Por José Carlos Bouso

El principal problema al que se enfrenta el estudio de los efectos de las drogas sobre el ser humano es el de evaluar los efectos psicológicos que producen. La investigación farmacológica tiene métodos muy sofisticados para, por una parte, estudiar qué es lo que hace una droga concreta al organismo, lo que técnicamente se conoce por farmacodinamia; también para, por otra, estudiar qué es lo que le hace el organismo a la droga, o farmacocinética. Los métodos para medir la experiencia psicológica son más problemáticos, sobre todo para el caso de sustancias de perfil psiquedélico y entactógeno. Este tipo de fármacos se caracteriza por ser escurridizo a la descripción verbal de los efectos. La ciencia psicofarmacológica ha diseñado tres tipos de estrategias para evaluar los efectos psicológicos de las drogas. Este artículo describe el primero de estos métodos, lo que se conoce como Escalas Analógico Visuales (EAVs). El siguiente artículo (que saldrá dos meses después de este) explicará el segundo de los métodos, las escalas de autoinforme. Y el tercero (habrá que esperar dos meses más) repasará otras estrategias, como estudiar las reacciones a la presentación de estímulos con contenido emocional y métodos relacionados.

Efectos de las drogas sobre el organismo y forma de medirlos

Las drogas producen una serie de efectos sobre el organismo que son muy interesantes de estudiar. En general, las drogas englobadas en las mismas categorías farmacológicas producen un patrón similar de efectos sobre todos esos parámetros fisiológicos. Así, por ejemplo, los psicoestimulantes suelen incrementar la tensión arterial y el ritmo cardíaco, aumentar el diámetro pupilar, reducir el cansancio o mejorar el rendimiento psicomotor. Para la mayoría de variables de orden fisiológico se dispone de instrumentos muy útiles y precisos para medirlas, así como de métodos analíticos sofisticados (para analizar, hormonas o células inmunitarias).

También se dispone de métodos precisos para estudiar qué le hace el organismo a una droga, esto es, cómo la destruye, el tiempo que tardan en excretarse el principio activo y sus metabolitos.

También se dispone de métodos sofisticados para evaluar efectos más psicofisiológicos. Por ejemplo, se puede medir el efecto de una droga sobre el electroencefalograma (EEG), o utilizar otras medidas psicofisiológicas, como los potenciales evocados (PEs). Por último, las modernas técnicas de neuroimagen también permiten mirar qué áreas concretas del cerebro se están poniendo en marcha cuando se está bajo los efectos de una determinada droga, o sobre qué receptores cerebrales actúa.

Mediciones objetivas en estudios con ayahuasca

Todas estas mediciones no solo sirven para caracterizar los efectos concretos de una droga; también sirven para poder encuadrarlas dentro de categorías farmacológicas concretas, y también para poder definir características diferenciales entre ellas. Por ejemplo, en una serie de estudios farmacológicos desarrollados con ayahuasca en el Centro de Investigación de Medicamentos del Hospital de Sant Pau, en Barcelona, se observó que la ayahuasca, administrada a voluntarios sanos y con experiencia previa en el consumo de alucinógenos, producía efectos que de alguna manera se parecían a los de los psicoestimulantes. Por ejemplo, en algunas escalas de efectos subjetivos (que explicaremos más adelante) producía activación, incrementaba ligeramente la presión arterial y aumentaba el diámetro pupilar, algo que hacen normalmente los psicoestimulantes. Sin embargo, para cualquier psiconauta, es obvio que los efectos subjetivos de los psicoestimulantes son muy diferentes a los de los alucinógenos. Pero hay que pensar que la comunidad científica no necesariamente tiene por qué ser psiconáutica, por lo que es necesario poder caracterizar los efectos de las drogas de tal forma que puedan ser comprensibles por aquellos que, por lo que sea, no quieren o no tienen necesidad de tomarlas, sino que simplemente están interesados en sus efectos objetivos.

