En este artículo continuamos abordando las estipulaciones sobre “racionalización de la prevención y del tratamiento de la información sobre drogas”.

 Para quienes, habiendo alcanzado la mayoría de edad, estén interesados en el consumo y opten por iniciarse en el uso de drogas, deberán ofrecerse servicios de información y asesoramiento a los consumidores basados en el enfoque de la Gestión de Placeres y Riesgos. Dicho enfoque asume que el usuario de drogas se guía, en su conducta de consumo, por los parámetros de seguridad y de búsqueda de gratificación, tratando de encontrar un equilibrio (dependiente de factores personales y contextuales) entre la potenciación del placer y la reducción de los riesgos. De tal manera que, un abordaje informativo que no tome en cuenta el componente placentero del consumo resultará tan sesgado, insatisfactorio e ineficaz para los consumidores como otro que no tomase en cuenta el componente problemático o de seguridad. En resumidas cuentas, hablar sólo de los riesgos es tan absurdo y reduccionista como hablar sólo de los placeres. Ofrecer un servicio de información y asesoramiento sobre sexualidad en el que únicamente se mencionan los embarazos no deseados, las enfermedades de transmisión sexual, las violaciones y los abusos… pero en el que no se dice nada acerca de los sentimientos, del placer, de la gratificación y de las técnicas amatorias es tan incompleto como triste y contraproducente. Y, no lo duden, lo mismo sucede con el consumo de sustancias psicoactivas, ámbito en el que, hacer una campaña en la que se menciona, únicamente, que tomando éxtasis la puedes palmar es tan ridículo, parcial y contrapreventivo como hacer una campaña en la que, únicamente, se mencionase que tomando éxtasis podrás ligar tanto como lo haría Angelina Jolie en un internado para adolescentes varones en Peralejos de las Truchas.

    – Este enfoque informativo y preventivo general se vería complementado con la adopción de las siguientes medidas:

  • Las drogas se venderían con prospectos con información adaptada a los intereses y necesidades de los consumidores y redactada en función de las directrices de la Gestión de Placeres y Riesgos. De este modo, todo usuario tendría, automáticamente, acceso a información fidedigna y contrastada sobre las sustancias que fuese a consumir; y, así, entre otras cosas, nos ahorraríamos una millonada en le edición de folletitos chorras que actualmente son distribuidos en todo tipo de entornos relacionados o no con el consumo (colegios, dependencias municipales, lugares de ocio…) y a todo tipo de personas, consumidoras o no.
  • Se promovería y se llevaría a cabo una readaptación del colectivo profesional que trabaja en lo que actualmente se conoce como “drogodependencias”, de modo que se crease una sección o área, suficientemente extensa y bien dotada, especializada en ofrecer información y asesoramiento a los usuarios y a las personas que deseasen consumir. Se potenciaría la investigación y las buenas prácticas en esta área y se consensuarían los contenidos a difundir y las técnicas comunicativas a emplear, todo ello sobre la base, nuevamente, de la metodología y de los conocimientos científicos.
  • En consonancia con el punto anterior, se instaurarían servicios públicos de información y asesoramiento especializado sobre consumo, tanto presenciales, como virtuales y telefónicos. Así como se editarían y distribuirían publicaciones científicas y divulgativas sobre seguridad y gestión de placeres y riesgos asociados al uso de drogas.
  • Se trataría de hacer un esfuerzo para que los medios de comunicación racionalizasen el tratamiento informativo que le dan a las sustancias psicoactivas, solicitándoles que, al igual que ahora colaboran en la cruzada anti-drogas ofreciendo todo tipo de información y noticias alarmistas, sesgadas y prejuiciosas, tratasen de cambiar el chip y se ocupasen de reflejar el fenómeno del consumo de un modo más objetivo y real, que normalizasen su discurso y que pusiesen fin a la estigmatización de las sustancias psicoactivas y de quienes las consumen.

  • Se establecería la obligatoriedad de realizar cursos de formación teórico-prácticos para usuarios de drogas y de vías de administración especialmente problemáticas, como por ejemplo, la heroína y los usos endovenosos. Se trataría de breves seminarios de seguridad en el consumo, semejantes a los que se han implantado en Estados Unidos en el ámbito de la caza y que han reducido de forma considerable los accidentes relacionados con la práctica de este pretendido deporte; o bien podría tratarse de iniciaciones en el consumo supervisadas y guiadas por un instructor experimentado, al estilo de lo que se exige actualmente en el caso de algunos deportes como, por ejemplo, el submarinismo.
  • Posibilidad de acceder a cursos teórico-prácticos de carácter voluntario sobre el consumo de cualquier sustancias psicoactiva. Se trataría de una formación reglada, impartida en institutos y academias específicas y especializadas (Escuela de Drogas La Interzona; Instituto Drogológico DDAA; Academia Drogofila del Pino; De las Casas: Especialistas en Opiáceos y Cocaínas Fumables de Latinoamérica; La Voz de la Experiencia; Díez & Bola: Ayahuasca Trips Around The World) o bien por medio de los clubs y federaciones de consumidores (Bouso, Caudevilla & Friends; Asociación de Usuarios Mimosistas de Lavapiés y Gràcia; Club de los Poetas Ebrios Amargord); y que, contarían, así mismo, con titulaciones oficiales específicas que, dependiendo del tipo de sustancia y del grado de experticia, bien podrían ser las de High Instructor y High Master para el caso de los sedantes, estimulantes y embriagantes en general; y las de Psychonaut Instructor y Psychonaut Master para el caso de los psicodélicos.
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Racionalizando los tratamientos clínicos y psicosociales

