El nuevo presupuesto de Trump elimina protecciones para pacientes de cannabis medicinal y entrega más poder a la inteligencia artificial para vigilar a los ciudadanos
Pocas veces una propuesta de presupuesto revela tanto sobre las verdaderas intenciones de un gobierno. Y pocas veces una traición ha sido tan clara, tan brutal, tan reveladora. Donald Trump, el candidato que se presentó como defensor de la libertad individual, como el outsider que escucharía a los olvidados, acaba de lanzar un ataque directo contra millones de ciudadanos que usan marihuana medicinal para aliviar su sufrimiento. Lo hace mientras blinda un sistema de vigilancia digital que convierte a cada ciudadano en sospechoso.
La historia comienza con un gesto técnico, casi imperceptible para el gran público: en su presupuesto para 2026, Trump propone eliminar una cláusula conocida como «el rider de Rohrabacher-Farr», una medida que desde 2014 impide al Departamento de Justicia federal perseguir penalmente a los programas estatales de marihuana medicinal. Suprimir esta protección no es una corrección administrativa: es abrir la puerta a redadas, juicios y encarcelamientos de pacientes con cáncer, epilepsia o trastornos mentales, que han encontrado en el cannabis una alternativa más humana a los opiáceos o a los antidepresivos convencionales.
¿Dónde quedaron las promesas?
Durante la campaña, Trump apoyó la legalización del cannabis en Florida, prometió acceso bancario para las empresas del sector y habló de revisar la clasificación federal del cannabis como droga de alto riesgo. Muchos le creyeron. Hoy, su proyecto de presupuesto destruye esas promesas con una precisión quirúrgica. No es una contradicción: es una estrategia.
La sombra de Palantir
Pero el ataque a los pacientes es solo una parte de este iceberg. El mismo presupuesto refuerza el músculo del aparato de vigilancia estatal, incluyendo partidas millonarias para empresas como Palantir Technologies, fundada por Peter Thiel, uno de los grandes aliados políticos de Trump. Palantir no es una empresa cualquiera: sus algoritmos fueron diseñados para detectar terroristas, pero ahora serán usados para rastrear ciudadanos, analizar sus datos bancarios, su ubicación, sus redes sociales, sus hábitos de compra, incluso su consumo legal de cannabis.
En otras palabras: la misma tecnología que antes se aplicaba en Afganistán o Irak se aplicará ahora en California o Colorado. Y el usuario de marihuana medicinal, que hace unos años era visto como un enfermo en busca de alivio, vuelve a ser tratado como un enemigo del Estado.
El teatro del poder
Este giro represivo no es nuevo en la historia política de Trump. Ya durante su primer mandato intentó en varias ocasiones suprimir esta protección a los pacientes. El Congreso lo impidió. Pero su insistencia revela una coherencia: su lealtad está con las grandes farmacéuticas, no con los ciudadanos. La marihuana medicinal representa una amenaza directa a la industria del dolor, la ansiedad y el insomnio. Su legalización debilita el monopolio de los opiáceos, los antidepresivos y las benzodiacepinas. El negocio está en peligro. Y Trump lo sabe.
Musk, Epstein y el poder detrás del poder
En este contexto, la reciente disputa entre Elon Musk y Trump no es una anécdota. Cuando el magnate sudafricano aludió públicamente a los vínculos de Trump con Jeffrey Epstein, no estaba improvisando: estaba enviando un mensaje. Que la reconciliación haya sido inmediata solo refuerza la idea de que, detrás del telón, se están reacomodando las piezas del verdadero tablero del poder. La política es el escenario. La partida real se juega entre tecnócratas, contratistas y fondos de inversión.
Una advertencia a los ingenuos
Para quienes aún piensan que Trump representa una alternativa al sistema, esta traición debería ser un campanazo. No es un error. No es un olvido. Es la actualización del viejo modelo de control con nuevas herramientas: donde antes había leyes, ahora hay algoritmos; donde antes había propaganda, ahora hay datos personales.
Y lo más inquietante es que esta doble ofensiva —contra la marihuana medicinal y a favor de la vigilancia masiva— se presenta como una política de orden, de seguridad, de moral pública. El lenguaje del poder siempre es el mismo. Lo que cambia es la tecnología.
La medicina no es delito
Los enfermos, los veteranos, las madres con hijos epilépticos, los mayores con dolores crónicos: ellos serán los primeros en sentir el golpe de esta nueva ofensiva. Ellos, que encontraron alivio en un tratamiento natural y regulado, volverán a enfrentarse al estigma, al miedo y al riesgo de ser perseguidos. El gobierno les ha dado la espalda.
Pero esta no es solo una lucha por la marihuana. Es una lucha por el derecho a vivir sin miedo, a ser libres, a elegir cómo tratamos nuestro cuerpo y nuestra mente. Y es también una batalla por la verdad, contra la hipocresía de un poder que promete libertad y entrega control, que promete medicina y entrega represión.
La hora del despertar
La comunidad del cannabis debe ser la primera línea de defensa. Porque sabe, mejor que nadie, lo que significa ser perseguido por buscar bienestar. Y porque entiende que detrás de cada prohibición se esconde una lógica de poder, no de salud.
La historia juzgará este momento. Lo que está en juego no es solo una planta, sino la libertad misma. Y si no despertamos ahora, quizá mañana ya sea demasiado tarde.
Acerca del autor
Escritor especializado en cannabis y residente en Miami, combina su pasión por la planta con la vibrante energía de la ciudad, ofreciendo perspectivas únicas y actualizadas en sus artículos.