El uso terapéutico del cannabis en la infección por VIH-SIDA es uno de los que primero fue reconocido por la ciencia.
Pero el panorama sobre esta enfermedad ha cambiado mucho en los últimos años, por lo que parece una buena idea dedicar este número de la serie de actualización sobre cannabis y ciencia al tema.
La historia del cannabis terapéutico está muy ligada a la del VIH-SIDA. Por motivos epidemiológicos, la infección comenzó a difundirse en un primer lugar entre heroinómanos, haitianos y homosexuales. Es probable que el uso de cannabis en estos grupos fuera mucho más frecuente que en el resto de la población, lo que facilitó el reconocimiento del potencial terapéutico del cannabis en los enfermos. Así, ya a mediados de la década de los 80 del siglo pasado, muchos afectados por la enfermedad descubrieron el alivio de síntomas a través del uso de cannabinoides.
El dronabinol (THC sintético) fue el primer fármaco cannabinoide aprobado por la FDA estadounidense con la indicación de “síndrome de anorexia-caquexia asociado a SIDA”, en el año 1986. En un momento en el que las opciones terapéuticas disponibles eran casi nulas o escasamente eficaces, la evolución natural del SIDA incluía un cuadro de pérdida de apetito, desnutrición y delgadez extrema que causaba la muerte del paciente en pocos meses. La nabilona, un análogo sintético del THC, también recibió la autorización de la FDA en el tratamiento de la caquexia asociada a SIDA pocos meses después. Su mecanismo de acción está más en relación con su efecto antiemético (control de náuseas y vómitos intratables) que con la estimulación del apetito. El dolor neuropático también es frecuente en los enfermos de SIDA (tanto por la propia evolución de la enfermedad como por los efectos secundarios de algunas medicaciones utilizadas en el tratamiento).
Por suerte, al menos en los países desarrollados, el panorama en torno al VIH-SIDA ha cambiado de forma radical en las dos últimas décadas. A mediados de los 90 del siglo pasado comenzaron a comercializarse los inhibidores de la proteasa que, en combinación con otros fármacos existentes hasta el momento, consiguieron por primera vez frenar la enfermedad de forma significativa. Desde entonces las familias de fármacos se han multiplicado y existen más de 25 medicamentos distintos aprobados en la actualidad. Los efectos adversos son mucho más moderados, así como los regímenes de tratamiento: si hace 20 años los tratamientos suponían 20-30 pastillas al día, en la actualidad, y en muchos casos, es suficiente con uno o dos comprimidos diarios.
En definitiva, las cosas han cambiado para bien en las últimas décadas y la infección por VIH-SIDA es una enfermedad crónica que permite llevar a los infectados una calidad de vida más que razonable con tal que sigan sus controles al igual que los diabéticos o los hipertensos. Hay que insistir en que esta idea es sólo válida para los países desarrollados: en el Tercer Mundo el SIDA sigue siendo un problema de Salud Pública y el acceso a los costosos tratamientos es muy complicado.
Considerando la magnitud de los cambios parece conveniente una revisión de las novedades en relación con la infección por VIH y el cannabis. La primera idea es las indicaciones para el uso de cannabis terapéutico en el VIH-SIDA ya no se ven en la práctica en el Primer Mundo. El síndrome de anorexia-caquexia o las neuropatías producidas por fármacos como el ddI o el ddC han desaparecido en la práctica y pocos son los usuarios que necesitan de esta indicación terapéutica. Los datos procedentes entre el año 1999 y 2001 (1) señalaban que el 43% de los infectados por VIH fumaban cannabis de forma habitual y 2/3 de estos lo hacían con intención terapéutica. Las razones para utilizarlo incluían la estimulación del apetito (70%), facilitar el sueño o la relajación (37%), disminución de las náuseas y vómitos (33%), control del dolor (20%) o manejo de la ansiedad y depresión (20%). En el estudio más reciente al respecto, publicado en 2014 y con una muestra de 226 pacientes seropositivos canadienses, las frecuencias de consumo de cannabis eran similares (38,5% de la muestra), pero el 97,7% de los participantes afirmaban que el motivo fundamental de su uso era el recreativo y sólo 19 pacientes afirmaban que el uso terapéutico era su objetivo principal. Entre estos, la gran mayoría decían tener “síntomas leves o moderados” como consecuencia de la infección y referían motivos como el alivio del estrés, la anorexia o el dolor para su uso.
Algunos estudios de finales del siglo pasado sugerían que el uso de cannabis favorecía el cumplimiento del tratamiento. Este es un aspecto importante, ya que para que los tratamientos contra el VIH deben de ser tomados de forma diaria sin interrupciones para conseguir su efecto y evitar la aparición de virus resistentes. En los años en los que los fármacos disponibles producían náuseas, vómitos, pérdida de apetito y dolor como efectos secundarios frecuentes, el uso de cannabis suponía un alivio para muchos enfermos. Pero con la simplificación y menor toxicidad de los tratamientos las cosas han cambiado. Los nuevos estudios se han centrado en comprobar si ese efecto beneficioso se sigue manteniendo. Los resultados de un estudio sobre 140 pacientes seropositivos consumidores de cannabis publicados en 2012 (3) arrojan unos resultados muy compatibles con el sentido común y que serían extrapolables a otras muchas enfermedades: el uso moderado tiene un impacto positivo o neutro, pero el uso intensivo de marihuana puede tener un impacto negativo tanto en la adherencia al tratamiento como a problemas psicológicos.
