Finalizamos el capítulo 5 de TiHKAL, en el que Ann Shulgin narra, con todo lujo de detalles, un interesante viaje con psilocibes cubensis. Después de reflexionar sobre la experiencia, una amiga la ayuda a resolver sus dudas.

Confirmamos que la edición española de PiHKAL y TiHKAL, las dos obras maestras no sólo de la psiconáutica y la drogofilia, sino también de la psicofarmacología, se publicarán a mediados-finales de noviembre. Mes y medio antes, a comienzos de octubre, la editorial colaboradora pondrá on line una página en la que los interesados podrán reservar sus ejemplares. Hemos abandonado la idea de organizar un crowdfunding, ya que las empresas que se dedican a ello suelen quedarse entre un 5 y un 8 por ciento de lo recaudado. Para evitar esa comisión tan alta –que elevaría el precio de los ejemplares– y posibles problemas para recibir la cantidad conseguida, en lugar de hacer que los interesados aporten a un crowdfunding el dinero que costarían los libros, simplemente tendrán que reservar los mismos, pagándolos por anticipado, con la garantía que les ofrecerá una editorial española bien asentada, nuestro equipo y las celebridades que nos avalan. Además, en cuanto hagan efectivo el pago, les enviaremos un regalo de bienvenida: el libro “Pioneros de la coca y la cocaína”, que hace un par de años publicamos en formato papel, y que ahora distribuiremos en formato digital a todos nuestros amigos, directamente a su dirección de correo electrónico.

Tras acurrucarme junto a él durante un rato, le dije que quería volver a intentar escribir, si a no le importaba. Dijo: «Claro. Ponte con ello. Yo me quedo aquí un rato escuchando música.»

Esta vez, al sentarme ante el ordenador, el teclado resultaba claramente visible, y cuando empecé a describir lo antes indescriptible, resultó obvio que la división dentro de mi mente que tanto me había angustiado antes —la incapacidad de poner en palabras lo que experimentaba directamente— había cambiado. Ya volvía a llevar las riendas; podía utilizar palabras para hacer lo que quisiera. Por otra parte, los patrones visuales que hasta hacía sólo media hora llenaban el espacio por donde quiera que mirase, se habían desdibujado. De hecho, se habían ido casi por completo. De modo que ya no había nada con qué bregar y que se interpusiera en el camino de mis imágenes mentales.

De mis notas del día siguiente:

«El descanso fue placentero, con sueños en colores claros y limpios, divertidos y agradables. Totalmente distintos a mis habituales sueños post-2C-B, que     tienden a ser triviales, fastidiosos y muy repetitivos.

Una experiencia desconcertante, y la próxima vez quiero explorar un hongo diferente, quizás al mismo nivel, y ver lo que ocurre. Ésta ha sido difícil y frustrante pero también estimulante, y de un modo extraño, gratificante. Mucho que aprender.»

Un tiempo después, estaba en casa de un amigo, en una cena aportada por todos los comensales. Una amiga mía llegó al porche y se acercó a donde yo estaba sentada frente a una mesa de jardín con cubierta de cristal. Al pasar detrás de mí me abrazó por los hombros. Era Sarah Vincent, otro espíritu joven en un cuerpo de mediana edad, cuyo libro sobre experimentos telepáticos acababa de publicarse.

Después de charlar un rato sobre su libro y el trabajo que le había llevado, se me ocurrió preguntarle a Sarah si podría ayudarme a comprender la parte de mi experimento con hongos que más me había interesado —y fastidiado—: mi incapacidad, durante la subida, de describir lo que estaba viendo.

«Podía describir cualquier otra cosa, podía hablar de cualquier otra cosa, sólo cuando intentaba aplicar palabras a lo que fuera que estaba mirando, a los patrones, a las visiones, incluso a las imágenes que veía con los ojos cerrados —que eran totalmente aburridas—, entonces me quedaba sin palabras. Más tarde, cuando las imágenes empezaban a desvanecerse, pude volver a usar palabras y a describirlo todo sin problemas. Pero, ¿por qué esa ruptura antes?»

«Los patrones visuales, ¿cómo eran?», me preguntó Sarah.

«Una especie de filigranas… no, no filigranas; eran como una cosa parecida a una malla de alambre, pero los espacios no eran cuadrados, eran más bien como amebas, y en el centro de cada espacio había un punto negro, como el centro oscuro de una ameba. Es lo más que puedo acercarme.»