Este grupo de investigación lo que hizo entonces fue, en un estudio a doble ciego y controlado con placebo, administrar a un grupo de voluntarios, de manera aleatoria, un día placebo, otro ayahuasca y otro d-anfetamina, y compararon los efectos de estos tres fármacos (el placebo es un fármaco igualmente, si bien no bioactivo) sobre una serie de variables fisiológicas y psicofisiológicas. Una de estas pruebas psicofisiológicas fue el EEG. Lo que se encontró fue que había una diferencia en el espectro del EEG de tal forma que había un efecto específico para la ayahuasca sobre lo que se conoce como ondas beta, ondas relacionadas con estados de alerta y activación. Sorprendentemente, la anfetamina, un psicoestimulante clásico, no se diferenció del placebo en esta variable. Luego se concluyó que hay un efecto activante del sistema nervioso que es específico para los alucinógenos y que es diferencial respecto al que producen los psicoestimulantes (1). Si bien uno puede pensar que este no es un gran hallazgo, lo cierto es que -desde un punto de vista estrictamente farmacológico- poder observar los efectos objetivos que produce una droga, y además encontrar un efecto diferenciador de esa droga con relación a otra, por poco explicativo que este hecho pueda ser, ya es mucho. Quizás no se puedan realizar especulaciones adornadas de conceptos, medio esotéricos y medio científicos, que permitan explicar cualquier fenómeno psicológico asociado con este efecto diferencial encontrado entre la ayahuasca y la d-anfetamina sobre el EEG. Aun así, se trata de pequeños avances que permiten comprender mejor los efectos sobre el cerebro de los psiquedélicos, aunque sean avances tan modestos como una simple respuesta diferencial en una banda concreta del EEG.

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En fin, ejemplos como este hay muchos, y si se tercia ya los iré describiendo en sucesivas entregas de esta serie. El problema principal de todos los estudios con drogas psicoactivas no es tanto la medición de variables objetivas, como el análisis del EEG, la determinación de hormonas o la de parámetros cardiovasculares. El problema principal, al menos para los interesados en los efectos psicológicos de las drogas, es, precisamente ese: ¿cómo podemos medir lo que una persona está experimentando bajo los efectos de una droga? Esta pregunta se hace radicalmente difícil de responder cuando nos interesan drogas con efectos subjetivos tan espectaculares, y tan poco dados a la descripción verbal como son los de las drogas alucinógenas.

MDMA

Cómo medir los efectos subjetivo-cualitativos de una droga

El principal problema que nos encontramos a la hora de evaluar los efectos subjetivos de una droga es el de cuándo preguntar por los efectos. Cuando se está bajo los efectos de un alucinógeno, las palabras pueden, desde no tener el significado que le damos en los estados ordinarios de conciencia, hasta perder cualquier tipo de significado. Pero el lenguaje es lo único de lo que se dispone para que las personas nos cuenten cómo fue la experiencia por la que atravesaron, así que, finalmente, en investigación, básicamente se hacen dos cosas: una, hacer que los voluntarios respondan a preguntas sencillas y fácilmente comprensibles mientras están bajo los efectos; y dos, una vez que los efectos han desaparecido y los voluntarios pueden interaccionar normalmente con el entorno, hacerles que respondan a cuestionarios estructurados. Una tercera opción es mirar su respuesta a la presentación de estímulos que provocan respuestas psicológicas. Para la primera estrategia se utilizan lo que se conoce como Escalas Analógicas Visuales (EAVs).

Las EAVs son listas de adjetivos que los voluntarios tienen que puntuar de acuerdo a lo que están experimentando. Al lado de cada adjetivo se presenta una raya de 100 mm en la que en un extremo aparece la palabra “en absoluto” y en el otro “extremadamente”. Cada cierto tiempo se le presenta a los sujetos la lista de adjetivos, para que marquen en la línea lo más cerca o lejos de cada extremo que se encuentran en un momento determinado. Esta lista de adjetivos se pasa cada cierto tiempo con el objetivo de estudiar el curso temporal de los efectos.

