Una reflexión final sobre la prohibición y sus efectos, a través de los ojos de Aleister Crowley y la historia de la coca en la cultura occidental, sus usos, y el impacto del prohibicionismo en las sociedades modernas
En esta entrega finalizamos el artículo iniciado el mes pasado y ponemos el punto y final a esta serie monográfica sobre la coca con las conclusiones expuestas por Aleister Crowley en su relato “Cocaína”, publicado originalmente en la revista La Internacional, en octubre de 1917, y redactado en los Estados Unidos poco después de aprobarse la Harrison Act (17 de diciembre de 1914), la precursora del prohibicionismo y la ley que prohibió la venta de cocaína y otras drogas a quien no tuviera una receta que justificara su consumo. En él Crowley presenta sus argumentos contra la prohibición: el tráfico se convierte en ilegal, la droga se encarece y el adicto puede convertirse en un delincuente para poderse costear su hábito. Crowley fue un consumidor habitual, y a lo largo de su vida utilizó, además de cocaína, alcohol, opio, cannabis, éter, morfina y peyote.
Los adversarios de la cultura andina, que condenan la planta de coca con un vaso de whisky en una mano y un cigarrillo en la otra, que exigen su destrucción y tratan a sus productores como parias, deben responder a las siguientes preguntas. Si el alcoholismo es uno de los mayores azotes de Europa y responsable del lento exterminio de las poblaciones indígenas americanas, ¿por qué no se erradica el cultivo de la vid, a pesar de que representa uno de los elementos de la identidad del viejo mundo? Dado que el hábito del tabaco es responsable de un gran número de víctimas en la sociedad de consumo, ¿por qué es imposible prohibir el cultivo de tabaco? Obviamente, no habrá tales respuestas.
Sin embargo, hay una observación irrefutable que debemos destacar: ¿no era el gringo, el hombre blanco, para quien el oro, las plantas, e incluso la cultura, representan valores mercantiles y monetarios, quienes desembarcaron en tierras indias y transformaron la hoja de coca, que contiene un 1 por ciento de cocaína entre sus catorce alcaloides, en una mercancía ilícita? El tratamiento químico de las hojas de la planta, con todas sus propiedades terapéuticas, para formar una pasta dura, y la preparación y el consumo de cocaína en los países occidentales, forma parte de la lógica de la economía de mercado y, como cualquier otra mercancía, está regida por las leyes capitalistas de la oferta y la demanda.
A la luz de la realidad económica, tenemos todo el derecho a afirmar que la causa de esta plaga actual no se encuentra en los países andinos, ni es achacable a los indios, que suelen ser culpados por ello. Las verdaderas causas hay que buscarlas en los enormes mercados de drogas, en los insaciables intereses económicos y financieros a cargo de mafias internacionales y multinacionales. Por último, debemos plantear ciertas preguntas sobre la actitud y la complicidad de las clases gobernantes de los países dominados, cuyos líderes antes consideraban a la coca un medio para pervertir a los indios, y después aceptaron descaradamente parte de los enormes beneficios generados por el tráfico ilegal de drogas en los países occidentales.
Es paradójico que los Estados Unidos de América, que declararon la guerra a las plantaciones de coca, respaldaran el golpe de estado llevado a cabo en la década de 1980 en Bolivia por los militares traficantes de droga, y que actualmente, en nombre de la democracia, apoyen la política de gobiernos corruptos y derrochen generosidad con regímenes dirigidos por verdaderas mafias.
En este contexto, los países consumidores de cocaína se han visto atrapados en la telaraña de su liberalismo económico y son víctimas de su propia forma de vida, por la cual todo está permitido, excepto la preservación de la dignidad humana. A consecuencia de ello, no pueden responder a la pregunta de cómo erradicar de un cuerpo social enfermo esos perniciosos hábitos que antes aceptaron, y son incluso menos capaces de encontrar un remedio para restaurar el equilibrio social y moral de los excluidos de la sociedad de consumo.
