¿Resulta España un país prohibitivo y prejuicioso, a la hora de abordar cualquier temática o secuencia relacionada con el cannabis? Tras el ciclo anterior podemos obtener una clara y evidente respuesta negativa a tal cuestión.
por Valeria Vegas
Nuestro cine, una vez libre de censuras y dictaduras, pudo gozar de un sinfín de personajes y argumentos en los que el cannabis, en ocasiones, se adentraba de forma espontánea en el transcurso de la historia. Para poder reafirmar tal respuesta, nos adentraremos en un análisis, no necesariamente comparativo, con respecto al cine internacional. Europa y Estados Unidos, como mayores potencias de la industria cinematográfica en la cultura occidental, han tenido también sus peculiares aportaciones a lo largo de la historia del séptimo arte.
Para comenzar es inevitable recalcar la moral conservadora del sistema norteamericano, aplicado en cualquier ámbito de la cultura y la sociedad, y en la que el cine tampoco ha quedado exento de su estricta mentalidad. Ya simplemente el alcohol es mostrado generalmente como sinónimo de peligrosidad, dentro de personajes con una vida difícil o desordenada o, en el mejor de los casos, en un afán de seducción, cuando es por parte de una mujer. Con el hecho de fumar ocurre exactamente igual. Todo ello tiene una clara excepción cuando se trata de una comedia. Hollywood da rienda suelta a cualquier consumo siempre que el género humorístico ande de por medio, lo cual invita a situaciones grotescas, argumentos no muy elaborados y secuencias que suelen hacer las delicias del público adolescente. No hay nada negativo en ello, además de los buenos resultados en taquilla, salvo que la fórmula no invita a dar naturalidad al asunto o a humanizar los personajes más allá de una noche de exceso. Afortunadamente también existen algunas excepciones que analizaremos más adelante. El cine europeo no tuvo que toparse tan a menudo con tales asuntos condicionados por la moralidad, y gracias a ellos se han podido dar producciones en las que prima una mayor originalidad. Esta puntualización es necesaria para entender la amplitud de géneros en la selección fílmica a abordar, donde se darán cabida películas bastante dispares entre sí.
Mucho antes de que el cine norteamericano brindase la comedia a disposición del cannabis, hubo una clara campaña en contra de su consumo. Dichas artimañas se sustentaban en una evidente manipulación de los medios, entre los que el séptimo arte era uno de los vehículos idóneos. El prohibicionismo era el argumento real de unas películas que pretendían estigmatizar la sustancia y alarmar a los espectadores con claros fines propagandísticos. Todo ello ocurría a mediados de los años treinta, con films como “Marihuana, asesina de la juventud”, en donde nos transmiten un decadente clima familiar, con muertes de por medio y a través de una investigación periodística; o “Marihuana”, así, sin más, y en la que a una joven pareja le suceden una serie de desdichados percances, desencadenados de manera poco elocuente por el consumo de unos porros. El hecho de fumar parece ser lo que atraiga al mayor de sus males, en una evidente intención adoctrinadora, que para más dramatismo tiene incluso muerte de por medio y una vida desdichada para su protagonista femenina.
Otro caso destacado de aquella imparable ola sin indulgencia es “Reefer Madness”, también conocida como “Locura de la marihuana” o “Digan a sus niños”. Éste último título alternativo ya deja adivinar el carácter aleccionador de su argumento. El film muestra la vida de distintos jóvenes abocados a la perdición como consecuencia de su adicción al cannabis. Agresiones, violaciones, suicidios y delitos varios son el catálogo con el que se pretende crear pavor social, sin imaginar que años más tarde la película sería considerada de culto, al quedar tan en evidencia la política retrógrada de aquel momento. Con tales antecedentes no es de extrañar que el sistema imperante lograse su objetivo y meses más tarde, en 1937, el cannabis fuese prohibido en Estados Unidos.
El director argentino Leon Klimovsky tampoco ayudó a la normalización del asunto. Con su película “Marihuana”, estrenada en 1950, contribuyó al miedo colectivo y a su vez lo que quería ser una advertencia se convertía en un eficiente reclamo de espectadores, atraídos por el morbo, las desgracias y el desconocimiento. La cinta narra la investigación que lleva a cabo un hombre sobre la muerte de su esposa, descubriendo tras su fallecimiento que era consumidora de cannabis, por lo que decide adentrarse en el mundo de la droga para así encontrar al supuesto asesino. Si tenemos en cuenta que tal obra acabó llegando al Festival de Cannes, no cabe duda que la intención atemorizante tubo una amplia trayectoria. Con la misma doble intención se estrenaba dos años después “Marijuana”, que aunque no tenía mucho que ver con la temática, el título estaba puesto casi a modo de señuelo y atracción, aunque en Europa la película se conoció mayoritariamente como “El gran Jim McLain”, protagonizada por el mítico John Wayne. No es el único caso de una producción con título empleado a conciencia como reclamo publicitario, ya que en Francia, en 1970, se estrenaba “Cannabis”, bajo la dirección de Pierre Koralnik en una de sus pocas incursiones fuera de la pequeña pantalla. Lo curioso del film, que atrajo también a los espectadores, además de por su inconfundible título, fue la pareja protagonista, los cantantes Serge Gainsbourg y Jane Birkin, que en aquel momento compartían vida sentimental más allá del rodaje y poco importaba en sí la trama policíaca de la película, muy alejada del consumo de hachís.

