Guerra contra las drogas

Acaba el capítulo 42 de PIHKAL, titulado “Una lección en la universidad”, en el que Shulgin se refiere a la guerra contra las drogas y arenga contra su prohibición.

por Sasha Shulgin y J. C. Ruiz Franco

Finalizó nuestra labor de traducción de PIHKAL y TIHKAL para publicarlos en español, y ha terminado también la campaña de reservas de las dos obras, con la que hemos podido financiar la edición de las mismas. Cuando los lectores lean este artículo, los primeros compradores ya tendrán los libros de los Shulgin en sus manos. El resultado ha sido relativamente bueno y tendremos ejemplares adicionales para seguir vendiendo. En este caso, quienes los adquieran ya no tendrán el privilegio de saborear estas obras recién salidas de imprenta (como sí harán quienes las han reservado y nos han permitido realizar la edición), pero recibirán sus ejemplares en pocos días: lo que el servicio de correos tarde en ponerlas en sus manos, una vez que la editorial se las despache.

Esta guerra contra las drogas no puede ser ganada. Y sólo perderemos más y más nuestras libertades en un fútil intento por ganarla. Nuestros esfuerzos deben dirigirse hacia las causas, no sólo hacia las consecuencias del uso incorrecto de drogas. Pero, mientras tanto, las cosas van de mal en peor a un ritmo acelerado. La gente me dice que soy un derrotista por sugerir la solución evidente, que es legalizar el uso de drogas para los adultos que elijan usarlas.

Me han acusado de lanzar el mensaje de que el uso de drogas está bien. Retira las leyes, dicen, y la nación se sumergirá de la noche a la mañana en una orgía de uso desenfrenado de drogas. Yo respondo que ya estamos inundados de drogas ilegales, disponibles para cualquiera que pueda pagarlas, y que su ilegalidad ha provocado una erupción de organizaciones criminales y derramamientos de sangre territoriales como no se habían visto desde los gloriosos días de la Prohibición [de bebidas alcohólicas].

Sí, es posible que con la eliminación de las leyes sobre drogas unos pocos tímidos presbiterianos se aventurarán a probar una raya de cocaína, pero, por lo general, el abuso de drogas no será peor de lo que es ahora, y —tras alguna experimentación inicial— las cosas regresarán a un equilibrio natural. No hay una «América profunda» esperando ahí sentada, dispuesta a entregarse al jolgorio tras la derogación de las leyes sobre drogas. La mayoría de la población, en su lugar, se beneficiará de que el sistema penal de justicia vuelva a centrar su atención en los robos, las violaciones y los asesinatos, los crímenes contra la sociedad por los que necesitamos prisiones. Fumar hierba, recordad, no es intrínsecamente antisocial.

Dejadme formular a cada uno de vosotros esta simple pregunta. ¿Qué indicadores aceptarías como una definición de Estado policial, si fuera a materializarse silenciosamente a tu alrededor? Quiero decir, un Estado que no podrías tolerar. Un Estado en el que hay una disminución en el uso de drogas, pero en el cual tu conducta fuera paulatinamente siendo dictada por aquéllos que ostentan el poder.

Cada uno de vosotros, personalmente y en privado, por favor, que trace una línea imaginaria enfrente de sí mismo, una línea que indique: hasta aquí, de acuerdo, pero más allá de aquí, ¡de ninguna manera!

Permitidme sugerir algunos pensamientos para usar como guías. ¿Qué tal el requisito de orinar bajo vigilancia en un recipiente de plástico para el análisis de drogas antes de cobrar un cheque, o para poder mantener u optar a un trabajo en el McDonald’s local, o para permitir la matriculación de tu hijo en una escuela pública? ¿Alguno de éstos te convencería de que nuestra nación se encontraría en peligro?