Mientras tanto, las poblaciones indígenas han sufrido durante siglos una maldición causada por su propia riqueza: en el pasado sufrieron la maldición del oro y la plata, y actualmente son víctimas en mayor grado a causa de la planta de coca, del crimen organizado a nivel internacional, del saqueo de sus plantaciones de coca, de la ocupación militar de sus territorios y de la violación de su soberanía nacional, además de sufrir continuamente represión y afrentas a su dignidad. Por esta razón, los pueblos indígenas condenan sin vacilar los actos criminales que violan la integridad física y moral de todas las naciones del mundo.
Contra la erradicación y por la legalización
Por la Convención de las Naciones Unidas contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas, firmada en Viena en 1988, está prohibido sembrar, cultivar, cosechar, procesar y comercializar hojas de coca, contra la cual se libra una guerra no declarada para conseguir su total erradicación, con la excepción del consumo legal, como por ejemplo el uso medicinal en infusiones y cataplasmas.
A los ojos de los occidentales, la solución más adecuada para el tráfico ilegal de la pasta de cocaína que se exporta a los Estados Unidos de América y Europa sería la erradicación total de las plantaciones de coca en los países andinos, en un periodo de unos seis años, lo cual conllevaría un coste de millones de dólares.
Esta estrategia, adoptada por la Drug Enforcement Administration (DEA) del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, incluye un amplio programa para erradicar el arbusto andino mediante el uso de abusivo e ilegal de herbicidas como la hexozinona y el tebutiuron, los cuales ejercen efectos devastadores sobre la vida vegetal. Además, desde la erradicación definitiva de las plantaciones de coca, el uso arbitrario y unilateral de defoliantes y otros productos químicos convertiría en estériles grandes extensiones de tierra de los Andes y las transformaría en desierto. Aún más significativa, por sus efectos perversos, esta medida coercitiva constituye una violación de facto del espíritu de la Conferencia de Río sobre protección de la biodiversidad.
Además de la campaña para la erradicación y sustitución de cultivos milenarios, que va mucho más allá de lo que imaginamos, hay otros planes y métodos de destrucción. Los “científicos” de la DEA de los Estados Unidos llegan a recomendar el uso de “enemigos naturales”, como por ejemplo algunos insectos y hongos. Este pernicioso plan, inspirado por investigaciones científicas, prevé el uso de la larva de la mariposa Eloria noyesi, cuya voracidad la convierte en una de las armas más eficaces para eliminar los arbustos. Según varios estudios, esta mariposa, que habita en zonas productoras de coca y que, según parece, únicamente se alimenta de sus hojas, es capaz de consumir más de cincuenta hojas en un mes de vida, y de destruir incluso los brotes de los arbustos, lo que conlleva que incluso las plantas más resistentes sucumben a su ataque.
Independientemente de qué armas se utilicen para controlar el cultivo de la coca, cualquier campaña de erradicación resultará ilusoria y utópica en el contexto de la economía de mercado y del neoliberalismo económico incontrolado —la ideología de las sociedades modernas—, cuya inspiración reside en el irracional deseo de producir y consumir más y más. Lejos de poner fin a la extracción, cristalización, purificación y síntesis química de la coca, los actos criminales ilegales que representan una amenaza directa para la salud y el bienestar de los consumidores —la erradicación de plantas ancestrales y la destrucción de costumbres y tradiciones indígenas— podrían generar conflictos sociales con consecuencias irreparables.
A la luz de lo que hemos mencionado, es imprescindible legalizar la siembra, cultivo, explotación, comercialización y consumo de hojas de coca para permitir la rehabilitación de sus propiedades medicinales y la reevaluación de sus propiedades farmacológicas, que también deberían ser objeto de investigación científica.
A los ojos de las poblaciones indígenas, ésta es sin duda la única manera de tomar el control progresivo de las regiones dedicadas a la coca, absorber el excedente de producción, planificar y organizar la comercialización sujeta a regulaciones especiales, con el objetivo de equilibrar la oferta y la demanda para que el consumo sea legal.
No hay otra solución para el constante crecimiento y expansión del comercio de drogas en los países industrializados, a menos que los gobiernos demuestren la voluntad política de destinar los excedentes de producción a la fabricación de medicamentos, alimentos, infusiones, etc. Ahora es responsabilidad de los gobiernos de los países consumidores y productores otorgar un trato justo y equitativo al cultivo de la coca y luchar de forma expeditiva contra las mafias internacionales que se han infiltrado en todas las esferas de la vida económica, política y social.