«¿Plano o dimensional?»

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«Todo el espacio a mi alrededor estaba lleno de ellos, de esas cosas, ya sabes, en tres dimensiones. Quiero decir que el aire estaba repleto de ellos, mirara a donde mirara.»

«Bien, bien.»

«Y todo era muy oscuro… colores oscuros. No es la experiencia más agradable que he tenido en mi vida, pero… pero lo más importante era la incapacidad de verbalizar. Podía decirle a Shura cualquier otra cosa, pero ni una palabra sobre lo que estaba viendo, y pensé que quizás había algun tipo de… me daba la sensación de que había una separación entre partes de mi cerebro, ¿sabes?»

«Sí, ahí está», dijo Sarah y bebió un trago de su vaso.

«¿Ahí está?»

Sorpresa, sorpresa… ¿de verdad quiere decir eso?

Pregunté: «¿Tienes alguna idea de lo que ocurre… cuando todo lo que estás mirando es perfectamente simple, pero no puedes usar la parte de tu mente —de tu cerebro— que encuentra las palabras? ¿Y de por qué podía hablar de cualquier otra cosa?»

«Bueno, el foco de atención es importante en esto», dijo Sarah. «Muy a menudo, cuando quiero decir el nombre de alguien, visualizo a esa persona, le escucho hablar, me acuerdo de cómo huele y de cómo va vestida. ¡Pero no consigo pensar en su nombre de ninguna manera!»

«Sí…»

«Y en parte es porque estoy acostumbrada a utilizar el sistema visual como mi proceso cognitivo dominante, y éste no está necesariamente relacionado con el verbal. Cuanto más potente sea lo visual, más improbable será que pueda nombrarlo.»

«Sí, sí…»

«Y ahí aparece una separación…». Cerró los ojos como para ver mejor, «incluso en nuestro trabajo telepático, una persona podía dibujar una imagen y hacer un relato verbal diferente.»

Debe de referirse a cuando hacen experimentos de visión remota.

«Y mientras uno intentaba recibir la señal, a veces la imagen era correcta, y las palabras no tenían relación, y a veces las palabras eran correctas y la imagen sin relación.»

«¡Eso sí que es raro!»

«Es raro», convino ella, riéndose, «y es una de las cosas que quiero analizar contigo. El sistema verbal puede ser bastante independiente del visual. Hay gente que utiliza el sistema verbal de forma predominante en sus procesos de pensamiento, ya sabes, y a menudo hace juegos de palabras, yo me pierdo esos juegos de palabras porque mientras ellos están hablando, yo estoy visualizando…»

«Sí.»

«…y de repente, aparece aquí eso, el juego de palabras, y tengo que parar y cambiar de marcha mental. Oh, sí, eso debe de ser un chiste, y para mí no es más que una pared en blanco al principio —un sinsentido—, porque mi proceso cognitivo dominante no es verbal, sino visual. Por eso los chistosos se ríen de mí, por lo lenta que soy comprendiendo los chistes, pero eso es porque no estoy utilizando de la misma manera esa parte de mi cerebro.»

«Y la clase de visiones que describo… » empecé.

«Es como si estuvieras proyectando de dentro a fuera. Proyectas hacia la superficie algo que está ocurriendo en tus procesos visuales, y, si estos son verdaderamente dominantes, no están conectados con los verbales, por lo que no eres capaz de hablar de ellos al mismo tiempo.»

«Pero, ¿por qué podía… eh… por qué era capaz de hablar de cualquier otra cosa?»

«Porque no se trata del mismo proceso; tú puedes… verás, tú, sencillamente no has hecho una conexión verbal…»

«Con lo que está pasando visualmente», terminé.

Podía hablar con Shura porque no hablaba de lo que estaba viendo, sino de ideas y sentimientos, nada experimentado visualmente.

Sarah continuó: «Ya sabes, una de las dificultades en el aprendizaje del pensamiento visual, si no eres un pensador visual…»

«Sí…»

«… ya sabes, alguien pintando algo, y haciendo…», ella gesticuló en el aire con un pincel imaginario, emitiendo pequeños sonidos chasqueantes para acompañar las pinceladas, «… y la otra persona dice: «¿qué es eso?», porque tiene que expresarlo con palabras…»

«Sí», dije.

