Mucho antes de que Antonio Banderas o Julio Iglesias se fueran a hacer las Américas hubo otra estrella patria que hizo carrera en Estados Unidos. Con tan sólo 16 años, Concha Piquer llenó los teatros y musicales de Broadway durante los años 20 del siglo pasado. En 1927, ya de vuelta a España, grabó la canción “En tierra extraña” cambiando la letra del famoso pasodoble “Suspiros de España”.
“Y es que aunque allí no beben por la Ley Seca
y sólo al que está enfermo despachan vino
yo pagué a peso de oro una receta
y compré en la farmacia vino español”
¿Se han equivocado los lectores de revista? ¿Acaso este colaborador se ha visto poseído por el espíritu de José Manuel Parada y Cine de Barrio? Déjenme que termine de explicarles. En la letra del pasodoble, Doña Concha relata cómo pasó una Nochebuena en Nueva York rodeado de amigos españoles. Ella había preparado la cena de tan entrañables fechas, pero en aquel momento en Estados Unidos estaba vigente la Ley Seca. El alcohol en las cenas de Navidad es algo tan típico y entrañable como los villancicos, los turrones o los especiales de humor de Fin de Año, y la idea de una Nochebuena a base de gaseosa o limonada resulta, cuando menos, sosa. Así, que como se dice en la estrofa que encabeza el artículo, la diva pagó un pastón para conseguir una receta que le permitiera acompañar la cena de un buen vino español. No sabemos si Concha Piquer sabía que falsificar recetas es un delito que se puede castigar por vía penal, aunque lo cierto es que la anécdota no le impidió ser la primera estrella del pop español en versión copla. Bueno, antes que Concha Piquer estuvo Imperio Argentina, pero no nos vayamos por las ramas…
La Ley Seca ilegalizó el alcohol con la excepción del uso médico
Volviendo al tema, La Ley Volstead estadounidense, que prohibió la fabricación y venta de bebidas alcohólicas en EE.UU. entre 1920 y 1933, tenía en el uso médico del alcohol una de sus excepciones, en concreto uno de los artículos de la Ley decía:
“No se dispensará autorización a nadie para vender licores al por menor, a menos que la venta se realice por un farmacéutico citado en la autorización y adecuadamente acreditado bajo las leyes de su Estado para formular y dispensar medicinas recetadas por un médico adecuadamente acreditado”
En la actualidad, el único uso terapéutico del alcohol etílico es el tratamiento de la intoxicación aguda por metanol, además de su uso tópico como desinfectante. Pero, como sucede con muchas otras sustancias a las que hoy llamamos “drogas”, el alcohol era considerado como un fármaco a principios del siglo XX y tenía algunas aplicaciones en medicina en aquel momento. Uno de sus primeros usos a mediados del siglo XIX fue el de anestésico. En las películas del Far West es típica la imagen del cowboy que se emborracha antes de una extracción dental, aunque a finales de ese siglo el uso del éter y el cloroformo sustituyeron al alcohol. Pero la debilidad gástrica del anciano o la tuberculosis (por favorecer supuestamente la digestión), neumonías, exantemas, cólera o tétanos eran algunas de las indicaciones reconocidas por la farmacopea de la época. También se recomendaba para tratar el delirium tremens, una forma infrecuente y extremadamente grave de síndrome de abstinencia al alcohol. Aun así, en la práctica, el uso médico del alcohol etílico no era frecuente en Estados Unidos antes de la promulgación de la Ley Seca.
Pocos meses después de su entrada en vigor, la Asociación Americana de Medicina cambió su opinión y pasó a considerar que el alcohol se trataba de un producto fundamental “como sedante y en el tratamiento de la neurastenia”. A finales de 1920, más de 57.000 farmacéuticos y 15.000 médicos habían solicitado licencia administrativa para recetar bebidas alcohólicas, y en 1928 se calcula que los ingresos por recetas de whisky ascendieron a más de 40 millones de dólares. Los farmacéuticos pasaron a incorporarse a la cadena de suministros del alcohol y se hizo común el uso de receta médica en la que se incluían variedades, tipos de bebida y marcas comerciales concretas. En farmacias de Texas anunciaban a mediados de los años 20 que:
“Ofrecemos conocidas marcas de whiskey para uso medicinal en exclusiva. Especialmente llamamos la atención sobre la edad de nuestros whiskies. Por favor, tomen nota que algunos tienen 15 años en el momento de su embotellado, la mayoría por la destilería original”
Así, médicos, farmacéuticos y drogueros pasaron a ser uno de los canales fundamentales de suministro de alcohol durante la Ley Seca en Estados Unidos. Se emitieron hasta cinco tipos distintos de recetas específicas en las que se debía incluir el tipo de bebida, los datos del paciente, del médico y del farmacéutico, y se crearon oficinas gubernamentales específicamente destinadas a controlar este circuito. El resto del negocio pasó a manos de bandas criminales que obtuvieron beneficios ingentes y que extendieron sus tentáculos hasta la policía y la política. En las ciudades que servían como puntos de importación de licor, como Chicago y Detroit, estas bandas mafiosas llegaron a infiltrarse en el poder municipal de forma significativa. Las películas de gangsters, con personajes como Al Capone o Lucky Luciano han retratado fielmente esta situación histórica. Este incremento de la criminalidad, asociado a las necesidades financieras del país y la financiación que suponían los impuestos derivados del alcohol fueron, según la mayoría de los historiadores, los motivos fundamentales que llevaron a la derogación de la Ley Seca en 1933.