ALEISTER CROWLEY, “COCAÍNA” (CONCLUSIÓN)
La prohibición ha generado un tráfico ilegal, como siempre sucede; y los problemas que esto conlleva son innumerables. Miles de ciudadanos se agrupan para derrotar a la ley; en realidad, la misma ley les incita a hacerlo porque los beneficios del comercio ilícito son enormes, y cuanto más fuerte es la prohibición, más irracionalmente grandes son. Podéis erradicar el uso de pañuelos de seda de la misma forma, y la gente dirá: «De acuerdo, utilizaremos los de lino». Pero el cocainómano quiere cocaína, y no podéis quitársela de la cabeza con sales de Epsom. Además, su mente ha perdido toda proporción; pagará lo que sea por su droga; nunca dirá «no puedo permitírmela»; y si el precio es elevado, robará, atracará y matará para conseguirla. Repito: no se puede rehabilitar a un drogadicto; todo lo que conseguiremos al evitarle obtener droga es crear una clase de criminales sutiles y peligrosos; e incluso si los encarcelamos a todos, ¿habremos mejorado algo?
Mientras los distribuidores ilegales puedan obtener beneficios tan grandes (entre el mil y el dos mil por ciento), les resultará beneficioso disponer de nuevas víctimas. ¡Y con los beneficios actuales de pasar de contrabando una cantidad no superior a la que cabe en el forro de mi abrigo podría comprar un billete de primera clase a Londres, de ida y vuelta! ¡Todos los gastos pagados, y una bonita cantidad en el banco al final del viaje! Y sin importar la ley, los soplones y demás, podría vender mi material, sin prácticamente arriesgarme, en una sola noche en los barrios bajos.
Pasamos a comentar otro punto. No se puede llevar la prohibición hasta el extremo. Es imposible, en última instancia, arrebatar las drogas a los médicos. Ahora los médicos, más que cualquier otra clase, son drogadictos; y también habrá muchos que trafiquen con drogas para conseguir dinero o poder. Quien posea el suministro de la droga será el señor, en cuerpo y alma, de cualquier persona que la necesite.
La gente no entiende que una droga, para su esclavo, es más valiosa que el oro o los diamantes; una mujer virtuosa tal vez pueda pasar sin rubíes, pero la experiencia médica nos dice que no hay mujer virtuosa que necesite droga que no se prostituiría a un trapero por una sola dosis.
Y si llegara el momento en que la quinta parte de la población consumiera alguna droga, entonces a esta pequeña y errática isla le esperaría un futuro bastante agitado.
La falacia de los argumentos prohibicionistas queda demostrada por la experiencia de Londres y otras ciudades europeas. En Londres, cualquier cabeza de familia o persona de apariencia formal puede comprar cualquier droga tan fácilmente como si fuera queso; y Londres no está lleno de maníacos ansiosos que esnifan cocaína en las esquinas cuando descansan de robar, violar, incendiar, asesinar, sobornar y ocultar delitos, tal como nos dicen que sucede si a un pueblo libre se le permite ejercitar una pequeña parte de su libertad.
Si la postura prohibicionista no fuera absurda, constituiría un indicio del nivel moral de los ciudadanos de los Estados Unidos, que se habrían sentido ofendidos con toda la razón por los cerdos de Gadara después de que los diablos entraran en sus cuerpos.
No es mi tarea protestar aquí en su nombre, si admitimos la pertinencia del comentario. Sigo diciendo que la prohibición no es ninguna solución. El remedio consiste en dar a la gente algo en lo que pensar; desarrollar sus mentes; llenarlas con ambiciones, en lugar de con dólares; establecer ciertos objetivos que puedan medirse en términos de realidades eternas; en una palabra, educarles.
Si esto parece imposible, tanto mejor; es otro argumento más para animarles a tomar cocaína.
Acerca del autor
]. C. Ruiz Franco es licenciado en Filosofía y DEA del doctorado de la misma carrera, cuenta con un posgrado en Sociología y otro en Nutrición Deportiva. Se considera principalmente filósofo, y es desde esa posición de pensador como contempla el mundo y la vida. Se interesa principalmente por las sustancias menos conocidas, y sobre ellas publica mensualmente en la revista Cannabis Magazine.