La capital lidera el consumo de hipnosedantes legales mientras se persigue a quienes eligen alternativas naturales como el cannabis.

En Madrid, uno de cada cuatro ciudadanos ha consumido psicofármacos del grupo de los hipnosedantes —como Orfidal, Lexatin o Trankimazin— en el último año. Son cifras alarmantes que deberían hacernos reflexionar no solo sobre el estado de salud mental de la población, sino también sobre las políticas públicas que empujan a la ciudadanía a medicalizar su sufrimiento mientras se criminalizan otras vías, como el uso de cannabis.

Mientras que el consumo de cannabis —una planta con siglos de historia medicinal y cultural— continúa estando bajo vigilancia y estigma, los tranquilizantes sintéticos se recetan de forma masiva, incluso para malestares emocionales cotidianos. Y lo más preocupante: se normaliza su uso sin abordar las causas estructurales del sufrimiento psicosocial.

La ansiedad no se cura con pastillas, pero se gestiona mejor con libertad

La salud mental en Madrid está en crisis. La precariedad laboral, la soledad urbana, la sobrecarga digital, la falta de vivienda accesible y los modelos de vida hipercompetitivos están llevando a miles de personas al límite. Pero en lugar de ofrecer redes de apoyo comunitario, acompañamiento psicológico y alternativas terapéuticas no invasivas, el sistema responde con recetas rápidas y silenciosas.

El problema no son solo las pastillas: es la ausencia de elección. Para muchas personas, la única opción que ofrece el sistema es sedarse. ¿Y si pudieran elegir también otras formas de cuidado? ¿Y si se les permitiera —como ya ocurre en Alemania o Canadá— recurrir legalmente al cannabis para regular la ansiedad, el insomnio o la angustia, sin miedo a la represión ni al juicio social?

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Jóvenes, mujeres y la cultura de la sedación

Especialmente alarmante es el aumento del consumo de ansiolíticos entre jóvenes, sobre todo mujeres de entre 18 y 35 años. En lugar de empoderar a las nuevas generaciones con herramientas para gestionar el estrés, se les administra químicos que adormecen los síntomas sin tratar las causas. A menudo, estas pastillas se combinan con alcohol u otras sustancias, agravando los riesgos de dependencia, desconexión emocional y desregulación afectiva.

Y sin embargo, sigue sin explorarse a fondo el potencial terapéutico de sustancias como el cannabis, que en contextos adecuados y con información veraz, puede ofrecer beneficios reales sin los riesgos de dependencia de los benzodiacepinas.

La hipocresía de la legalidad: entre el Orfidal y la marihuana

Mientras las benzodiacepinas circulan legalmente —incluso por mercados secundarios y redes sociales—, el acceso al cannabis terapéutico sigue siendo una odisea burocrática y social. La paradoja es grotesca: la misma sociedad que se alarma por un porro en un parque, aplaude la normalización de fármacos que alteran la conciencia, la memoria y el cuerpo con efectos secundarios severos.

¿De verdad creemos que estamos cuidando la salud mental cuando una planta está prohibida y una pastilla que genera dependencia se receta como si fuera una piruleta?

Necesitamos alternativas, no sedantes

La solución pasa por un cambio de paradigma: más recursos para la salud mental pública, más acceso a terapias integrativas, y sí, también una regulación legal del cannabis que permita su uso con garantías, información y sin persecución.

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El cannabis no es la única respuesta, pero puede ser parte de una estrategia más humana y menos farmacocéntrica. Negarlo es perpetuar un modelo fallido donde el sufrimiento se medicaliza y la libertad de elección se castiga.

Madrid no necesita más pastillas: necesita más compasión, más escucha y más alternativas reales.

Acerca del autor

Manu Hunter
Escritor y periodista cannábico

Periodista cannábico con un estilo desenfadado pero siempre riguroso. Cuenta historias que prenden, informan y desmontan mitos, acercando la cultura cannábica al mundo con frescura y credibilidad. ¡Donde hay humo, hay una buena historia!