A estas alturas del artículo muchos lectores entenderán ya por qué lo comenzamos a ritmo de pasodoble. Los paralelismos y similitudes con la situación del cannabis en la actualidad son muchos: en los dos casos hablamos de psicoactivos de uso frecuente, sometidos a un intentos de legislación destinados a evitar su consumo que son claramente ineficientes y cuyas consecuencias son peores que los males que supuestamente pretenden evitar. Como en el caso de la Ley Seca, el mercado negro es quien se sigue llevando la mayor parte de los beneficios del negocio del cannabis a nivel global.
Cada vez existen más señales que indican que, al menos en lo que respecta al cannabis, la prohibición está llegando a su fin. Tanto en los medios de comunicación (generales y específicos de la cultura cannábica) como en foros académicos y específicos sobre políticas de drogas la cuestión ya no es si legalizar o no, sino más bien cómo hacerlo. Existen muchos modelos posibles que van desde el monopolio estatal al modelo de clubs o asociaciones, pasando por distintas variedades de control por empresas privadas. Cada uno de ellos presenta a priori una serie de ventajas e inconvenientes que deberían evaluarse en la práctica. Posiblemente no exista un modelo perfecto pero teniendo en cuenta que hemos perdido los últimos cien años en políticas de drogas claramente ineficaces no estaría de más dedicar el próximo siglo a ensayar modelos que sean más respetuosos con la Salud Pública y los Derechos Humanos.
Una de las posibilidades que se ha puesto encima de la mesa es la legalización del cannabis exclusivamente para usos terapéuticos. Cada vez son más las evidencias científicas que indican de forma taxativa que los cannabinoides de la planta son útiles en determinadas circunstancias y es probable que esta medida gozara de un amplio consenso social. Los últimos datos del Plan Nacional Sobre Drogas (Encuesta domiciliaria de 2013) indican que aproximadamente un tercio de la población estaría a favor de la “legalización del cannabis”. Pero cuando se trata del cannabis terapéutico la percepción ciudadana parece ser distinta y más del 90% de los participantes en una encuesta online que lanzó el periódico El Mundo se manifestaban favorables a esta posibilidad.
Es lógico y razonable que desde el punto de vista de los enfermos se defienda esta idea. Al fin y al cabo, las personas que ven en el cannabis una posibilidad para aliviar sus dolencias y padecimientos están especialmente interesadas en tener un acceso fácil y no problemático a un medicamento. Teniendo muy presente este hecho, resulta menos comprensible el entusiasmo con el que una parte del movimiento cannábico ha abrazado este enfoque centrado en lo terapéutico. Las noticias sobre cannabis terapéutico (independientemente de su veracidad o su adecuación a la evidencia científica) se comparten en redes sociales y se presentan como prueba de las bondades de la planta. Muchas empresas ofrecen productos y variedades supuestamente destinadas al mercado terapéutico aun cuando los resultados de análisis químico no siempre corroboran lo que los vendedores dicen ofrecer. Parece que el uso terapéutico del cannabis invistiera a la planta de un halo de dignidad o seriedad del que el uso recreativo carecería.
Algunas asociaciones, federaciones y clubs hacen del uso terapéutico una de sus señas de identidad. Yo mismo trabajo con algunas de ellas asesorando a socios terapéuticos y soy consciente de la importante función social que cumplen. Pero no nos engañemos, en un escenario en el que el cannabis fuera legalizado únicamente con fines terapéuticos, no serían las asociaciones o los clubs los encargados de administrarlo a los enfermos.
La legislación es muy clara con respecto a lo que es un medicamento. En España, la referencia más actual es la Ley 29/2006, de 26 de julio, de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios. También existen distintas directivas de la Unión Europea que regulan todos los aspectos de los medicamentos, desde la propia definición de lo que puede considerarse un medicamento y que no, hasta todo lo que tiene que ver con su fabricación, envasado, distribución y comercialización. Y en este sentido la legislación deja muy pocos resquicios y es bastante clara: la prescripción de medicamentos es exclusiva de los médicos y su distribución se realiza en oficinas de farmacia. Existen algunas excepciones a este mensaje pero no hay nada que indique que el cannabis pudiera incluirse en esta.
Existen pacientes cuyas patologías podrían ser aliviadas a través del uso de cannabis o cannabinoides y que se encuentran con dificultades para tener acceso a la planta. Éste es un hecho claro y denunciable pero no debemos perder la perspectiva de que la inmensa mayoría de los usuarios de hachís o marihuana lo son por motivos recreativos. Un escenario en el que el cannabis pasara a ser un producto medicinal facilitaría el traslado del negocio hacia la consulta de los médicos, que amparados en la libertad de prescripción, conseguirían un negocio redondo como ya está sucediendo en algunos Estados de EE.UU.
Por todos estos motivos no consigo entender el entusiasmo del movimiento cannábico con respecto al uso terapéutico. Las cada vez más frecuentes intervenciones policiales en clubs que cumplen con la legalidad vigente, los excesos en los controles policiales o las limitaciones que impone la nueva Ley de Seguridad Ciudadana son, a mi juicio, asuntos más urgentes a los que atender. Un escenario en el que prime sólo lo terapéutico lleva a situaciones como las que Concha Piquer cantaba hace un siglo. Por cierto, a mí me habría encantado venderle la receta. Aún más, se la habría rellenado, firmado y sellado yo mismo.
Fernando Caudevilla (DoctorX)
Médico de Familia y experto universitario en drogodependencias. Compagina su actividad asistencial como Médico de Familia en el Servicio Público de Salud con distintas actividades de investigación, divulgación, formación y atención directa a pacientes en campos como el chemsex, nuevas drogas, criptomercados y cannabis terapéutico, entre otros.