Cada vez más y más compañías están exigiendo pruebas de orina previas a la contratación, e insistiendo en realizar análisis aleatorios durante las horas de trabajo. No sólo los conductores de autobuses y los policías, sino también vendedores de muebles y empleados de supermercado. Algunos distritos escolares locales están requiriendo pruebas de orina aleatorias a los estudiantes de séptimo grado [primero de la ESO], pero hasta el momento presente todavía solicitan el permiso de los padres. Los beneficiarios de vivienda pública, de préstamos universitarios o de becas académicas deben comprometerse a garantizar que mantendrán un ambiente libre de drogas. Hoy en día, la promesa verbal es aceptable, pero, ¿qué ocurrirá mañana?

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Gran parte de lo que he estado hablando tiene que ver con el «otro tipo», no contigo. Es tu vecino que usa drogas quien tendrá que vivir con miedo, no tú. Es fácil desestimar estas invasiones de los derechos personales cuando no te afectan directamente. Pero déjame hacerte una pregunta no tan simple, cuya respuesta es, de hecho, muy importante para ti: ¿dónde se encuentran tus propios límites personales?

¿Hasta qué punto sientes que es justificable que otra persona controle tu conducta personal, si contribuye al beneficio público? Déjame suponer que la idea de pruebas de orina en busca de cocaína resulta aceptable para ti. Probablemente no uses cocaína. ¿Permitirías que te exigieran pruebas aleatorias de orina por uso de tabaco? ¿Y por el uso de alcohol? ¿El uso de café?

¿Hasta qué punto permitirías a las autoridades inmiscuirse en tu vida privada? Supongamos que, no habiendo cometido ningún crimen, permitirías a un policía, que te visita en acto de servicio, entrar a tu casa sin una orden judicial. Sin embargo, ¿qué tal si los agentes registraran tu casa en tu ausencia? ¿Seguirías proclamando: «No me importa, no tengo nada que esconder»?

Dudo que haya muchos de vosotros a quienes les perturbe la existencia de un archivo informático nacional de huellas digitales. Sin embargo, ¿qué te parecería un archivo nacional de marcadores genéticos? ¿Y tarjetas policiales para viajes nacionales? ¿Cómo reaccionarías ante una ley que establezca que debes proporcionar muestras de cabello al volver a entrar al país desde el extranjero? ¿Cómo te sentirías ante la automática apertura y lectura del correo ordinario? Todas y cada una de estas cosas podrían razonarse como herramientas efectivas en la guerra contra las drogas. ¿Dónde trazarías personalmente la línea?

Cada uno de nosotros debe trazar cuidadosamente esa línea para sí mismo. Se trata de una decisión exquisitamente personal, simplemente en qué lugar del suelo clavarías tu estaca para marcar esa frontera. Hasta aquí, y no más allá.

Hay una segunda decisión que tomar, que resulta igualmente importante.

Para facilitar el proceso, hagamos una recapitulación. El primer requisito es establecer una línea, hasta la que permitirás la erosión de derechos y libertades, todo por la buena causa de ganar la guerra contra la droga.

El segundo requisito es decidir, de antemano, qué harás exactamente en caso de que se traspase tu línea personal. El punto en el que dirás: «Esto ha ido demasiado lejos. Es el momento de hacer tal y cual».

Decide qué es realmente tal y cual. Debes decretarlo bien con antelación. Y mantenerte alerta. Resulta muy fácil decir: «Bueno, mi línea ha sido rebasada, pero todo lo demás parece benigno y no amenazador, así que quizás reubique mi línea desde este lugar a aquel otro». Éste es el razonamiento seductor que costó la vida a millones de personas inocentes  bajo la ocupación nazi en Europa.

Si puedes mover tu línea, entonces no situaste tu línea con honestidad la primera vez. ¿Dónde está tu línea? Y, si tus límites son rebasados, ¿qué harás?

Mantente continuamente consciente de dónde están las cosas, políticamente, y qué dirección parecen estar tomando. Considera bien tus planes con anticipación, mientras haces todo lo que esté en tus manos para prevenir un mayor desmantelamiento de los derechos y libertades que les quedan a los ciudadanos de tu país.

Una sociedad de gente libre siempre tendrá crímenes, violencia y turbación social. Nunca estará completamente a salvo. La alternativa es un Estado policial. Un Estado policial puede proporcionarte calles seguras, pero sólo a cambio de tu espíritu humano.