El cine norteamericano continuó esquivando la marihuana como tema tabú y dándole hueco tan sólo a modo de conducta a reprimir y con fines ejemplarizantes. Pero el orden moral militante se iba a ver afectado con el paso de las décadas, ante la llegada de nuevos realizadores y un público que ya no resultaba tan fácil de adoctrinar. En 1969, Dennis Hopper dirigía y protagonizaba “Easy Rider”, película que pronto pasaría a ser emblemática tanto por su temática como por su forma de realización. En este road movie se contempla lo que es casi los últimos resquicios al movimiento hippie, que tan en defensa habían estado del cannabis. Jack Nicholson y Peter Fonda se unen al protagonista en sus constantes caladas, e incluso la banda sonora tiene un claro alegato al consumo de la marihuana, con una canción en la que se puede escuchar un “pásamelo y líate otro, que sea como el de antes”.
Woody Allen también se apuntaba a mostrar las caladas con naturalidad, dentro de una conversación o incluso mostrándolo como centro de ésta. Tal hazaña tuvo lugar en su film de 1977, “Annie Hall”, en el que el director comparte protagonismo junto a Diane Keaton en una secuencia en la que tras hacer el amor comienzan a elogiarse con respecto a sus habilidades sexuales, invitándole ella a dar una calada a su porro y alegando que le sirve para relajarse. Posteriormente vuelven a verse en las mismas peripecias y él le reprocha el hecho de que tenga que consumar el coito tras fumar marihuana, a lo que ella alega con sorna que no le causa ninguna dependencia que no se pueda comparar a las continuas visitas al psiquiatra de su partenaire masculino. Poco después, otro laureado realizador como Francis Ford Coppola también quiso constatar el efecto relajante e incluyó la marihuana de forma más sutil en su película “Apocalypse Now”, en la que nos muestran como lograban calmar a los soldados a través del consumo de porros. En éste caso se trata del fiel reflejo de un drama bélico, en el que no cabe el oportunismo, la comedia o el sentido moralizante, ciñéndose a los hechos de la manera más exacta posible.

La tragedia más realista por aquellos años vendría de la mano de la asfixiante “El expreso de medianoche”, estrenada en 1978 y en la que un joven norteamericano es detenido tras ser descubierto con dos kilos de hachís con los que pensaba volar desde Turquía. Aunque la película no tiene un sentido aleccionador, el drama carcelario que atraviesa su protagonista consigue poner un nudo en el estómago a cualquier espectador, más aún si se es consciente de que la historia se encuentra basada en hechos reales.
Si algo cabe destacar de finales de los setenta es el estreno de la comedia “Up in smoke”, comercializada en España bajo el nombre de “Como humo se va” y protagonizada por Cheech y Chong, venerado dúo humorístico estadounidense cuyas canciones, películas y espectáculos giraban en torno al estilo de vida hippie. En dicha producción podemos ver al famoso tándem teniendo que buscar empleo con la única finalidad de poder comprar marihuana. Si a las situaciones rocambolescas de gags facilones e inspecciones policiales le añadimos un viaje en coche en el que el vehículo se encuentra completamente forrado de cannabis, no es difícil adivinar que nos encontramos ante una divertida gamberrada que con el paso del tiempo ha perdido parte de su transgresión original, aunque permanece cierto encanto por la época en la que ocurren los hechos. Las frases publicitarias no dejaban lugar a dudas, con reclamos tales como “¿Sabes lo que es pasarse la vida colocado?” o “¡Un pedal incontrolado de carcajadas”. Tal aventura fue el inicio de una serie continuada de títulos como “Vendemos chocolate” o “Seguimos fumando”, en la que acuden de viaje a Ámsterdam para dar pie a una sucesión de sketches que ya denotaban que la saga flojeaba. Lo que hace especial a dicha película es que se trata del pistoletazo de salida en cuanto a comedias delirantes se refiere, tan abundantes posteriormente en los cines de todo el continente y en las que se permite un consumo de la marihuana llevado a la exageración, como clave del humor del film y en ocasiones sin mayor argumento. Pero para abarcar todo ello todavía tenían que pasar algunos cuantos años, no sin que antes analicemos próximamente como se abordaba el cannabis desde el cine europeo, o el tratamiento que se le daba a algunos de esos personajes ficticios que vivían abiertamente el consumo.
Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.