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La ciencia desmonta otro mito: el cannabis podría proteger el cerebro del deterioro cognitivo

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Nuevos estudios sugieren que la marihuana podría proteger la función cognitiva con el paso del tiempo y desmontan décadas de prejuicios

Durante generaciones enteras, se nos inculcó una imagen tan rotunda como errónea: la marihuana destroza el cerebro. Bajo ese paraguas, la llamada “guerra contra las drogas” construyó su relato, sembrando en la conciencia colectiva la idea de que cualquier consumo conducía inevitablemente a la apatía, la torpeza y, en última instancia, a la degradación mental. Hoy, ese relato empieza a resquebrajarse bajo el peso de las evidencias.

Un estudio de largo recorrido realizado en Dinamarca acaba de poner sobre la mesa datos que obligan a reconsiderar lo que creíamos saber. Investigadores analizaron durante más de 40 años la evolución cognitiva de 5.000 hombres. Se les sometió a pruebas de inteligencia en dos momentos clave de la vida: en la juventud y en la mediana edad. Y los resultados fueron claros: quienes habían consumido cannabis presentaban un menor deterioro cognitivo con el paso de los años que quienes nunca lo habían hecho.

El hallazgo, avalado por el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de Estados Unidos y liderado por la investigadora Kristine Maarup Høeg, desmonta varios mitos de un solo golpe. Ni la frecuencia del consumo ni la edad de inicio influyeron significativamente en los resultados. Es decir, ni consumir cannabis ocasionalmente, ni haberlo hecho desde edades tempranas, provocó un mayor deterioro.

El prejuicio frente al dato

Durante décadas, la ciencia quedó subordinada al prejuicio. La “guerra contra las drogas”, iniciada formalmente en los años 30 y reimpulsada en los 80, convirtió a la marihuana en un enemigo simbólico de la salud pública. Pero la evidencia empírica, lenta pero firme, ha empezado a contar otra historia.

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En San Diego, investigadores de la Universidad de California estudiaron a 297 adultos mayores con VIH, una población especialmente vulnerable al deterioro cognitivo. ¿La conclusión? Quienes consumían cannabis de forma ocasional tenían mejor función cognitiva que aquellos que no lo hacían. El hallazgo no solo sorprendió: obligó a revisar la noción de que el cannabis necesariamente “apaga” el cerebro.

Otro estudio, esta vez en la Universidad de Colorado en Boulder, analizó a 856 gemelos para comparar efectos entre quienes consumían marihuana y quienes no. Nuevamente, no se encontraron diferencias significativas en las capacidades cognitivas. La genética era la misma. El entorno, también. Lo único que cambiaba era la presencia del cannabis. Y aún así, los resultados fueron equivalentes.

El cerebro como territorio ideológico

El miedo ha sido siempre un arma poderosa. Se nos dijo que el cannabis causaba esquizofrenia, mataba neuronas, anulaba la motivación. Que sus consumidores acabarían marginados, perdidos, “drogados”. Y lo más grave: se nos dijo sin pruebas. Lo que ahora sabemos —gracias a décadas de investigaciones— es que, salvo en adolescentes o en consumos extremos, el cannabis no solo no daña el cerebro, sino que podría protegerlo.

La clave está en los cannabinoides. El THC y el CBD, dos de los compuestos activos más conocidos del cannabis, han demostrado tener propiedades antiinflamatorias y antioxidantes. En un contexto de envejecimiento cerebral —con pérdida de conexiones sinápticas, inflamación crónica y estrés oxidativo— estas propiedades se vuelven fundamentales.

En el caso concreto de la mielina —la sustancia que recubre y protege las conexiones neuronales— algunos estudios apuntan a que ciertos cannabinoides podrían contribuir a su preservación. Y si la mielina se conserva, el procesamiento cognitivo se mantiene más ágil y eficiente. Estamos hablando, por tanto, de una planta que podría ser aliada frente a uno de los mayores desafíos del siglo XXI: el deterioro cognitivo en una población cada vez más envejecida.

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¿Y ahora qué?

Esto no significa que el cannabis sea una panacea. No lo es. Ni tampoco se trata de promover su uso indiscriminado. Pero sí de empezar a tratarlo con la madurez que merece: como una herramienta terapéutica que debe estudiarse, regularse y usarse con criterio clínico, no con ideología.

Es necesario advertir, por ejemplo, que en cerebros en desarrollo —especialmente en niños y adolescentes— el cannabis sí puede tener efectos perjudiciales. Y es fundamental evitar cualquier forma de banalización o consumo sin orientación médica. Pero lo que no podemos seguir haciendo es negar lo evidente: que en personas adultas, y en determinados contextos clínicos, el cannabis no solo es seguro, sino potencialmente beneficioso.

Estamos ante una oportunidad. Una oportunidad para repensar la relación entre drogas y salud pública. Para separar ciencia de moral. Y para recordar que durante demasiados años, la política y el miedo hablaron más alto que la evidencia.

Hoy la ciencia alza la voz. Y dice que quizá lo que llamamos “droga” pueda ser, en realidad, medicina.

Acerca del autor

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Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.