En esta entrega ofrecemos un resumen de los capítulos 18 y 19 de Pihkal que nos sirve para conocer los comienzos de la relación entre nuestra pareja más famosa. Ann, ya divorciada, se fijó en Sasha y empezó a interesarse por él.

Por Ann Shulgin y J. C. Ruiz Franco

En ese proceso se enmarcan las conversaciones en las que se contaron cosas sobre ellos mismos, de las que, por supuesto, nos interesan aquellas en que Sasha explica a qué se dedica. Recordamos a los lectores que proseguimos nuestra labor de traducción de los dos libros más importantes de los Shulgin (http://www.shulgin.es), que todavía tardará unos meses en llegar a su fin, pero que cumpliremos nuestro objetivo y la comunidad psiconáutica podrá contar por fin con estas joyas de la literatura sobre drogas. Con su lanzamiento completaremos la dedicación a los dos químico-farmacólogos más importantes del siglo XX, y probablemente de todos los tiempos, que hemos iniciado con la publicación del libro Albert Hofmann – Vida y obra de un químico humanista (http://www.alberthofmann.es), una biografía de Hofmann y una historia de la LSD como fenómeno sociocultural. Aparte de la web citada sobre Shulgin, nuestra forma principal de estar en contacto con el público interesado es mediante nuestro grupo Facebook (http://www.facebook.com/librosdeshulgin). También tenemos cuenta en Twitter, aunque la utilizamos en menor medida: https://twitter.com/Shulgin_ES

 (Narra Ann Shulgin)

«¿Sabes lo que es la psicofarmacología?».

«No realmente».

«Creo que la última vez que hablamos te conté que soy químico y psicofarmacólogo. En realidad, lo que hago es diferente a lo que hace la mayoría de las personas que se llaman a sí mismos psicofarmacólogos. Todos los que están en esta disciplina especial estudian los efectos de las drogas en el sistema nervioso central, que también es lo que hago yo. Pero la mayoría de ellos estudian esos efectos en los animales y yo lo hago en las personas. No investigo todos los tipos de drogas, solo un tipo en concreto. Las drogas con las que trabajo se llaman psiquedélicas o psicotomiméticas. Supongo que habrás oído hablar de ellas».

 (…)

«¿Descubriste nuevos psiquedélicos?».

«Inventé algunos nuevos. Y los sigo inventando. Pruebo cada droga nueva en mí mismo, comenzando con niveles extremadamente bajos y aumentándolos gradualmente hasta que comienza la actividad. Si me gusta lo que veo con el nuevo compuesto, lo pruebo con mi grupo de investigación. Después, escribo los resultados y los publico en una revista, normalmente en una muy respetada llamada Journal of Medicinal Chemistry».

¡Dios mío! ¡No me lo puedo creer! ¡INVENTA psiquedélicos!

«¿Qué drogas has inventado? ¿Crees que conoceré alguno de sus nombres?».

«Bueno, la más importante la desarrollé cuando seguía en Dole Chemical, y el hecho de que mi nombre estuviera relacionado con ella hizo que mucha gente desconfiara de mí, aunque yo no fuera responsable de ninguna manera del desastre que causó. ¿Has oído hablar de DOM?».

«No, me temo que no».

«No pasa nada. La mayoría de la gente no ha oído hablar de ella con ese nombre. Llegó a la calle como STP».

«¡Ah, sí! Eso sí que lo he oído. Aunque no recuerdo ningún detalle. Tengo la vaga impresión de que había algo llamado STP por ahí y que la gente tenía problemas con ello, pero fue hace mucho tiempo, cuando los periódicos no hacían más que provocar histeria por las drogas en Haight-Ashbury».

