En este artículo nos ocuparemos de analizar y comparar pormenorizadamente las tasas de morbilidad asociadas a la práctica del montañismo y al consumo de MDMA con el propósito de determinar si el distinto tratamiento social y legal que se le brinda a una y otra conducta están o no justificados en razón de los riesgos que ambas tienen para la salud.
Retomemos, ipso facto, los guantazos, y empecemos por dar a los montañeros la oportunidad de explayarse en la exposición de los problemas de salud que sufren al transitar alegremente valles y montañas.
Problemas leves o moderados
Mal agudo de montaña: Es frecuente por encima de los 2.500 m de altitud. Aparece en el 30% de las personas expuestas bruscamente a una altitud de 3.000 m y en el 75% de las expuestas a 4.500 m.
Edema periférico de altitud: Normalmente se observa en trekkers en las grandes cordilleras extraeuropeas, pero se han dado casos a altitudes tan modestas como 2.500 m.
Hemorragias retinianas de altitud: Pueden producirse hemorragias retinianas a altitudes de 2.700 m, aunque son más habituales a partir de los 5.000 m., llegando a darse hasta en el 50% de los que rebasan los 6.000 m.
Problemas graves o muy graves
Edema cerebral de altitud: Se desarrolla en personas jóvenes que ascienden en poco tiempo hasta alturas de 4 a 5 mil metros.
Edema pulmonar de altitud: Se da por encima de los 2.500 m. Uno de cada 4.000 montañeros que pernoctan en el Monte Rosa Haute (2.795 m) y uno de cada 588 que lo hacen en el Capanna Regina Margherita (4.599 m) sufren edema pulmonar o cerebral que requiere evacuación. Estudios en Francia y Estados Unidos demuestran que el edema pulmonar de altitud es relativamente frecuente en las estaciones de esquí.
Otras fuentes cifran la frecuencia aproximada de aparición en 5 casos por cada 1.000 personas que ascienden por encima de los 4.000 m. Si no se desciende inmediatamente, o se emplean otras medidas terapéuticas, el deterioro es muy rápido, pudiendo llegar a ser mortal en pocas horas. Si el paciente desciende rápidamente suele recuperarse por completo en un par de días.
Accidentes cerebro-vasculares (parálisis faciales, hemiplejías, dificultades para hablar): Se han descrito en alturas de 4.000 metros en adelante.
Problemas asociados a la falta de oxígeno en altitud extrema
High-altitud deterioration: «Es posible aventurarse durante unas semanas por encima de esta cota [5.500 m.], pero el organismo está sometido a un proceso de deterioro constante causado por la hipoxia. […] La pérdida de peso es espectacular. Día tras día el montañero va quedando débil y consumido. La pérdida de apetito y la mala absorción de los alimentos en el intestino contribuyen a la desnutrición. El rendimiento muscular está muy disminuido y cualquier esfuerzo físico resulta penoso. Cuesta más recuperarse de los esfuerzos. Se produce una especie de letargo y de falta de interés por emprender tareas. El embotamiento del intelecto dificulta la evaluación de las situaciones y la toma de decisiones, lo que hace que se puedan cometer imprudencias o descuidos con facilidad. […] La falta de oxígeno dificulta las respuestas defensivas del organismo frente al frío, lo que favorece las congelaciones y la hipotermia…» (Dr. Javier Botella de Maglia en su libro Mal de Altura).
Edema cerebral de altitud (ECA): El comienzo del ECA es rápido y su curso agudo. La mayoría de las descripciones de los casos refieren un final fatal. El síntoma más común es un fuerte y continuo dolor de cabeza que paraliza la actividad motora y mental. A menudo los primeros síntomas se relacionan con la esfera psíquica: desequilibrio emocional, intranquilidad, irritabilidad, conductas inadecuadas, ilusiones y alucinaciones, desorientación. En fase avanzada predominan la somnolencia, el estupor y el coma. Con frecuencia se presenta la respiración irregular de tipo Cheyne – Stokes particularmente en la noche. La recuperación es posible, pero los estados de coma conducen a la muerte el 60-70% de las veces. Se conocen casos mortales durante el sueño, sin síntomas antecedentes. Un criterio práctico sería: si una persona en la altura parece ebria, esto significa con gran probabilidad, que sufre edema cerebral (CEBRIÁN, G. J. ET AL. Principio de urgencias, emergencias y cuidados críticos).
Afasias, embolias, síncopes, cegueras, astenia… de altitud. A veces con consecuencias leves y transitorias y tras graves y permanente.
¿Desean los señores algo más? ¿Un pincho de tortilla? ¿Una Coca-Cola? Entendido: no quieren nada más. Pues aquí lo tienen, en ración doble y por cortesía, también, del Dr. Botella: traumatismos de la más diversa índole y gravedad, incluidos, evidentemente, aquellos que resultan letales o que provocan secuelas crónicas e incapacitantes (tropiezos, caídas al vacío, caídas en grietas, desprendimientos, aludes); accidentes relacionados con la electricidad atmosférica (rallos, tormentas eléctricas, etc.); problemas debidos al calor (hipertermia maligna, lasitud del glaciar); al frío (hipotermia, congelaciones, amputación de miembros); y los relacionados con la radiación solar (quemaduras cutáneas y oftalmia de las nieves), amén de otros como extravíos, desapariciones, intoxicaciones por consumo de agua no potable y mil y una desgracias similares.
