Descubre el pensamiento visionario de Gerald Heard sobre el potencial de la LSD para ampliar la percepción, estimular la creatividad y transformar la conciencia humana, según su ensayo inédito traducido por J. C. Ruiz Franco.
Gerald Heard (1889 – 1971), fue un historiador, filósofo y escritor estadounidense, nacido en Gran Bretaña. En 1954 probó la mescalina por primera vez, y poco después hizo lo mismo con la LSD. Enseguida se dio cuenta del potencial de estas sustancias para el desarrollo de la conciencia, así como para “expandir la mente humana”, al permitir a la persona ver más allá de su ego. A finales de la década de los cincuenta, trabajó con el famoso psiquiatra Sidney Cohen para introducir a diversas personas al uso de la LSD, tanto por motivos terapéuticos como para mejorar su vida o desarrollar su creatividad. Aquí les ofrecemos precisamente el escrito en el que describió la posibilidad de expandir la mente mediante el consumo de LSD. El texto es inédito en español y la traducción es nuestra. La traducción ha sido posible porque el legendario Ralph Metzner (https://ralphmetznerblog.com y http://www.greenearthfound.org), uno de los miembros originales del grupo de Timothy Leary en Harvard, nos ha dado permiso para utilizar los archivos de la mítica Psychedelic Review. Por esta razón, si algún editor lee esto y desea publicar un libro con una recopilación de artículos de tan magnífica publicación (de Leary, entre ellos), puede ponerse en contacto escribiendo a [email protected].
(…) Estas nuevas drogas —mescalina, psilocibina y la más reciente y potente de ellas, la dietilamida del ácido lisérgico, LSD— se están expandiendo tanto en lo que respecta a su investigación que están surgiendo cuestiones importantes sobre sus efectos y su uso correcto.
Sus detractores las llaman drogas ‘que distorsionan la mente’ y advierten de que su valor terapéutico no está demostrado, que pueden alterar incluso a una persona normal, y que ya se abusa de ellas para ‘colocarse’. Sus defensores prefieren llamarlas ‘agentes modificadores de la conciencia’ y aseguran que, en algunos casos, en individuos de gran poder mental y creativo, la LSD puede expandir su visión del mundo. Basándose en los datos conocidos hasta el momento, ambos bandos parecen estar de acuerdo en que la LSD no crea hábito; numerosos consumidores cuentan que la experiencia es agotadora, y que se repite sólo después de pensarlo mucho.
¿Debería el ser humano introducir esa sustancia tan peligrosa en su organismo? Se dice que la LSD es mucho menos tóxica que el alcohol, el tabaco o la cafeína. Al mismo tiempo, uno de sus principales investigadores y defensores, el doctor Sidney Cohen, señala: «Es muy posible que la LSD atraiga a ciertos individuos en su búsqueda de algún tipo de magia» (…)
El ser humano ha tenido a su disposición drogas modificadoras del ánimo durante milenios. En primer lugar el alcohol, el gran depresor; después el opio, el aniquilador de los dolores; después la cafeína, el estimulante del sistema nervioso; más tarde la cocaína, el hachís y otros extractos de origen vegetal menos comunes. Y en los últimos años se ha desarrollado una amplia variedad de tranquilizantes.
Sin embargo, todos ellos se pueden clasificar en una de dos categorías. O bien debilitan el entendimiento de las cosas, como hacen el alcohol y el opio, o bien lo fortalecen, como por ejemplo el café o la dexedrina. No despejan la mente a la vez que permiten ver las cosas de un modo muy distinto al propio del sentido común. No elevan la mente hasta alcanzar la lucidez a la vez que hacen parecer al mundo cargado de una intensidad de significados que el sentido común cotidiano es incapaz de percibir.
