Exploramos el auge del cigarrillo electrónico y su relación con el consumo de cannabis, abordando las controversias, beneficios teóricos y posibles riesgos para la salud pública

El uso del cigarrillo electrónico ha crecido de forma más rápida que la investigación científica al respecto. Existen distintas controversias sobre el e-cigarette (e-cig de ahora en adelante) y algunos aspectos que se relacionan directamente con el cannabis. En este número y el próximo abordaremos la cuestión con detalles.

Los cigarrillos electrónicos han supuesto una revolución importante en los últimos años. En Reino Unido, el número de usuarios ha pasado de 700.000 a 2,5 millones de personas entre 2012 y 2015 y en Estados Unidos encuestas recientes sugieren que hasta un 10% de los fumadores los utilizan de forma habitual. En España los datos son escasos, y el único estudio disponible es una encuesta basada en 1.014 personas1, de las cuales un 10,3% declararon haber utilizado alguna vez e-cigs (2% usuarios/as actuales, 3,2% usuarios/as en el pasado y 5,1% usuarios/as experimentadores/as).

Tiene bastante sentido dedicar un par de números a ofrecer información sobre el cigarrillo electrónico. Por un lado, la mayoría de los usuarios de cannabis son también fumadores de tabaco y conviene analizar las ventajas e inconvenientes de este tipo de dispositivos. Por otro, existen aspectos específicos relacionados con el cannabis y el cigarrillo electrónico que abordaremos con más profundidad en la próxima entrega.

Los elementos básicos de un cigarrillo electrónico son un tanque donde se introduce la solución, un atomizador y una fuente de calor (bobina o resistencia) que llevan a estado gaseoso el líquido a inhalar. Su fundamento viene a ser relativamente parecido al de muchos vaporizadores de cannabis que funcionan por convección de aire aunque también existen algunas diferencias importantes en cuanto a prestaciones, tamaño y nivel de desarrollo entre otros aspectos.

La idea fundamental es que el cigarrillo electrónico está diseñado para imitar un cigarrillo convencional de tabaco, tanto en su forma como en su función. La solución líquida que emplean consiste en una mezcla de dos compuestos orgánicos: el propilenglicol y la glicerina, al que se añade nicotina en distintas concentraciones (habitualmente hasta un 15%) y distintos aromas para dar sabor al producto.

La principal ventaja teórica que ofrece el cigarrillo electrónico sobre el tabaco convencional es la misma que el vaporizador tiene sobre el cannabis fumado: la ausencia de productos de combustión tóxicos, aparte de los efectos que produce la propia nicotina. En el humo del tabaco, que se genera por combustión a 600ºC, se han detectado más de 400 sustancias distintas, muchas de ellas con actividad carcinogénica conocida. La vaporización en el cigarrillo electrónico se produce entre 150 y 200ºC, lo que evita la aparición de todas estas sustancias perjudiciales para la salud.

Existen otros motivos que explican la popularidad del e-cig. Uno de ellos es su precio. Los dispositivos más sencillos cuestan en torno a 20 o 30 euros y las recargas de 15 ml en torno a 6 o 12 euros. Aunque el desembolso inicial es más elevado, un cartucho puede durar en torno a una o dos semanas dependiendo de la frecuencia de uso. Además, el mal olor en el aliento o en la ropa, las quemaduras, los residuos en ceniceros… se evitan de forma completa. En España, su uso está prohibido en los Centros de Administraciones Públicas, Centros Sanitarios y medios de transporte, pero sin duda pueden ser utilizados en muchos más lugares de aquellos en los que se permite fumar tabaco.

Los detractores del cigarrillo electrónico resaltan sus inconvenientes y peligros. Destacan que su seguridad a largo plazo no está establecida y que no existen estudios científicos que comprueben que no produce daños pulmonares al cabo de años. La gran variedad y heterogeneidad de los productos disponibles en el mercado (muchos de ellos accesibles a través de Internet) no permite garantizar la ausencia completa de partículas tóxicas o cancerígenas en todos los productos. Su eficacia como ayuda para dejar de fumar no está clara. Su uso por parte de niños y adolescentes preocupa a las autoridades sanitarias y su relación con el consumo de tabaco (el famoso efecto de “puerta de entrada”) también ha sido objeto de investigación y discusión2.

