El Senado texano aprueba una ley para impedir que las ciudades voten sobre la despenalización del cannabis
En Texas, donde la palabra «libertad» se pronuncia con mayúsculas, el Senado estatal acaba de aprobar una ley que, paradójicamente, limita uno de sus pilares fundamentales: el derecho al voto. Pero no a cualquier voto. Solo a aquellos que pretendan despenalizar el cannabis.
Con 23 votos a favor y 8 en contra, la cámara alta del Congreso texano ha dado luz verde a una iniciativa que prohíbe a los gobiernos locales someter a consulta ciudadana cualquier medida que contradiga las leyes estatales sobre drogas. Y si alguna ciudad se atreve, la sanción será ejemplar: 25.000 dólares por la primera infracción y 50.000 por cada reincidencia.
La ley, promovida por el senador republicano Charles Perry, parece diseñada no tanto para regular el consumo de cannabis como para acallar la voluntad popular. Es, en toda regla, un bozal legal contra la democracia participativa.
La paradoja texana: menos gobierno, salvo si votas por el cannabis
La contradicción es flagrante. Los mismos líderes que enarbolan el estandarte del «gobierno limitado» y la «autonomía local» no dudan en aplastar esa misma autonomía cuando el pueblo no vota como ellos quisieran.
El gobernador Greg Abbott ha defendido en múltiples ocasiones que permitir a cada ciudad legislar sobre cannabis conduciría al «caos». Una Texas dividida, donde lo que es legal en una ciudad sea delito en la siguiente. Y aunque esa preocupación parece razonable, se cae por su propio peso. No parece haber «caos» cuando unas ciudades prohíben el alcohol y otras no. O cuando los límites de velocidad y las normas de ruido varían de una calle a otra.
Lo que realmente molesta a los legisladores texanos no es la confusión normativa, sino el hecho de que los ciudadanos estén encontrando canales alternativos para expresar su voluntad ante la inacción del poder legislativo. Porque la verdad es esta: las iniciativas de reforma cannábica en Texas mueren una y otra vez en comisiones o son ignoradas por los líderes de la Cámara. La vía institucional está cerrada. Por eso, las urnas municipales se han convertido en el último reducto de la democracia.
¿Quién decide cómo se gobierna una ciudad?
Dallas, Denton, Killeen… ciudades donde miles de personas acudieron a votar y decidieron despenalizar la posesión de pequeñas cantidades de cannabis. Lo hicieron de forma clara, legal y democrática. Gracias a ello, cientos de personas han evitado ser encarceladas, con todo el peso social, económico y emocional que ello conlleva. ¿Qué responde el Estado? «No podéis votar sobre esto». Así, sin más.
No es solo un ataque contra el cannabis. Es una advertencia de lo que ocurre cuando la ciudadanía decide por sí misma. Un Estado que reprime ese impulso democrático no es conservador: es autoritario.
El argumento legal que se desmorona
El propio fiscal general de Texas ha emprendido demandas contra estas ciudades por violar la legislación estatal. Pero si esas medidas locales ya fueran ilegales, ¿por qué necesitar una nueva ley para impedirlas? Porque el terreno legal es resbaladizo, y las ciudades han encontrado una grieta por la que colarse. Esta ley pretende sellarla a martillazos.
Y no se detiene ahí. Crea un sistema de denuncias ciudadanas, impone juicios rápidos y sanciones económicas graves. No busca aclarar la legalidad, sino intimidar.
Además, la ley incluye restricciones sobre el cáñamo, una planta legal a nivel federal desde 2018. ¿Qué tiene que ver el cáñamo con la marihuana? Nada, salvo que ambos comparten aroma y apariencia. Pero en el afán prohibicionista, todo vale.
La raíz del problema: el bloqueo a la evolución legal
La evolución de las leyes sobre cannabis suele seguir un patrón: primero se despenaliza, luego se legaliza el uso médico y, finalmente, el recreativo. Todo empieza desde lo local. Así ocurrió en California, Colorado, Illinois y otros tantos estados. En Texas, sin embargo, se pretende cortar esa evolución de raíz.
El problema de fondo es que mientras la prohibición siga vigente a nivel federal, cada estado puede escudarse en esa norma para seguir persiguiendo el cannabis. La solución de fondo solo puede llegar desde Washington: legalización federal y un marco uniforme que impida este tipo de atropellos.
Pero mientras tanto, el impulso cultural sigue avanzando. Porque el cannabis, más allá de una sustancia, es un símbolo. De resistencia, de evolución social, de transformación. Prohibirlo nunca ha logrado erradicarlo. Solo ha servido para alimentar una contracultura que, una y otra vez, termina conquistando la corriente principal.
El tiempo está del lado de la planta
En Texas, el Senado ha votado contra el cannabis. Pero lo que realmente ha hecho es votar contra sus ciudadanos. Contra su derecho a decidir. Contra su madurez democrática. Es una victoria de corto plazo para los que temen el cambio. Pero también una señal clara de que ese cambio es inevitable.
Porque el camino del cannabis, como el de la libertad, es lento, sí. Pero persistente. Las semillas ya han sido plantadas. Y aunque se empeñen en pisarlas, acabarán floreciendo.
Acerca del autor
Escritor especializado en cannabis y residente en Miami, combina su pasión por la planta con la vibrante energía de la ciudad, ofreciendo perspectivas únicas y actualizadas en sus artículos.