Otro aspecto interesante estudiado durante los últimos años tiene que ver con los problemas de glucosa. En personas infectadas por VIH y por Virus de la Hepatitis C (VHC) son frecuentes los problemas metabólicos (diabetes, colesterol elevado, etc.). La idea de que “el cannabis es bueno para la diabetes” es una simplificación de conceptos y mecanismos muy complejos. La diabetes (elevación crónica de los niveles de glucosa en la sangre, asociada a problemas neurológicos, renales o circulatorios) puede producirse por dos mecanismos. La insulina es la hormona encargada de disminuir los niveles de glucosa en la sangre y, en algunos casos el páncreas no es capaz de producirla. Pero en otros el problema está en que los receptores de insulina del cuerpo dejan de cumplir bien esta función a pesar de que exista suficiente insulina. Es el tipo de diabetes que aparece en personas mayores, obesas, y también la típica del VIH y el VHC. Y es en algunos subtipos de esta diabetes (“por resistencia a la insulina”) en la que algunos cannabinoides han demostrado eficacia en modelos celulares y animales.
Un análisis estadístico sobre 703 pacientes coinfectados por el VIH y VHC con alto riesgo de desarrollar diabetes por resistencia a la insulina sugiere que este evento es menos probable en los fumadores diarios de cannabis (4). Tras analizar a los fumadores esporádicos, ocasionales y diarios éste último grupo mostró las menores tasas de diabetes al cabo de 6 meses. El tipo de estudio no permite obtener conclusiones aplicables a toda la población pero sugiere un efecto muy positivo de los cannabinoides en este caso que debería ser estudiado en profundidad.
Otros estudios se han centrado en diferentes aspectos sobre la coinfección VIH/VHC. Los dos virus comparten la vía de infección sanguínea y una proporción significativa de infectados por el VIH también lo están por el VHC. La relación entre el VHC y el cannabis es complicada y los estudios son contradictorios. El uso de cannabis parece mejorar algunos de los síntomas asociados a la infección por VHC, pero algunos autores consideran que el uso de cannabis puede acelerar la progresión a fibrosis hepática. El estudio más reciente, publicado en 2013 y realizado sobre 690 pacientes coinfectados por el VIH y el VHC consumidores de cannabis no indica asociación entre el uso de marihuana y daño hepático (5), aunque conviene ser prudentes ya que otras investigaciones apuntan en sentido contrario.
Los efectos de los cannabinoides sobre el sistema inmunológico son otro campo de interés. En el año 2011 un grupo de investigadores de la Universidad de Louisiana realizó un experimento en el que se administraban cantidades elevadas de THC por vía intramuscular a monos infectados con el VIS (Virus de la Inmunodeficiencia de Simios, estructuralmente muy similar al VIH y modelo ideal de experimentación en animales sobre la enfermedad humana). Después de 28 días de inyecciones de THC los monos eran infectados con el SIV y los resultados del estudio demostraban que los síntomas de la infección eran menores, progresaban con mayor lentitud y mostraban menos carga viral (número de virus circulantes en la sangre) como consecuencia del tratamiento con THC (6).
Estos hallazgos se han replicado, al menos de forma parcial, en humanos. El seguimiento de la seroconversión de 88 individuos usuarios de drogas por vía intravenosa entre mayo de 1996 y Marzo de 2012 en la Facultad de Medicina de Vancouver demostró que en aquellos que utilizaban cannabis de forma diaria se asociaba con unos menores niveles de carga viral (7). No se midieron resultados como la evolución de la enfermedad, el número de infecciones oportunistas ni otros parámetros, y el diseño del estudio no permite eliminar la posibilidad de error o factores de confusión. Esta investigación no puede utilizarse como evidencia de que “fumar cannabis sea bueno para el VIH” pero sugiere que se deben realizar estudios para conocer los mecanismos que subyacen en este descubrimiento y que puedan tener potenciales aplicaciones terapéuticas.
Similares resultados se encontraron en un estudio publicado a principios de este año en un pequeño grupo de 88 pacientes (8), en el que se relacionaban niveles elevados de consumo de cannabis y baja carga viral y mejor estado de las defensas. Sin embargo, los problemas de tipo neurocognitivo (memoria, atención, capacidad de aprendizaje…) se veían también más mermados en el grupo de los usuarios intensivos de cannabis que en los infectados no usuarios, poniendo de manifiesto las complejas interacciones entre el cannabis y la infección por VIH.
Terminaremos con una curiosidad. Uno de los medicamentos utilizados de forma habitual en el tratamiento de la infección por VIH-SIDA, el efavirenz, puede dar falsos positivos a la hora de someterse a un control de orina que detecte cannabinoides. Por si a algún lector se le ha ocurrido ya la idea de utilizarlo con este objetivo, avisamos de que el falso positivo sólo da con algunos reactivos, que el medicamento es muy caro y únicamente de dispensación hospitalaria y que tiene efectos adversos considerables. Sin embargo y teniendo en cuenta las irracionales leyes de seguridad vial (que sancionan “la mera presencia de drogas” con dispositivos de dudosa fiabilidad sin discriminar entre consumo reciente y antiguo), se trata de una información muy útil para personas que estén utilizando este tratamiento antirretroviral y que puedan ser sometidas a un drogotest.
En definitiva, el panorama sobre el VIH ha cambiado durante las dos últimas décadas y aunque las indicaciones clásicas no son necesarias para muchos pacientes, existen suficientes datos científicos como para seguir investigando entre las complejas relaciones del uso de cannabis y la infección por VIH-SIDA.
Bibliografía
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Acerca del autor
Fernando Caudevilla (DoctorX)
Médico de Familia y experto universitario en drogodependencias. Compagina su actividad asistencial como Médico de Familia en el Servicio Público de Salud con distintas actividades de investigación, divulgación, formación y atención directa a pacientes en campos como el chemsex, nuevas drogas, criptomercados y cannabis terapéutico, entre otros.