Al inconformista se le debe permitir retirarse a su dominio privado y vivir de cualquier manera que encuentre gratificante, tanto si sus vecinos lo consideran igual como si no. Debería ser libre para sentarse y ver la televisión todo el día, si eso es lo que escoge hacer. O mantener interminables conversaciones con sus gatos. O usar una droga, si elige hacer eso. Siempre y cuando no interfiera con la libertad o el bienestar de alguna otra persona, se le debería permitir vivir como desee, y que le dejen en paz.

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Creo que la reducción progresiva de leyes que regulen el uso de drogas por parte de personas adultas y un incremento en la divulgación de verdad sobre la naturaleza y efectos —positivos y negativos— de diferentes drogas, la eliminación de la prueba aleatoria de orina y la perversión de la justicia que trae como consecuencia, ciertamente conducirá a menores poblaciones penitenciarias, y a la oportunidad de usar los fondos de la «guerra contra la droga» para mejoras sociales desesperadamente necesarias y asuntos de salud pública, como la falta de vivienda, la dependencia a las drogas y la enfermedad mental. Y las energías de los profesionales de las fuerzas policiales pueden dirigirse de nuevo hacia crímenes que merecen su habilidad y atención.

Nuestro país podría convertirse posiblemente en un lugar más inseguro en algunos aspectos, pero también será un lugar más saludable, en cuerpo y alma, sin mayores beneficios que obtener con las drogas por parte de jóvenes con pistolas en las calles de nuestras ciudades. Aquéllos que abusan de las drogas podrán encontrar ayuda inmediata, en lugar de esperar seis meses o más, con confusión y desamparo. Y la investigación en el ámbito de los efectos de las drogas y su posible uso terapéutico volverá a cobrar vida en nuestros centros de enseñanza.

Y volveremos a ser una vez más los ciudadanos libres de un país libre, un modelo para el resto del mundo.

Finalmente, quiero leer un extracto de una carta que recibí justo ayer, una carta enviada por un joven que ha descubierto que los psiquedélicos resultan de gran valor para él en su crecimiento como escritor:

¿No es asombroso que las leyes que prohíben el uso de drogas psicoactivas hayan sido tradicionalmente ignoradas? ¡Qué monstruoso ego (¡o estupidez!) ha de tener una persona o grupo de personas para creer que ellos o cualquier otro tienen el derecho, o la jurisdicción, de vigilar el interior de mi cuerpo, o de mi mente!

De hecho, el agravio resulta tan monstruoso que, si no fuera tan triste —¡ciertamente, trágico!— podría parecer humorístico.

Todas las sociedades deben, por lo que parece, tener una estructura de leyes, de reglas y regulaciones bien ordenadas. Sólo los más extremistas y fanáticos anarquistas discutirían ese punto. Pero yo, como ser humano responsable y adulto, nunca concederé el poder, a nadie, de regular mi elección de lo que introduzco en mi cuerpo, o dónde me dirijo con mi mente. De la piel para dentro empieza mi exclusiva jurisdicción, ¿no es así? Elijo yo aquello que debe o no cruzar esa frontera. Aquí yo soy el agente de aduanas. Yo soy la guardia costera. Yo soy el único gobierno legal y espiritual de este territorio, ¡¡¡y sólo las leyes que escojo promulgar dentro de mí mismo son aplicables!!!

Ahora, si fuera a ser culpable de invadir o sabotear ese mismo territorio en otros, entonces la ley externa de la Nación tiene todo el derecho —de hecho, la responsabilidad— de perseguirme de la manera acordada.

¿Pero qué pienso? ¿Dónde enfoco mi consciencia? ¡Las reacciones bioquímicas que elijo causar dentro de los límites territoriales de mi propia piel no es algo que se subordine a las creencias, morales, leyes o preferencias de ninguna otra persona!

Soy un Estado soberano, y las lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los confines políticos de cualquier país.

Ante eso, sólo puedo decir amén. Eso es todo. Nos vemos la semana que viene.

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