Países como Turquía, España o Australia tienen sistemas tecnificados

Afyonkarahisar, al oeste de Turquía. Por si no impresiona bastante al pronunciarlo, el nombre de esta ciudad significa “castillo negro de opio”. En 2004 las autoridades le añadieron la parte del “castillo negro” a la denominación oficial, en homenaje a la fortaleza que corona el macizo volcánico sobre la ciudad. Antes se llamaba simplemente Afyon, opio.

Afyonkarahisar es un centro tradicional de producción de adormidera. La planta llegó allí del Mediterráneo, donde existen indicios de su presencia desde la prehistoria. Durante siglos en Turquía se ha usado igual como especia que para alimentar a los animales que para drogarse. Con esos fines en el siglo XIX empezó a exportarse a Inglaterra y China.

En 1961 Turquía se sumó a la Convención Única de Estupefacientes, que la clasificó como “productora tradicional de opio”. Por esa época el país aún era un gran productor de heroína, pero progresivamente, y bajo la presión internacional, pasó al cultivo de opio legal. Los campos descontrolados se quemaron y se impuso un control férreo. Desde 1974 no se ha incautado allí más heroína que la -muy abundante- que transita por allí desde Afganistán a los Balcanes.

En Afyonkarahisar, de hecho, ya no se produce opio crudo, sino el más controlable Concentrado de Paja de Adormidera (CAP), con el que se fabrican fármacos como la morfina y la codeína. Las bellas flores de las adormideras cultivadas con este fin pueden verse en los puntos más insospechados del mundo. En los campos de Toledo en España, en la Tasmania australiana, en Francia… Ellos son los principales productores de opio legal en el mundo. Sus amapolas pertenecen a grandes farmacéuticas que cotizan en la Bolsa.

India, igual que Turquía reconocida con la distinción de “productora tradicional de opio”, es otra de estas grandes cultivadoras, pero allí sí se produce el opio crudo porque los granjeros no tienen la tecnología necesaria para el concentrado. En lugar de grandes campos de explotación extensiva, en India existen pequeñas granjas tradicionales y eso genera más de un problema de control. Dentro de la lista de exportadores legales (unos 18 países), India es el único en el que se registran “escapes” que van al mercado negro. De hecho, se lo considera el cuarto productor mundial de opio ilegal.

Pero en el podio de los ilegales no hay competición posible. Afganistán arrolla. El 90% del opio ilegal del mundo crece allí desde que los talibanes fueron derrotados por el ejército estadounidense. Antes de esa fecha, el mulá Mohammed Omar había protagonizado la campaña antidroga más exitosa (y brutal) del mundo. Con castigos ejemplares a los productores redujo 99% el área de plantación. Se consiguió erradicar prácticamente la amapola, hasta que comenzó la guerra, se expandió el caos y las prioridades cambiaron.

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Así, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), en 2014 el cultivo mundial de adormidera alcanzó las 7 mil 554 toneladas, su pico desde finales de 1930, aupado a los máximos históricos en Afganistán (unas 6 mil 400 toneladas). El resto de productores de consideración están en Asia suroriental, principalmente Myanmar y Laos.

Para frenar el narcotráfico en Afganistán y proveer de fármacos opioides a los países en desarrollo, durante años se ha hablado de implantar el mismo sistema de cultivos lícitos que sirvió para domesticar a Turquía o India, pero parece complicado que este país sea capaz de lograr a estas alturas un sitio en este mercado frente a los bajísimos precios de las explotaciones extensivas. Lo explica David Mansfield, un consultor independiente considerado el mayor experto en cultivos de opio en Afganistán.

“Hay dudas muy serias de que los productores ilegales de hoy pudieran transitar al cultivo legal y competir con potencias como Australia, España o Francia”, cuenta por correo electrónico. Para demostrarlo adjunta unas espectaculares fotos de cosechadoras en Tasmania recogiendo toneladas de adormidera. “Te dan una idea del tamaño de las plantaciones, la mecanización y la economía de escala que ganas cuando no operas en parcelas pequeñas con trabajo intensivo”. En conclusión: el opio afgano es el mejor para competir en los mercados ilegales, donde los precios son altos, pero no sería competitivo en un mercado abierto y tecnificado.

En África, un caso paradigmático de legalidad encubierta se da con el cannabis marroquí. Marruecos, como Afganistán en el caso del opio, ejerce el monopolio factual de la producción de resina de cannabis (hachís).

En las aisladas montañas del Rif, en el norte del país, la producción de hachís es endémica. El control gubernamental allí es débil, el dinero muy escaso y los beneficios de un cultivo como el cannabis infinitamente superiores a los de cualquier otra planta.

El cannabis está presente en Marruecos desde que los árabes llegaron al norte de África, en el siglo VII. Se comenzó a cultivar a pequeña escala para el consumo personal en forma de kif (los tricomas o “pelillos” glandulares de la planta, mezclados con tabaco), pero a partir del siglo XVIII el Rif se convirtió en un centro de producción que, a finales del XIX, obligó al sultán Hasan I a legislar. Este concedió a varias tribus del Rif privilegios en el cultivo que se fueron prolongando en medio de tensiones en esta región levantisca del país.

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En 1956, con la independencia, la prohibición del cannabis se hizo explícita, pero la animadversión casi personal de Hasán II hacia la región tuvo el efecto secundario de convertir la droga en uno de sus motores. La casi exclusión del Rif de las inversiones públicas fomentó una economía de supervivencia y el cultivo y producción de hachís explotó a partir de la década de 1970 con los turistas contraculturales occidentales.

Desde hace años es constante el debate en el país sobre la necesidad de legalizar estos cultivos, permitidos de facto aunque el gobierno lance periódicamente campañas de erradicación que disminuyen la cantidad de hectáreas pero no la producción (el stock es más que suficiente). En 2014 el Partido de la Autenticidad y la Modernidad, en la oposición, planteó regularlo para usos medicinales e industriales, aunque el consumo se mantenga ilegal. También propuso “una amnistía para los 48 mil cultivadores que viven en semiclandestinidad en el norte del país”. El gobierno ya ha anunciado que jamás lo permitirá.

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Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.