Shura se recostó y su silla chirrió. «Bueno, cuando aún trabajaba para Dole, me invitaron a dar una conferencia en la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore, y hablé sobre muchos compuestos, incluyendo la DOM y, esto no es más que especulación, pero es la explicación más lógica que se me ocurre, alguien entre el público debió de haber decidido trabajar con ella, entrar en el negocio por sí mismo con algo totalmente nuevo, porque en unos pocos meses había informes sobre una nueva amenaza en las calles de San Francisco, con gente acumulándose en la clínica de Haight-Ashbury totalmente fuera de control y seguros de que se estaban muriendo. Parece ser que lo que ocurrió fue que nuestro empresario desconocido había puesto el compuesto en cápsulas de 20 miligramos cada una y eso es totalmente efectivo, quiero decir, totalmente efectivo con tan solo un tercio de esa cantidad. Por supuesto, en ese momento yo no sabía nada de esto, porque no tenía ninguna razón para asociar nada de lo que yo hubiera hecho con esa STP sobre la que estaba escuchando hablar. Y, como si la sobredosis no fuera suficiente, la DOM es un psiquedélico muy muy potente. A quienes la tomaron no les habían dicho que tardarían dos o tres horas en notar todos sus efectos. Así que algunos de ellos tomaron la pastilla y cuando vieron que 40 o 50 minutos después no pasaba nada, tomaron otra».

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«¡Madre mía!».

«Cuando se vieron atrapados por los efectos, entraron en pánico y corrieron a urgencias, porque no podían controlarlo. No creo que nadie pudiera controlar 20 miligramos de DOM y menos aún el doble».

 (…)

«Apenas puedo creer que haya conocido a alguien que hace todas esas cosas, explorar ese mundo, y que no teme lo que descubrirá. ¡Es increíble!». Me reí, extendiendo las manos con un gesto de insuficiencia.

Shura sonrió, después se acercó y cogió mi mano izquierda. La sostuvo mientras hablaba. «Hay mucha gente haciendo el tipo de investigación que yo hago, pero, de momento, soy el único que conozco de cualquier lugar que publica los efectos que esos materiales tienen sobre los seres humanos».

 (…)

«Déjame que te explique lo que, de momento, he entendido sobre tu vida. Enseñas algo de química en la Universidad de California, en el campus de Berkely, ¿verdad?». Él asintió con la cabeza y yo me apresuré a decir: «Y tienes un laboratorio privado detrás de tu casa y una licencia oficial para realizar tu trabajo, y eres un experto, un especialista, en los efectos de las drogas psiquedélicas sobre los seres humanos, ¿no es así?».

«Sí».

«¿Quién te pregunta sobre esos efectos? ¿Qué tipo de gente te pide información?».

«Bueno, déjame ver —dijo Shura pensativo—. Me ha consultado el NIDA, que es el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas, y el NIHM, que es el Instituto Nacional de Salud Mental. Y a veces soy testigo experto en procesos judiciales que tienen que ver con las llamadas “drogas ilegales” y con lo que la policía insiste en llamar “laboratorios ilegales”, aunque no hay ningún laboratorio ilegal, ya que tener un laboratorio no va contra las leyes; lo único que se puede llamar “ilegal” es la actividad que se realiza dentro de ellos».

«También hay gente en la DEA, la Agencia para el Control de Drogas, que consulta conmigo y, a veces, envían a gente de otras agencias gubernamentales a hablar conmigo cuando tienen un problema inusual y piensan que yo puedo serles de ayuda.

También es un poco pretencioso. Nada de falsa modestia o humildad.

«Me contaste que inventabas nuevos psiquedélicos y que tenías un grupo de gente con el que los pruebas después de asegúrate de que son seguros y…».

Me interrumpió: «Seguros no. No existe la seguridad. Ni con las drogas, ni con nada. Solo puedes presumir una seguridad relativa. Demasiado de cualquier cosa es peligroso. Demasiada comida, demasiada bebida, demasiada aspirina, demasiado de cualquier cosa que puedas nombrar será peligroso».

Madre mía, creo que hemos tocado el punto débil; lo hemos hecho.

«Lo máximo que puedo hacer respecto a una droga —continuó, un poco más amablemente— es establecer el que parece un nivel de seguridad relativa para mí mismo, para mi cuerpo y para mi mente, e invitar a mis colegas investigadores a probar el mismo material a una dosis que decidimos que es relativamente segura para sus cuerpos y sistemas nerviosos particulares».

Bebí algo de vino y continué: «Entonces, ¿pruebas tus nuevos inventos con tu grupo, después publicas artículos en los que escribes sobre ellos, sobre cómo prepararlos en el laboratorio y sobre los efectos que tienen sobre las personas?».