«Si piensas en color», dijo ella, «si tu inteligencia-color y tu inteligencia-forma funcionan, no necesitas en absoluto poner palabras a las cosas.»

«Ah.»

«De modo que ahí está…», Sarah escogía las palabras con cuidado, pensé, y me pregunté si estaba percibiendo mi confusión «… ese lío en el área de la intención».

«Intención», repetí, «¿quieres decir foco de atención?»

«Bueno, como ya sabes, todo tiene que atravesar el tálamo —menos el olfato— para alcanzar el córtex, y el tálamo es el área de la intención, igual que una centralita; está aquí, justo aquí, en el centro —a medio camino entre los ojos y la parte de atrás de la cabeza, entre las orejas—», señalaba la cabeza con un dedo «y a veces se produce sinestesia, donde se huelen los sonidos…», lo ilustró con los dedos entrelazados, mientras yo asentía con entusiasmo, sonriendo porque la sinestesia es una de mis experiencias favoritas en este mundo.

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«… y se oyen los colores y ese tipo de cosas (…) Cuando ves todos esos patrones y formas y estás totalmente metida en esos patrones y formas, ese es uno de los lugares a donde puedes ir…»

Yo asentí.

«… y normalmente… eh… no es necesariamente un nivel muy avanzado, y puede que ni siquiera lo valores, ni te guste.»

«No lo hice.»

Lo pensé un momento, después añadí: «A propósito, Sarah, esa especie de alambradas flotantes me eran familiares; ya las había visto antes. No es que fueran una novedad ni nada de eso; son como los dibujos de la piel de serpiente, ya sabes, como lo que se puede percibir con la mayoría de psiquedélicos auténticos.»

«Sí», dijo Sarah, «eso lo conocemos todos».

«… y una parte de lo que ves procede de tu pre-consciencia, otra parte es lo que recoges de tu entorno, y otra parte de lo que estás viendo es la proyección de tus barras y conos, y aquellas cosas son los patrones visuales que forman.»

«Bueno, entonces, con el tema de… », me atasqué, «si realmente quisieras, ¿podrías… tomando hongos con la suficiente frecuencia, podrías aprender a traducir lo que estás viendo y experimentando al modo verbal, o sólo tienes que aprender a esperar hasta más tarde, cuando puedas encontrar las palabras con facilidad?»

«Ah…», empezó Sarah, pero la interrumpí.

«¿Tiene algún sentido intentar aprender a hacer que ambos…?»

«¿A hacerlo simultáneamente? No lo creo. La esfera no-verbal constituye su propia recompensa.»

«Vale, entonces se trata más bien de un tema de… es un tema de control.»

«Pero después puedes recordarlo, como acabas de hacer para mí.»

«Oh, sí, fácilmente.»

«Ya sabes, si estás totalmente concentrado en hacer el amor, por ejemplo, no estás escribiendo poesía.»

«Sí.»

«Eso viene después», rio entre dientes, «y si estás totalmente concentrada en sincronizar tus ondas cerebrales con alguien, entonces eso es todo lo que estás haciendo e, igualmente, si haces alguna otra cosa, ya no estás sincronizando. Si hablas sobre ello, has desplazado totalmente el electroencefalograma, y ya no estás haciendo lo que empezaste a hacer.»

«O sea, que no vale la pena.»

«No mucho. En hipnosis, yo conduzco al sujeto a un espacio profundo, le miro a la cara detenidamente, para saber lo que está visualizando. Así sé si está metido en un tema emocional, y en un momento determinado, les pido que verbalicen, con el propósito de estabilizar la memoria para más tarde, y para integrar las funciones mentales. Pero durante la experiencia, tiene que haber un periodo completo de tiempo en el que no verbalizan, porque ¡tienen que estar experimentando!»

Dije: «Vale, ya veo lo que quieres decir. Tratar de forzar la verbalización me bloquea para experimentar de verdad, y no hay nada que ganar con ese esfuerzo, considerando el hecho de que —eventualmente— la capacidad verbal regresa, como nueva.»

Sarah alcanzó el otro lado de la mesa y me palmeó la mano: «Esa es la forma en que yo lo veo, sí.»

Gracias a Sarah, he aprendido a no intentar controlar experiencias como éstas, sino a dejarme llevar por lo que se me presenta.

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