Actualmente tenemos en la LSD una droga que cumple esos objetivos (…) A muchos que la han probado en condiciones adecuadas y controladas les ha aportado una enorme potenciación de su sensibilidad y perceptibilidad, y de este modo puede arrojar más luz a las fuentes de la creatividad (…)
Sin ser un opiáceo ni un narcótico, la LSD es químicamente capaz de generar profundos cambios en la conciencia, la cual, en personas sin trastornos psíquicos, no parece causar efectos no deseados. Y puede proporcionar una experiencia extática, a la vez que intensificar extraordinariamente nuestros sentidos (…) Algunos consumidores incluso han notado que ampliaba su visión de la naturaleza del Universo y del objetivo de la Vida. Estas visiones pueden recordarse y, si la persona quiere, pueden incorporarse a su vida cotidiana para conseguir una perspectiva mejor. Así que podemos estar ante un gran avance que resuelve el problema de contar con una visión más elevada que la cotidiana, mientras mantenemos la mente clara. Y esto parece conseguirse mediante la confrontación con uno mismo, la salida de uno mismo, la disolución de las aprensiones egocéntricas que nublan el cielo de la mente (…)
La primera fase bajo los efectos de la LSD es sorprendente de forma paradójica. Por lo que ya sabemos, el sujeto siempre está esperando sorpresas, pero durante la primera hora posterior a la ingestión de los pequeños comprimidos normalmente no nota nada en absoluto. Tal vez sienta cierto alivio al ver que sigue estando normal, y quizá un sentimiento de superioridad al pensar que posiblemente es demasiado fuerte como para permitir que una droga le haga perder la noción de la realidad (…)
Pero a medida que pasa esa primera hora, la mayoría notan que se sienten extraños (…) Durante la segunda hora, suelen entrar en un estado que no deja lugar a dudas sobre el profundo cambio de conciencia que está teniendo lugar. El psiquiatra o encargado de vigilar puede ver que las pupilas del sujeto permanecen dilatadas prácticamente en todo momento. Este síntoma es el primero, y a menudo el único visible de la LSD, y proporciona a los fisiólogos una de las pocas pistas sobre qué área del cerebro está actuando (…) Durante esta segunda hora podemos decir que el sujeto está ‘ganando altura’. El comentario más frecuente suele estar relacionado con la intensificación de los colores. Las flores, las hojas, la hierba, los árboles, se ven con una viveza increíble: “con la intensidad con que Van Gogh debió verlos” es una descripción común. Parecen tener vida y respirar; en realidad, incluso los objetos cotidianos pueden cambiar de forma, como si estuvieran dotados de vida propia. También suele darse una intensificación de los sonidos (por ejemplo, el canto de los pájaros, aunque estén lejos) que causa gran sorpresa. La música suele convertirse en un deleite absorbente, incluso para las personas sin sentido musical, mientras que para las que lo tienen en ocasiones se convierte en algo de una intensidad insoportable (…)
Hay otro efecto que es más extraño y más profundo. El sujeto siente que el tiempo en sí mismo —las prisas o, por el contrario, el tiempo que transcurre lentamente— es ahora ‘adecuado’ (…)
En las dos horas siguientes es cuando a la mayoría de las personas les llega el poder completo de la experiencia. Hasta ese momento el sujeto, a pesar de estar absorto, ha sido sólo un observador (…) Ahora el mundo exterior se convierte en una composición que lo abarca todo. Y aunque está en continuo cambio, es también completa e insondable. En la energía que siente a su alrededor y que lo invade todo, el sujeto siente que no puede estar aislado. Fluye a través y alrededor de él (…)
Después de estas trepidantes horas, durante las cuales puede haber estado quieto, sentado y contemplando sin hablar las miles de imágenes que se le presentaban, o comunicando a su compañero lo que ha visto y sentido, el viajero regresa lentamente a la orilla, sumergiéndose en ocasiones en las corrientes del océano, hasta que se disipa el poder químico que aún queda (…)
Actualmente sabemos que nuestras mentes tienen, igual que los oculistas dicen de nuestros ojos, no una, sino varias formas de enfocar. La apertura de nuestro entendimiento se modifica del mismo modo en que modificamos la apertura de nuestros telescopios y microscopios para enfocar los objetos que están a diferentes distancias. Pero, aunque nuestras mentes se transforman, aunque el alcance de nuestra percepción puede modificarse, no podemos conseguir que esas modificaciones sean deliberadas, conscientes. Cuando ocurren no podemos controlarlas. Y cuando tienen lugar los cambios, no podemos observarlos porque los estamos experimentando. Este problema ha perturbado a los psicólogos durante sesenta años, y el más grande de ellos, William James, entendió que, si alguna vez podía solucionarse, el experimentador debía utilizar procedimientos psicofísicos en sí mismo. Él probó con el óxido nitroso para ampliar su conciencia, sólo para darse cuenta de que en cierto momento cesaba la comunicación y regresaba murmurando que “el universo no tiene opuesto”. Después probó el peyote, el cacto que crece a lo largo de Río Grande y se usa en los ritos religiosos de los indios del sudoeste, y lo único que consiguió fue desanimarse por las náuseas que le produjo.
Dejemos las sustancias químicas a un lado por el momento. Hay ‘otro’ estado de la mente, conocido y descrito por los poetas, así como por los más grandes matemáticos y otros genios de la ciencia, en el cual tiene lugar un profundo proceso intuitivo (…) Para lograr un pensamiento realmente original, la mente debe derribar sus barreras críticas, su filtro censor. Debe colocarse en un estado de despersonalización; y por historias como la de Jacques Hadamard en The Psychology of Invention in the Mathematical Field sabemos que los mejores investigadores, cuando se enfrentan con problemas y enigmas que no se han podido resolver por métodos ordinarios, emplearon sus mentes de forma poco común y se pusieron en un estado de creatividad independiente del yo, que les permitió tener intuiciones tan notables que gracias a ellas pudieron realizar sus descubrimientos más grandes y originales.