Me incliné hacia delante y le pregunté en voz baja: «Entonces, ¿cuál es tu objetivo? ¿Descubrir cómo funciona la mente o la psique o la simple emoción de descubrir todo lo que puedas?».

Shura bebió de su copa y se secó el bigote antes de contestar: «¿No es esa suficiente razón?».

Dije: «Claro, es un objetivo totalmente respetable. Pero hay otro, ¿verdad?».

«Está bien —dijo sin mostrar nada de irritación—. Pero déjame devolverte la pregunta y dime qué otro objetivo crees que puede haber o debería haber».

Me senté mirando mis rodillas un momento mientras trataba transformar en palabras ordenadas y organizadas las grandes ideas generales que tenía: «Bueno, el día que tomé peyote me ayudó a entender muchas cosas sobre las que ya había pensado y que ya había sentido toda mi vida, pero que no había concretado ni aclarado. Creo que realmente fue el día más extraordinario de mi vida. Fue una experiencia maravillosa. Recuerdo que justo antes de irme a dormir pensé que si no volvía a despertar, habría merecido la pena. He reflexionado mucho sobre lo que aprendía aquel día; llevo años reflexionando. Y cada vez entiendo más esa experiencia. Mi entendimiento sigue creciendo, poco a poco».

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Miré a Shura, que estaba apoyado sobre un codo y mirándome atentamente.

Continué hablando: «Me parece que las plantas mágicas, y las drogas psiquedélicas, están ahí para que las usemos, porque la raza humana necesita una forma de descubrir qué es, alguna forma de recordar las cosas que normalmente olvidamos cuando crecemos. También creo que todo el estallido de la década de 1960, toda esa experimentación y exploración psiquedélicas, se debió a un fuerte instinto, puede que a nivel del inconsciente colectivo, si quieres utilizar el término de Jung, un instinto que nos está diciendo que, si no nos damos prisa y descubrimos por qué somos como somos y por qué hacemos lo que hacemos, como especie, podríamos extinguirnos completamente muy pronto».

«Y esa es —dijo Shura— exactamente la verdadera razón por la que publico».

«¡Ah! —dije e hice una leve pausa—. Así que no importa si la gente de la CIA o quienquiera que sea tenga sus propias razones para interesarse por tus drogas…».

Él terminó por mí: «Sigo publicando la información, difundiéndola todo lo que puedo, de la forma más discreta que puedo y, a lo mejor, entre mis lectores hay unas pocas almas con los mismos intereses que yo y la utilizan correctamente».

«Entiendo».

«Esa es mi esperanza. No hay que ignorar el hecho de que un montón de idiotas que no saben absolutamente nada de química se van a poner a trabajar para hacer algunas de esas drogas, las más sencillas, para venderlas en la calle. Y habrá gente que las tome en fiestas y que las use de un modo estúpido e irresponsable, igual que ocurre con el alcohol. Gente de todo tipo lee las revistas en las que yo publico. Por lo menos, los psiquedélicos no son físicamente adictivos y la mayoría de la gente piensa que son cualquier cosa menos psicológicamente adictivos. Mi esperanza es que, de vez en cuando, alguien que piense bien, y tenga buen corazón, utilice una de esas herramientas y puede que empiece a entender algo que no entendía hasta entonces. Y que habrá unos pocos con el valor suficiente y la capacidad para escribir sobre lo que han aprendido, de forma que otros puedan leerlo y empiecen a pensar. Y así una y otra vez.»

«Como Huxley».

«Sí. Por desgracia, no hay muchos Huxleys por aquí; en ningún lugar. Pero todas las voces cuentan. Todo lo que espero es que hay voces suficientes y tiempo suficiente».

Dije: «Bueno, parece que el mundo está lleno de gente probando de todo para alterar la conciencia, es decir, hay muchos profesores de meditación, hipnotismo, técnicas de respiración…».

Shura respondió: «Claro, hay muchas formas de alterar la conciencia y las percepciones. Siempre las ha habido y seguirán apareciendo nuevas formas. Las drogas son solo una de ellas, pero yo creo que son las que más rápido producen los cambios y, de algún modo, de la forma más segura, lo que hace que sean muy valiosas si la persona que las toma sabe lo que está haciendo».

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