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Muchas de estos inconvenientes pueden solucionarse con unas regulaciones claras. La Directiva Europea 2014/40/UE3 establece requisitos de calidad y seguridad para los cigarrillos electrónicos. El etiquetado y el envasado de estos productos deben mostrar información suficiente y adecuada acerca de su utilización segura, con objeto de proteger la salud y la seguridad humanas, contener advertencias sanitarias adecuadas y no incluir ningún elemento o característica que pueda inducir a error. Se prohíbe la comercialización de muestras con una concentración de nicotina superior al 20% y garantiza la seguridad en caso de manipulación por los niños a través de, entre otras medidas, etiquetado y mecanismos de cierre y de apertura adecuados. También da indicaciones sobre registros de efectos adversos, toxicidad y seguimiento del mercado.

Los puntos de la Directiva parecen un abordaje sensato. Los efectos tóxicos y adictivos de la nicotina están comprobados en humanos y un abordaje prudente implica regular de forma clara los dispositivos, su funcionamiento, contenido, así como un seguimiento de los riesgos y potenciales peligros a largo plazo. Prohibir la venta a menores también entra dentro de los parámetros del sentido común.

Pero parte de la comunidad médica ha reaccionado con especial virulencia en contra del cigarrillo electrónico. El Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo (CNPT) aglutina a miembros de más de 30 sociedades científicas y es uno de los organismos de referencia en nuestro país. En su posicionamiento sobre el cigarrillo electrónico, en el año 2014, se centra exclusivamente en los aspectos negativos y sugiere que su prohibición puede ser la medida más eficaz4. Destaca que “algunas marcas pueden contener productos cancerígenos”, “que pueden acarrear conflictos y discusiones  si  se  consumen  en  lugares  públicos cerrados en los que no está permitido fumar”, así como la falta de estudios que hayan demostrado eficacia para dejar de fumar.

El comunicado del CNPT no tiene en cuenta, por ejemplo, el posicionamiento favorable de la Cochrane Collaboration (un organismo científico de la más alta calidad y con la mayor reputación entre la comunidad científica) en el que indica que hacen falta más estudios pero que hay datos que sugieren que el cigarrillo electrónico puede ayudar a dejar de fumar a algunas personas5. Se olvida también de citar estudios científicos que no han encontrado sustancias tóxicas en los líquidos para vapear6 y 7 y pasa por alto las investigaciones que sugieren que, con el grado de conocimiento actual, el e-cig parece ser mucho menos tóxico que el cigarrillo convencional.

El CNPT termina su comunicado recordando a los fumadores “que existen en las farmacias productos de nicotina medicinal limpia, con plenas garantías sanitarias, que han demostrado su eficacia para paliar el “hambre de nicotina” y aliviar el deseo compulsivo de fumar”. Y mucho me temo que la respuesta furibunda y radicalmente opuesta al cigarrillo electrónico de este organismo, como la de muchos neumólogos, tabacólogos y preventólogos tiene que ver con esta idea: el miedo a la pérdida del monopolio sobre la desintoxicación del tabaco.

Sin perder de vista sus riesgos potenciales, es razonable pensar que la simple hipótesis de que el cigarrillo electrónico pudiera ayudar a dejar de fumar irrite a una parte de la comunidad médica. En concreto a esa parte que tiene conexiones con la industria farmacéutica que vende chicles, parches de nicotina y fármacos como el bupropion o la vareniciclina de resultados mediocres y que, por cierto, también implican riesgos y efectos secundarios (como casi todo en la vida).