Paracelso descubrió que había un ‘reducto de la mente’ libre de todo peligro, al cual podía llevarle el vino; allí, aunque incapaz de coger la pluma, podía dictar hasta que la embriaguez le dejaba sin habla. Descartes, cuando dormía en el suelo con papel para escribir a su lado, anotaba las ideas que pasaban por su mente estando medio dormido, cuando funcionaba tanto la zona creativa como la crítica de su cerebro (…) Henry Poincaré, el gran matemático francés, describió sus procesos subliminales de descubrimiento con estas palabras: «Es cierto que las combinaciones que se presentan a la mente bajo algún tipo de repentina iluminación después de un largo período de trabajo inconsciente normalmente son útiles y fructíferas… Esto resulta misterioso en su mayor parte. ¿Cómo podemos explicar que, de los miles de productos de nuestra actividad inconsciente, a algunos se les invita a cruzar el umbral mientras que otros permanecen fuera de nuestro alcance?».
¿Puede la LSD ayudar en el proceso creativo? Incluso cuando se administra en las mejores condiciones, tal vez no haga más (tal como decía Aristóteles cuando hablaba sobre los grandes misterios griegos) que “ofrecernos cierta experiencia”. Después, el sujeto debe trabajar con este marco de referencia, este esquema creativo. Si no lo hace, la experiencia será sólo una bella anomalía, un momento maravilloso que se apaga gradualmente (…)
¿Qué debemos hacer entonces? La LSD es, sin duda, una de las sustancias químicas menos tóxicas que el hombre ha introducido en su organismo. Comparada con el alcohol, la nicotina o el café —nuestras tres drogas principales—, podría considerarse una dócil yegua frente a esos potros salvajes. ¿Es útil para los psicóticos? La mayoría de los investigadores lo duda. ¿Con los extremadamente neuróticos? De nuevo hay que plantearse algunas cuestiones al respecto. Aunque en estos casos la LSD no parece poder causar daño físico, se ha informado de algunos casos de graves efectos psíquicos adversos. Es la mayor calidad de la atención que la LSD puede proporcionar lo que resultará beneficioso. La intensidad de la atención es lo que todas las personas con talento deben obtener o controlar si desean ejercitarlo. La atención absoluta —tal como la conocemos por la descripción del estado mental en que trabajaban Isaac Newton o Johann Sebastian Bach, por ejemplo— es la marca más evidente del genio en acción. Por otra parte, el genial Sigmund Freud comentó que el psicoanálisis, incluso cuando lo realiza uno a sí mismo, no funciona con los extremadamente neuróticos debido a la hipertrofiada atención egocéntrica que el paciente ha ido construyendo a lo largo de su vida. El psicótico está aún más absorto en su noción de la realidad distorsionada y autoobsesiva. Demos, pues, a estas víctimas de sus propios egos una mayor capacidad de atención y es improbable que hagan otra cosa que hacer más profundo su engaño y más fuerte el muro de su prisión autoinfligida.
Sin embargo, para la persona verdaderamente creativa (y me refiero en concreto a la capaz de ejercitar el ‘pensamiento integral’), la LSD puede ser útil. Podría ayudarle a ejercitar el pensamiento integral con mayor facilidad y a su voluntad. Para cierto número de personas sensibles que desean realizar experimentos serios en profundidad, la LSD ha demostrado ser útil para penetrar en el yo, solucionar sus conflictos emocionales y reducir los miedos, el último de los cuales es el miedo a la muerte. Sin embargo, la respuesta práctica a la pregunta ‘¿qué deberíamos hacer al respecto?’ parece ser que la LSD seguirá siendo lo que es: ‘una droga de investigación’ que se utiliza con mucho cuidado en la exploración de las mentes de quienes se ofrecen voluntarios para ayudar a los mejores investigadores haciendo viajes psíquicos.
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REFERENCIAS
Heard, Gerald, “Can this drug enlarge man’s mind?”, Psychedelic Review nº 1 (1963), pg. 7-17.
]. C. Ruiz Franco es licenciado en Filosofía y DEA del doctorado de la misma carrera, cuenta con un posgrado en Sociología y otro en Nutrición Deportiva. Se considera principalmente filósofo, y es desde esa posición de pensador como contempla el mundo y la vida. Se interesa principalmente por las sustancias menos conocidas, y sobre ellas publica mensualmente en la revista Cannabis Magazine.