En el Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM), situado también en Barcelona, se viene estudiando desde hace más de 10 años la farmacología de la MDMA (“éxtasis”) en voluntarios sanos a los que se administra el fármaco. En uno de los primeros estudios de este grupo de investigación, para caracterizar los efectos subjetivos de la MDMA, aparte de escalas de autoinforme (de las que, como se ha dicho, me ocuparé en el siguiente artículo de esta sección) se utilizaron EAVs. A un grupo de voluntarios se le administró en forma de doble ciego 75 mg de MDMA, 100 mg de MDMA, 40 mg de anfetamina y un placebo. Cada sesión estaba separada por una semana de intervalo y cada uno de los voluntarios recibió la secuencia del tratamiento de forma aleatoria. Para este estudio concreto se eligió una lista de 28 adjetivos: “estimulado”, “colocado”, “ningún efecto”, “buenos efectos”, “efectos negativos”, “me gusta el fármaco”, “borracho”, “somnolencia”, “activo”, “pasivo”, “nervioso”, “tranquilo”,”concentrado”, “rendimiento”, “cambios en las distancias”, “cambios en los colores”, “cambios en las formas”, “cambios en las luces”, “alucinaciones – ver luces o manchas”, “cambios en la audición”, “alucinaciones – escuchar sonidos o voces”, “mareado”, “alucinaciones – ver animales, cosas, insectos, o personas”, “confusión”, “miedo”, “depresión o tristeza”, “sensación del cuerpo diferente, cambiada o irreal”, y “lo de alrededor me parece diferente o irreal”. Esta lista de adjetivos se pasó a los 15, 30, 45, 60 y 90 minutos tras la administración de cada uno de los fármacos, y a las 2, 3, 4, 6, 8, 10 y 24 horas postingesta.

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Como resultados generales, se observó que los efectos subjetivos para la MDMA alcanzaban su máxima intensidad entre los 90 minutos y las 2 horas, y que se volvía a la normalidad hacia las 4 horas. La dosis de 125 mg de MDMA y la de 40 mg de anfetamina se diferenciaron del placebo en el adjetivo “estimulado”, si bien no la dosis de 75 mg. En “estimulado” no hubo diferencias entre los 3 tratamientos activos ni entre la dosis de 75 mg y la anfetamina. Solo la dosis de 125 mg de MDMA se diferenció del placebo en “colocado”, y también la sensación de “colocón” fue mayor para la dosis de 125 mg de MDMA que para la anfetamina. Idénticos efectos se encontraron para el adjetivo “buenos efectos”, siendo por tanto la dosis de 125 de MDMA el tratamiento subjetivamente mejor tolerado. De hecho, solo la dosis de 125 mg de MDMA se diferenció del placebo en “me gusta el fármaco”, y además también la dosis de 125 mg de MDMA gustó más a los voluntarios que la dosis de 75 mg y la de 40 mg de anfetamina. Para esta misma variable, la dosis de 75 mg de MDMA y la de anfetamina gustaron igual. Solo la dosis de 125 mg de MDMA produjo “cambios en las sombras”, “cambios en las luces”, o “cambios en la audición” y “confusión” con relación al placebo, diferenciándose además de la dosis de 75 mg de MDMA y de anfetamina en “cambios en las sombras” y en “cambios en las luces”. En el resto de estos últimos adjetivos mencionados no hubo diferencia entre la dosis de 125 y la de 75 mg, pero sí entre la dosis de 125 mg y la anfetamina, no habiendo diferencias entre la dosis de 75 mg y la de anfetamina. Las dos dosis de MDMA se diferenciaron de placebo en “sensación del cuerpo diferente, cambiada o irreal”, no habiendo diferencias entre ellas, pero sí entre la dosis de 125 y la de anfetamina, siendo mayor para la primera. Ningún tratamiento produjo alteraciones en “lo de alrededor me parece diferente o irreal”, lo cual indica que son fármacos que subjetivamente no tienen potencial psicotomimético, al menos administradas de manera aguda en condiciones de laboratorio (2).

En los próximos dos artículos pondremos algunos ejemplos más de estudios en los que se han evaluado EAVs y se expondrá en profundidad también la forma de evaluar efectos subjetivos más complejos, medidos por lo que se conoce como instrumentos de autoinforme.

Referencias:

  1. http://www.maps.org/w3pb/new/2011/2011_Dos_23196_1.pdf
  2. http://www.maps.org/w3pb/new/2000/2000_cami_496_1.pdf

Acerca del autor

Jose Carlos Bouso
José Carlos Bouso es psicólogo clínico y doctor en Farmacología. Es director científico de ICEERS, donde coordina estudios sobre los beneficios potenciales de las plantas psicoactivas, principalmente el cannabis, la ayahuasca y la ibogaína.