Tres drogadictas en plena ansiedad.

Imagina por un momento que el té es ilegal, que los adictos a la cafeína consiguen sus bolsitas en sórdidos poblados de infraviviendas. Imagina que la policía puede tirar abajo la puerta de tu vivienda si sospecha que dentro hay cuatro señoras degustando un té con pastas.

Absurdo, ¿verdad? Pues deja de imaginar, porque esta situación ya tuvo lugar en el mundo real: entre 1689 y 1784, el té estuvo perseguido en Inglaterra, mientras por las mismas fechas, los consumidores de café fueron severamente reprimidos en varios países de Europa. ¿El motivo? Ambas sustancias, el té y el café, eran consideradas “drogas” y, efectivamente, una y otra bebida son potentes psicoactivos gracias a su ingrediente común, la cafeína. Como no podía ser de otra forma, la prohibición fue sorteada por los consumidores, dando lugar a un mercado negro para el aprovisionamiento de la “mierda”.

Bien visto, el legislador prohibicionista no estaba desencaminado: la cafeína no es químicamente muy distinta de la vilipendiada cocaína. Ambos son potentes alcaloides que provocan una fuerte alteración al sistema nervioso, que entra en estado de “alerta”. La analogía entre cafeína y cocaína ha sido incluso establecida: diez tazas de café solo equivalen a gramo y medio de cocaína de gran pureza, según las estimaciones de Antonio Escohotado. Por tanto, una taza de café cargado (o de té o de guaraná) equivale a una buena raya de merca.

Antes de convertirse en una bebida socialmente aceptada, el té pasó su particular vía crucis. En el siglo XVII, y a medida que el consumo de té se iba extendiendo entre los británicos, la Corona empezó a gravar la compra-venta de té, primero, 25 peniques la libra y 119, más adelante. Pero dado que la presión fiscal no provocaba el descenso del consumo (¿te suena, amigo fumador?), se procedió a la ilegalización.

El resultado de semejante movimiento no sorprende a cualquier consumidor de sustancias psicoactivas ilegales en la actualidad: el té pasó a convertirse en un artículo de lujo, amén de altamente demandado, junto con la lana, el alcohol y el tabaco. Tampoco sorprende que la marginalidad a la que se vio obligada la hasta entonces inocua sustancia condujera también a la violencia: según relata Sarah McCulloch, en 1747 un grupo de “camellos” atacó la oficina de impuestos de Poole y asesinó a los agentes que les habían confiscado el té. ‘The Wire’ meets Shakespeare.

Entre tanto, el café tampoco corría mejor suerte en la Europa continental. Según relata Mind Surf:

En Europa encontró una fuerte oposición al penetrar en algunos países protestantes como Alemania, Austria y Suiza, naciones que castigaron el comercio y consumo del café con penas pecuniarias. La cúspide en esta lucha contra «una nueva desvergüenza» la alcanzó el imperio ruso. Sus autoridades castigaron la posesión de café con atroces torturas hasta obtener el nombre del proveedor y con la pérdida de ambas orejas. Gracias a tales medidas represivas, cientos de rusos optaron por la intoxicación cafeínica como manifestación subversiva.

Volvamos a la escena que planeábamos al principio: imagina que el té y el café están prohibidos. Obviamente, para “chutarte” tu dosis diaria de estimulante probablemente no recurras a una infusión (en América son habituales las infusiones de té de coca, con una bajísima proporción de cocaína) sino a un extracto del alcaloide, que ocupa menos y es más fácil de ocultar y transportar. En este universo paralelo en el que el café está prohibido (pero la farlopa es legal) Starbucks se llama Cocaine Delic y los camellos venden gramos de cocaína, adulterada y carísima en la entrada de las empresas.

Cosas más raras se han visto.

Con información de Sarah McCulloch y Mind Surf. Gracias a Alejo Alberdi por ponerme al tanto sobre el particular.

Fuente: Multaspordrogas.com

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.