Otra parte de la comunidad científica opina que el cigarrillo electrónico podría ser una herramienta eficaz como medida de reducción de riesgos en fumadores de tabaco. Ya sabrán ustedes qué es eso de la “reducción de riesgos”, esa gentuza que fomenta el uso de drogas y que propone cosas tan insensatas como los programas de intercambio de jeringuillas, el uso de metadona o los dispositivos de análisis de drogas en espacios de ocio recreativo. Desde su perspectiva y con los datos objetivos disponibles, consideran la hipótesis de que vapear un cigarrillo electrónico pueda ser menos perjudicial que fumar tabaco. Es posible, o no, que ayude a algunas personas a dejar de fumar. Y es lógico pensar que puede, al menos, ayudar a fumar menos. Ya que el tabaquismo es la causa de muerte evitable más importante en los países desarrollados, cualquier pequeño avance puede tener un impacto importante en la Salud Pública.

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Todas estas hipótesis deberían ser demostradas desde un punto de vista científico. Y no serán los laboratorios farmacéuticos quienes financien este tipo de investigaciones, que son necesariamente largas y costosas. Es posible que el e-cig tenga efectos tóxicos a largo plazo o que sea una moda pasajera, pero también podría ser una excelente medida de reducción del daño y un abordaje objetivo implica explorar todas las perspectivas. Además, existen otros aspectos del cigarrillo electrónico que están directamente relacionados con el cannabis y que abordaremos con detalle en el próximo número.

REFERENCIAS

  • Lidon-Moyano, C., Martí­nez-Sánchez, J. M., Fu, M., Ballbó, M., Martí­n-Sánchez, J. C., & Fernández, E. (2016). [Prevalence and user profile of electronic cigarettes in Spain (2014)].Gaceta sanitaria / S.E.S.P.A.S. URL disponible en: https://goo.gl/7ulVvp.
  • Barrington-Trimis, J. L., Urman, R., Leventhal, A. M., Gauderman, W. J., Cruz, T. B., Gilreath, T. D., Howland, S., Unger, J. B., Berhane, K., Samet, J. M., & McConnell, R. (2016). E-cigarettes, Cigarettes, and the Prevalence of Adolescent Tobacco Use.Pediatrics, 2. URL disponible en: https://goo.gl/ygDXpQ.
  • Normativa de productos del tabaco. European Commission. 2014. URL disponible en: https://goo.gl/kcM5Lt.
  • Informe del CNPT sobre los cigarrillos electrónicos. Comité Nacional de Prevención contra el Tabaquismo. Madrid, 2014. URL disponible en: https://goo.gl/bNZ7Xy.
  • McRobbie, H., Bullen, C., Hartmann-Boyce, J., & Hajek, P. (2014). Electronic cigarettes for smoking cessation and reduction.The Cochrane database of systematic reviews, 12,  URL disponible en: https://goo.gl/WH85fE.  
  • Marco, E., & Grimalt, J. O. (2015). A rapid method for the chromatographic analysis of volatile organic compounds in exhaled breath of tobacco cigarette and electronic cigarette smokers.Journal of chromatography. A, 51–59. URL disponible en: https://goo.gl/DPP6Bd.
  • Long, G. A. (2014). Comparison of select analytes in exhaled aerosol from e-cigarettes with exhaled smoke from a conventional cigarette and exhaled breaths. International journal of environmental research and public health, 11,11177–11191. URL disponible en: https://goo.gl/kVu5VW.
  • Oh, A. Y., & Kacker, A. (2014). Do electronic cigarettes impart a lower potential disease burden than conventional tobacco cigarettes? Review on E-cigarette vapor versus tobacco smoke.The Laryngoscope, 12, 2702–2706. URL disponible en: https://goo.gl/9regV8.

Acerca del autor

Fernando Caudevilla (DoctorX)

Médico de Familia y experto universitario en drogodependencias. Compagina su actividad asistencial como Médico de Familia en el Servicio Público de Salud con distintas actividades de investigación, divulgación, formación y atención directa a pacientes en campos como el chemsex, nuevas drogas, criptomercados y cannabis terapéutico, entre otros.