La regulación legislativa que proponemos en torno a las sustancias psicoactivas permitiría la incorporación –real y no sólo anecdótica– de este tipo de productos al Vademécum y, con ello, la ampliación del arsenal farmacológico del que podrían disponer los servicios de salud públicos y privados para tratar a los pacientes aquejados de dependencia a las drogas. Con ello, se ampliaría, paralelamente, el espectro de programas disponibles, las alternativas terapéuticas accesibles para cada individuo según sus necesidades y posibilidades, desde los “libres de drogas” a los de prescripción de heroína, cocaína y anfetamina, pasando por los actuales de mantenimiento con metadona o los tratamientos a base de naltrexona. Todo ello redundaría, sin lugar a dudas, en un mayor éxito terapéutico así como en una reducción significativa de las problemáticas extra-sanitarias que afectan y en las que incurren los usuarios más desestructurados y compulsivos (delincuencia, marginalidad, mendicidad, etc.) como así han venido a demostrarlo reiteradamente los programas piloto y experimentales de prescripción controlada de estas sustancias y como así vienen a atestiguarlo desde hace años los programas de mantenimiento con metadona frente a la antaño única opción de los programas libres de drogas.

Por otra parte, las sustancias psicoactivas podrían emplearse exitosamente en el tratamiento de otro tipo de problemas sanitarios ajenos por completo al ámbito de las drogodependencias. Buen ejemplo de ello sería el uso de los psicodélicos y de la MDMA como coadyuvantes en las terapias psicológicas de los más variados trastornos (ansiedad, estrés, fobias, depresión…), ámbito en el que hace años que las investigaciones realizadas han apuntado ya resultados más que prometedores; así como el uso de los opiáceos en el tratamiento del dolor, hoy en día infrautilizados en todo el mundo, lo cual es una problemática reconocida, incluso, por la propia Oficina Contra el Crimen y el Uso Indebido de Drogas de las Naciones Unidas, a pesar de que, paradójicamente, sean las leyes y las políticas promovidas por dicha institución las que, en última instancia, llevan a los facultativos a reducir el empleo de tales opiáceos al mínimo posible e indispensable por no verse en vueltos en problemas legales, llegando, incluso y en contra de lo que les dicta su consabido juramento hipocrático, a rozar lo verdaderamente inhumano en buena parte de los centros médicos y hospitales de la galaxia, incluidos los de la Comunidad de Madrid.

Racionalizando la ciencia y la investigación

La regulación legal del comercio de drogas mediante la compra-venta de las mismas en establecimientos especializados nos permitiría tener un mejor conocimiento de las dimensiones reales del consumo, posibilitando la realización de estudios epidemiológicos infinitamente más fiables que los actuales. Por otra parte, las astronómicas cifras monetarias ahorradas al abandonar o reducir la infructuosa lucha contra el narcotráfico (y en el consiguiente despilfarro de medios que atañe al sistema judicial y penitenciario) podrían destinarse, al menos en alguna medida, a realizar las inversiones pertinentes para que el sistema de salud pudiese llevar un registro fidedigno de las complicaciones sanitarias asociadas al consumo de las distintas drogas. Todo ello, en su conjunto, nos permitiría obtener una visión mucho más realista del fenómeno del uso de sustancias psicoactivas, tanto de su extensión como de la problemática asociada al mismo (y no sería de extrañar, entonces, que, aun cuando constatásemos que la incidencia de las complicaciones sanitarias y psicosociales fuese mayor, más variada e incluso más grave de lo que percibimos en la actualidad, en términos globales, el uso de drogas se nos revelase mucho menos problemático de lo que creemos y estimamos hoy en día). A su vez, el conocimiento más ajustado y fidedigno de los riesgos y daños relacionados con el consumo nos daría la oportunidad de redirigir y de reformular nuestros esfuerzos preventivos para hacer frente y dar respuesta a aquellas complicaciones que por su frecuencia o gravedad requiriesen una intervención prioritaria –así como de los procedimientos médicos o psicológicos destinados a tratarlas–, lo cual, de nuevo, se traduciría en un aumento de la efectividad en el abordaje del problema.

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            Por otra parte, el hecho de que, con la regulación, estas sustancias fuesen legales posibilitaría la realización sistemática de estudios en humanos. Estudios que, a diferencia de lo que ocurre hoy en día, en lugar de centrarse única y exclusivamente en la toxicidad y en los efectos negativos de las drogas (empleando dosis altísimas que, por lo general, le son administradas a monos y roedores con métodos que jamás emplean los consumidores humanos, como por ejemplo, la inyección subaracnoidea) se dirigirían, también, a la investigación de las dosis y de los patrones de consumo de seguridad, es decir, de aquellos que no conllevan un riesgo significativo para la salud de los usuarios; así como al estudio de los efectos beneficiosos en la salud y en la calidad de vida de los mismos (al estilo de las investigaciones sobre el alcohol que demuestran que el consumo de dosis moderadas repercute positivamente en el sistema cardiovascular) como, por ejemplo, sus efectos sobre el estrés, la ansiedad, la depresión, el manejo de las emociones, etc. Y, nuevamente, no sería de extrañar que, aparte de confirmar que las drogas pueden ser consumidas de una forma relativamente segura y sin apenas repercusiones negativas para la salud ni la integración social de quien las toma, descubriésemos que, además, tienen el potencial para producir mejoras sustanciales en la calidad de vida de, al menos, algunas personas.

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.