Mark Savaya, magnate de dispensarios en Detroit y ferviente seguidor de Trump, salta a la primera línea diplomática. Su nombramiento abre un debate mayor: la incoherencia federal sobre el cannabis y el uso de la diáspora como puente con Bagdad.

El anuncio llegó, como tantas cosas en la política estadounidense de hoy, a golpe de publicación en redes. Donald Trump comunicó que Mark Savaya será su enviado especial para Irak. Lo justificó con dos líneas maestras: “su profundo conocimiento de la relación Irak-EE. UU.” y unas “conexiones en la región” que, según el presidente, ayudarán a defender los intereses de su país. Añadió además un guiño interno: Savaya habría sido “clave” en Míchigan, al impulsar un “voto récord entre musulmanes estadounidenses”. La noticia, que ya circula en medios de referencia, sitúa a un empresario del cannabis en un puesto de alta sensibilidad en Oriente Próximo.

¿Quién es exactamente Mark Savaya?

En Detroit se le conoce por Leaf & Bud, una cadena de dispensarios y cultivo que ha ido extendiendo su marca —incluida una “Mark Savaya Collection”— en un mercado local hipercompetitivo. Se trata de un empresario con perfil de influencer, presencia pública desacomplejada y agenda política explícita a favor de Trump. Es, además, un nombre familiar en el ecosistema cannábico de Míchigan. Todo eso está en su biografía empresarial y en la huella digital de su propia compañía.

El fichaje no ha pasado desapercibido en la región. Hoshyar Zebari, ex ministro de Exteriores de Irak y voz influyente en el Kurdistán iraquí, celebró el nombramiento destacando el origen caldeo-iraquí de Savaya, un dato que ayuda a entender el cálculo político: la administración Trump busca alguien que hable el idioma —no sólo el lingüístico, también el cultural— de los actores iraquíes. En paralelo, medios de la órbita kurda subrayan que el movimiento apunta a un intento de reset con Bagdad y, a la vez, a la impaciencia de Washington con la deriva del país. En suma: puente de proximidad y palanca de presión.

Normalización cannábica en EE. UU.: símbolo y contradicción

Ahora bien, la elección abre otra lectura: la normalización política del cannabis en Estados Unidos. No hace tanto, un empresario del sector hubiera sido impensable para una misión diplomática de este calibre. Hoy, en cambio, aparece como perfil viable y, para algunos, hasta simbólico. Conviene recordarlo: a escala federal el cannabis no está plenamente legalizado. El Departamento de Justicia propuso en 2024 reclasificarlo de la Lista I a la Lista III, y el proceso administrativo siguió su curso en 2025, con idas y venidas que mantienen a la industria en una incertidumbre reglamentaria notable. La eventual reclasificación aliviaría la carga fiscal y facilitaría la investigación, pero no equipara el cannabis al alcohol ni resuelve por sí sola la incoherencia entre estados y federación.

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En este contexto, el “caso Savaya” sirve de espejo. Que un empresario cannábico alcance un puesto diplomático de alto voltaje indica que el estigma social se ha desplomado. Pero recuerda, a la vez, que la estructura legal va por detrás de la realidad económica y cultural. La Casa Blanca sopesa pasos adicionales y voces cercanas al gobierno han deslizado que la reforma “es buena política”. Más allá del ruido, persiste el hecho esencial: sin un marco federal coherente, decisiones como ésta conviven con una ambigüedad jurídica que erosiona la credibilidad institucional y deja a miles de pymes atrapadas entre normativas contradictorias.

El segundo ángulo: ética y conflictos de interés

El segundo ángulo es ético-político. Enviar a un empresario —y no a un diplomático de carrera— a una misión tan delicada levanta preguntas legítimas: ¿qué controles de conflicto de interés operarán para blindar su actividad privada? ¿Qué protocolo de transparencia regirá sus contactos, contratos y reuniones? Que Savaya no sea un desconocido del ecosistema trumpista ni un actor neutral del mercado —lo prueban su marca personal y los eventos partidistas en Míchigan— obliga a la Casa Blanca a extremar las garantías. Si se hacen bien las cosas, su red puede ser un activo; si se hacen mal, el caso acabará amplificando la sospecha de puertas giratorias.

El tercer vector: la geopolítica iraquí

El tercer vector es geopolítico. Irak sigue siendo tablero de fuerzas internas y externas: partidos, milicias, instituciones con problemas de reforma, influencias vecinas y la huella siempre compleja de Washington. En ese ecosistema, un enviado con vínculos de diáspora puede abrir puertas que un embajador tradicional no cruza. La proximidad cultural —si es real y bien encauzada— reduce malentendidos, mejora la lectura de contexto y, llegado el caso, permite hablar de tú a tú con actores no oficiales. Pero conviene no romantizar: ese tipo de capital social funciona si respeta la institucionalidad y no se confunde con un “atajo” de amiguismo. La ventana de oportunidad existe; el riesgo reputacional, también.

Una oportunidad para una legalización integral

Como periodista de opinión que defiende una legalización integral y regulada del cannabis, veo aquí un mensaje de fondo. La sociedad estadounidense —y por extensión la occidental— ha madurado en su relación con esta sustancia. La evidencia científica y la experiencia de los estados regulados demuestran que la prohibición absoluta fracasa donde la regulación acompasada a la salud pública, la fiscalidad y la prevención sí produce resultados. Cuando un gobierno incorpora a su círculo duro a un empresario del sector, el debate deja de ser moralista para volverse práctico. Esa es la dirección correcta: menos dogma y más política pública basada en datos.

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Pero el camino no puede quedarse en símbolos. Urge culminar la reforma federal para despejar incertidumbres, reducir la economía sumergida, proteger a consumidores y trabajadores y liberar recursos policiales hacia delitos de verdad. Sólo con reglas claras podrá valorarse a Savaya por sus resultados en Irak y no por la sombra alargada de un limbo legal. Ese sería, paradójicamente, el mejor servicio que la administración Trump podría prestarle a su propio enviado: dotarle de un país con una política de drogas coherente.

Lo que hay que mirar

Mientras tanto, conviene observar tres indicadores para medir si este nombramiento es un golpe de efecto o una estrategia sostenida: (1) la hoja de ruta concreta para Bagdad —metas verificables en seguridad, energía y gobernanza—; (2) la arquitectura de transparencia y control sobre posibles conflictos de interés; y (3) los movimientos de la Casa Blanca sobre cannabis en los próximos meses. Si esas tres piezas encajan, el “caso Savaya” representará un paso más hacia la normalización adulta de la política de drogas. Si no, quedará como una postal pintoresca de estos tiempos veloces en los que la diplomacia se anuncia en una red social y se ejecuta, esperemos, con la serenidad que exige el terreno.

En suma, la designación de Mark Savaya revela una transformación cultural en marcha y, a la vez, una tarea pendiente. Normalizamos a las personas, pero aún no hemos normalizado la ley. Y sin ley clara, la política se llena de ruido.

Acerca del autor

Justin Vivero

Escritor especializado en cannabis  y residente en Miami, combina su pasión por la planta con la vibrante energía de la ciudad, ofreciendo perspectivas únicas y actualizadas en sus artículos.