver a cosechar grandes éxitos en los años noventa, compartiendo cartel en varias ocasiones con los que pasarían a ser sus sucesores: Guns N’ Roses, otra formación que alcanzó la fama de manera fulminante y que, igual de rápido, quedó disuelta en soluciones de heroína, cocaína y drogas varias. En cualquier caso, ni el grupo de Axl ni el de Perry serían los únicos de la escena del metal que vieran a alguno o varios de sus miembros envueltos en agitadas relaciones con el jamaro: Led Zeppelín, Metallica, Red Hot Chilli Peppers, Pantera o Motley Crue son otros ejemplos que vienen a engrosar la lista.

Por otra parte, antes, durante y después de que se gestaran el heavy y el punk, la heroína iría igualmente tomando posiciones entre las huestes del hippismo y en las corrientes más tradicionales del rock n’roll, llegando a contar con adeptos tan renombrados como Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jerry Garcia (Gratetful Dead) o Keith Richards (Rolling Stones). Incluso John Lennon tendría sus breves y puntuales flirteos con el caballo, del que opinaba que en realidad «no era muy divertido».

Probablemente Kurt Cobain le hubiese dado la razón, pues el notorio consumo de heroína del portavoz oficial del grunge, más que en la búsqueda de placeres y diversión, parecía justificarse, al menos en parte, en un desesperado intento de automedicarse y aplacar sus irremediables padecimientos físicos (bronquitis crónica y dolencias estomacales) y psicológicos (depresión). De todos modos, divertido o no tanto, el resultado no fue otro que la consabida adicción del cantante, a la que vinieron a sumarse las adicciones de tantas otras estrellas grunchis, entre las que, como en tiempos del be-bop, parece que el uso de heroína llegaría casi a convertirse en condición sine qua non para formar una buena banda. Tras la baja de Cobain y los duros golpes que el caballo asestó a otras formaciones del ramo, los fans y seguidores, no obstante, supieron asumir con relativa entereza el ocaso del género; a fin de cuentas, tampoco estaban en disposición de contradecir a su líder espiritual, el propio Kurt, que, siendo más punki que los punkis, aún en vida gustaba de lucir camisetas con el lema Grunge is dead!, («¡El grunge ha muerto!»), es decir, algo así como una versión rabiosa y depresiva del «Teruel no existe».

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Hay, por último, otros estilos musicales que también se han visto salpicados de una u otra forma por la influencia de esta sustancia. Sería el caso de la música de baile y su evolución hacia la música electrónica pura y dura. En cuanto a la primera, uno de los miembros del grupo estrella del sonido madchester, los Happy Mondays, terminaría sobrellevando el bajón de los excesos politóxicos del segundo verano del amor directamente con un tratamiento de mantenimiento con metadona. En cuanto a la segunda, aparte de los cotilleos sobre si tal o cual dj acostumbra o no a fumar chinos, podemos encontrar a grupos como Spacemen 3, que no tienen problema en dejar claro que toman drogas para hacer música para tomar drogas para… y, al parecer, entre tales drogas, los opiáceos en general y la heroína en particular ocuparían un lugar destacado.

Caso aparte y excepcional sería el de los músicos de rap, más dados, hasta el momento, al uso de marihuana o crack, sin que tengamos conocimiento de la existencia de célebres y notorios aficionados a la heroína entre sus filas, más allá del exmiembro de Kris Kross, Chris Kelly, el rapero puertoriqueño Vico C., los 18 gramos que le pillaron a Nelly y los devaneos de Eminem con la hidrocodona (que no con el caballo, como apuntaban en su día los rumores). Poco más.

En España, por su parte, la efervescencia musical y artística de la movida de los primeros ochenta es, probablemente, el primer evento cultural que el imaginario colectivo asocia estrechamente al consumo de heroína. En esos años, las distintas corrientes musicales que se habían ido gestando en Norteamérica y el Reino Unido en la década de los setenta fueron asimiladas por grupos de Madrid, Barcelona, Vigo, Valencia, San Sebastián, etc., dando lugar a una escena musical extremadamente activa y bulliciosa que, además, se interconectaba con una paralela eclosión de talentos en el ámbito del cine y la moda. Todo ello contribuyó al florecimiento de una rica y atractiva escena de ocio, especialmente nocturno, dirigida a jóvenes y no tan jóvenes con ganas de divertirse y de disfrutar de la vida. En un contexto como éste, las drogas no podían estar ausentes y el caballo en concreto, contando con los antecedentes musicales que acabamos de mencionar, tampoco: «Me gusta mucho Iggy Pop, me haré yonki como él», eran las motivaciones que Manolo UVI, de Comando 9mm, aduce que tenía la gente para iniciarse en el consumo. Alejo Alberdi, por su parte, miembro de la Banda Sin Futuro y Derribos Arias y conocedor de primera mano de lo que sucedió en aquella época, describe así en qué consistió el fenómeno: «La movida fue el resultado del baby boom franquista. Había demasiada gente joven y, simplificando mucho, unos optaron por montar grupos para destacar, otros por quitarse del medio con la heroína, y unos pocos consiguieron compatibilizar las dos cosas. El resultado fue una colección de estupendas canciones, alguna que otra película y unos cuantos años de desmadre salvaje». Y todo apunta a que, efectivamente, desmadre hubo. En esto parece haber consenso. Ninguno de los propios interesados parece tener inconveniente en admitirlo, más bien al contrario.

Acerca del autor

Eduardo Hidalgo
Yonki politoxicómano. Renunció forzosamente a la ominitoxicomanía a la tierna edad de 18 años, tras sufrir una psicosis cannábica. Psicólogo, Master en Drogodependencias, Coordinador durante 10 años de Energy Control en Madrid. Es autor de varios libros y de otras tantas desgracias que mejor ni contar.