La cuestión es que, lamentablemente, no podemos aportar una cifra siquiera aproximada de la tasa de accidentalidad en cordilleras como la alpina o la pirenaica. No obstante, podemos señalar que, en términos globales, el montañismo y el senderismo generan más urgencias médicas que el esquí, así, al menos, vienen a indicarlo los datos ofrecidos por las más variadas instituciones de diversos países. Veamos, a modo de ejemplo, los que aporta el “Pelotón de Gendarmería de Haute-Montagne” (PGHM), que, en los cerca de 700 rescates en helicóptero que realiza cada año en el macizo del Mont Blanc, afirma atender a un 44% de alpinistas y a un 40% de esquiadores, destacando, por otra parte, que las defunciones son cuatro veces más frecuentes entre los alpinistas (lo cual coincide plenamente con los índices de mortalidad registrados entre montañeros y esquiadores en los Alpes austriacos, recordemos, 4 de cada 100.000 y 0,9 de cada 100.000 respectivamente).
A su vez, en lo concerniente al tipo de accidentes que se dan en la montaña, cabe entender que la mayor parte son leves o moderados, aun cuando una minoría de los casos revisten especial gravedad y conllevan, incluso, secuelas de por vida que pueden afectar al individuo psicológica y socialmente. Así vienen a indicarlo, de nuevo, los datos aportados por el PGHM, según el cual, el 50% de los accidentados presentan traumatismos en los miembros inferiores o superiores; el 22% padecen traumatismo craneoencefálico; el 10% lesiones en la médula espinal; y el 20% traumatismos múltiples, dándose una tasa de defunción del 7% antes del rescate y un índice de “debilitación residual” con posterioridad a la evacuación (léase secuelas crónicas) en el 12% de los pacientes (o si lo prefieren: un 83% de recuperaciones buenas o completas).
Se da el caso, por otra parte, de que el 75% de los rescates realizados por el PGHM se lleva a cabo en altitudes inferiores a los 3.500 m., es decir, en cotas transitadas por gran cantidad de montañeros y senderistas en lugar de en aquellas que pudieran ser frecuentadas únicamente por un reducido número de alpinistas expertos.
Una vez hecha esta aclaración, pasemos, sin más demora, a recapitular y a comparar las tasas de accidentalidad que se registran en montañas de distintas cotas con la asociada al consumo de éxtasis:
- Kilimanjaro: 3 evacuados por cada 100 visitas.
- Trekkings en Nepal: 7,5 evacuados por cada 10.000 visitas.
- Alpes: índice de accidentalidad desconocido (entendemos que, tal vez, no muy distinto al del esquí: 2-3 lesiones por cada 1.000 visitas) con un 22% de traumatismos craneoencefálicos; un 10% de lesiones en la médula espinal; y un 20% de traumatismos múltiples entre aquellos que son rescatados en helicóptero.
- MDMA: entre 1 y 3,6 visitas a urgencias por cada 10.000 dosis consumidas, la mayoría (más del 90%) de carácter leve.
¡Ding – Dong! Fin del Asalto.
Balance de la trifulca: Nada permite afirmar que la frecuencia y la gravedad de las complicaciones médicas asociadas al consumo de MDMA sean superiores a las registradas en el caso de las disciplinas deportivas de marcha en montaña. Si acaso, tal vez, pudiera tratarse de lo contrario.
Al respecto, mención aparte merece, de hecho, la cuestión del daño cerebral asociado a la práctica de una y otra actividad. En el caso de la MDMA ya comentamos que no termina de quedar claro si realmente se producen lesiones cerebrales permanentes o si, tan sólo, tienen lugar algunos déficits reversibles y de nula significación clínica en áreas como la memoria y que afectarían únicamente a la minoría de usuarios que realizan usos muy abusivos durante largos períodos de tiempo. Por el contrario, a nadie se le escapa que, entre aquellos que, transitando montes de alturas medias y bajas, sufren traumatismos craneoencefálicos, lesiones de médula espinal o politraumatismos, (recordemos, el 22%, el 10 % y el 20%, respectivamente, de los sujetos rescatados por la PGHM en el Macizo del Mont Blanc), habrá unos cuantos que se verán gravemente afectados; que, como ya hemos apuntado, tendrán secuelas crónicas (quedarán parapléjicos, hemipléjicos o tetrapléjicos, por ejemplo); y que, en algunos casos, no lo duden, sufrirán daños cerebrales permanentes e irreversibles. Del mismo modo que, como también hemos comentado anteriormente, son varias las investigaciones que han constatado, de forma irrefutable, la existencia de daños cerebrales irremisibles entre la minoría de montañeros que ascienden a las más altas cotas del planeta, y –esto lo decimos ahora– también en las no tan altas, ya que, recientemente, un estudio de Nicolás Fayed encontró lesiones cerebrales en alpinistas amateurs que habían ascendido a cimas como el Mont Blanc (4.810 metros). Lesiones (discretas atrofias cerebrales) que, por lo demás, cuando se repitieron las evaluaciones tres años después de la ascensión, demostraron no haber remitido lo más mínimo.
Acerca del autor
Eduardo Hidalgo
Yonki politoxicómano. Renunció forzosamente a la ominitoxicomanía a la tierna edad de 18 años, tras sufrir una psicosis cannábica. Psicólogo, Master en Drogodependencias, Coordinador durante 10 años de Energy Control en Madrid. Es autor de varios libros y de otras tantas desgracias que mejor ni contar.